jueves, 7 de mayo de 2020

Párate un momento: El Evangelio del dia 8 DE MAYO – VIERNES – 4ª - SEMANA DE PASCUA – A – San Pedro de Tarantasia





8 DE MAYO – VIERNES –
4ª - SEMANA DE PASCUA – A –
San Pedro de Tarantasia

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (13,26-33):

EN aquellos días, cuando llegó Pablo a Antioquía de Pisidia, decía en la sinagoga:
«Hermanos, hijos del linaje de Abrahán y todos vosotros los que teméis a Dios: a nosotros se nos ha enviado esta palabra de salvación. En efecto, los habitantes de Jerusalén y sus autoridades no reconocieron a Jesús ni entendieron las palabras de los profetas que se leen los sábados, pero las cumplieron al condenarlo. Y, aunque no encontraron nada que mereciera la muerte, le pidieron a Pilato que lo mandara ejecutar. Y, cuando cumplieron todo lo que estaba escrito de él, lo bajaron del madero y lo enterraron. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Durante muchos días, se apareció a los que habían subido con él de Galilea a Jerusalén, y ellos son ahora sus testigos ante el pueblo. También nosotros os anunciamos la Buena Noticia de que la promesa que Dios hizo a nuestros padres, nos la ha cumplido a nosotros, sus hijos, resucitando a Jesús. Así está escrito en el salmo segundo:
“Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy”».

Palabra de Dios

Salmo: 2,6-7.8-9.10-11

R/. Tu eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy

«Yo mismo he establecido a mi Rey
en Sión, mi monte santo».
Voy a proclamar el decreto del Señor;
él me ha dicho: «Tú eres mi Hijo:
yo te he engendrado hoy. R/.

Pídemelo:
te daré en herencia las naciones,
en posesión, los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza». R/.

Y ahora, reyes, sed sensatos;
escarmentad, los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando. R/.

Lectura del santo evangelio según san Juan (14,1-6):

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino».
Tomás le dice:
«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».
Jesús le responde:
«Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí».

Palabra del Señor

1.  Cuando terminó la cena de despedida, en la que se mezclaron la cercanía humana (Jesús como esclavo lavando los pies y el mandamiento del amor) y la tensión violenta de los trágicos anuncios de la traición de Judas y la negación de Pedro, Jesús inicia un largo discurso. Y lo primero que les dice es que   no toleren la inquietud, la turbación, las perturbaciones del corazón (mé talasses-
zo ymon hé kardía). Solo así, se puede vivir "en calma".
La conmoción de nuestra intimidad más profunda (corazón) nos hace sufrir inútilmente y nos roba los mejores sentimientos: la esperanza, la ilusión y hasta las ganas de vivir.

2.  Jesús les dice que no les abandona para siempre. Todo lo contrario: les va a preparar un sitio (tópos) en la casa del Padre común de todos los humanos. Y será el mejor sitio de la casa. El sitio en que van a estar junto a Jesús.
Se trata de un lenguaje simbólico.  Porque cuando se trasciende la historia, ya no hay espacios, ni tiempos, ni casas. Solo habrá lo que es específicamente humano: la cercanía humana de quien nos quiere y a quien queremos.

3.  Cuando Jesús es la meta de los más nobles anhelos, por eso mismo es también el camino para alcanzar esos anhelos. 
Cuando anhelamos estar siempre con alguien, ese deseo, mantenido siempre, es el camino para lograr la presencia y la intimidad que nunca acaban. Pero es claro que esto no se improvisa cuando notamos que se nos acerca el final de esta vida.
El deseo sincero de identificarnos con Jesús nos tiene que acompañar largos años. Para que se haga vida en nuestra vida.

  San Pedro de Tarantasia


En el monasterio de Bellevaux, en la región de Besançon, en Francia, tránsito de san Pedro, obispo, que, siendo abad cisterciense, fue promovido a la sede de Tarantasia, rigiéndola con fervorosa diligencia y esforzado fomento de la concordia entre los pueblos (1174).

Breve Biografía

Nació en Saboya, en el Bourg de Saint Maurice, cerca de Vienne. Fue hijo de labradores y también debería ser labrador en el futuro, ya que el primogénito Lamberto se dedicaría a los estudios, pero su inteligencia desde pequeño hizo que también ocupara los duros bancos del cultivo intelectual y se enfrentara con los pergaminos para leer latín y griego, adquirir las nociones de filosofía y familiarizarse con los escritos de los Padres antiguos, la Sagrada Escritura y los cánones de la Iglesia.
A los veinte años comunica a su padre los deseos de entrar en la vida contemplativa y dedicarse a las cosas de Dios en el silencio del recién fundado monasterio cisterciense de Boneval.
La primera generosidad del padre se ve premiada con la vocación de todos los miembros de la familia a la vida contemplativa; los varones se van incorporando sucesivamente al mismo monasterio, incluido el padre, y las hembras van pasando a ocupar el recoleto recinto del convento de religiosas, sin que falte la madre.
Proliferan las vocaciones; no hay sitio en el convento; nacen nuevos monasterios. El abad de Boneval establece una nueva casa en la ladera de los Alpes, donde confluyen los pasos y caminos, que recibe el nombre simbólico de Estamedio y allí va nombrado como abad Pedro. Pronto corren las voces que hablan de las virtudes del joven abad por el ducado de Saboya y por el contiguo Delfinado.
Al morir el obispo de Tarantasia (Tarentaise o Tarantaise) en la provincia saboyana en cuyo territorio está afincado el monasterio-hospital de Estamedio, el clamor popular clama porque ocupe la sede el abad; parece que el papa aprueba y nombra a Pedro que sigue resistiéndose a mudar la paz del claustro por los asuntos episcopales. Hace falta que el clero y el pueblo acudan al Capítulo General de la Orden del Císter para pedir a Bernardo que le mande aceptara
Así se ha convertido Pedro en obispo de la diócesis más abandonada del mundo que parece encerrar todos los males de la época: la dureza del régimen feudal, fermentos de herejía, hurtos, simonía, flaquezas, codicias y supersticiones. No queda otro remedio que ponerse a rezar, hacer penitencia y tener comprensión que es caridad; son necesarias energía y austeridad para servir de ejemplo a los orgullosos señores y hacerse respetar por los clérigos levantiscos, perezosos y aseglarados que han conseguido fabricar unos fieles indolentes. Piensa que el régimen conventual es la llave del secreto que va a propiciar un cambio a mejor; se levanta para maitines y ya no se vuelve a acostar; su dieta son legumbres cocidas y sin condimentar, aunque las puertas del palacio episcopal están abiertas para el indigente que llama; va y viene a pie de un sitio a otro por su diócesis buscando al pecador arrepentido, consolando al que está apesadumbrados y acompañando a los menesterosos; alguna vez da a un mendigo su propia ropa para mitigar su frío, porque no tiene otra cosa que dar. Deja tras de sí un reguero de paz, incluso monta dos refugios en los abruptos pasos alpinos y encomienda su custodia a los monjes de Este medio para que sirvieran de abrigo a peregrinos y caminantes.
El fiel cumplimiento de su ministerio episcopal llevado con sacrificio continuado da el normal resultado con la gracia de Dios. El éxito en lo humano es tan grande que tiene miedo de dejarse prender en las redes de la soberbia y toma una decisión espectacular por lo infrecuente. De noche y a escondidas desaparece del palacio episcopal, pasa a Alemania y pide un sitio en una abadía de la Orden como un simple hermano converso, empezando a cargar con los oficios más sencillos y penosos de la casa. Sólo con el paso del tiempo se conoció la verdadera personalidad del famoso y misteriosamente desaparecido obispo de Tarantasia cuya historia llevaban los soldados, mercaderes y juglares por Europa, al ser descubierto por un joven tarantasiano que allí pidió albergue.
Cuando se reincorpora a la sede aún vacante de Tarantasia, interviene en la solución de las tensiones entre los monarcas de Francia e Inglaterra enfrentados por ambiciones personales y por el cisma provocado por el emperador Federico de Alemania a la muerte del papa Adriano IV, queriendo mantener al antipapa Víctor frente al legítimo papa, Alejandro III.
Murió en el 1174, cuando regresaba de una delicada misión encomendada por el papa, como legado suyo, en Francia, Saboya, Lorena e Italia. Enfermó gravemente en la aldea cercana al monasterio cisterciense de Bellvaux. Muy poco tiempo después, en el año 1191, el papa Celestino III lo canonizó.

Fuente: Archidiócesis de Madrid


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