12 DE MAYO – MARTES –
5ª - SEMANA DE PASCUA – A –
Santos PANCRACIO, NEREO Y AQUILES
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (14,19-28):
EN aquellos días, llegaron unos judíos de Antioquía y de Iconio y se ganaron
a la gente; apedrearon a Pablo y lo arrastraron fuera de la ciudad, dejándolo
ya por muerto. Entonces lo rodearon los discípulos; él se levantó y volvió a la
ciudad.
Al día siguiente, salió con Bernabé para Derbe. Después de predicar el
Evangelio en aquella ciudad y de ganar bastantes discípulos, volvieron a
Listra, a Iconio y a Antioquia, animando a los discípulos y exhortándolos a
perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar muchas tribulaciones para
entrar en el reino de Dios.
En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban
al Señor, en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Y
después de predicar la Palabra en Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron
para Antioquia, de donde los habían encomendado a la gracia de Dios para la
misión que acababan de cumplir. Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron
lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles
la puerta de la fe. Se quedaron allí bastante tiempo con los discípulos.
Palabra de Dios
Salmo: 144,10-11.12-13ab.21
R/. Que tus fieles, Señor, proclamen la gloria de tu reinado
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles.
Que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas. R/.
Explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad. R/.
Pronuncie mi boca la alabanza del Señor,
todo viviente bendiga su santo nombre
por siempre jamás. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan (14,27-31a):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no
turbe vuestro corazón ni se acobarde.
Me habéis oído decir:
“Me voy y vuelvo a vuestro lado”.
Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más
que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda
creáis.
Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el príncipe del mundo; no
es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo
amo al Padre, y que, como el Padre me ha ordenado, así actúo yo».
Palabra del Señor
1. El miedo es quizá la peor de las
amenazas que tenemos que soportar los
cristianos. Por eso, Jesús les pide a sus discípulos que no se dejen
dominar por
el miedo, que no tiemblen ni se acobarden.
- ¿Por qué esta petición?
Porque Jesús les estaba pidiendo algo que le produce miedo a una persona
religiosa.
Se trataba de desmontar la idea de Dios y la experiencia de Dios, que
habían heredado de sus mayores y que habían vivido en su cultura. Y, en lugar del "Dios de
siempre", tenían que acostumbrarse a ver a Dios, no en lo divino
"sino en lo humano"; no en "lo sagrado", sino "en lo
profano"; no en "lo religioso", sino "en lo laico".
- ¿No es esto como para suscitar verdadero miedo?
2. Por más que Jesús sea "imagen" de Dios,
el mismo Jesús dice que él no es igual a Dios: "El Padre es más
que yo". Jesús sabe y afirma su condición de creatura (protótocos),
el "primogénito" de la creación (Col 1, 15). Lo cual pone al descubierto la
gravedad de lo que Jesús les está pidiendo a los discípulos y a todos sus
seguidores: tienen que ver a Dios en un ser humano. Esto, para aquellos hombres
y para nosotros, es fuerte, demasiado fuerte.
3. Por más que lo pensemos y lo digamos, el hecho es que a
Dios no lo vemos en lo humano, en un ser humano. Por la sencilla
razón de que lo humano nos resulta insignificante, rutinario, feo, incluso
despreciable o repugnante.
- ¿Ver en eso a Dios?
Esta es la cuestión, la gran cuestión, para nuestra fe en Dios.
Santos PANCRACIO, NEREO Y AQUILES
San Nereo y Aquineo.
Siglo I.
Estos
dos militares estaban al servicio de Flavia Domitila una de las primeras
señoras de Roma. El historiador Eusebio dice que esta noble dama era sobrina
del Emperador Domiciano y que el tal mandatario la envió al destierro, porque
ella se había declarado seguidora de Jesucristo. Con Domitila fueron enviados
también al destierro San Nereo y San Aquileo, porque proclamaban su fe en el
Divino Redentor.
Afirma
San Jerónimo que el destierro fue tan cruel y tan largo que les sirvió de
martirio. Después otro emperador mandó que les cortaran la cabeza y así
tuvieron el honor de derramar su sangre por proclamar su fe. El Papa San Dámaso
escribió en el año 400 la siguiente inscripción en la tumba de estos dos
mártires: "Nereo y Aquileo pertenecían al ejército del emperador. Pero se
negaron a cumplir ciertas órdenes que a ellos les parecían crueles. Al
convertirse al cristianismo abandonaron toda violencia y prefirieron tener que
abandonar el ejército antes que ser crueles con los demás. Proclamaron su amor
a Cristo en esta tierra y ahora gozan de la amistad de Cristo en la
eternidad".
San Pancracio. Año
304.
El
doce de mayo se celebra también la fiesta de San Pancracio, un jovencito romano
de sólo 14 años, que fue martirizado por declarase creyente y partidario de
Nuestro Señor Jesucristo.
Dicen
que su padre murió martirizado y que la mamá recogió en unos algodones un poco
de la sangre del mártir y la guardó en un relicario de oro, y le dijo al niño:
"Este relicario lo llevarás colgado al cuello, cuando demuestres que eres
tan valiente como lo fue tu padre".
Un
día Pancracio volvió de la escuela muy golpeado pero muy contento. La mamá le
preguntó la causa de aquellas heridas y de la alegría que mostraba, y el
jovencito le respondió: "Es que en la escuela me declaré seguidor de
Jesucristo y todos esos paganos me golpearon para que abandonara mi religión.
Pero yo deseo que de mí se pueda decir lo que el Libro Santo afirma de los
apóstoles: "En su corazón había una gran alegría, por haber podido sufrir
humillaciones por amor a Jesucristo". (Hechos 6,41).
Al
oír esto la buena mamá tomó en sus manos el relicario con la sangre del padre
martirizado, y colgándolo al cuello de su hijo exclamó emocionada: "Muy
bien: ya eres digno seguidor de tu valiente padre".
Como
Pancracio continuaba afirmando que él creía en la divinidad de Cristo y que
deseaba ser siempre su seguidor y amigo, las autoridades paganas lo llevaron a
la cárcel y lo condenaron y decretaron pena de muerte contra él. Cuando lo
llevaban hacia el sitio de su martirio (en la vía Aurelia, a dos kilómetros de
Roma) varios enviados del gobierno llegaron a ofrecerle grandes premios y muchas
ayudas para el futuro si dejaba de decir que Cristo es Dios. El valiente joven
proclamó con toda la valentía que él quería ser creyente en Cristo hasta el
último momento de su vida. Entonces para obligarlo a desistir de sus creencias
empezaron a azotarlo ferozmente mientras lo llevaban hacia el lugar donde lo
iban a martirizar, pero mientras más lo azotaban, más fuertemente proclamaba él
que Jesús es el Redentor del mundo. Varias personas al contemplar este
maravilloso ejemplo de valentía se convirtieron al cristianismo.
Al
llegar al sitio determinado, Pancracio dio las gracias a los verdugos por que
le permitían ir tan pronto a encontrarse con Nuestro Señor Jesucristo, en el
cielo, e invitó a todos los allí presentes a creer siempre en Jesucristo a
pesar de todas las contrariedades y de todos los peligros. De muy buena
voluntad se arrodilló y colocó su cabeza en el sitio donde iba a recibir el
hachazo del verdugo y más parecía sentirse contento que temeroso al ofrecer su
sangre y su vida por proclamar su fidelidad a la verdadera religión.
Allí
en Roma se levantó un templo en honor de San Pancracio y por muchos siglos las
muchedumbres han ido a venerar y admirar en ese templo el glorioso ejemplo de
un valeroso muchacho de 14 años, que supo ofrecer su sangre y su vida por
demostrar su fe en Dios y su amor por Jesucristo.
San
Pancracio: ruégale a Dios por nuestra juventud que tiene tantos peligros de
perder su fe y sus buenas costumbres.
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