16 de OCTUBRE – MIÉRCOLES –
28ª – SEMANA DEL T. O. – C –
Santa Eduvigis
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (2,1-11):
Tú, el que seas, que te eriges en juez, no tienes disculpa; al
dar sentencia contra el otro te condenas tú mismo, porque tú, el juez, te
portas igual.
Todos
admitimos que Dios condena con derecho a los que obran mal, a los que obran de
esa manera. Y tú, que juzgas a los que hacen eso, mientras tú haces lo mismo,
¿te figuras que vas a escapar de la sentencia de Dios? ¿O es que desprecias el
tesoro de su bondad, tolerancia y paciencia, al no reconocer que esa bondad es
para empujarte a la conversión?
Con
la dureza de tu corazón impenitente te estás almacenando castigos para el día
del castigo, cuando se revelará el justo juicio de Dios, pagando a cada uno
según sus obras.
A
los que han perseverado en hacer el bien, porque buscaban contemplar su gloria
y superar la muerte, les dará vida eterna; a los porfiados que se rebelan
contra la verdad y se rinden a la injusticia, les dará un castigo implacable.
Pena
y angustia tocarán a todo malhechor, primero al judío, pero también al griego;
en cambio, gloria, honor y paz a todo el que obre. el bien, primero al judío,
pero también al griego; porque Dios no tiene favoritismos
Palabra
de Dios
Salmo: 61,2-3.6-7.9
R/. Tú,
Señor, pagas a cada uno según sus obras
Sólo en Dios descansa mi alma,
porque de él viene mi salvación;
sólo él es mi roca y mi
salvación,
mi alcázar: no vacilaré.
R/.
Descansa sólo en Dios, alma mía,
porque él es mi
esperanza;
sólo él es mi roca y mi
salvación,
mi alcázar: no vacilaré.
R/.
Pueblo suyo, confiad en él,
desahogad ante él vuestro
corazón,
que Dios es nuestro
refugio. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (11,42-46):
En aquel tiempo, dijo el Señor:
«¡Ay
de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de
toda clase de legumbres, mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios!
Esto habría que practicar, sin descuidar aquello.
¡Ay
de vosotros, fariseos, que os encantan los asientos de honor en las sinagogas y
las reverencias por la calle!
¡Ay
de vosotros, que sois como tumbas sin señal, que la gente pisa sin saberlo!»
Un
maestro de la Ley intervino y le dijo:
«Maestro,
diciendo eso nos ofendes también a nosotros.»
Jesús
replicó:
«¡Ay
de vosotros también, maestros de la Ley, que abrumáis a la gente con cargas
insoportables, mientras vosotros no las tocáis ni con un dedo!»
Palabra
del Señor
1. Jesús les echa en cara a los
fariseos, los hombres socialmente más reconocidos como piadosos y fieles
religiosos, los defectos en los que las personas observantes incurren a veces y
hasta con frecuencia.
El más patente de esos defectos
consiste en cumplir meticulosamente con obligaciones insignificantes (pagar el
diezmo por las legumbres secas y cosas parecidas), mientras que se descuidan o
se olvidan de obligaciones tan serias como
son la justicia, pagar bien a los empleados, no tolerar privilegios
fiscales y, sobre todo, amar a Dios y al prójimo con sinceridad y eficacia.
Esto, que ya ocurría en tiempo de
Jesús, sigue ocurriendo en nuestro tiempo. Con
un agravante: las cantidades
de dinero, de capital financiero y de riqueza,
que se acumulan y se les quitan
a los pobres, han aumentado escandalosamente en los últimos
tiempos. De ahí, la cantidad de quejas
fundadas que mucha gente tiene contra
la Iglesia
porque, entre otras cosas, habla mucho de los derechos de la religión, al
tiempo que no cumple con los derechos
humanos y con los sentimientos más elementales de misericordia y bondad.
2.
El otro gran fallo, que es frecuente en los dirigentes religiosos, es
cargar a los fieles con obligaciones pesadas, que los funcionarios de la
religión no soportan para ellos. Esto exactamente es lo que ocurre cuando, por
ejemplo, hablan de la pobreza quienes gozan de una seguridad económica que
tienen pocas personas en este momento.
O cuando se ponen a exigir a matrimonios y familias sacrificios que
quien vive como un solterón no está dispuesto a soportar.
Este tipo de contradicciones, por lo
demás tan claras y frecuentes, refuerzan el desinterés de unos y el desprecio
de otros hacia todo cuanto huele a pelusa de sacristía.
3.
Por lo demás, no vendría mal tener siempre muy presente que todos, de
una forma o de otra, podemos y solemos incurrir en estas contradicciones
seguramente más de lo que imaginamos.
Todo el que tiene alguna forma de
poder sobre otros puede perfectamente incurrir
en este tipo de contradicciones, tenga las creencias que tenga o crea tener.
Santa Eduvigis
Nació en Baviera hacia el año 1174; se casó con el príncipe de
Silesia, del que tuvo siete hijos. Llevó una vida de piedad, dedicándose a
socorrer a pobres y enfermos, fundando para ellos lugares de asilo. Al morir su
esposo, ingresó en el monasterio de Trebnitz, donde murió en el año 1243
Hacia
el año 1174 nació en Baviera la niña Eduviges, hija del conde Bertoldo de
Andechs. Sus padres la confiaron a las religiosas del monasterio de Kintzingen,
en Franconia. Gertrudis, hermana de Eduviges, fue madre Santa Isabel de
Hungría.
A los
doce años, Eduviges contrajo matrimonio con el duque Enrique de Silesia, quien
sólo tenía dieciocho años. Dios los bendijo con siete hijos. El esposo de
Eduviges heredó el ducado a la muerte de su padre, en 1202. Inmediatamente, a
instancia de su esposa, fundó el gran monasterio de religiosas cistercienses de
Trebnitz, a cinco kilómetros de Breslau. Se cuenta que todos los malhechores de
Silesia fueron ordenados a trabajar en la construcción del monasterio, que fue
el primer convento de religiosas en Silesia. El duque y su mujer fundaron
además otros muchos monasterios, con lo cual no sólo propagaron en sus
territorios la vida religiosa, sino también la cultura germánica. Entre los
monasterios fundados por los duques, los había de cistercienses, de canónigos
de San Agustín, de dominicos y de franciscanos. Enrique fundó el Hospital de la
Santa Cruz en Breslau, y Santa Eduviges, un hospital para leprosas en Neumarkt
donde solía asistir personalmente a las enfermas.
Después
del nacimiento de su último hijo, en 1209, Eduviges y su marido de mutuo
acuerdo hicieron voto de continencia perpetua. Según se cuenta, en sus
restantes treinta años de vida, Enrique no volvió a llevar oro, plata o
púrpura.
Los
hijos de Enrique y Eduviges les hicieron sufrir mucho. En 1212, el duque
repartió sus posesiones entre Enrique y Conrado, sus hijos varones, pero
ninguno de los dos quedó contento con su parte. A pesar de que Santa Eduviges
hizo cuanto pudo por reconciliarlos, los dos hermanos y sus partidarios
trabaron batalla, y Enrique derrotó a su hermano Conrado. Esa pena ayudó a
Santa Eduviges a deplorar la vanidad de las cosas del mundo y a despegarse más
y más de ellas. De los siete hijos solo Gertrudis sobrevivió a sus padres y fue
abadesa de Trebnitz.
A partir
de 1209, la santa fijó su principal residencia en el monasterio de Trebnitz, a
donde solía retirarse con frecuencia. Durante sus retiros, dormía en la sala
común con las otras religiosas y observaba exactamente la distribución. No
usaba más que una túnica y un manto, lo mismo en invierno que en verano y
llevaba, sobre sus carnes una camisa de pelo con mangas de seda para que nadie
lo sospechase. Como acostumbraba a caminar hasta la Iglesia con los pies
desnudos sobre la nieve los tenía destrozados, pero llevaba siempre en la mano
un par de zapatos para ponérselos si encontraba a alguien por el camino. Un
abad le regaló en cierta ocasión un par de zapatos nuevos y le arrancó la
promesa de que los usaría. Algún tiempo después, el abad volvió a ver a la
santa descalza y le preguntó dónde estaban los zapatos. Eduviges los sacó de
entre los pliegues de su manto, diciendo: “Siempre los llevo aquí”
En
1227, los duques Enrique de Silesia y Ladislao de Sadomir se reunieron para
organizar la defensa contra el ataque del “svatopluk” de Pomerania. Pero el
svatopluk se enteró y cayó sobre ellos, precisamente durante la reunión y
Enrique, que estaba en el baño, apenas logró escapar con vida. Santa Eduviges
acudió lo más pronto posible a cuidar a su marido, pero éste había partido ya
con Conrado de Masovia para defender los territorios de Ladislao, quien había
perecido a manos del svatopluk. La victoria favoreció a Enrique, el cual se
estableció en Cracovia. Pero al poco tiempo fue nuevamente atacado por sorpresa
en Mass, y Conrado de Plock le tomó prisionero. La fiel Eduviges intervino y
consiguió que ambos duques llegasen a un acuerdo, mediante el matrimonio de las
dos nietas de Enrique con los dos hijos de Conrado. Así se evitó el encuentro
entre ellos con gran regocijo de Santa Eduviges, quien siempre hacía cuanto
estaba de su mano para evitar el derramamiento de sangre.
En
1238, murió el marido de Santa Eduviges y fue sucedido por su hijo Enrique,
apodado el “Bueno”. Cuando la noticia de la muerte del duque llegó al
monasterio de Trebnitz, las religiosas lloraron mucho; Eduviges fue la única
que permaneció serena y reconfortó a las demás: ¿Por qué os quejáis de la
voluntad de Dios? Nuestras vidas están en sus manos, y todo lo que Él hace está
bien hecho, lo mismo si se trata de nuestra propia muerte que de la muerte de
los seres amados”. La santa tomó entonces el hábito religioso de Trebnitz, pero
no hizo los votos para poder seguir administrando sus bienes en favor de los
pobres. En cierta ocasión, Santa Eduviges encontró a una pobre mujer que no
sabía el Padrenuestro y comenzó a enseñárselo; como la infeliz aldeana no
consiguiese aprenderlo, la santa la llevó a dormir a su propio cuarto para
aprovechar todos los momentos libres y repetirle la oración hasta que la mujer
consiguió aprenderla de memoria y entender lo que decía.
En
1240, los tártaros invadieron Ucrania y Polonia. El duque Enrique II les
presentó la batalla cerca de Wahlstadt. Se dice que los tártaros emplearon
entonces gases venenosos: “un humo espeso y nauseabundo brotaba en forma de
serpiente de unos tubos de cobre y embrutecía a los soldados polacos.” Enrique
pereció en la batalla. Santa Eduviges tuvo una revelación sobre la muerte de su
hijo tres días antes de que llegase la noticia y dijo a su amiga Dermudis: “He
perdido a mi hijo; se me ha escapado de las manos como un pajarito y jamás
volveré a verle.” Cuando el mensajero trajo la triste noticia, Santa Eduviges
consoló a su propia hija Gertrudis y a Ana, la esposa de Enrique.
Dios
premió la fe de su sierva con el don de milagros. Una religiosa ciega recobró
la vista cuando la santa trazó sobre ella la señal de la cruz. El biógrafo de
Eduviges relata varias otras curaciones milagrosas obradas por ella y menciona
diversas profecías de la santa, entre las que se contaba la de su propia
muerte. Durante su última enfermedad, aunque todos la creían fuera de peligro,
santa Eduviges pidió la extremaunción. Murió en octubre de 1243 y fue sepultada
en Trebnitz. Su canonización se llevó a cabo en 1267. En 1706, la fiesta de
Santa Eduviges fue incluida en el calendario universal de la Iglesia de
occidente.
Fuente: Vidas de Santos Tomo IV; Butler.
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