1 DE JUNIO – LUNES –
Lectura del
libro del Génesis: 3, 9-15.20
DESPUÉS
de comer Adán del árbol, el Señor Dios lo llamó y le dijo: «Dónde estás?». Él
contestó: «Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me
escondí». El Señor Dios le replicó: «¿Quién te informó de que estabas desnudo?,
¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?». Adán respondió: «La
mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí». El Señor Dios
dijo a la mujer: «¿Qué has hecho?». La mujer respondió: «La serpiente me sedujo
y comí». El Señor Dios dijo a la serpiente: «Por haber hecho eso, maldita tú
entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el
vientre y comerás polvo toda tu vida; pongo hostilidad entre ti y la mujer,
entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú
la hieras en el talón». Adán llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos
los que viven.
Palabra de
Dios
Lectura de los Hechos de los Apóstoles: 1,
12-14
Despúes de subir Jesus al cielo,
los apóstoles se volvieron a Jerusalén, desde el monte que llaman de los
Olivos, que dista de Jerusalén lo que se permite caminar en sábado. Cuando
llegaron, subieron a la sala superior, donde se alojaban: Pedro y Juan y
Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago el de Alfeo y
Simón el Zelotes y Judas el de Santiago. Todos ellos perseveraban unánimes en
la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús, y con sus
hermanos.
Palabra de
Dios
Salmo
responsorial: 86 (87), 1-2. 3 et 5. 6-7
R/ Cosas admirables se dicen de ti, Ciudad de Dios:¡Esta es la ciudad que fundó el Señor sobre las santas Montañas!
El ama las puertas de Sión más que a todas las moradas de Jacob. R/
Cosas admirables se dicen de ti, Ciudad de Dios:
Así se hablará de Sión:
«Este, y también aquél, han nacido en ella, y el Altísimo en persona la ha fundado». R/
Al registrar a los pueblos, el Señor escribirá:
«Este ha nacido en ella».
Y todos cantarán, mientras danzan:
«Todas mis fuentes de vida están en ti». R/
✠ Lectura
del santo Evangelio según San Juan:
19, 25-34
En aquel tiempo, junto a la cruz
de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y
María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo que
tanto amaba, dijo a su madre:
«Mujer, ahí está tu hijo».
Luego dijo al discípulo:
«Ahí está tu madre».
Y desde entonces el discípulo se la llevó a
vivir con él.
Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo
estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo:
«Tengo sed».
Había allí un jarro lleno de vinagre. Y,
sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron
a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
«Está cumplido».
E, inclinando la cabeza, entregó el
espíritu.
Los judíos entonces, como era el día de la
Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque
aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas
y que los quitaran.
Fueron los soldados, le quebraron las
piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al
llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino
que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió
sangre y agua.
Palabra del
Señor
1.- Celebramos
la memoria de la Virgen María, Madre de la Iglesia. En los Evangelios, cada vez
que se habla de María se habla de la “madre de Jesús”, como acabamos de leer
(Jn 19,25-34). Y aunque en la Anunciación no se dice la palabra “madre”, el
contexto es de maternidad: la madre de Jesús. Y esa actitud de madre acompaña
su obrar durante toda la vida de Jesús: ¡es madre! Tanto que, al final, Jesús
la da como madre a los suyos, en la persona de Juan: “Yo me voy, pero esta es
vuestra madre”. Esa es la maternidad de María.
Las palabras de la Virgen son palabras
de madre. Y lo son todas: después de aquellas, al principio, de disponibilidad
a la voluntad de Dios y de alabanza a Dios en el Magnificat, todas las palabras
de la Virgen son palabras de madre. Siempre está con el Hijo, hasta en las
actitudes: acompaña al Hijo, sigue al Hijo. Y ya antes, en Nazaret, lo hace
crecer, lo cría, lo educa, y luego lo sigue: “Tu madre está aquí”, le dicen.
María es madre desde el principio, desde el momento en que aparece en los
Evangelios, desde el momento de la Anunciación hasta el final, es madre. De
Ella no se dice “la señora” o “la viuda de José” —y en realidad lo podían
decir—, sino siempre María es madre.
2.- Los
Padres de la Iglesia lo entendieron muy bien, igual que entendieron que la
maternidad de María no acaba en Ella: va más allá. Siempre los Padre dicen que
María es Madre, que la Iglesia es madre y que tu alma es madre. Pues en esa
actitud que viene de María, Madre de la Iglesia, podemos comprender la
dimensión femenina de la Iglesia que, cuando falta, pierde su verdadera
identidad y acaba en una especie de asociación de beneficencia o en un equipo
de fútbol o en lo que sea, pero ya no es la Iglesia. Existe lo femenino en la
Iglesia, pues es maternal. La Iglesia es femenina, porque es ‘iglesia’,
‘esposa’ y es ‘madre’, da a luz. Esposa y madre. Pero los Padres van más allá y
dicen: “También tu alma es esposa de Cristo y madre”.
La Iglesia es “mujer”, y cuando
pensamos en el papel de la mujer en la Iglesia debemos remontarnos a esa
fuente: María, madre. Y la Iglesia es “mujer” porque es madre, porque es capaz
de “parir hijos”: su alma es femenina porque es madre, es capaz de dar a luz
actitudes de fecundidad. La maternidad de María es una cosa grande. Dios quiso
nacer de mujer para enseñarnos ese camino. Es más, Dios se enamoró de su pueblo
como un esposo de su esposa: lo dice el Antiguo Testamento, y es un gran
misterio. Podemos pensar que, si la Iglesia es madre, las mujeres deben tener
funciones en la Iglesia: sí, es verdad, hay tantas funciones que ya hacen.
Gracias a Dios, son muchas las tareas que las mujeres tienen en la Iglesia.
Pero eso no es lo más significativo:
lo importante es que la Iglesia sea mujer, que tenga esa actitud de esposa y de
madre, y cuando olvidamos eso, es una Iglesia masculina sin esa dimensión, y
tristemente se vuelve una Iglesia de solterones, que viven en aislamiento,
incapaces de amor, incapaces de fecundidad. Así que, sin la mujer, la Iglesia
no sale adelante, porque es mujer, y esa actitud de mujer le viene de María,
porque Jesús lo quiso así.
3.- El
rasgo que más distingue a la Iglesia como mujer, la virtud que más la distingue
como mujer, se ve en el gesto de María en el nacimiento de Jesús: “dio a luz a
su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre” (Lc
2,7). Una imagen donde se aprecia precisamente la ternura de toda madre con su
hijo: cuidarlo con ternura, para que no se lastime, para que esté bien
protegido. La ternura es también la actitud de la Iglesia que se siente mujer y
se siente madre. San Pablo —lo escuchamos ayer, y también en el breviario lo
hemos rezado— nos recuerda las virtudes del Espíritu y nos habla de la
mansedumbre, de la humildad, de esas virtudes llamadas “pasivas”, pero que, por
el contrario, son las virtudes fuertes, las virtudes de las madres. Por eso,
una Iglesia que es madre va por la senda de la ternura; sabe el lenguaje de
tanta sabiduría de las caricias, del silencio, de la mirada que sabe de
compasión, que sabe de silencio. Y también un alma, una persona que vive esa
pertenencia a la Iglesia, sabiendo que es madre y debe ir por la misma senda:
una persona mansa, tierna, sonriente, llena de amor.
María, madre; la Iglesia, madre;
nuestra alma, madre. Pensemos en esa riqueza grande de la Iglesia y nuestra; y
dejemos que el Espíritu Santo nos fecunde, a nosotros y a la Iglesia, para ser
también nosotros madres de los demás, con actitudes de ternura, de mansedumbre,
de humildad. Seguros de que ese es el camino de María. Qué curioso es el
lenguaje de María en los Evangelios: cuando habla al Hijo es para decirle cosas
que necesitan los demás; y cuando les habla a los demás, es para decirles:
“haced lo que Él os diga”.
Bienaventurada
Virgen María, Madre de la Iglesia
El papa Francisco, a través de un
Decreto de la Congregación para el Culto Divino, ha establecido que la memoria
de la «Virgen María, Madre de la Iglesia» se celebre cada año el lunes
siguiente a Pentecostés. Según señala el Decreto, «el Sumo Pontífice Francisco,
considerando atentamente que la promoción de esta devoción puede incrementar el
sentido materno de la Iglesia en los Pastores, en los religiosos y en los
fieles, así como la genuina piedad mariana, ha establecido que la memoria de la
bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, sea inscrita en el Calendario
Romano el lunes después de Pentecostés y sea celebrada cada año».
«Esta celebración
–continúa– nos ayudará a recordar que el crecimiento de la vida cristiana debe
fundamentarse en el misterio de la cruz, en la ofrenda de Cristo en el banquete
eucarístico y en la Virgen oferente, Madre del Redentor y de los redimidos».