21 de OCTUBRE – LUNES –29ª – SEMANA DEL T. O. – C –
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (4,20-25):
Ante la promesa de Dios Abrahán no fue incrédulo, sino que se
hizo fuerte en la fe, dando con ello gloria a Dios, al persuadirse de que Dios
es capaz de hacer lo que promete, por lo cual le valió la justificación. Y no
sólo por él está escrito: «Le valió», sino también por nosotros, a quienes nos
valdrá si creemos en el que resucitó de entre los muertos a nuestro Señor
Jesús, que fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra
justificación.
Palabra
de Dios
Salmo: Lc
1,69-70.71-72.73-75
R/.
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque
ha visitado a su pueblo
Nos ha suscitado una fuerza de salvación
en la casa de David, su
siervo,
según lo había predicho
desde antiguo
por boca de sus santos
profetas. R/.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos
los que nos odian;
realizando la
misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa
alianza
y el juramento que juró
a nuestro padre Abrahán. R/.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de
los enemigos,
le sirvamos con santidad
y justicia,
en su presencia, todos
nuestros días. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (12,13-21):
En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús:
«Maestro,
dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.»
Él
le contestó:
«Hombre,
¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?»
Y
dijo a la gente:
«Mirad:
guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no
depende de sus bienes.»
Y
les propuso una parábola:
«Un
hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: "¿Qué haré?
No tengo donde almacenar la cosecha."
Y
se dijo: "Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más
grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces
me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate,
come, bebe y date buena vida."
Pero
Dios le dijo: "Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has
acumulado, ¿de quién será?"
Así
será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.»
Palabra
del Señor
1.
Lo más patente, que hay en este evangelio, es que cuando el interés por
el dinero se interpone entre las personas,
aunque se trate de hermanos, e incluso cuando lo que está en juego es el
derecho a una herencia, el dinero
divide a los humanos, rompe las relaciones de hermandad y la cosa termina
de manera que el amor es sustituido
por la codicia.
Ahora bien, cuando el deseo central de
la vida es el dinero, y cuando la satisfacción que da felicidad y seguridad es
el dinero, eso es, en definitiva, a juicio de Dios, un "demente' un
"necio" (aphrón) (Lc 12, 20). Un término que, tomado del A. T. (a
través de los LXX) indica al sujeto que, no solo procede sin razón ni lógica, sino,
además al margen de Dios, o sea, fuera del orden moral y de los valores éticos fundamentales.
2.
La enseñanza del Evangelio es clara y fuerte: cuando lo que manda en la
vida es el interés por el dinero, eso se
convierte en una fuerza que destruye las relaciones humanas y rompe cualquier
sistema de valores éticos, que puedan hacer razonable la convivencia. Y sabemos de sobra hasta qué extremos
llega esto en algunas familias, que, por
herencias y caprichos, se rompen para
siempre.
Sin contar -como expresamente indica
el Evangelio- que una persona que se porta así no tiene en cuenta algo tan
elemental como es el hecho evidente de que, en cualquier momento, se nos acaba
la vida. Y entonces, ¿para qué sirve el capital y todos los servicios,
seguridades y privilegios que lleva consigo el capital?
3. Este
mundo, globalizado y súperdesarrollado, está metido de lleno en la crisis más
profunda de los últimos siglos. Porque no es ya solo, ni principalmente, una
crisis económica. Es también una crisis
política sin precedentes. Y una crisis ética, jurídica y de valores, que, en
última instancia, es una crisis cultural cuya hondura no podemos valorar, ni medir. ¿A dónde nos
lleva todo esto? ¿En qué y cómo vamos a
terminar?
Estamos pasando de la cultura de lo
escrito a la cultura de lo informático y
virtual. Es más, nos estamos desplazando de la cultura dominada por el
"poder de la opresión" a la cultura en la que se impone el
"poder de la seducción" (Byung.Chul Han).
¿No es este el momento de afirmar
nuestra fe, nuestra estabilidad y nuestro futuro en la realidad última y
definitiva, que nos trasciende, y que es la única que nos puede dar la
consistencia y la confianza mutua que hemos perdido?
SAN HILARION DE GAZA,
abad
(~291
– †372)
Hilarión
nació en torno al año 291, en una aldea llamada Tavata, al sur de Gaza, en
Palestina. Sus padres eran paganos (idólatras) y ricos.
El
joven estudia en Alejandría. Allí, en medio de un mundo pagano blando, del lujo
de los palacios, del bullicio y las pasiones del circo y del teatro, conoce a
los cristianos de la comunidad fundada por San Marcos y abraza la fe, siendo
bautizado a los quince años.
Por
entonces oye hablar de Antonio, elogiado por todo el pueblo de Egipto. Lo busca
en el delta del Nilo, en la Arcadia. Permanece con él dos meses observando el
modo de vida del santo ermitaño. Hilarión se siente llamado a imitarle en la
vida de oración, cabalgando con la soledad y la penitencia por amor a Jesucristo.
Disgustado
por el bullicio que producía la gran cantidad de peregrinos, enfermos y posesos
que acudían a la celda de Antonio, volvió a su patria a servir a Dios en la
soledad total. Consideraba que él debía comenzar su camino, igual que hizo Antonio.
Como
sus padres murieron durante su ausencia, Hilarión dio una parte de sus bienes a
sus hermanos y el resto a los pobres, sin reservar nada para sí mismo (pues
tenía presente el ejemplo de Ananías y Safira, Hech. 5, según dice san
Jerónimo).
En
el desierto de Majuma
A tan
corta edad se retiró al desierto, a diez kilómetros de Majuma, en dirección a
Egipto, y se estableció en las dunas, entre la orilla del mar y un pantano.
Era un
joven muy delicado a quien afectaban los menores excesos de frío y de calor. A
pesar de ello, vestía simplemente una camisa de pelo, una túnica de cuero que
san Antonio le había regalado y un corto manto de tela ordinaria. No cambió de
túnica sino hasta que la que llevaba empezó a caerse en pedazos, y jamás lavó
su camisa, puesto que opinaba: «Es una ociosidad lavar una camisa de pelo».
Llevó
una pobreza extrema, oración profunda, gran penitencia, ayunos, consejos y
servicio a los necesitados.
Tentaciones
y ascesis
Durante
muchos años, Hilarión no comió más que quince higos por día y nunca, antes de
la caída del sol. Cuando se sentía tentado por la lujuria, solía decir a su
cuerpo: «¡Voy a impedir que des coces, asno infame!» y reducía su ración a la
mitad. Como los monjes de Egipto, trabajaba en el tejido de cestos y en la labranza,
con lo cual ganaba lo necesario para vivir.
En los
primeros años, habitaba en una covacha de ramas que él mismo había entretejido.
Más tarde, se construyó una celda, que existía todavía en tiempo de san
Jerónimo: tenía un poco más de un metro de ancho, un metro y medio de alto y
apenas era un poco más larga que su cuerpo, de suerte que más parecía una tumba
que una habitación.
Al
comprobar que los higos eran un alimento insuficiente, Hilarión se decidió a
comer algunas verduras y un poco de pan y aceite. Sin embargo, no disminuyó sus
austeridades ni con la edad.
Dios
permitió que su siervo sufriese dolorosas pruebas. En ciertos períodos, vivía
el santo en una terrible oscuridad de espíritu, con gran sequedad y angustia
interior; pero cuanto más sordo parecía el cielo a sus súplicas, tanto más se
aferraba Hilarión a la oración. San Jerónimo hace notar que, aunque el santo
ermitaño vivió tantos años en Palestina, sólo una vez fue a visitar los Santos
Lugares y no permaneció más que un día en Jerusalén. Fue a la Ciudad Santa para
no dar la impresión de que despreciaba lo que la Iglesia honraba; pero no lo
hizo más que una vez, porque estaba persuadido de que en todas partes se podía
adorar a Dios en espíritu y en verdad.
Primeros
milagros
Veinte
años después de su llegada al desierto, Hilarión obró el primer milagro: Cierta
mujer casada, de la ciudad de Eleuterópolis (Bait Jibrín, en las cercanías de
Hebrón), consiguió que el santo le prometiese orar para que Dios la librase de
la esterilidad; menos de un año después, la mujer tuvo un hijo.
Entre
otros milagros, se cuenta que Hilarión ayudó a un domador de caballos de
Majuma, llamado Itálico, a ganar una carrera al emir de Gaza. Itálico, creyendo
que su adversario se valía de sortilegios para impedir que sus caballos
ganasen, acudió a Hilarión en demanda de auxilio. El santo le bendijo y le
aconsejó que rociase de agua bendita las ruedas de sus carros. Los caballos de
Itálico dejaron muy atrás a los de su adversario y el pueblo proclamó que Cristo
había vencido al dios del emir.
Siguiendo
el ejemplo de Hilarión, otros ermitaños empezaron a establecerse en Palestina.
El santo solía ir a visitarlos poco antes de la época de la cosecha. En una de
esas visitas, vio a los paganos de Elusa (al sur de Barsaba) reunidos para
adorar a sus ídolos y oró a Dios con muchas lágrimas por ellos. Como Hilarión
había curado a muchos de los paganos que ahí estaban, se acercaron a pedirle su
bendición. El santo los acogió con gran bondad y los exhortó a adorar al verdadero
Dios en vez de sus ídolos de piedra. Sus palabras produjeron tal efecto, que
los paganos no le dejaron partir sino hasta que proyectó la construcción de una
iglesia. El propio sacerdote de los paganos, que estaba revestido para oficiar,
se hizo catecúmeno.
Nostalgia
del pasado. Muerte de San Antonio
El año
356, tuvo una revelación sobre la muerte de san Antonio. Para entonces Hilarión
tenía ya unos sesenta y cinco años y estaba muy afligido por la cantidad de
personas, particularmente de mujeres, que acudían a pedirle consejo.
Lloraba
todos los días y recordaba con increíble nostalgia su anterior estilo de vida.
El cuidado de sus discípulos le dejaba apenas reposo. Cuando los hermanos le
preguntaron qué le sucedía, y por qué estaba tan abatido, les respondió:
«He
retornado al mundo y ya he recibido mi recompensa en vida. Los hombres de
Palestina y de las provincias vecinas me consideran una persona importante, y,
con el pretexto de proveer a las necesidades de los hermanos y de las celdas
poseo utensilios despreciables».
Los
hermanos lo cuidaban, especialmente su discípulo Hesiquio, que con admirable
amor se había entregado a la veneración del anciano.
Hilarión
huye a Egipto
Pero
él no pensaba sino en la soledad, al punto de que un día decidió partir de
Palestina. Cuando esto se supo, como si se hubiera anunciado en Palestina una
calamidad o luto público, se congregaron más de diez mil hombres de diversa
edad y sexo para retenerlo. Él permanecía inflexible ante las súplicas, y
removiendo la arena con su báculo les dijo: «No puedo hacer mentir a mi Señor.
No puedo ver las iglesias destruidas, los altares de Cristo pisoteados, la
sangre de mis hijos». Todos los presentes comprendieron que se le había
revelado un secreto que no quería manifestar. Con todo lo vigilaban para que no
partiera. El santo dijo a la multitud que no comería ni bebería hasta que le
dejasen partir y así lo hizo durante siete días.
Entonces
lo dejaron libre y escogió a unos cuarenta monjes capaces de caminar sin probar
bocado hasta el atardecer y cruzó con ellos Egipto hasta llegar a la montaña de
san Antonio, cerca del Mar Rojo. Allí encontraron a dos discípulos del gran
eremita, Isaac y Peluso; Isaac había sido el intérprete de Antonio. Hilarión recorrió
con ellos el sitio palmo a palmo. Los discípulos de san Antonio le decían:
«Allí solía cantar. Allí solía orar. Ése era el lugar en que trabajaba y aquél
el sitio a donde se retiraba a descansar. Él plantó esas viñas y estos
arbustos. Él labró personalmente aquella parcela. Él excavó este estanque para
regar su huerto. Ése es el azadón que usó durante muchos años».
En la
cumbre de la montaña, a la que se subía por una vereda abrupta y serpenteante,
visitaron las dos celdas a las que solía retirarse para huir del pueblo y de
sus propios discípulos; allí mismo se hallaba el huerto que por el poder del
santo habían respetado los caballos salvajes. Hilarión pidió entonces a
los discípulos de san Antonio que le mostrasen el sitio en que estaba sepultado,
pero no sabemos con certeza si se lo mostraron o no, pues san Antonio les había
ordenado que no indicasen a nadie dónde estaba su sepultura para evitar que un
personaje muy rico de los alrededores se llevase sus restos y construyese una
iglesia para ellos.
Hilarión
obtiene la lluvia
Hilarión
volvió a Afroditón (Atfiah), donde se retiró a un desierto de los alrededores,
reteniendo consigo sólo a dos hermanos, y se consagró con más fervor que nunca
a la abstinencia y el silencio, tanto, que recién allí, según decía, había
comenzado a servir a Cristo.
Desde
hacía tres años, es decir, desde la muerte de san Antonio, no había llovido en
la región. El pueblo acudió a implorar las oraciones de Hilarión, a quien
consideraba como el sucesor de san Antonio. El santo levantó los ojos y las
manos al cielo, e inmediatamente se desató una lluvia copiosa. Muchos
labradores y pastores se curaron de las mordeduras de las serpientes al ungirse
con el aceite bendecido por Hilarión.
Éste,
viendo que su popularidad comenzaba nuevamente a crecer, pasó un año entero en
un oasis al occidente del desierto; finalmente, como no lograse vivir oculto en
Egipto, decidió partir con un compañero a Sicilia.
Desembarcaron
en Pessaro y se establecieron en un sitio poco frecuentado, a treinta kilómetros
del mar. Hilarión recogía diariamente una carga de leña y su compañero,
Zananas, la vendía en la aldea más próxima, y con el dinero compraba un poco de
pan.
Hesiquio
se rencuentra con Hilarión
Hesiquio,
discípulo de Hilarión, buscó a su maestro por el Oriente y por Grecia. En
Modón del Peloponeso un comerciante judío le dijo que había llegado a Sicilia
un profeta que obraba muchos milagros. Hesiquio se dirigió entonces a Pessaro.
Todo el mundo conocía ahí al profeta, quien era famoso no sólo por sus milagros
sino también por su desinterés, ya que jamás aceptaba ningún regalo.
Aquel
santo hombre Hesiquio se arrojó a las rodillas de su maestro y le bañó los pies
con sus lágrimas, hasta que finalmente éste lo levantó.
Hilarión
dijo a Hesiquio que quería retirarse a un sitio en el que las gentes no
entendiesen su lengua y éste le condujo entonces a Epidauro, en la Dalmacia
(Ragusa). Pero los milagros que obraba Hilarión no le permitieron vivir
ignorado.
San
Jerónimo refiere que había allí una serpiente enorme (boa), que devoraba a los
hombres y al ganado. Hilarión ordenó a la serpiente que subiese sobre un
montón de leña a la que prendió fuego.
San
Jerónimo cuenta también que, a consecuencia de un terremoto, el mar amenazaba
con tragarse la tierra. Entonces los habitantes, muy alarmados, condujeron a
Hilarión a la playa, como si con su sola presencia quisiesen levantar una
muralla contra los embates del mar. El santo trazó tres cruces sobre la arena y
tendió los brazos hacia las olas enfurecidas que inmediatamente se detuvieron
de golpe y se atropellaron hasta formar una montaña de agua para retirarse
después mar adentro.
Hilarión
sufría mucho al ver que, aunque no entendía la lengua de los habitantes, sus
milagros hablaban por él. Sin saber dónde ocultarse de las miradas del mundo,
huyó una noche a Chipre, en una pequeña nave, y se estableció a tres kilómetros
de Pafos.
Como
los habitantes le identificasen al poco tiempo, el santo se retiró veinte
kilómetros tierra adentro, a un sitio casi inaccesible y muy agradable donde,
por fin, pudo vivir en paz.
Últimos
deseos
Cuando
tenía ochenta años, estando ausente Hesiquio, le escribió de su propia mano una
breve carta a modo de testamento, dejándole todas sus riquezas, a saber, el Evangelio,
la túnica de saco, la cogulla y su pobre manto. El hermano que le servía había
muerto hacia poco tiempo.
Muchos
hombres piadosos vinieron de Pafos para ver a Hilarión, que estaba enfermo,
especialmente porque habían oído decir que afirmaba que pronto iría al Señor y
sería liberado de las cadenas del cuerpo. Vino también Constanza, una santa
mujer a cuyo yerno e hija había librado de la muerte con la unción del óleo.
Uno de
los que le visitaron en su última enfermedad fue el obispo de Salamis, Epifanio,
quien más tarde narró por escrito su vida a San Jerónimo.
Hilarión
conjuró a todos a que no conservaran su cuerpo ni un momento después de su
muerte, sino que enseguida lo cubrieran con tierra en ese mismo prado, tal como
estaba vestido, con la túnica de piel, la cogulla y el tosco manto
Muerte
de Hilarión
Ya se
iba enfriando el calor de su pecho y no quedaba nada en él excepto la lucidez
del alma. Con los ojos abiertos decía: «Sal, ¿qué temes? Sal, alma mía, ¿por
qué dudas? Durante casi setenta años has servido a Cristo y ¿temes la muerte?»
Con estas palabras exhaló el último suspiro. De inmediato lo cubrieron con
tierra y así, en la ciudad, fue anunciada antes su sepultura que su muerte.
Traslado
a Palestina
Poco
después, al enterarse Hesiquio, que estaba en Palestina, partió para Chipre.
Fingió querer permanecer en ese mismo jardín para alejar toda sospecha de los
habitantes del lugar, que montaban guardia cuidadosamente. Y así, después de
diez meses, con gran peligro para su vida, consiguió robar el cadáver de
Hilarión.
Lo
llevó a Majuma acompañado por todos los monjes y las multitudes que venían de
las ciudades, y lo sepultó en su antigua celda. Tenía la túnica, la cogulla y
el manto intactos, y todo el cuerpo, como si aún estuviera vivo, exhalaba tan
fragante perfume que se podía creer que había sido bañado con ungüentos.
El
culto del santo
Al
llegar al final de este libro considero que no puedo callar la devoción de
Constanza, aquella santísima mujer: apenas llegó la noticia de que el cuerpo de
Hilarión estaba en Palestina murió repentinamente, atestiguando también con su
muerte su verdadero amor por el siervo de Dios. Tenía la costumbre de pasar la
noche velando en su sepulcro y, como si estuviese allí presente, hablaba con él
para que la ayudara con su intercesión.
Aún
hoy se puede ver qué gran contienda existe entre los palestinos y los
chipriotas, unos porque tienen el cuerpo de Hilarión, los otros su espíritu.
Con todo, en ambos lugares acontecen diariamente grandes milagros, pero sobre
todo en el huerto de Chipre, tal vez porque él amó más ese lugar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario