9 DE JUNIO – MARTES –
10ª – SEMANA DEL T. O. – A –
Lectura
del primer libro de los Reyes (17,7-16):
En
aquellos días, se secó el torrente donde se había escondido Elías, porque no
había llovido en la región. Entonces el Señor dirigió la palabra a Elías:
«Anda,
vete a Sarepta de Fenicia a vivir allí; yo mandaré a una viuda que te dé la
comida.»
Elías
se puso en camino hacia Sarepta, y, al llegar a la puerta de la ciudad,
encontró allí una viuda que recogía leña.
La
llamó y le dijo:
«Por
favor, tráeme un poco de agua en un jarro para que beba.»
Mientras
iba a buscarla, le gritó:
«Por
favor, tráeme también en la mano un trozo de pan.»
Respondió
ella:
«Te
juro por el Señor, tu Dios, que no tengo ni pan; me queda sólo un puñado de
harina en el cántaro y un poco de aceite en la alcuza. Ya ves que estaba
recogiendo un poco de leña. Voy a hacer un pan para mí y para mi hijo; nos lo
comeremos y luego moriremos.»
Respondió
Elías:
«No
temas. Anda, prepáralo como has dicho, pero primero hazme a mí un panecillo y
tráemelo; para ti y para tu hijo lo harás después.
Porque
así dice el Señor, Dios de Israel: "La orza de harina no se vaciará, la
alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia
sobre la tierra."»
Ella
se fue, hizo lo que le había dicho Elías, y comieron él, ella y su hijo.
Ni
la orza de harina se vació, ni la alcuza de aceite se agotó, como lo había
dicho el Señor por medio de Elías.
Palabra
de Dios
Salmo:
4
R/.
Haz brillar sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro
Escúchame
cuando te invoco, Dios, defensor mío;
tú que en el aprieto me
diste anchura,
ten piedad de mí y
escucha mi oración.
Y vosotros, ¿hasta cuándo
ultrajaréis mi honor,
amaréis la falsedad y
buscaréis el engaño? R/.
Sabedlo:
el Señor hizo milagros en mi favor,
y el Señor me escuchará
cuando lo invoque.
Temblad y no pequéis,
reflexionad en el
silencio de vuestro lecho. R/.
Hay
muchos que dicen: «¿Quién nos hará ver la dicha,
si la luz de tu rostro ha
huido de nosotros?»
Pero tú, Señor, has
puesto en mi corazón más alegría
que si abundara en trigo
y en vino. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (5,13-16):
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vosotros
sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros
sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un
monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino
para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Alumbre
así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria
a vuestro Padre que está en el cielo.»
Palabra
del Señor
1. Estas
palabras van dirigidas a los mismos a quienes se refieren las
bienaventuranzas. A esas gentes, que eran pobres, que
sufrían, que se veían
perseguidas, ofendidas y
calumniadas, les dice Jesús que ellos son la sal de la tierra y la luz del
mundo.
Cuando
se lee el Sermón del Monte, conviene fijarse en que este texto lo dice Jesús a
renglón seguido de las bienaventuranzas, sin separación, sin otra aclaración.
El criterio de Jesús es que los que están abajo en la historia son la sal de la
tierra y la luz de este mundo.
2. El
criterio de Jesús es que el condimento y la luz, que hacen soportable este
mundo, no son los intelectuales, ni los políticos, ni los notables, ni los
eclesiásticos, sino los
vencidos y los que están abajo en la historia. Lo cual nos parece una contradicción
y un despropósito sin pies ni cabeza.
-
¿Por qué Jesús tensa las cosas hasta este extremo?
Porque
nos quiere decir a todos que el problema más grave que tenemos es el
sufrimiento que, por acción o por omisión, nos causamos unos a otros. Y eso es
lo que más urge remediar. Eso está antes que los saberes de los
intelectuales, que los poderes de los políticos, que las influencias de los
notables, y que los dogmas y normas de los predicadores religiosos.
Lo
más apremiante, en cualquier momento de la historia, es que la gente deje de
sufrir o, en todo caso, que sufra menos.
Cuando
se hace eso, el mundo se ilumina y se glorifica a Dios. La vida tiene sentido.
SAN
EFREN, diacono y doctor de la Iglesia
San Efrén, diácono y
doctor de la Iglesia
Nació en Nísibe, de familia cristiana, hacia
el año 306. Se ordenó de diácono y ejerció dicho ministerio en su patria y en
Edesa, de cuya escuela teológica fue el iniciador. A pesar de su intensa vida
ascética, desplegó una gran actividad como predicador y como autor de importantes
obras, destinadas a la refutación de los errores de su tiempo.
Murió en el año 373.
El
mejor triunfo de San Efrén es el que a él le debemos en gran parte la
introducción de los cánticos sagrados e himnos en las ceremonias católicas. Por
medio de la música, los himnos se fueron haciendo populares y se extendieron
prontamente por todas las iglesias. Los himnos de San Efrén se hicieron famosos
por todas partes.
Efrén
nació en Nisibe, Mesopotamia (Irak) en el año 306. El afirma de sí mismo que de
joven no le daba mucha importancia a la religión, pero que cuando le llegaron
las pruebas y los sufrimientos, entonces así se dio cuenta de que necesitaba de
Dios.
El
santo narra que en un sueño vio que de su lengua nacía una mata de uvas, la
cual se extendía por muchas regiones, llevando a todas partes racimos muy
agradables y provechosos. Con esto se le anunciaba que sus obras (sus himnos y
cantos) se iban a extender por muchas regiones, llevando alegría y
agradabilidad.
El
obispo lo nombró director de la escuela de canto religioso de su ciudad, y allí
formó muchos maestros de canto para que fueran a darle solemnidad a las fiestas
religiosas de diversas parroquias.
Los
persas de Irán invadieron la ciudad de Nisibe, tratando de acabar con la
religión católica, y entonces Efrén junto con gran número de católicos, huyeron
a la ciudad de Edesa, y en esa ciudad pasó los últimos años de su vida,
dedicado a componer sus inmortales poesías, y a rezar, meditar y enseñar
religión a cuantos más podía. Dicen que la idea de dedicarse a componer himnos
religiosos le llegó al ver que los herejes llevaban mucha gente a sus reuniones
por medio de los cantos que allí recitaban. Y entonces Efrén dispuso hacer
también muy simpáticas las reuniones de los católicos, por medio de himnos y
cánticos religiosos, y en verdad que logró conseguirlo.
Para
mejor inspirarse, nuestro santo buscaba siempre la soledad de las montañas, y
en los sitios donde santos monjes y eremitas vivían en oración y en continuo
silencio. Allí lejos del remolino de la vida social, le llegaba mejor la
inspiración de lo alto.
Pero
el obispo de Edesa al darse cuenta de las cualidades artísticas del santo lo
nombró director de la escuela de canto de la ciudad y allí estuvo durante 13
años (del 350 al 363) formando maestros de canto para las parroquias. Y sus
himnos servían en las iglesias para exponer la doctrina cristiana, alejar las
herejías y los vicios, y aumentar el fervor de los creyentes. Y aun hoy sus
composiciones poéticas siguen siendo de grandísimo provecho para los lectores.
El expone las enseñanzas de la religión católica demostrando gran admiración
por nuestros dogmas, o grandes verdades de la fe.
Dicen
los historiadores que cuando hablaba de la segunda venida de Cristo y el día
del juicio final, empleaba una elocuencia tan vigorosa que el pueblo estallaba
en gemidos y sonoros llantos. Y en sus predicaciones consideraba como deber
suyo principalísimo prevenir y preparar al pueblo para que nadie se dejara
engañar por los errores de las sectas.
Los
herejes se quejaban de que los muy bien ensayados coros de Efrén en los templos
católicos atraían tantos devotos, que los templos de las sectas se quedaban
vacíos.
La
humildad de San Efrén era tan grande que se creía totalmente indigno de ser
sacerdote (Aunque las gentes lo consideraban un gran santo, y su vida era la de
un fervoroso monje o religioso). Por eso prefirió quedarse de simple diácono.
La
última vez que tomó parte en los asuntos públicos fue en el año 370 cuando hubo
una gran carestía y una pavorosa escasez de alimentos. Los ricos habían
acaparado los alimentos y se negaban a repartirlos entre los pobres por temor a
que se aprovecharan los avivados. Entonces San Efrén se ofreció de mediador y
como a él si le tenían total confianza, organizó un equipo de entrenados
distribuidores y logró llevar cuantiosos alimentos a las gentes más
necesitadas. En una grandísima epidemia organizó un grupo de 300 camilleros y
con ellos recogía a los enfermos y los llevaba a sitios especiales para tratar
de conseguir su curación. Uno de sus biógrafos comenta: "Estas dos labores
fueron dos ocasiones formidables que Dios le dio a nuestro santo, para que se
ganara dos bellísimas coronas más para la eternidad: la de calmar el hambre de
los más pobres y la de devolverles la salud a los enfermos más
abandonados". Seguramente al llegar al cielo, habrá oído de labios de
Jesús aquella bellísima frase que El prometió que dirá un día a los que ayudan
a los pobres y enfermos: "Estuve enfermo y me fuiste a visitar: tuve hambre
y me diste de comer. Ven al banquete preparado desde el comienzo de los
siglos". (Mt. 25,40).
De
San Efrén se conservan 77 himnos en honor de Cristo, de la Virgen Santísima y
de los temas más sagrados de la religión católica. Sus admiraciones inmensas
hacia los sufrimientos son verdaderamente admirables y conmovedoras. Con razón
las gentes lloraban cuando lo escuchaban o cuando leían sus emocionantes
escritos. Por Jesús y por María tenía los más profundos sentimientos de
simpatía y admiración. A María la llama siempre "Madre de Dios".
Su
muerte sucedió probablemente en junio del año 373.
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