6 DE MAYO – MIÉRCOLES –
4ª - SEMANA DE PASCUA – A –
Santo Domingo Savio
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (12,24–13,5):
EN aquellos días, la palabra de Dios iba creciendo y se multiplicaba. Cuando
cumplieron su servicio, Bernabé y Saulo se volvieron de Jerusalén, llevándose
con ellos a Juan, por sobrenombre Marcos.
En
la Iglesia que estaba en Antioquía había profetas y maestros: Bernabé, Simeón,
llamado Níger; Lucio, el de Cirene; Manahén, hermano de leche del tetrarca Herodes,
y Saulo.
Un día que estaban celebrando el culto al
Señor y ayunaban, dijo el Espíritu Santo:
«Apartadme
a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado».
Entonces,
después de ayunar y orar, les impusieron las manos y los enviaron. Con esta
misión del Espíritu Santo, bajaron a Seleucia y de allí zarparon para Chipre.
Llegados a Salamina, anunciaron la palabra
de Dios en las sinagogas de los judíos.
Palabra de Dios
Salmo 66,2-3.5.6.8
R/. Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben
Que Dios tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación. R/.
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
y gobiernas las naciones de la tierra. R/.
Oh, Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Que Dios nos bendiga; que le teman
todos los confines de la tierra. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan (12,44-50):
EN aquel tiempo, Jesús gritó diciendo:
«El
que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a
mí, ve al que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree
en mí no quedará en tinieblas.
Al que oiga mis palabras y no las cumpla, yo
no lo juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al
mundo. El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue: la
palabra que yo he pronunciado, esa lo juzgará en el último día. Porque yo no he
hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he
de decir y cómo he de hablar. Y sé que su mandato es vida eterna. Por tanto, lo
que yo hablo, lo hablo como me ha encargado el Padre».
Palabra del Señor
1. Lo
más claro y lo más fuerte, que aparece en este texto, es la afirmación de
Jesús:
"El
que me ve a mí, ve al que me ha enviado".
Es
exactamente lo mismo que Jesús le dijo al apóstol Felipe cuando se despedía de
sus discípulos:
"Quien
me ve a mí está viendo al Padre" (Jn 14, 9).
¿Qué veía
Felipe? ¿Qué veía la gente cuando veía a Jesús?
Todos
veían a un hombre, que comía, dormía, se cansaba... Uno de tantos (cf. Fil 2,
7).
Esto
plantea una pregunta fundamental
para el cristianismo y para
cualquier creyente. ¿Qué pregunta?
2. - ¿Es
que aquel vecino, modesto artesano de Nazaret, había sido elevado a la
condición divina?
O por el
contrario, -¿se trataba de que Dios había descendido hasta
identificarse con un ser de condición humana?
La
respuesta es ni lo uno ni lo otro. La respuesta está que Dios se dio a conocer
en aquel hombre que fue Jesús de Nazaret.
Por eso el
N. T. dice que Jesús es la
-"imagen" de Dios (Col
1, 15),
-la "reproducción" del
ser de Dios (Heb 1, 3), - la "Palabra" de Dios (Jn 1, 1-18),
-la "encarnación" de
Dios (Jn 1, 14),
- el "conocimiento" de
Dios (Mt 11, 25; Lc 10, 21),
- la "locura" y la
"debilidad" de Dios (1 Cori, 25),
- el "vaciamiento" de
Dios (Fil 2, 6).
De forma
que es cierto decir que, en Jesús, Dios se ha identificado con lo humano y se
ha fundido con cualquier humano, sea quien sea (Mt 25, 31.46).
3.
Por eso Jesús afirma que él ha venido al mundo "como luz". Los seres
humanos encontramos luz para nuestras vidas, no en el "milagro", el
"misterio, la "autoridad" (F. Dostoyevsky), sino en la
"humanidad" de las personas, en su bondad y su generosidad, su
honradez y su transparencia.
Así fue
Jesús. Y ese ha de ser nuestro camino, para ser luz en este mundo. Y toda la
tarea de la fe consiste en vivir de tal manera que quien ve cómo vivimos, por
eso mismo vea en
nosotros a Dios.
Esto es
entender y vivir el Evangelio. Cosa que no consiste en ser santo, sino en ser,
de verdad y siempre, un ser humano honrado y honesto.
Santo
Domingo Savio
En Mondonio, en el Piamonte, santo
Domingo Savio, que, dulce y jovial desde la infancia, todavía adolescente
consumó con paso ligero el camino de la perfección cristiana.
Vida de Santo Domingo Savio
Nació Domingo Savio en Riva de Chieri (Italia) el 2 de
abril de 1842. Era el mayor entre cinco hijos de Ángel Savio, un mecánico muy
pobre, y de Brígida, una sencilla mujer que ayudaba a la economía familiar
haciendo costuras para sus vecinas.
Desde muy pequeñín le agradaba mucho ayudar a la Santa
Misa como acólito, y cuando llegaba al templo muy de mañana y se encontraba
cerrada la puerta, se quedaba allí de rodillas adorando a Jesús Eucaristía,
mientras llegaba el sacristán a abrir.
El día anterior a su primera confesión fue donde la mamá y
le pidió perdón por todos los disgustos que le había proporcionado con sus
defectos infantiles. El día de su primera comunión redactó el famoso propósito
que dice: "Prefiero morir antes que pecar".
A los 12 años se encontró por primera vez con San
Juan Bosco y le pidió que lo admitiera gratuitamente en el colegio que el santo
tenía para niños pobres. Don Bosco para probar que tan buena memoria tenía le
dio un libro y le dijo que se aprendiera un capítulo. Poco tiempo después llegó
Domingo Savio y le recitó de memoria todo aquel capítulo. Y fue aceptado. Al
recibir tan bella noticia le dijo a su gran educador: "Ud. será el sastre.
Yo seré el paño. Y haremos un buen traje de santidad para obsequiárselo a
Nuestro Señor". Esto se cumplió admirablemente.
Un día le dijo a su santo confesor que cuando iba a
bañarse a un pozo en especial, allá escuchaba malas conversaciones. El sacerdote
le dijo que no podía volver a bañarse ahí. Domingo obedeció, aunque esto le
costaba un gran sacrificio, pues hacía mucho calor y en su casa no había baño
de ducha. Y San Juan Bosco añade al narrar este hecho: "Si este jovencito
hubiera seguido yendo a aquel sitio no habría llegado a ser santo". Pero
la obediencia lo salvó.
Cierto día dos compañeros se desafiaron a pelear a
pedradas. Domingo Savio trató de apaciguarlos, pero no le fue posible. Entonces
cuando los dos peleadores estaban listos para lanzarse las primeras piedras,
Domingo se colocó en medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzarse las pedradas digan: Jesús murió perdonando a los que lo
crucificaron y yo no quiero perdonar a los que me ofenden". Los dos
enemigos se dieron la mano, hicieron las paces, y no se realizó la tal pelea.
Por muchos años recordaban con admiración este modo de obrar de su amiguito
santo.
Eucaristía
Cada día, Domingo iba a visitar al Santísimo Sacramento en
el templo, y en la santa Misa después de comulgar se quedaba como en éxtasis
hablando con Nuestro Señor. Un día no fue a desayunar ni a almorzar, lo
buscaron por toda la casa y lo encontraron en la iglesia, como suspendido en
éxtasis. No se había dado cuenta de que ya habían pasado varias horas. Tanto le
emocionaba la visita de Jesucristo en la Santa Hostia. Por tres años se ganó el
Premio de Compañerismo, por votación popular entre todos los 800 alumnos. Los
compañeros se admiraban de verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan
servicial con todos. El repetía: "Nosotros demostramos la santidad,
estando siempre alegres". Con los mejores alumnos del colegio fundó una
asociación llamada "Compañía de la Inmaculada" para animarse unos a
otros a cumplir mejor sus deberes y a dedicarse con más fervor al apostolado. Y
es curioso que de los 18 jóvenes con los cuales dos años después fundó San Juan
Bosco la Comunidad Salesiana, 11 eran de la asociación fundada por Domingo
Savio.
En un sueño - visión, supo que Inglaterra iba a dar pronto
un gran paso hacia el catolicismo. Y esto sucedió varios años después al
convertirse el futuro cardenal Newman y varios grandes hombres ingleses al
catolicismo. Otro día supo por inspiración que debajo de una escalera en una
casa lejana se estaba muriendo una persona y que necesitaba los últimos
sacramentos. El sacerdote fue allá y le ayudó a bien morir. Al corregir a un
joven que decía malas palabras, el otro le dio un bofetón. Domingo se enrojeció
y le dijo: "Te podía pegar yo también porque tengo más fuerza que tú. Pero
te perdono, con tal de que no vuelvas a decir lo que no conviene decir".
El otro se corrigió y en adelante fue su amigo.
Un día hubo un grave desorden en clase. Domingo no
participó en él, pero al llegar el profesor, los alumnos más indisciplinados le
echaron la culpa de todo. El profesor lo regañó fuertemente y lo castigó.
Domingo no dijo ni una verdad, el profesor le preguntó por qué no se había
defendido y él respondió: "Es que Nuestro Señor tampoco se defendió cuando
lo acusaron injustamente. Y además a los promotores del desorden sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han cometido faltas. En cambio, a
mí, como era la primera falta que me castigaban, podía estar seguro de que no
me expulsarían". Muchos años después el profesor y los alumnos recordaban
todavía con admiración tanta fortaleza en un niño de salud tan débil.
La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía un
día a su hijo: "Entre tus alumnos tienes muchos que son maravillosamente
buenos. Pero ninguno iguala en virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan
alegre y piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a ayudar a todos y en
todo".
San Juan Bosco era el santo de la alegría. Nadie lo veía
triste jamás, aunque su salud era muy deficiente y sus problemas enormes. Pero
un día los alumnos lo vieron extraordinariamente serio. ¿Qué pasaba? Era que se
alejaba de su colegio el más amado y santo de todos sus alumnos: Domingo Savio.
Los médicos habían dicho que estaba tosiendo demasiado y que se encontraba
demasiado débil para seguir estudiando, y que tenía que irse por unas semanas a
descansar en su pueblo. Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un
Padrenuestro por aquel que habría de morir primero. Domingo les dijo a los
compañeros: "el Padrenuestro de este mes será por mí". Nadie se
imaginaba que iba a ser así, y así fue. Cuando Dominguito se despidió de su
santo educador que en sólo tres años de bachillerato lo había llevado a tan
grande santidad, los alumnos que lo rodeaban comentaban: "Miren, parece
que Don Bosco va a llorar". - Casi que se podía repetir aquel día lo que
la gente decía de Jesús y un amigo suyo: "¡Mirad, ¡cómo lo amaba!".
Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la eternidad. Los médicos y
especialistas que San Juan Bosco contrató para que lo examinaran comentaban:
"El alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de irse a donde
Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de contenerla más. Este jovencito
muere de amor, de amor a Dios". Y así fue.
El 9 de marzo de 1857, cuando estaba para cumplir los 15
años, y cursaba el grado 8º de bachillerato, Domingo, después de confesarse y
comulgar y recibir la Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la
eternidad. Llamó a su padre a que le rezara oraciones del devocionario junto a
su cama (la madre no se sintió con fuerzas de acompañarlo en su agonía y se fue
a llorar a una habitación cercana). Y a eso de las 9 de la noche exclamó:
"Papá, papá, qué cosas tan hermosas veo" y con una sonrisa angelical
expiró dulcemente. A los ocho días su padre sintió en sueños que Domingo se le
aparecía para decirle muy contento que se había salvado. Y unos años después se
le apareció a San Juan Bosco, rodeado de muchos jóvenes más que están en el
cielo. Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: "Lo que más me
consoló a la hora de la muerte fue la presencia de la Santísima Virgen María.
Recomiéndeles a todos que le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los
jóvenes que los espero en el Paraíso".
Fuente: ewtn.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario