6 de OCTUBRE – DOMINGO –
27ª – SEMANA DEL T. O. – C –
Lectura
de la profecía de Habacuc (1,2-3;2,2-4):
¿Hasta cuándo, Señor,
pediré auxilio sin que
me oigas,
te gritaré: ¡Violencia!,
sin que me salves?
¿Por qué me haces ver
crímenes
y contemplar opresiones?
¿Por qué pones ante mí
destrucción y violencia,
y surgen disputas
y se alzan contiendas?
Me respondió el Señor:
Escribe la visión y
grábala
en tablillas, que se lea
de corrido;
pues la visión tiene un
plazo,
pero llegará a su
término sin defraudar.
Si
se atrasa, espera en ella,
pues llegará y no
tardará.
Mira, el altanero no
triunfará;
pero el justo por su fe
vivirá.
Palabra
de Dios
Salmo:
94,1-2.6-7.8-9
R/.
Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».
V/.
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca
que nos salva;
entremos a su presencia
dándole gracias,
aclamándolo con cantos. R/.
V/.
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor,
creador nuestro.
Porque él es nuestro
Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía. R/.
V/.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el
corazón como en Meribá,
como el día de Masa en
el desierto;
cuando vuestros padres
me pusieron a prueba y me tentaron,
aunque habían visto mis
obras». R/.
Lectura
de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo (1,6-8.13-14):
Querido hermano:
Te recuerdo que reavives
el don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos, pues Dios no nos
ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza. Así
pues, no te avergüences del testimonio de nuestro Señor ni de mí, su
prisionero; antes bien, toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según
la fuerza de Dios.
Ten
por modelo las palabras sanas que has oído de mí en la fe y el amor que tienen
su fundamento en Cristo Jesús. Vela por el precioso depósito con la ayuda del
Espíritu Santo que habita en nosotros.
Palabra
de Dios
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (17,5-10):
En aquel tiempo, los apóstoles le dijeron al Señor:
«Auméntanos
la fe».
El
Señor dijo:
«Si
tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera:
“Arráncate
de raíz y plántate en el mar», y os obedecería.
¿Quién
de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve
del campo:
“Enseguida,
ven y ponte a la mesa”?
¿No
le diréis más bien:
“Prepárame
de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás
tú”?
¿Acaso tenéis que estar
agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando
hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid:
“Somos
siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”».
Palabra
del Señor
Falta de fe y sobra de presunción.
Después de la parábola del
rico y Lázaro, Lucas empalma cuatro enseñanzas de Jesús a los apóstoles a
propósito del escándalo, el perdón, la fe y la humildad. Son frases muy breves,
sin aparente relación entre ellas, pronunciadas por Jesús en distintos
momentos. De esas cuatro enseñanzas, el evangelio de este domingo ha
seleccionado sólo las dos últimas, sobre la fe y la humildad (Lucas 17,5-10).
Menos
fe que un ateo
En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor:
‒ Auméntanos la fe.
El Señor
contestó:
‒ Si
tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa montaña: «Arráncate de raíz y plántate en el mar». Y os
obedecería.
El evangelio de Mateo
cuenta algo parecido: un padre trae a su hijo, que sufre ataques de epilepsia,
para que lo curen los apóstoles. Ellos no lo consiguen. Aparece Jesús, y lo
cura de inmediato. Los apóstoles, admirados, le preguntan por qué ellos no han
sido capaces de curarlo. Y Jesús les responde: “Por vuestra poca fe. Si
tuvierais fe como un grano de mostaza…”
Lucas le da un enfoque
distinto, más irónico y malicioso. En su evangelio los apóstoles no buscan la
explicación a un fracaso, sino que formulan una petición: “Auméntanos la fe”.
¿Qué piden los apóstoles?
¿Qué idea tienen de la fe? Ya que no eran grandes teólogos, ni habían estudiado
nuestro catecismo, su preocupación no se centra en el Credo ni en un conjunto
de verdades. Si leemos el evangelio de Lucas desde el comienzo hasta el momento
en el que los apóstoles formulan su petición, encontramos cuatro episodios en
los que se habla de la fe:
1 Jesús, viendo la fe de
cuatro personas que le llevan a un paralítico, lo perdona y lo cura (5,20).
2 Cuando un centurión le
pide a Jesús que cure a su criado, diciendo que le basta pronunciar una palabra
para que quede sano, Jesús se admira y dice que nunca ha visto una fe
tan grande, ni siquiera en Israel (7,9).
3 A la prostituta que llora
a sus pies, le dice: “Tu fe te ha salvado” (7,50).
4 A la mujer con flujo de
sangre: “Hija, tu fe te ha salvado” (8,48).
En todos estos casos, la
fe se relaciona con el poder milagroso de Jesús. La persona que tiene fe es la
que cree que Jesús puede curarla o curar a otro.
Pero la actitud de los
apóstoles no es la de estas personas. En el capítulo 8, cuando una tempestad
amenaza con hundir la barca en el lago, no confían en el poder de Jesús y
piensan que morirán ahogados. Y Jesús les reprocha: “¿Dónde está vuestra fe?
(8,25). La petición del evangelio de hoy, “auméntanos la fe”, empalmaría muy
bien con ese episodio de la tempestad calmada: “tenemos poca fe, haz que
creamos más en ti”. Pero Jesús, como en otras ocasiones, responde de forma
irónica y desconcertante: “Vuestra fe no llega ni al tamaño de un grano de
mostaza”.
¿Qué puede motivar una
respuesta tan dura a una petición tan buena? El texto no lo dice. Pero podemos
aventurar una idea: lo que pretende Lucas es dar un severo toque de atención a
los responsables de las comunidades cristianas. La historia demuestra que
muchas veces los papas, obispos, sacerdotes y religiosos/as nos consideramos
por encima del resto del pueblo de Dios, como las verdaderas personas de fe y
los modelos a imitar. No sería raro que esto mismo ocurriese en la iglesia
antigua, y Lucas nos recuerda las palabras de Jesús: “No presumáis de fe, no
tenéis ni un gramo de ella”.
Ni las
gracias ni propina
En línea parecida iría la
enseñanza sobre la humildad. El apóstol, el misionero, los responsables de las comunidades
pueden sufrir la tentación de pensar que hacen algo grande, excepcional. Jesús
vuelve a echarles un jarro de agua fría.
Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando
vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: «En seguida, ven y ponte a la
mesa»? ¿No le diréis: «Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y
bebo, y después comerás y beberás tú»? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado
porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo
mandado, decid: «Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que
hacer».
La parábola es de una
ironía sutil. Al principio, el lector u oyente se siente un gran propietario,
que dispone de criados a los que puede dar órdenes. Al final, le dicen que el
propietario es Dios, y él es un pobre siervo, que se limita a hacer lo que le
mandan. El mensaje quizá se capte mejor traduciendo la parábola a una situación
actual.
Suponed que entráis en un bar. ¿Quién de vosotros le dice al camarero:
«¿Qué quiere usted tomar?». ¿No le decís: «Una cerveza», o «un café»? ¿Tenéis
que darle las gracias al camarero porque lo traiga? ¿Tenéis que dejarle una
propina?
Pues vosotros sois como el camarero. Cuando hayáis hecho lo que Dios os
encargue, no penséis que habéis hecho algo extraordinario. No merecéis las gracias
ni propina.
Un lenguaje duro,
hiriente, muy típico del que usa Jesús con sus discípulos.
El profeta
Habacuc y la fe (Hab 1,2-3; 2, 2-4)
La primera lectura, tomada
de la profecía de Habacuc habla también de la fe, aunque el punto de vista es
muy distinto. El mensaje de este
profeta es de los más breves y de los más desconocidos. Una lástima, porque el
tema que trata es de perenne actualidad: la injusticia del imperialismo. En su época, el recuerdo reciente de la
opresión asiria se une a la experiencia del dominio egipcio y babilónico. Tres
imperios distintos, una misma opresión. El profeta comienza quejándose a Dios:
¿Hasta cuándo clamaré,
Señor, sin que escuches?
¿Te gritaré “violencia” sin
que salves?
¿Por qué me haces ver desgracias,
me muestras trabajos, violencias y catástrofes,
surgen luchas, se alzan contiendas?
Habacuc no comprende que Dios contemple impasible las
desgracias de su tiempo, la opresión del faraón y de su marioneta, el rey
Joaquín. Y el Señor le responde que piensa castigar a los opresores egipcios
mediante otro imperio, el babilónico (1,5-8). Pero esta respuesta de Dios es
insatisfactoria: al cabo de poco tiempo, los babilonios resultan tan déspotas y
crueles como los asirios y los egipcios. Y el profeta se queja de nuevo a Dios:
le duele la alegría con la que el nuevo imperio se apodera de las naciones y
mata pueblos sin compasión. No comprende que Dios «contemple en silencio a
los traidores, al culpable que devora al inocente». Y así, en actitud
vigilante, espera una nueva respuesta de Dios.
El Señor me respondió así:
«Escribe la visión, grábala en tablillas, de modo que se lea de
corrido.
La visión espera su momento, se acerca su término y no fallará;
si tarda, espera, porque ha de llegar sin retrasarse.
El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe.»
La visión que llegará sin
retrasarse es la de la destrucción de Babilonia. El injusto es el imperio
babilónico, que será castigado por Dios. El justo es el pueblo judío y todos
los que confíen en la acción salvadora del Señor.
El tema tratado por
Habacuc no tiene relación con la petición de los discípulos. Pero las palabras
finales, “el justo vivirá por su fe”, tuvieron mucha importancia para san
Pablo, que las relacionó con la fe en Jesús. Este puede ser el punto de
contacto con el evangelio. Porque, aunque nuestra fe no llegue al grano de
mostaza ni esperemos cambiar montañas de sitio, esa pizca de fe en Jesús nos da
la vida, y es bueno seguir pidiendo: “auméntanos la fe”.
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