10 DE MAYO – DOMINGO –
5ª - SEMANA DE PASCUA – A –
SAN JUAN DE ÁVILA,
(1499-1569)
Lectura
del libro de los Hechos de los apóstoles (6,1-7):
EN aquellos
días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron
contra los de lengua hebrea, porque en el servicio diario no se atendía a sus
viudas. Los Doce, convocando a la asamblea de los discípulos, dijeron:
«No nos
parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos del servicio de las
mesas. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea; nosotros
nos dedicaremos a la oración y al servicio de la palabra».
La
propuesta les pareció bien a todos y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y
de Espíritu Santo; a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás,
prosélito de Antioquía. Se los presentaron a los apóstoles y ellos les
impusieron las manos orando.
La palabra
de Dios iba creciendo y en Jerusalén se multiplicaba el número de discípulos;
incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe.
Salmo:32,1-2.4-5.18-19
R/. Que tu
misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti
Aclamad,
justos, al Señor,
que merece la alabanza de los
buenos.
Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez
cuerdas. R/.
La palabra
del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la
tierra. R/.
Los ojos del
Señor están puestos en quien lo teme,
en los que esperan en su
misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de
hambre. R/.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pedro (2,4-9):
Queridos
hermanos:
Acercándoos
al Señor, piedra viva rechazada por los hombres, pero elegida y preciosa para
Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción de una
casa espiritual para un sacerdocio santo, a fin de ofrecer sacrificios
espirituales agradables a Dios por medio de Jesucristo.
Por eso se
dice en la Escritura:
«Mira,
pongo en Sion una piedra angular, elegida y preciosa; quien cree en ella no
queda defraudado».
Para
vosotros, pues, los creyentes, ella es el honor, pero para los incrédulos «la
piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular», y también
«piedra de choque y roca de estrellarse»; y ellos chocan al despreciar la
palabra. A eso precisamente estaban expuestos. Vosotros, en cambio, sois un
linaje elegido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido por
Dios para que anunciéis las proezas del que os llamó de las tinieblas a su luz
maravillosa.
Lectura
del santo evangelio según san Juan (14,1-12):
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No se
turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi
Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos
un lugar.
Cuando vaya
y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo
estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino».
Tomás le dice:
«Señor, no
sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».
Jesús le
responde:
«Yo soy el
camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais
a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto».
Felipe le
dice:
«Señor,
muéstranos al Padre y nos basta».
Jesús le
replica:
«Hace tanto
que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe?
Quien me ha
visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees
que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí?
Lo que yo
os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo
hace las obras.
Creedme: yo
estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras.
En verdad,
en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y
aún mayores, porque yo me voy al Padre».
Iglesia naciente, sufriente, creyente.
Como indiqué el domingo pasado, las tres lecturas de
los domingos de Pascua nos hablan de los orígenes de la Iglesia, de las
persecuciones de la Iglesia, y de nuestra relación con Jesús.
Iglesia
naciente
La primera lectura nos cuenta la institución de los
diáconos y el aumento progresivo de la comunidad, subrayando el hecho de que se
uniesen a ella incluso sacerdotes.
La comunidad de Jerusalén estaba formada por judíos
de lengua hebrea y judíos de lengua griega (probablemente originarios de países
extranjeros, la Diáspora). Los problemas lingüísticos, tan típicos de nuestra
época, se daban ya entonces. Los de lengua hebrea se consideraban superiores,
los auténticos. Y eso repercute en la atención a las viudas. Lucas, que en
otros pasajes del libro de los Hechos subraya tanto el amor mutuo y la
igualdad, no puede ocultar en este caso que, desde el principio, se dieron
problemas en la comunidad cristiana por motivos económicos.
Los diáconos son siete, número simbólico, de
plenitud. Aunque parecen elegidos para una misión puramente material,
permitiendo a los apóstoles dedicarse al apostolado y la oración, en realidad,
los dos primeros, Esteban y Felipe, desempeñaron también una intensa labor
apostólica. Esteban será, además, el primer mártir cristiano.
Iglesia
sufriente
La primera carta de Pedro recuerda las numerosas
persecuciones y dificultades que atravesó la primitiva iglesia. Lo vimos el
domingo pasado y lo veremos en los siguientes. Pero este domingo, aunque se
menciona a quienes rechazan a Jesús y el evangelio, la fuerza recae en recordar
a cristianos difamados e insultados la enorme dignidad que Dios les ha
concedido: «Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os
llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa».
Iglesia
creyente
El evangelio nos sitúa en la última cena, cuando
Jesús se despide de sus discípulos. Sabe el miedo que puede embargarles a
quedar solos. Y los anima a no temblar, insistiéndoles en que volverán a
encontrarse y estarán definitivamente juntos.
Aparece en este texto una de las mejores definiciones
de Jesús, de las más adecuadas para presentar su persona: «Yo soy el
camino, la verdad y la vida.»
Camino para llegar al Padre (el evangelio parece sugerir que
para llegar a Dios hay muchos caminos, pero para llegar a Dios como Padre el
único camino es Jesús). El musulmán alaba a Dios como Fuerte (Alla hu akbar).
El cristiano lo considera Padre.
Verdad en medio de las dudas y frente al escepticismo que
mostrará poco más tarde Pilato preguntando: «¿Qué es la verdad?» La
pregunta correcta no es: «¿Qué es la verdad?», sino «¿Quién es la verdad?». La
verdad no es un concepto ni un sistema filosófico, se encarna en la persona de
Jesús.
Vida que todos anhelamos que no termine nunca, la vida
eterna, que empieza ya en este mundo y que consiste «en que te conozcan a
ti, único dios verdadero, y a quien enviaste, Jesucristo».
Como ocurre siempre en el cuarto evangelio, el texto
supone también un reto para la fe. Nos invita a creer en Jesús como se cree en
Dios; a creer que, quien lo ve a él, ve al Padre; quien lo conoce a él, conoce
al Padre; que él está en el Padre y el Padre en él. Y al final, el mayor
desafío: creer que nosotros, si creemos en Jesús, haremos obras más grandes que
las que él hizo. Parece imposible. El padre del niño epiléptico habría
dicho: «Creo, Señor, pero me falta mucho. Compensa tú a lo que en mí hay
de incrédulo».
La Iglesia debatirá durante siglos la relación entre
Jesús y el Padre, y no llegará a una formulación definitiva hasta casi
cuatrocientos años más tarde, en el concilio de Calcedonia (año 452). El
evangelio de Juan anticipa la fe que hemos heredado y confesamos.
(1499-1569)
(Presbítero
y doctor de la Iglesia
Patrono
del Clero Secular de España)
JUAN
DE ÁVILA nació el día de la Epifanía, 6 de enero, en Almodóvar del Campo
(Ciudad Real, entonces diócesis de Toledo), hijo único de unos padres muy
cristianos y en muy buena posición económica y social. A los 14 años lo
llevaron a estudiar Leyes a la Universidad de Salamanca, pero abandonó estos
estudios al concluir el cuarto curso, decidió regresar al domicilio familiar
para dedicarse a reflexionar y orar.
Con el
propósito de hacerse sacerdote y marchar después como misionero a las Indias,
en 1520 realizó estudios de Artes y Teología en la prestigiosa Universidad de
Alcalá. Recibida la ordenación de presbítero en 1529, celebró la primera Misa
solemne en la parroquia de su pueblo. Como ya habían muerto sus padres, para
festejar el acontecimiento invitó a su mesa a doce pobres y decidió vendar su
cuantiosa fortuna procedente de las minas de plata que poseía la familia y
darlo todo a los más necesitados. A continuación, marchó a Sevilla para esperar
el momento de embarcar hacia Nueva España (México).
Mientras
tanto se dedicó a la predicación en la ciudad y en las localidades cercanas.
Allí se encontró con el sacerdote amigo Fernando de Contreras, mayor que él y
prestigioso catequista, a quien había conocido cuando éste se doctoraba en
Alcalá.
Entusiasmadamente
por el modo de predicar del joven sacerdote Ávila, consiguió que el Arzobispo
hispalense le hiciera desistir de su idea de ir a América para quedarse en
Andalucía, donde urgía consolidar la fe de los creyentes después de siglos de
dominación musulmana. Juan de Ávila permaneció en Sevilla, compartiendo casa,
pobreza y vida de oración con Fernando de Contreras y, a la vez que se dedicaba
asiduamente a la predicación y a la dirección espiritual de personas, continuó
estudios de Teología en el Colegio Santo Tomás de Sevilla.
Pero
sus éxitos apostólicos se vieron pronto nublados por una denuncia a la
Inquisición, acusado de haber sostenido algunas doctrinas sospechosas. Mientras
tuvo lugar el proceso, entre 1531 y 1533 quedó recluido en la cárcel. Allí se
dedicó asiduamente a la oración, y durante esta dura situación recibió la
gracia de penetrar con singular profundidad en el misterio del amor de Dios y
el gran “beneficio” hecho a la humanidad por Jesucristo nuestro Redentor. En
adelante será éste el eje de su vida espiritual y uno de los temas centrales de
su actividad evangelizadora. En la cárcel escribió la primera versión de su
obra más conocida, el tratado de vida espiritual Audi, filta, dedicado a doña
Sancha Carrillo, una distinguida joven a quien seguía orientando
espiritualmente después de su clamorosa conversión.
Emitida
la sentencia absolutoria en 1533, continuó predicando con notable éxito ante el
pueblo de y las autoridades, pero prefirió trasladarse a Córdoba, diócesis en
la que quedó incardinado, y donde conoció a su discípulo, amigo y primer
biógrafo, el dominico Fray Luis de Granada. Poco después, en 1536, fijó su
residencia en Granada, donde también continuó estudios y comienza a figurar con
el título de Maestro.
Viviendo
muy pobremente y dedicándose a la oración y a la predicación, fue centrando su
interés en mejorar la formación de quienes se preparaban para el sacerdocio,
para lo que fundó Colegios mayores y menores, que después de Trento, habrían de
convertirse en seminarios conciliares. Para el Maestro de Ávila, la reforma de
Iglesia, que cada vez consideraba más necesaria, pasaba por la mayor santidad
de clérigos, religiosos y fieles.
Sonadas
conversiones como las del Marqués de Llombat, que llegó a ser san Francisco de
Borja, o la de Juan Cidad -san Juan de Dios- y, sobre todo, su dedicación a la
gente sencilla junto con la fundación de los niños y jóvenes, jalonan la vida
del Maestro de Ávila. Fundó incluso una Universidad, la de Baeza (Jaén), que
durante siglos fue un destacado referente para la cualificada formación de los
sacerdotes.
Después
de recorres Andalucía y parte de Extremadura orando y predicando, ya enfermo,
en 1554 se retiró definitivamente a Montilla (Córdoba), donde ejerció su
apostolado a través de abundante correspondencia y perfiló algunas de sus
obras. Además de un catecismo o Doctrina cristiana en verso para que lo
cantaran los niños y evangelizaran así a los mayores, el Maestro de Ávila es
autor del conocido Tratado del amor de Dios, del Tratado sobre el sacerdocio y
de otros escritos menores.
Aquejado
de fortísimos dolores, con un Crucifijo entre las manos y acompañado de sus
discípulos y amigos, el Maestro de Ávila entregó su alma al Señor en su humilde
casa de Montilla en la mañana del 10 de mayo de 1569. Santa Teresa de Jesús, al
enterarse de la noticia, no dudó en exclamar: lloro porque pierde la Iglesia de
Dios una gran columna.
En
1623 se instruyó en la archidiócesis de Toledo su Causa de canonización. El
papa Benedicto XIV aprobó y elogió su doctrina y escritos en 1742. El 4 de
abril de 1894 León XIII lo beatificó. En 1946 fue nombrado patrono del clero
secular de España por Pío XII y Pablo VI lo canonizó el 31 de mayo de 1970. Fue
proclamado Doctor de la Iglesia el 7 de octubre de 2012, junto a Santa
Hildegarda de Bilden, por el papa Benedicto XVI.
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