25 DE MAYO – LUNES –
7ª - SEMANA DE PASCUA – A –
Lectura
del libro de los Hechos de los apóstoles (19,1-8):
MIENTRAS Apolo estaba en
Corinto, Pablo atravesó la meseta y llegó a Éfeso. Allí encontró unos
discípulos y les preguntó:
«¿Recibisteis
el Espíritu Santo al aceptar la fe?».
Contestaron:
«Ni
siquiera hemos oído hablar de un Espíritu Santo».
Él les
dijo:
«Entonces,
¿qué bautismo habéis recibido?».
Respondieron:
«El
bautismo de Juan».
Pablo les
dijo:
«Juan
bautizó con un bautismo de conversión, diciendo al pueblo que creyesen en el
que iba a venir después de él, es decir, en Jesús».
Al oír
esto, se bautizaron en el nombre del Señor Jesús; cuando Pablo les impuso las
manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo, y se pusieron a hablar en lenguas
extrañas y a profetizar. Eran en total unos doce hombres.
Pablo fue
a la sinagoga y durante tres meses hablaba con toda libertad del reino de Dios,
dialogando con ellos y tratando de persuadirlos.
Palabra
de Dios
Salmo: 67,2-3.4-5ac.6-7ab
R/. Reyes
de la tierra, cantad a Dios
Se levanta Dios, y se
dispersan sus enemigos,
huyen de su presencia los que lo
odian;
como el humo se disipa, se
disipan ellos;
cómo se derrite la cera ante el
fuego,
así perecen los impíos ante Dios. R/.
En cambio, los justos se
alegran,
gozan en la presencia de Dios,
rebosando de alegría.
Cantad a Dios, tocad a su nombre;
su nombre es el Señor. R/.
Padre de huérfanos,
protector de viudas,
Dios vive en su santa morada.
Dios prepara casa a los desvalidos,
libera a los cautivos y los
enriquece. R/.
Lectura del santo evangelio según
san Juan (16,29-33):
EN aquel tiempo, aquel
tiempo, los discípulos dijeron a Jesús:
«Ahora sí
que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no
necesitas que te pregunten; por ello creemos que has salido de Dios».
Les
contestó Jesús:
«¿Ahora
creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os
disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo,
porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto, para que encontréis la paz
en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo».
Palabra
del Señor
1. El autoengaño inconsciente,
o sea vivir engañado sin tener conciencia de ello,
es uno de los peligros más fuertes que tenemos las personas creyentes o religiosas. Por la sencilla razón de que las creencias y las
experiencias religiosas son siempre sentimientos íntimos y
subjetivos. Y, sobre todo, porque la religiosidad es siempre una experiencia
cuya verdad y objetividad no se puede jamás verificar.
En cuanto que el término de tal
experiencia es Dios, al que no conocemos y con el que no podemos hablar
directamente. Si en la vida corriente, cualquiera se puede engañar a sí mismo,
¡cuánto más en este tipo de experiencias, que
siempre entrañan su buena dosis de misterio o de posible alucinación!
2. Esto justamente es lo que
les ocurrió a los discípulos de Jesús en el relato que aquí se nos
presenta. Cuando aquellos discípulos aseguraban que Jesús hablaba claro y se sentían seguros en su compañía, entonces
exactamente es cuando Jesús les dice: "ha llegado la
hora en que todos me vais a dejar solo".
O sea, cuando los discípulos se sentían
más seguros, es cuando Jesús les dice que todos
van a ser unos cobardes ante el peligro que les puede amenazar.
3. Los discípulos vivían
engañados porque no les había llegado el momento
de la prueba. Seguramente, hasta entonces no se habían
sentido amenazados, no se habían visto en peligro. Pero, en
cuanto llega el peligro y les amenaza el miedo, abandonan a Jesús.
Es fácil pensar que se sigue a Jesús
mientras el presunto seguimiento da
seguridad, vida en paz, reconocimiento y buen
nombre. La verdad del discipulado se comprueba en el peligro,
cuando se siente amenazado, cuando puede perder su imagen, su seguridad, su
vida en paz y sosiego. Es fácil sentirse bien en las instituciones
religiosas cuando la institución proporciona seguridad económica y prestigio
personal.
Seguir creyendo en la lucha, cuando todo
eso se pierde, eso ya es otro asunto. Y muy duro, por cierto. Seguir a Jesús en
la inseguridad económica, social, familiar,
profesional, etc. es cosa dura.
Seguramente lo más duro que hay en la
vida.
San Beda el Venerable
San Beda el Venerable, presbítero y doctor de la Iglesia, el cual, servidor
de Cristo desde la edad de ocho años, pasó todo el tiempo de su vida en el
monasterio de Wearmouth, en Northumbria, en Inglaterra. Se dedicó con fervor en
meditar y exponer las Escrituras, y entre la observancia de la disciplina
regular y la solicitud cotidiana de cantar en la iglesia, sus delicias fueron
siempre estudiar, o enseñar, o escribir.
Vida de San Beda el Venerable
Historiador y Doctor de la Iglesia, nacido en 672 ó 673 y muerto en 735. En
el último capítulo de su gran obra sobre la "Historia Eclesiástica del
Pueblo Inglés", Beda nos contó algo de su propia vida, prácticamente todo
lo que sabemos de él. Sus palabras, escritas en 731, cuando su muerte no estaba
demasiado lejos, no sólo muestran la sencillez y piedad características del
hombre, sino que arrojan luz sobre la composición de la obra por la cual se le
recuerda mejor en todo el mundo. Escribió así:
Y es así que, muy interesado en la historia eclesiástica de Bretaña,
especialmente en la raza de los ingleses, yo, Beda, sirviente de Cristo y
sacerdote del monasterio de los benditos apóstoles San Pedro y San Pablo, el
cual se encuentra en Wearmouth y Jarrow (en Northumbria), con la ayuda del
Señor he compuesto, cuanto he logrado recabar de documentos antiguos, de las
tradiciones de los ancianos y de mi propio conocimiento. Nací en el territorio
del monasterio ya mencionado, y a la edad de siete años fui dado, por el
interés de mis familiares, al reverendísimo abad benedictino Biscop, y después
a Ceolfrid, para recibir educación. Desde entonces he permanecido toda mi vida
en dicho monasterio, dedicando todas mis penas al estudio de las Escrituras, a
observar la disciplina monástica y a cantar diariamente en la iglesia, siendo
siempre mi deleite el aprender, enseñar o escribir. A los diecinueve años, fui
admitido al diaconado, a los treinta al sacerdocio, ambas veces mediante las
manos del reverendísimo obispo Juan san Juan de Beverley, y a las órdenes del abad
Ceolfrid. Desde el momento de mi admisión al sacerdocio hasta mis actuales 59
años me he esforzado por hacer breves notas sobre las sagradas Escrituras, para
uso propio y de mis hermanos, ya sea de las obras de los venerables Padres de
la Iglesia o de su significado e interpretación.
Después de esto, Beda inserta una lista de Indiculus, de sus anteriores
escritos y, finalmente, termina su gran obra con las siguientes palabras:
Y os ruego, amoroso Jesús, que así como me habéis concedido la gracia
de tomar con deleite las palabras de vuestro conocimiento, me concedáis
misericordiosamente llegar a ti, la fuente de toda sabiduría, y permanecer para
siempre delante de vuestro rostro.
Es evidente, en la carta de Beda al obispo Egberto, que el historiador
visitaba ocasionalmente a sus amigos durante algunos días, alejándose del
monasterio de Jarrow; pero salvo esas raras excepciones, su vida parece haber
transcurrido como una pacífica ronda de estudios y oración dentro de su propia
comunidad. El cariño que ésta le tenía queda manifiesto en el conmovedor relato
de la última enfermedad y la muerte del santo, legada a nosotros por Cuthbert,
uno de sus discípulos. Su búsqueda del conocimiento no fue interrumpida por su
enfermedad y los hermanos le leían mientras él estaba en cama, pero la lectura
era reemplazada constantemente por las lágrimas. "Puedo declarar con toda
verdad," escribe Cuthbert sobre su amado maestro, "que nunca vi con
mis ojos, ni oí con mis oídos a nadie que agradeciera tan incesantemente al
Dios vivo. Incluso el día de su muerte (la vigilia de la Ascensión de 735) el
santo estaba ocupado dictando una traducción del Evangelio de San Juan. Al
atardecer, el muchacho Wilbert, que la estaba escribiendo, le dijo: "Hay
todavía una oración, querido maestro, que no está escrita." Y cuando la
hubo entregado, y el muchacho le dijo que estaba terminada, "Habéis
hablado con verdad…", contestó Beda, "…está terminada. Tomad mi
cabeza entre vuestras manos, pues es de gran placer sentarme frente a cualquier
lugar sagrado donde haya orado, así sentado puedo llamar a mi Padre." Y
así, sobre el suelo de su celda, cantando "Gloria al Padre y al Hijo y al
Espíritu Santo", y el resto, exhaló su último aliento.
El calificativo Venerabilis parece haber sido agregado al nombre de Beda
antes de haber transcurrido las dos generaciones posteriores a su muerte. Por
supuesto, no existe una autoridad anterior que corrobore la leyenda repetida
por Fuller acerca del “monje torpe” que al componer un epitafio sobre Beda se
quedó sin palabras para completar la frase Hac sunt in fossa Bedae . .
. ossa y a la mañana siguiente se encontró con que los ángeles
habían llenado el espacio con la palabra venerabilis. El calificativo es
utilizado por Alcuin, Amalarius y al parecer por Paulo el Diácono, y el
importante Consejo de Aachen de 835 lo describe como venerabilis et modernis
temporibus doctor admirabilis Beda. Este decreto se mencionaba especialmente en
la petición que el Cardenal Wiseman y los obispos ingleses enviaron a la Santa
Sede en 1859, rogando que Beda fuera declarado Doctor de la Iglesia. El tema ya
había sido discutido antes de la época de Benedicto XIV, pero no fue hasta el
13 de noviembre de 1899 que León XIII decretó que el 27 de mayo toda la Iglesia
debía celebrar la fiesta del Venerable Beda, con el título de Doctor Ecclesiae.
Durante toda la Edad Media se había celebrado en York y en el Norte de
Inglaterra el culto local al Santo Beda, pero la fiesta no era tan popular en
el sur, donde se seguía la Liturgia de Sarum.
La influencia de Beda entre los eruditos ingleses y extranjeros fue muy
grande, y probablemente habría sido mayor si los monasterios del norte no
hubieran sido devastados por las invasiones Danesas menos de un siglo después
de la muerte de Beda. En innumerables formas, pero especialmente por su
moderación, amabilidad y gran visión, Beda se distingue entre sus
contemporáneos. En lo referente a erudición, indudablemente fue el hombre más
sabio de su tiempo. Una característica muy notable, observada por Plummer (I,
p. xxiii), es su sentido de propiedad literaria, una particularidad
extraordinaria en esa época. Él mismo anotaba escrupulosamente en sus escritos
los pasajes que había tomado prestados de otros e incluso rogaba a los copistas
de sus obras que conservaran las referencias, una recomendación a la que ellos
pusieron muy poca atención. A pesar de lo elevado de su cultura, Beda aclara
repetidamente que sus estudios están subordinados a la interpretación de las
Escrituras. En su "De Schematibus" lo dice así: "Las Sagradas
Escrituras están sobre todos los demás libros, no sólo por su autoridad Divina,
o por su utilidad pues son una guía hacia la vida eterna, sino también por su
antigüedad y su forma literaria” (positione dicendi). Tal vez el mayor tributo
al genio de Beda es que con una convicción tan desprovista de compromiso y tan
sincera de que la sabiduría humana es inferior, haya podido adquirir tanta
cultura verdadera. Aunque el Latín fue para él una lengua todavía viva, y
aunque no parece haber volteado conscientemente hacia la Era de Augusto de la
Literatura Romana que preservaba modelos más puros de estilo literario que la
época de Fortunato o San Agustín, ya sea por genio natural o por el contacto
con los clásicos, Beda es extraordinario por la relativa pureza de su lenguaje
y también por su lucidez y sobriedad, especialmente en temas de crítica
histórica. En todos estos aspectos presenta un marcado contraste con san
Aldhelm quien se aproxima más al tipo Celta.
Obras y Ediciones
Nunca se ha publicado una edición de las obras completas de Beda basada en
el cotejo cuidadoso de los manuscritos. El texto impreso por Giles en 1884 y
reproducido por Migne (XC-XCIV) muestra pocas o ninguna mejora con respecto a
la edición básica de 1563 o la edición de Colonia de 1688. Por supuesto, a Beda
se le recuerda principalmente como historiador. Su gran obra, "Historia
Ecclesiastica Gentis Anglorum" (Historia eclesiástica del pueblo inglés), que
relata el cristianismo en Inglaterra desde sus inicios hasta la época de Beda,
es la base de todos nuestros conocimientos acerca de la historia británica –una
obra maestra elogiada por los eruditos de todas las épocas. Plummer produjo una
edición de esta obra, de la "Historia Abbatum" (Historia de los
Abades) y la "Carta a Egberto", que con toda justicia puede llamarse
la versión final (2 volúmenes, Oxford, 1896). En la introducción, Plummer
ilustró admirablemente la extraordinaria diligencia de Beda para la recopilación
de documentos y su uso crítico de ellos (págs. XLIII-XLVII). La "Historia
de los Abades" (de los monasterios gemelos de Wearmouth y Jarrow), la
"Carta a Egberto", las vidas en verso y prosa de "San
Cuthbert", y otras obras de menor tamaño, también tienen gran valor por la
luz que arrojan sobre el estado del cristianismo en Northumbria en la época de
Beda. La "Historia Eclesiástica" fue traducida al anglosajón a
petición del Rey Alfredo. Desde entonces se ha reproducido con frecuencia, notablemente
por T. Stapleton, quien la imprimió en 1565 en Amberes como arma controversial
contra los teólogos de la Reforma en el reino de Elizabeth. El texto en latín
apareció por primera vez en Alemania en 1475. Vale la pena hacer notar que en
Inglaterra no se imprimió ninguna edición, ni siquiera la latina, antes de
1643. El texto más preciso de Smith vio la luz en 1742.
Los tratados cronológicos de Beda "De temporibus liber" y "De
temporum ratione" (Sobre el cálculo del tiempo) también contienen
resúmenes de la historia general del mundo desde la creación hasta el 725 y el
703, respectivamente. Estas porciones históricas fueron editadas
satisfactoriamente por Mommsen en la "Monumenta Germaniae historica"
(1898), y pueden encontrarse entre los especímenes más antiguos de este tipo de
cronología general, por lo que han sido copiados e imitados en gran medida. La
obra topográfica "De locis santis" (Sobre los lugares santos) es una
descripción de Jerusalén y los lugares santos basada en Adamnan y Arculfus. En 1898,
la obra de Beda fue editada por Geyer en "Itinera Hierosolymitana"
para el "Corpus Scriptorum" de Viena. El hecho de que Beda compiló un
martirologio lo sabemos por él mismo, pero la obra que se le atribuye en
extensos manuscritos ha sido tan complementada que es muy difícil saber
exactamente que escribió.
En su propia opinión, y en la de sus contemporáneos, las obras exegéticas de
Beda fueron las más importantes, pero la lista es demasiado larga para
describirla en este documento. Entre dichas obras se encuentra un comentario
sobre el Pentateuco completo, así como sobre algunas partes seleccionadas.
También hay comentarios sobre los libros de Reyes, Esdras, Tobías, El Cantar de
los Cantares, etcétera. En el nuevo testamento, interpretó a san Marcos, san
Lucas, los Hechos de los Apóstoles, las Epístolas y el Apocalipsis; pero la
autenticidad del comentario de san Mateo, impreso con su nombre, es más que
dudosa. (Plaine en "Revue Anglo-Romaine", 1896, III, 61). Las
homilías de Beda toman la forma de comentarios sobre el evangelio. La colección
de 50 (divididas en dos libros) atribuidas a Beda por Giles (y Migne) son en su
mayoría auténticas, pero se sospecha de la autenticidad de unas cuantas. (Morin
en "Revue Bénédictine", IX, 1892, 316).
Beda menciona varios escritos didácticos en la lista que nos dejó de sus
obras. La mayoría de ellos aún se conservan y no hay razón para dudar de su
autenticidad. Sus tratados de gramática "De arte metricâ" y "De
orthographiâ" han sido editados adecuadamente en tiempos modernos por Keil
en su "Grammatici Latini" (Leipzig, 1863). Sin embargo, las obras más
grandes "De natura rerum", “De temporibus", “De temporium
ratione", alrededor que tratan sobre ciencia, como era entendida en ese
entonces, y especialmente sobre cronología, nos han llegado solamente a través
de tres textos poco satisfactorios de los editores más antiguos y Giles. Más
allá de la vida métrica de san Cuthbert y algunos versos incorporados a la
"Historia Eclesiástica", no poseemos mucha poesía que pueda ser atribuida
con toda certeza a Beda, pero al igual que otros eruditos de su época,
seguramente escribió una buena cantidad de versos. El mismo menciona su
"libro de himnos" compuesto con diferentes métricas o ritmos. De
manera que Alcuin dice de él: Plurima versifico cecinit quoque carmina plectro.
Es posible que el más corto de sus dos calendarios médicos impresos entre sus
obras sea genuino. El Penitencial atribuido a Beda, aunque aceptado como
genuino por Haddan, Stubbs y Wasserschleben, probablemente no sea suyo (Plummer,
I, 157).
El Venerable Beda es el testigo más antiguo de la tradición puramente
gregoriana de Inglaterra. Sus obras "Música theoretica" y
"De arte Metricâ" (Migne, XC) son consideradas especialmente valiosas
por los eruditos que hoy en día se avocan al estudio de la forma primitiva del
canto.
(Fuente:
enciclopediacatolica.com |
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