17 de OCTUBRE – JUEVES –
28ª – SEMANA DEL T. O. – C –
San Ignacio de Antioquía
(siglos I-II)
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (3,21-30a):
Ahora, la justicia de Dios, atestiguada por la Ley y los
profetas, se ha manifestado independientemente de la Ley. Por la fe en
Jesucristo viene la justicia de Dios a todos los que creen, sin distinción
alguna. Pues todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios, y son
justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención de Cristo
Jesús, a quien Dios constituyó sacrificio de propiciación mediante la fe en su
sangre.
Así
quería Dios demostrar que no fue injusto dejando impunes con su tolerancia los
pecados del pasado; se proponía mostrar en nuestros días su justicia salvadora,
demostrándose a sí mismo justo y justificando al que apela a la fe en Jesús.
Y
ahora, ¿dónde queda el orgullo? Queda eliminado. ¿En nombre de qué? ¿De las
obras? No, en nombre de la fe.
Sostenemos,
pues, que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la Ley. ¿Acaso
es Dios sólo de los judíos? ¿No lo es también de los gentiles?
Evidente
que también de los gentiles, si es verdad que no hay más que un Dios.
Palabra
de Dios
Salmo:
129,1-2.3-4.5
R/. Del
Señor viene la misericordia,
la
redención copiosa
Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica. R/.
Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el
perdón,
y así infundes respeto. R/.
Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al
Señor. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (11,47-54):
En aquel tiempo, dijo el Señor:
«¡Ay
de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, después que vuestros
padres los mataron! Así sois testigos de lo que hicieron vuestros padres, y lo
aprobáis; porque ellos los mataron, y vosotros les edificáis sepulcros.
Por
algo dijo la sabiduría de Dios:
"Les
enviaré profetas y apóstoles; a algunos los perseguirán y matarán"; y así,
a esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de los profetas derramada
desde la creación del mundo; desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías, que
pereció entre el altar y el santuario.
Sí,
os lo repito: se le pedirá cuenta a esta generación.
¡Ay
de vosotros, maestros de la Ley, que os habéis quedado con la llave del saber; vosotros,
¡que no habéis entrado y habéis cerrado el paso a los que intentaban entrar!»
Al
salir de allí, los escribas y fariseos empezaron a acosarlo y a tirarle de la
lengua con muchas preguntas capciosas, para cogerlo con sus propias palabras.
Palabra
de Señor
1.
El modo o forma de comportamiento, que Jesús denuncia en este evangelio,
por desgracia está más generalizado de lo que imaginamos. Porque no es propio solamente de los
actuales escribas y fariseos. Es decir, de los actuales profesionales de la
religión. Es la conducta que suelen tener casi todos los integristas
intransigentes, en lo que se refiere a la observancia de la religión.
Por eso, lo primero que este texto de
Lucas pone en boca de Jesús es el comportamiento tan contradictorio que los
profesionales de la religión suelen
tener contra los "profetas", tanto
los antiguos como los actuales.
Tal comportamiento se resume en lo
siguiente: cuando los profetas resultan molestos para la institución religiosa,
se les persigue, se les expulsa, se les difama, se les desautoriza y, si es
preciso, se les mata.
Pero, luego, cuando a la institución
religiosa le conviene, se pone al profeta en
un pedestal, se le canoniza, se le presenta
como modelo y ejemplo.
2.
Por eso no es de extrañar que en la Iglesia se hagan cosas muy
parecidas. Cosas que no son sino la prolongación en la historia del conflicto
entre sacerdotes y profetas, tal como sucedió en Israel.
Durante el s. XX, la misma Curia
Vaticana persiguió a teólogos tan reconocidos como De Lubac o Congar a los que
luego elevó al rango de cardenales.
Estas conductas vaticanas han
colaborado poderosamente al empobrecimiento de
la teología católica,
sobre todo, en Europa y especialmente en el
ámbito de la dogmática.
Hoy, en los seminarios y centros de
estudios eclesiásticos, se ha creado un clima de miedo, no siempre reconocido,
pero sumamente eficaz para bloquear la
creatividad teológica y la mejor difusión del
Evangelio.
3.
Y no es de menos actualidad la acusación que Jesús les hace a los
juristas: "os habéis quedado con la llave del saber". El control
creciente y abrumador que la jerarquía eclesiástica ejerce sobre el saber de
las cosas de Dios, de Jesús, del Evangelio... "cierra el paso a los que
intentan entrar". Y es que la "gente sencilla" sintoniza con el
Evangelio mucho mejor que los "sabios y entendidos" (Mt 11, 25 par).
En tiempos pasados, cuando la sociedad
se mantenía impregnada de religiosidad, la Iglesia podía subsistir. En este
momento, y más de ahora en adelante, la Iglesia se va quedando reducida a un
gueto, una especie de secta, cada vez más marginal, más desplazada y con menos capacidad
de influjo en la sociedad, sobre todo en las sociedades avanzadas de los países
industrializados.
No nos queda más solución que el
retorno al Evangelio.
Ignacio fue el segundo sucesor de
Pedro en el gobierno de la Iglesia de Antioquía.
Condenado a morir devorado por las fieras, fue trasladado a Roma
y allí recibió la corona de su glorioso martirio en el año 107, en tiempos del
emperador Trajano.
En su viaje a Roma, escribió siete cartas dirigidas a varias
Iglesias, en las que trata sabia y eruditamente de Cristo, de la constitución
de la Iglesia y de la vida cristiana.
Ya en el siglo IV, se celebraba en Antioquía su memoria el mismo
día de hoy.
Fue el
tercer obispo de Antioquía, lugar donde se empezó a conocer a los seguidores de
Cristo como cristianos. Ignacio fue el primero en llamar a la Iglesia católica.
Fue condenado a morir devorado por los leones. Oraba intensamente para que los
leones le destrozaran por amor a Dios. Durante el viaje al martirio escribió
siete cartas a las Iglesias de Asia Menor
Poco
se sabe de la vida familiar de Ignacio de Antioquía. Casi todo lo que hoy se
sabe de él proviene de las siete cartas que él mismo escribió mientras era
llevado al martirio.
Se
dice que él fue el niño al que Jesucristo llamó para invitar a sus apóstoles a
hacerse como niños: «Él llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: Os
aseguro que si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos».
Ignacio
fue el tercer obispo de Antioquía, situada en Siria. La ciudad era una de las
más importantes de toda la cristiandad. Fue allí donde se empezó a llamar
cristianos a los discípulos de Cristo. Fue allí también donde Ignacio se
refirió a la Iglesia como católica, es decir, universal. Antioquía, en orden de
importancia, se situaba solo detrás de Roma y Alejandría. Era una ciudad con
gran número de cristianos.
Antioquia
era gobernada bajo las órdenes del emperador Trajano, que si bien al principio
respetó a los cristianos, posteriormente los persiguió por oponerse a los
dioses que él adoraba. Ignacio fue arrestado por negarse a adorar a dichos
dioses y por proclamar la existencia de un solo Dios verdadero.
Fue
conducido a Roma para ser martirizado. Durante el viaje escribió sus famosas
siete cartas, que se pueden dividir en dos grupos. Las primeras seis cartas
iban dirigidas a las iglesias de Asia Menor para exhortarlas a mantener la
unidad interna y prevenirlas contra las enseñanzas judaizantes, entro otras. La
séptima carta está dirigida a la Iglesia de Roma. En ella, les pide que no
intercedan por él para salvarle del martirio. Al contrario, les escribió: «Por
favor: no le vayan a pedir a Dios que las fieras no me hagan nada. Esto no
sería para mí un bien sino un mal. Yo quiero ser devorado, molido como trigo,
por los dientes de las fieras para así demostrarle a Cristo Jesús el gran amor
que le tengo. Y si cuando yo llegue allá me lleno de miedo, no me vayan a hacer
caso si digo que ya no quiero morir. Que vengan sobre mí, fuego, cruz,
cuchilladas, fracturas, mordiscos, desgarrones, y que mi cuerpo sea hecho
pedazos con tal de poder demostrarle mi amor al Señor Jesús».
En
cada parada de viaje aprovechaba para reunirse con los cristianos de la zona,
que salían junto con su obispo para escuchar a Ignacio y recibir su bendición.
Al
llegar a Roma, fue conducido al Coliseo donde fue echado a la tierra para ser
devorado por las fieras. Las autoridades soltaron dos leones hambrientos que
destrozaron a Ignacio, otorgándole la gloriosa corona del martirio que tanto
ansiaba por amor a Jesucristo. San Ignacio murió en el año 107. Sus restos
fueron trasladados de nuevo a Antioquía.
José Calderero
@jcalderero
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