miércoles, 27 de mayo de 2020

Párate un momento: El Evangelio del dia 28 DE MAYO – JUEVES – 7ª - SEMANA DE PASCUA – A – San Germán de París







28 DE MAYO – JUEVES –
7ª - SEMANA DE PASCUA – A –

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (22,30;23,6-11):

En aquellos días, queriendo el tribuno poner en claro de qué acusaban a Pablo los judíos, mandó desatarlo, ordenó que se reunieran los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno, bajó a Pablo y lo presentó ante ellos.
Pablo sabía que una parte del Sanedrín eran fariseos y otra saduceos y gritó: «Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo, y me juzgan porque espero la resurrección de los muertos.»
Apenas dijo esto, se produjo un altercado entre fariseos y saduceos, y la asamblea quedó dividida. (Los saduceos sostienen que no hay resurrección, ni ángeles, ni espíritus, mientras que los fariseos admiten todo esto.) Se armó un griterío, y algunos escribas del partido fariseo se pusieron en pie, porfiando: «No encontramos ningún delito en este hombre; ¿y si le ha hablado un espíritu o un ángel?»
El altercado arreciaba, y el tribuno, temiendo que hicieran pedazos a Pablo, mandó bajar a la guarnición para sacarlo de allí y llevárselo al cuartel.
La noche siguiente, el Señor se le presentó y le dijo: «¡Ánimo! Lo mismo que has dado testimonio a favor mío en Jerusalén tienes que darlo en Roma.»

Palabra de Dios

Salmo: 15

R/. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien.»
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano. R/.
Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R/.
Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. R/.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R/.

Lectura del santo evangelio según san Juan (17,20-26):

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo:
«Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. También les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y los has amado como me has amado a mí. Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo.
Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté con ellos, como también yo estoy con ellos.»

Palabra del Señor

1.  Si este evangelio se piensa despacio y a fondo, lo que queda patente es algo que nos desconcierta. Jesús expresa aquí, en su oración última con los suyos, su deseo supremo: el deseo por la unidad.  Unidad de Dios, unidad de Dios con Jesús, unidad de Dios y de Jesús con toda la humanidad. Y digo que esto nos   desconcierta, porque la experiencia nos dice que las religiones no nos unen, sino que nos separan y nos dividen. 
Estamos, pues, ante un tema capital. Porque ya estamos demasiado rotos, agotados, defraudados, por causa de tantas divisiones, separaciones, enfrentamientos. 
Los monoteísmos se han representado a Dios de tal manera, que, al ser Uno, y muchos Unos, han terminado siendo los "dioses excluyentes", que han generado violencia y muerte, relaciones destrozadas y gentes divididas y enfrentadas hasta la muerte.

2.  En el mundo antiguo, se impuso la aspiración por la unidad (H. D. Betz). No
la unidad de los sofistas, que se reducía a la identidad consigo mismo.  Sino la unidad que, desde Sócrates, implica las exigencias de lo único que permanece y que se traduce en "lo Uno como el Bien" (Platón). Hasta el punto de que es, en la armonía de "lo Uno", donde se manifiesta lo divino (la Stoa) (K. H. Bartels).
No se trata, en todo esto, de mera erudición.  Se trata de la constatación de
los enormes problemas y peligros que brotan de los "absolutos", como únicos y además como excluyentes e intolerantes. De ahí al encanallamiento (con buena conciencia), el paso es inevitable.

3.  Se comprende la aspiración suprema de Jesús. Dios, Jesús, los humanos, "que todos sean uno... que sean completamente uno... para que el mundo crea". Es la unidad de Jesús con el Padre (Jn 10, 30; 17, 11. 21 ss). Y de ahí, un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo rebaño, un solo pastor (Ef 4, 5; Jn 10, 14-16).
Por supuesto, esta unidad se tiene que traducir en hechos palpables. Pero - ¿es eso posible, dada la pluralidad de religiones, culturas, nacionalismos, lenguajes...?
Hasta este momento, por lo menos, esto no se ha conseguido, ni por la fuerza de la política y los ejércitos, ni por la insistencia de las ideas. Entonces - ¿cómo?  
Vamos al fondo del problema. Vamos, pues, al fondo de aquello en lo que todos los seres humanos coincidimos, en lo que todos somos iguales.
Todos coincidimos en lo mínimamente 
humano: todos somos de carne y hueso
(corporalidad) y todos nos necesitamos unos a otros (alteridad). Sea cual sea la religión, la cultura, la nacionalidad que cada cual tenga, todos necesitamos y deseamos que las exigencias de nuestra corporalidad (salud y alimentación) y de nuestra alteridad (amor) estén satisfechas. 
Pues ahí, en eso, está Jesús, está Dios.  
Quien traduce eso en Ética, ese es el que encuentra, en lo humano, a Dios.


San Germán de París


En París, en la Galia, san Germán, obispo, que habiendo sido antes abad de San Sinforiano de Autún, fue llamado a la sede de París y, conservando el estilo de vida monástico, ejerció una fructuosa cura de almas.


Vida de San Germán de París


Gran parte de su vida la conocemos por el testimonio de su colega el obispo Fortunato que asegura estuvo adornado del don de milagros.
Nació Germán en la Borgoña, en Autun, del matrimonio que formaban Eleuterio y Eusebia en el último tercio del siglo V. No tuvo buena suerte en los primeros años de su vida carente del cariño de los suyos y hasta estuvo con el peligro de morir primero por el intento de aborto por parte de su madre y luego por las manipulaciones de su tía, la madre del primo Estratidio con quien estudiaba en Avalon, que intentó envenenarle por celos.
Su pariente de Lazy -con quien vive durante 15 años- es el que compensa los mimos que no tuvo Germán en la niñez. Allí sí que encuentra amor y un ambiente de trabajo lleno de buen humor y de piedad propicio para el desarrollo integral del muchacho que ya despunta en cualidades por encima de lo común para su edad.
Con los obispos tuvo suerte. Agripin, el de Autun, lo ordena sacerdote solucionándole las dificultades y venciendo la resistencia de Germán para recibir tan alto ministerio en la Iglesia; luego, Nectario, su sucesor, lo nombra abad del monasterio de san Sinforiano, en los arrabales de la ciudad. Modelo de abad que marca el tono sobrenatural de la casa caminando por delante con el ejemplo en la vida de oración, la observancia de la disciplina, el espíritu penitente y la caridad.
Es allí donde comienza a manifestarse en Germán el don de milagros, según el relato de Fortunato. Por lo que cuenta su biógrafo, se había propuesto el santo abad que ningún pobre que se acercara al convento a pedir se fuera sin comida; un día reparte el pan reservado para los monjes porque ya no había más; cuando brota la murmuración y la queja entre los frailes que veían peligrar su pitanza, llegan al convento dos cargas de pan y, al día siguiente, dos carros llenos de comida para las necesidades del monasterio. También se narra el milagro de haber apagado con un roción de agua bendita el fuego del pajar lleno de heno que amenazaba con arruinar el monasterio. Otro más -y curioso- es cuando el obispo, celoso -que de todo hay- por las cosas buenas que se hablan de Germán, lo manda poner en la cárcel por no se sabe qué motivo (quizá hoy se le llamaría «incompatibilidad»); las puertas se le abrieron al estilo de lo que pasó al principio de la cristiandad con el apóstol, pero Germán no se marchó antes de que el mismo obispo fuera a darle la libertad; con este episodio cambió el obispo sus celos por admiración.
El rey Childeberto usa su autoridad en el 554 para que sea nombrado obispo de París a la muerte de Eusebio y, además, lo nombra limosnero mayor. También curó al rey cuando estaba enfermo en el castillo de Celles, cerca de Melun, donde se juntan el Yona y el Sena, con la sola imposición de las manos.
Como su vida fue larga, hubo ocasión de intervenir varias veces en los acontecimientos de la familia real. Alguno fue doloroso porque un hombre de bien no puede transigir con la verdad; a Cariberto, rey de París -el hijo de Clotario y, por tanto, nieto de Childeberto-, tuvo que excomulgarlo por sus devaneos con mujeres a las que va uniendo su vida, después de repudiar a la legítima Ingoberta.
El buen obispo parisino murió octogenario, el 28 de mayo del 576. Se enterró en la tumba que se había mandado preparar en san Sinfroniano. El abad Lanfrido traslada más tarde sus restos, estando presentes el rey Pipino y su hijo Carlos, a san Vicente que después de la invasión de los normandos se llamó ya san Germán. Hoy reposan allí mismo -y se veneran- en una urna de plata que mandó hacer a los orfebres el abad Guillermo, en el año 1408.

(Fuente: archimadrid.es)



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