miércoles, 16 de octubre de 2019

Párate un momento: El Evangelio del dia 17 de OCTUBRE – JUEVES – 28ª – SEMANA DEL T. O. – C – San Ignacio de Antioquía (siglos I-II)





17 de OCTUBRE – JUEVES –
28ª – SEMANA DEL T. O. – C –
San Ignacio de Antioquía
(siglos I-II)

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (3,21-30a):

Ahora, la justicia de Dios, atestiguada por la Ley y los profetas, se ha manifestado independientemente de la Ley. Por la fe en Jesucristo viene la justicia de Dios a todos los que creen, sin distinción alguna. Pues todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios, y son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención de Cristo Jesús, a quien Dios constituyó sacrificio de propiciación mediante la fe en su sangre.
Así quería Dios demostrar que no fue injusto dejando impunes con su tolerancia los pecados del pasado; se proponía mostrar en nuestros días su justicia salvadora, demostrándose a sí mismo justo y justificando al que apela a la fe en Jesús.
Y ahora, ¿dónde queda el orgullo? Queda eliminado. ¿En nombre de qué? ¿De las obras? No, en nombre de la fe.
Sostenemos, pues, que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la Ley. ¿Acaso es Dios sólo de los judíos? ¿No lo es también de los gentiles?
Evidente que también de los gentiles, si es verdad que no hay más que un Dios.

Palabra de Dios

Salmo: 129,1-2.3-4.5

R/. Del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa

Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica. R/.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto. R/.

Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor. R/.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,47-54):

En aquel tiempo, dijo el Señor:
«¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, después que vuestros padres los mataron! Así sois testigos de lo que hicieron vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los mataron, y vosotros les edificáis sepulcros.
Por algo dijo la sabiduría de Dios:
"Les enviaré profetas y apóstoles; a algunos los perseguirán y matarán"; y así, a esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de los profetas derramada desde la creación del mundo; desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías, que pereció entre el altar y el santuario.
Sí, os lo repito: se le pedirá cuenta a esta generación.
¡Ay de vosotros, maestros de la Ley, que os habéis quedado con la llave del saber; vosotros, ¡que no habéis entrado y habéis cerrado el paso a los que intentaban entrar!»
Al salir de allí, los escribas y fariseos empezaron a acosarlo y a tirarle de la lengua con muchas preguntas capciosas, para cogerlo con sus propias palabras.

Palabra de Señor

1.  El modo o forma de comportamiento, que Jesús denuncia en este evangelio, por desgracia está más generalizado de lo que imaginamos.   Porque no es propio solamente de los actuales escribas y fariseos. Es decir, de los actuales profesionales de la religión. Es la conducta que suelen tener casi todos los integristas intransigentes, en lo que se refiere a la observancia de la religión.
Por eso, lo primero que este texto de Lucas pone en boca de Jesús es el comportamiento tan contradictorio que los profesionales de la religión suelen
tener contra los "profetas", tanto los antiguos como los actuales.
Tal comportamiento se resume en lo siguiente: cuando los profetas resultan molestos para la institución religiosa, se les persigue, se les expulsa, se les difama, se les desautoriza y, si es preciso, se les mata.
Pero, luego, cuando a la institución
religiosa le conviene, se pone al profeta en un pedestal, se le canoniza, se le presenta   como modelo y ejemplo.

2.  Por eso no es de extrañar que en la Iglesia se hagan cosas muy parecidas. Cosas que no son sino la prolongación en la historia del conflicto entre sacerdotes y profetas, tal como sucedió en Israel.
Durante el s. XX, la misma Curia Vaticana persiguió a teólogos tan reconocidos como De Lubac o Congar a los que luego elevó al rango de cardenales.
Estas conductas vaticanas han
colaborado poderosamente al empobrecimiento de la teología católica,
sobre todo, en Europa y especialmente en el ámbito de la dogmática. 
Hoy, en los seminarios y centros de estudios eclesiásticos, se ha creado un clima de miedo, no siempre reconocido, pero sumamente eficaz para bloquear la
creatividad teológica y la mejor difusión del Evangelio.

3.  Y no es de menos actualidad la acusación que Jesús les hace a los juristas: "os habéis quedado con la llave del saber". El control creciente y abrumador que la jerarquía eclesiástica ejerce sobre el saber de las cosas de Dios, de Jesús, del Evangelio... "cierra el paso a los que intentan entrar". Y es que la "gente sencilla" sintoniza con el Evangelio mucho mejor que los "sabios y entendidos" (Mt 11, 25 par).
En tiempos pasados, cuando la sociedad se mantenía impregnada de religiosidad, la Iglesia podía subsistir. En este momento, y más de ahora en adelante, la Iglesia se va quedando reducida a un gueto, una especie de secta, cada vez más marginal, más desplazada y con menos capacidad de influjo en la sociedad, sobre todo en las sociedades avanzadas de los países industrializados.
No nos queda más solución que el retorno al Evangelio.



 Ignacio fue el segundo sucesor de Pedro en el gobierno de la Iglesia de Antioquía.
Condenado a morir devorado por las fieras, fue trasladado a Roma y allí recibió la corona de su glorioso martirio en el año 107, en tiempos del emperador Trajano.
En su viaje a Roma, escribió siete cartas dirigidas a varias Iglesias, en las que trata sabia y eruditamente de Cristo, de la constitución de la Iglesia y de la vida cristiana.
Ya en el siglo IV, se celebraba en Antioquía su memoria el mismo día de hoy.

Fue el tercer obispo de Antioquía, lugar donde se empezó a conocer a los seguidores de Cristo como cristianos. Ignacio fue el primero en llamar a la Iglesia católica. Fue condenado a morir devorado por los leones. Oraba intensamente para que los leones le destrozaran por amor a Dios. Durante el viaje al martirio escribió siete cartas a las Iglesias de Asia Menor
Poco se sabe de la vida familiar de Ignacio de Antioquía. Casi todo lo que hoy se sabe de él proviene de las siete cartas que él mismo escribió mientras era llevado al martirio.
Se dice que él fue el niño al que Jesucristo llamó para invitar a sus apóstoles a hacerse como niños: «Él llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: Os aseguro que si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos».
Ignacio fue el tercer obispo de Antioquía, situada en Siria. La ciudad era una de las más importantes de toda la cristiandad. Fue allí donde se empezó a llamar cristianos a los discípulos de Cristo. Fue allí también donde Ignacio se refirió a la Iglesia como católica, es decir, universal. Antioquía, en orden de importancia, se situaba solo detrás de Roma y Alejandría. Era una ciudad con gran número de cristianos.
Antioquia era gobernada bajo las órdenes del emperador Trajano, que si bien al principio respetó a los cristianos, posteriormente los persiguió por oponerse a los dioses que él adoraba. Ignacio fue arrestado por negarse a adorar a dichos dioses y por proclamar la existencia de un solo Dios verdadero.
Fue conducido a Roma para ser martirizado. Durante el viaje escribió sus famosas siete cartas, que se pueden dividir en dos grupos. Las primeras seis cartas iban dirigidas a las iglesias de Asia Menor para exhortarlas a mantener la unidad interna y prevenirlas contra las enseñanzas judaizantes, entro otras. La séptima carta está dirigida a la Iglesia de Roma. En ella, les pide que no intercedan por él para salvarle del martirio. Al contrario, les escribió: «Por favor: no le vayan a pedir a Dios que las fieras no me hagan nada. Esto no sería para mí un bien sino un mal. Yo quiero ser devorado, molido como trigo, por los dientes de las fieras para así demostrarle a Cristo Jesús el gran amor que le tengo. Y si cuando yo llegue allá me lleno de miedo, no me vayan a hacer caso si digo que ya no quiero morir. Que vengan sobre mí, fuego, cruz, cuchilladas, fracturas, mordiscos, desgarrones, y que mi cuerpo sea hecho pedazos con tal de poder demostrarle mi amor al Señor Jesús».
En cada parada de viaje aprovechaba para reunirse con los cristianos de la zona, que salían junto con su obispo para escuchar a Ignacio y recibir su bendición.
Al llegar a Roma, fue conducido al Coliseo donde fue echado a la tierra para ser devorado por las fieras. Las autoridades soltaron dos leones hambrientos que destrozaron a Ignacio, otorgándole la gloriosa corona del martirio que tanto ansiaba por amor a Jesucristo. San Ignacio murió en el año 107. Sus restos fueron trasladados de nuevo a Antioquía.

José Calderero @jcalderero




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