3 DE MAYO – DOMINGO – 4ª - SEMANA DE PASCUA – A –
SAN FELIPE Y SANTIAGO, apóstoles
Lectura del
libro de los Hechos de los apóstoles (2,14a.36-41)
EL día de Pentecostés Pedro, poniéndose en pie junto a los
Once, levantó su voz y declaró:
«Con
toda seguridad conozca toda la casa de Israel que, al mismo Jesús, a quien
vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías».
Al oír
esto, se les traspasó el corazón, y preguntaron a Pedro y a los demás
apóstoles:
«¿Qué
tenemos que hacer, hermanos?»
Pedro
les contestó:
«Convertíos
y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús, el Mesías, para
perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la
promesa vale para vosotros y para vuestros hijos, y para los que están lejos,
para cuantos llamare a sí el Señor Dios nuestro».
Con
estas y otras muchas razones dio testimonio y los exhortaba diciendo:
«Salvaos
de esta generación perversa».
Los que
aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día fueron agregadas unas tres
mil personas.
Sal
22,1-3a.3b-4.5
R/. El Señor
es mi pastor, nada me falta
El Señor
es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace
recostar;
me conduce hacia fuentes
tranquilas
y repara mis fuerzas. R/.
Me guía
por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas
oscuras,
nada temo, porque tú vas
conmigo:
tu vara y tu cayado me
sosiegan. R/.
Preparas
una mesa ante mi,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R/.
Tu bondad
y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. R/.
Lectura de
la primera carta del apóstol san Pedro (2,20-25):
Queridos
hermanos:
Que
aguantéis cuando sufrís por hacer el bien, eso es una gracia de parte de Dios.
Pues para esto habéis sido llamados, porque también Cristo padeció por
vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas.
Él no
cometió pecado ni encontraron engaño en su boca.
Él no
devolvía el insulto cuando lo insultaban; sufriendo no profería amenazas; sino que se entregaba al que juzga
rectamente.
Él llevó
nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que, muertos a los pecados,
vivamos para la justicia.
Con sus
heridas fuisteis curados. Pues andabais errantes como ovejas, pero ahora os
habéis convertido al pastor y guardián de vuestras almas.
Lectura del
santo evangelio según san Juan (10,1-10):
En aquel
tiempo, dijo Jesús:
«En
verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el aprisco de las
ovejas, sino que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido; pero el que
entra por la puerta es pastor de las ovejas. A este le abre el guarda y las
ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las
saca fuera.
Cuando
ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen,
porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él,
porque no conocen la voz de los extraños».
Jesús
les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por
eso añadió Jesús:
«En
verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han
venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon.
Yo soy
la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará
pastos.
El
ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estragos; yo he venido para que
tengan vida y la tengan abundante».
Palabra del Señor.
Señor, Mesías, modelo, puerta del aprisco.
Seguimos
encerrados en las casas, no por miedo a los judíos, como los discípulos, sino
por miedo al coronavirus. Pero las lecturas de este domingo nos ayudarán a
sobrellevar el encierro con esperanza.
Estos cuatro
títulos resumen lo que afirman de Jesús las lecturas de hoy: que es Señor y
Mesías lo dice Pedro en el libro de los Hechos (1ª lectura); como modelo a la
hora de soportar el sufrimiento lo propone la Primera carta de Pedro (2ª
lectura); puerta del aprisco es la imagen que se aplica a sí mismo Jesús en el
evangelio de Juan.
En resumen, las
lecturas nos proponen una catequesis sobre Jesús, lo que significó para los
primeros cristianos y lo que debe seguir significando para nosotros.
No quedarnos en el próximo domingo,
mirar hasta el 7º
Cabe el peligro de vivir la liturgia de las próximas semanas sin advertir el
mensaje global que intentan transmitirnos las lecturas dominicales. Pretenden
prepararnos a las dos grandes fiestas de la Ascensión y Pentecostés, y lo hacen
tratando tres temas a partir de tres escritos del Nuevo Testamento.
1. La iglesia (1ª lectura, de los Hechos de
los Apóstoles). Se describe el aumento de la comunidad (4º domingo), la
institución de los diáconos (5º), el don del Espíritu en Samaria (6º), y cómo
la comunidad se prepara para Pentecostés (7º). Adviértase la enorme importancia
del Espíritu en estas lecturas.
2. Vivir cristianamente en un mundo
hostil (2ª lectura, de la Primera
carta de Pedro). Los primeros cristianos sufrieron persecuciones de todo tipo,
como las que padecen algunas comunidades actuales. La primera carta de Pedro
nos recuerda el ejemplo de Jesús, que debemos imitar (4º); la propia dignidad,
a pesar de lo que digan de nosotros (5º); la actitud que debemos adoptar ante
las calumnias (6º), y los ultrajes (7º).
3. Jesús (evangelio: Juan). Los pasajes elegidos
constituyen una gran catequesis sobre la persona de Jesús: es el pastor y la
puerta (4º); camino, verdad y vida (5º); el que vive junto al Padre y con
nosotros (6º); el que ora e intercede por nosotros (7º).
Jesús, puerta del aprisco
…dijo Jesús:
-«Os aseguro que el que no entra por la
puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es
ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas.
… y añadió Jesús:
-«Os aseguro que …Yo soy la puerta:
quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará
pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he
venido para que tengan vida y la tengan abundante.»
El autor del cuarto evangelio disfruta tendiendo trampas al lector. Al
principio, todo parece muy sencillo. Un redil, con su cerca y su guarda. Se
aproxima uno que no entra por la puerta ni habla con el guarda, sino que salta
la valla: es un ladrón. En cambio, el pastor llega al rebaño, habla con el
guarda, le abre la puerta, llama a las ovejas, ellas lo siguen y las saca a
pastar. Lo entienden hasta los niños.
Sin embargo,
inmediatamente después añade el evangelista: “ellos no entendieron de qué les
hablaba”. Muchos lectores actuales pensarán: “son tontos, está clarísimo, habla
de Jesús como buen pastor”. Y se equivocan. Eso es verdad a partir del
versículo 11, donde Jesús dice expresamente: “Yo soy el buen pastor”. Pero en
el texto que se lee hoy, el inmediatamente anterior (Juan 10,1-10), Jesús se
aplica una imagen muy distinta: no se presenta como el buen pastor sino como la
puerta por la que deben entrar todos los pastores (“yo soy la puerta del
redil”).
Con ese
radicalismo típico del cuarto evangelio, se afirma que todos los personajes
anteriores a Jesús, al no entrar por él, que es la puerta, no eran en realidad
pastores, sino ladrones y bandidos, que sólo pretenden “robar y matar y hacer
estrago”.
Resuenan en estas
duras palabras un eco de lo que denunciaba el profeta Ezequiel en los pastores
(los reyes) de Israel: en vez de apacentar a las ovejas (al pueblo) se
apacienta a sí mismos, se comen su enjundia, se visten con su lana, no curan
las enfermas, no vendan las heridas, no recogen las descarriadas ni buscan las
perdidas; por culpa de esos malos pastores que no cumplían con su deber, Israel
terminó en el destierro (Ez 34).
La consecuencia
lógica sería presentar a Jesús como buen pastor que da la vida por sus ovejas.
Pero eso vendrá más adelante, no se lee hoy. En lo que sigue, Jesús se presenta
como la puerta por la que el rebaño puede salir para tener buenos pastos y vida
abundante.
En este momento
cabría esperar una referencia a la obligación de los pastores, los responsables
de la comunidad cristiana, a entrar y salir por la puerta del rebaño: Jesús.
Todo contacto que no se establezca a través de él es propio de bandidos y está
condenado al fracaso (“las ovejas no les hicieron caso”). Aunque el texto no
formula de manera expresa esta obligación, se deduce de él fácilmente.
En realidad, esta
parte del discurso termina dirigiéndose no a los pastores sino al rebaño,
recordándole que “quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y
encontrará pastos”.
Ya que es
frecuente culpar a los pastores de los males de la iglesia, al rebaño le
conviene recordar que siempre dispone de una puerta por la que salvarse y tener
vida abundante.
Cristianos perseguidos
La segunda
lectura recuerda a los cristianos perseguidos y condenados injustamente que ese
mismo fue el destino de Jesús, y que lo aceptó sin devolver insultos ni
amenazas. En ese contexto lo presenta como modelo con unas palabras
espléndidas:
“Cristo padeció
su pasión por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas”.
Al final de esta
lectura encontramos la imagen de Jesús como buen pastor (“Andabais descarriados
como ovejas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras
vidas”.). Como he indicado, no es lo esencial del evangelio.
Lectura de la
primera carta del apóstol san Pedro 2, 20b-25
Queridos hermanos: Si, obrando el bien, soportáis el
sufrimiento, hacéis una cosa hermosa ante Dios. Pues para esto habéis sido llamados, ya
que también Cristo padeció su pasión por
vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas.
Él no cometió pecado ni encontraron engaño
en su boca; cuando
lo insultaban, no
devolvía el insulto; en su pasión no profería amenazas; al contrario, se ponía en manos del que juzga justamente.
Cargado con nuestros pecados subió al
leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado.
Andabais descarriados como ovejas, pero
ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas.
San
Felipe nació en Betsaida y fue discípulo de San Juan el Bautista. Felipe fue
uno de los primeros apóstoles llamados por Jesús. Él fue quien preguntó a Jesús
sobre la repartición de los panes: “¿Cómo vamos a darle de comer a tanta
gente?” (Jn 6, 5-7) y también fueron los paganos quienes deseaban conocer
al Señor. (Jn 12, 20-22). Además, Felipe le pidió a Cristo en la última cena
que le “muestre al Padre” (Jn 14, 8-11).
Felipe
fue además quien pidió permiso a Jesús para ir a enterrar a su padre. “Sígueme
y deja a los muertos sepultar a sus muertos” (Mt 8,21).
Después
de la Ascensión, Felipe recibió el Espíritu Santo en Pentecostés, junto con los
otros apóstoles y la Virgen María. Posteriormente partió para evangelizar la
región de Frigia, actualmente Turquía, Hungría, Ucrania y el Este de Rusia.
San
Felipe fue martirizado y murió crucificado y apedreado en Hierápolis. En el
siglo VI las reliquias del apóstol fueron llevadas a Roma y colocadas en la
Basílica de los Doce Apóstoles. El martirologio de la Edad Media celebraba su
fiesta el 1 de mayo, pero se cambió la fecha para el 3 de mayo.
Santiago
es llamado el “Hijo de Alfeo” y también se le conoce como “El primo del Señor”
porque su madre era parienta de la Virgen. A él se le atribuye la autoría de la
primera epístola católica. Una de sus frases más profundas y famosas es: “La fe
sin obras, está muerta”.
También
encontramos en Los Hechos de los Apóstoles menciones al apóstol donde señalan
que era muy querido por la Iglesia de Jerusalén y que lo llamaban “el Obispo de
Jerusalén”. San Pablo lo considera en su carta a los Gálatas, junto con San
Pedro y San Juan, una de las principales columnas de la Iglesia. Además, el
Apóstol de Gentes comenta que después de su conversión fue a visitar a Pedro,
pero no encontró a ningún discípulo sino a Santiago. Incluso en la última
visita de San Pablo a Jerusalén, este fue directamente a la casa de Santiago,
donde se reunió con todos los jefes de la Iglesia de Jerusalén. (Hech. 21,15).
En los
registros históricos de la época, Santiago es llamado “El Santo”. Los fieles
aseguraban que nunca había cometido un pecado grave, ni tomaba licores ni comía
carne. Más bien, el apóstol pasaba mucho tiempo orando y fue por eso que se le hicieron
callos en las rodillas.
En sus
oraciones, le pedía perdón a Dios por los pecados de su pueblo. Por esa razón,
la gente lo llamaba: “El que intercede por el pueblo”. Estas acciones
conmovieron a muchos judíos y por el ejemplo de Santiago se convirtieron.
El éxito
de su evangelización provocó escándalo entre los fariseos y escribas. Por ello,
en un día de fiesta el Sumo Sacerdote Anás II, aprovechando la concurrencia, le
dijo: “Te rogamos que ya que el pueblo siente por ti grande admiración, te presentes
ante la multitud y les digas que Jesús no es el Mesías o Redentor”. Ante este
pedido, Santiago respondió: “"Jesús es el enviado de Dios para salvación
de los que quieran salvarse. Y lo veremos un día sobre las nubes, sentado a la
derecha de Dios".
Los sumos
sacerdotes se enfurecieron por esa respuesta pues temían que todos los judíos
se convirtieran al cristianismo. Entonces tomaron a Santiago y lo llevaron a la
parte más alta del templo y desde allí lo echaron hacia el precipicio. El
apóstol murió de rodillas mientras rezaba: “Padre Dios, te ruego que los
perdones porque no saben lo que hacen"
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