15 DE JUNIO – LUNES –
11ª – SEMANA DEL T. O. – A –
Lectura
del primer libro de los Reyes (21,1-16):
Por
aquel tiempo, Nabot, el de Yezrael, tenía una viña pegando al palacio de Ajab,
rey de Samaria.
Ajab
le propuso:
«Dame
la viña para hacerme yo una huerta, porque está al lado, pegando a mi casa; yo
te daré en cambio una viña mejor o, si prefieres, te pago en dinero.»
Nabot
respondió:
«¡Dios
me libre de cederte la heredad de mis padres!»
Ajab
marchó a casa malhumorado y enfurecido por la respuesta de Nabot, el de
Yezrael, aquello de: «No te cederé la heredad de mis padres.»
Se
tumbó en la cama, volvió la cara y no quiso probar alimento.
Su
esposa Jezabel se le acercó y le dijo:
«¿Por
qué estás de mal humor y no quieres probar alimento?»
Él
contestó:
«Es
que hablé a Nabot, el de Yezrael, y le propuse: "Véndeme la viña o, si
prefieres, te la cambio por otra." Y me dice: "No te doy mi
viña."»
Entonces
Jezabel dijo:
«¿Y
eres tú el que manda en Israel? ¡Arriba! A comer, que te sentará bien. ¡Yo te
daré la viña de Nabot, el de Yezrael!»
Escribió
unas cartas en nombre de Ajab, las selló con el sello del rey y las envió a los
ancianos y notables de la ciudad, paisanos de Nabot. Las cartas decían:
«Proclamad un ayuno y sentad a Nabot en primera fila. Sentad en frente a dos
canallas que declaren contra él: "Has maldecido a Dios y al rey." Lo
sacáis afuera y lo apedreáis hasta que muera.»
Los
paisanos de Nabot, los ancianos y notables que vivían en la ciudad hicieron tal
como les decía Jezabel, según estaba escrito en las cartas que habían recibido.
Proclamaron un ayuno y
sentaron a Nabot en primera fila; llegaron dos canallas, se le sentaron
enfrente y testificaron contra Nabot públicamente: «Nabot ha maldecido a Dios y
al rey.»
Lo
sacaron fuera de la ciudad y lo apedrearon hasta que murió.
Entonces
informaron a Jezabel:
«Nabot
ha muerto apedreado.»
En
cuanto oyó Jezabel que Nabot había muerto apedreado, dijo a Ajab:
«Hala,
toma posesión de la viña de Nabot, el de Yezrael, que no quiso vendértela.
Nabot ya no vive, ha muerto.»
En
cuanto oyó Ajab que Nabot había muerto, se levantó y bajó a tomar posesión de
la viña de Nabot, el de Yezrael.
Palabra
de Dios
Salmo:
5,2-3.5-6.7
R/.
Atiende a mis gemidos, Señor
Señor,
escucha mis palabras,
atiende a mis gemidos,
haz caso de mis gritos de
auxilio,
Rey mío y Dios mío. R/.
Tú
no eres un Dios que ame la maldad,
ni el malvado es tu
huésped,
ni el arrogante se
mantiene en tu presencia. R/.
Detestas
a los malhechores,
destruyes a los
mentirosos;
al hombre sanguinario
y traicionero lo aborrece
el Señor. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (5,38-42):
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis
oído que se dijo: "Ojo por ojo, diente por diente". Yo, en cambio, os
digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en
la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para
quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una
milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo
rehúyas.»
Palabra
del Señor
1. La
"ley del talión", extendida en las culturas orientales antiguas, fue
asumida por Israel: "vida por vida, ojo por ojo, diente por
diente, mano por mano, pie
por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, cardenal por
cardenal" (Ex 21, 23-25; cf. Lv 24, 19 s; Dt 19, 21).
Se
sabe que esta ley fue una liberación y un alivio para las gentes más oprimidas
de la antigüedad. En todo caso, aceptó la represión de la violencia con la
misma violencia.
2. Jesús
anula esta ley que, en la práctica, es la legitimación de la venganza. Pero
Jesús llega mucho más lejos. Porque no se limita a anular la ley de la
venganza, sino que además dispone la renuncia a la propia dignidad (la
bofetada), la renuncia a la propiedad (dar la capa al ladrón), y la renuncia a
la defensa (no negarse nunca a dar con creces). En definitiva, se trata de que,
no solo no te vengues de quien te humilla, te pide lo tuyo o se aprovecha de
ti, sino que seas generoso con él, hasta llegar al exceso de lo que
razonablemente supera todo límite. Jesús no solo invita a refrenar la
agresividad, sino que invita a soportar la agresividad del violento.
3. Es
evidente que, al pedir estas cosas, Jesús propone algo que es provocativo. -
¿Por qué?
Sin
duda, porque por aquí va el único camino eficaz que conduce a la eliminación de
la violencia. Nunca deberíamos olvidar que la violencia constituye
un círculo cerrado sobre sí mismo que se alimenta en la propia violencia, que así
se hace más fuerte y, además, se perpetúa. Los "excesos" de
no-violencia, que propone Jesús, son "un gemido del oprimido" (a sigh
of the oppressed. K. Tagawa), que desarma al violento.
Pero
no basta cualquier gemido. Tiene que ser tan fuerte como las
renuncias que plantea Jesús. Y conviene caer en la cuenta de que, para exigir
tanta renuncia, Jesús no invoca ni el motivo del Reino, ni nada relacionado con
Dios. El asunto es tan grave, que Jesús consideró que ya era bastante con
presentar el tema en toda su crudeza.
Santa María Micaela del Santísimo Sacramento
Santa María Micaela del
Santísimo Sacramento nació en Madrid en 1809 y allí, al visitar el Hospital de
San Juan de Dios, nació su vocación de consagrarse a la educación de la
juventud inadaptada socialmente. El amor a Cristo en la Eucaristía fue el alma
de su obra.
Fundó el Instituto de
Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad.
Murió en Valencia,
víctima de su caridad, al atender a los enfermos de cólera, el 24 de agosto de
1865.
Fue canonizada en
1934.
El día
de Año Nuevo de 1809 nacía en Madrid de los cristianos padres Miguel
Desmaisieres, de la nobleza flamenca, y Bernarda López Dicastillo, dama de la
reina María Luisa.
La
naturaleza y la gracia fueron muy generosas con la niña Micaela Familia noble y
rica, belleza física, padres ejemplares, inteligencia, bondad de corazón...
Todo le sonreía. La educación esmerada que recibió también fue otro regalo del
Señor. Cuenta la misma Micaela: "Mi madre nos hacía aprender a planchar y
guisar a las tres hermanas que éramos, por lo que pudiera suceder. También
teníamos que pintar, bordar, escribir, tocar diversos instrumentos y hacer un
sinnúmero de rezos. Todo esto sin descanso, pues era esclava del deber".
Era
todavía muy joven cuando murió su madre. Su padre murió también
inesperadamente. Su hermano Luis pereció en un accidente al caerse de un
caballo, y su hermanita Engracia fue llevada imprudentemente por una niñera a
ver la escena del ahorcamiento de un criminal y la jovencita al ver esta escena
se enloqueció. Le quedaba una hermana, Manuela, pero esta tuvo que salir al
destierro porque los enemigos políticos de su esposo se apoderaron del
gobierno.
Recibió
una educación muy seria. Empieza un noviazgo, y después de tres años de amistad
muy armoniosa, y muy santa con su novio, este de un momento a otro se aleja,
porque sus familiares se lo han ordenado así. Entonces las lenguas maledicentes
se dedican a hablar mal de Micaela. Ella en su autobiografía añade: "En
vez de hablar de esto con mis amistades, lo que hacíamos era llevar cuenta de
los rezos que hacíamos, y ver quién había rezado más".
Su
hermano fue nombrado embajador en París, y después en Bruselas (Micaela era de
familia de alta clase social española). Ella tuvo que acompañarlo y entonces
empezó una vida muy especial: madrugar muchísimo para alcanzar a hacer sus
prácticas de piedad, ir a la Santa Misa, comulgar y aprovechar la mañana para
hacer sus obras de caridad. De mediodía en adelante asistir a banquetes
diplomáticos, bailes, funciones de teatro, salir de paseo a caballo, rodeada de
gente de la aristocracia y mostrarse siempre alegre y sonriente a pesar de los
dolores continuos de estómago a causa de una especie de cáncer que parecía
devorarle el vientre.
Ante
tantísimos peligros para su virtud, lo que conservaba en gracia de Dios a la
joven y elegante Micaela era su comunión diaria, las mortificaciones que hacía
y el haber encontrado un santo director espiritual, el Padre Carasa. Una de sus
mortificaciones consistía en que cuando iba a funciones de teatro (donde la
gente se presenta muy deshonestamente vestida) ella se colocaba unos anteojos
que por más que esforzara la vista no le dejaban ver lo que pasaba en el
escenario.
Mientras
por las tardes y noches tenía que estar en las labores mundanas de la diplomacia,
por las mañanas estaba visitando pobres, enfermos e iglesias muy necesitadas y
dejando en todas partes copiosas limosnas (su familia era muy adinerada). Nadie
podía imaginar al verla tan elegante en las fiestas sociales, que esa mañana la
había pasado visitando casuchas y ayudando a gentes abandonadas.
Al
volver a España la invitaron en Burdeos a una reunión en la casa del Cónsul.
Allí la esperaba el Sr. Arzobispo para pedirle que hiciera de mediadora frente
a unas monjitas que engañadas por un jansenista (los jansenistas son herejes
que dicen que quien no es santo no puede recibir ningún sacramento) se habían
rebelado contra el arzobispo. Micaela, aprovechando su admirable simpatía que
le hacía ganarse a las gentes, se fue al convento y obtuvo que las religiosas
hicieran unos días de Ejercicios Espirituales, y al final de esos Retiros, las
monjitas, presididas por nuestra santa, hicieron la paz con el Sr. Arzobispo.
El
Padre Carasa le recomendó que al volver a Madrid se entrevistara con una dama
muy santa llamada María Ignacia Rico. Así lo hizo y entonces aquella caritativa
mujer la llevó al hospital San Juan de Dios, donde estaban las mujeres de mala
vida que caían enfermas. La santa afirma que "allí sufren el olfato, la
vista, el tacto, los oídos" y que "todos los sentimientos tienen allí
ocasión para padecer". Micaela ni siquiera sabía que existía esa clase de
mujeres y nunca se había imaginado que los hombres dieran un trato tan injusto
y cruel a esas pobres criaturas, después de haberlas corrompido.
Aquel
espectáculo del hospital fue para Micaela como una revelación del cielo. Y
cuando supo no sólo la situación horrorosa de esas pobres muchachas enfermas en
el hospital, sino la espantosa vida que les esperaba cuando salieran de allí,
pensó que era absolutamente necesario hacer algo concreto para ayudarlas. Y con
su amiga María Ignacia consiguieron una casita para llevar allí las muchachas
en peligro para preservarlas, y a las que ya habían sido víctimas, para
redimirlas y salvarlas.
Y sucedió
entonces que alrededor de Micaela hubo una verdadera tormenta de
incomprensiones y abandonos aun de sus mejores amistades. Ahora se cumplía la
antigua frase de San Ignacio: "El mundo no tiene oídos para poder escuchar
tan grande estruendo". ¿A quién se le iba a ocurrir que una mujer de la
más alta clase social, emparentada con las familias más ricas y famosas de la
capital, se fuera a dedicar a cuidar prostitutas o mujeres de mala vida? Todas
sus antiguas amistades se negaron a ayudarle, y ya ni la reconocían como amiga.
Y luego
sucedió lo que ninguno había esperado: Micaela dejó su casa elegante en un
barrio rico y se fue a vivir con unas pobres mujeres de mala vida en una
casucha miserable, para poder transformarlas en personas honradas y santas.
Al Sr.
Arzobispo le llevan cuentos y calumnias y entonces él envía a un sacerdote para
que saque de la Casa de Micaela el Santísimo Sacramento. Cuando el sacerdote
llega, la santa se dedica a orar por él, y éste, después de rezar unos minutos
de rodillas, cambia de parecer y se va sin llevarse el Santísimo Sacramento.
Le
llega un director espiritual demasiado rígido que el prohibe hacer caso a los
mensajes interiores que Dios le da. Una voz le dice: "Micaela, se va a
incendiar la sacristía", pero ella no puede hacer caso a esto, y tiene que
dejar que suceda. Otra voz le dice: "Le echaron veneno a la comida",
pero como el director le prohibió hacer caso a esas voces empieza a comer. Sólo
que al sentir el sabor tan desagradable de aquel alimento, se dice: "Aunque
fuera sin voces, yo no me comería esto por lo asqueroso", y se detiene.
Pero alcanza a enfermarse bastante. Afortunadamente, en vez de ese equivocado
director le llega un santo de primera clase, a dirigirla, es San Antonio María
Claret, y bajo su dirección sí puede progresar grandemente en santidad.
Son
las diez de la mañana y no hay con qué hacer desayuno para tantas jóvenes.
Llega un misionero de Filipinas y la santa le cuenta su terrible situación. El
misionero le entrega una moneda de oro que le han regalado. Corren a comprar
alimentos, y las muchachas exclaman: - ¡La superiora nos estaba haciendo una
broma diciendo que no había comida! ¡Miren qué abundante comida nos tenía por
ahí guardada!
Cuenta
Micaela en su autobiografía: "N.N. es una muchacha que me ha hecho muchos
robos y me ha inventado cuentos horrendos. Pero yo la sigo tratando con gran
cariño, como si fuera mi mejor amiga". Más adelante añade: "Las
gentes me viven inventando mil cosas malas que nunca he hecho y ni siquiera he
pensado… pero bendito sea Dios que de lo malo que sí he hecho no saben
nada!".
Un día
va a una casa de citas a rescatar a una muchacha a la cual tiene allá obligada.
La insultan, le lanzan piedras, le dicen todas las vulgaridades que nunca había
escuchado, pero ella sigue sonriendo como si estuviera recibiendo honores, sale
por entre esa multitud infernal, llevándose a la muchacha y salvándola para
siempre.
La
reina de España que la aprecia mucho la invita al palacio para pedirle unos
consejos. Entonces Micaela que en otros tiempos era una de las mujeres más
elegantemente vestidas de la capital, se va allá con vestidos viejos y
desteñidos. Las damas de la corte se burlan de ella y ni siquiera le contestan
el saludo, pero ella sale de aquel palacio muy contenta, porque pudo practicar
la virtud de la humildad.
Una
mujer mala le inventa tremendas calumnias. El obispo llama a nuestra santa y le
lanza el regaño más espantoso. El Padre Director Espiritual, P. Carasa, le
niega hasta el saludo. Micaela no se defiende. Ella recuerda lo que decía San
Francisco de Sales: "Dios sabe qué tanta cantidad de buena fama necesito,
y El me concederá la suficiente buena fama para que pueda seguir trabajando por
las almas". Después saben que todo lo que habían dicho eran calumnias, y
le piden excusas. Ella mientras tanto no había perdido la alegría ni la paz.
El 6
de enero de 1859, con siete compañeras funda la Comunidad de Hermanas
Adoratrices del Santísimo Sacramento, dedicadas a adorar a Cristo Jesús en la
Eucaristía y a trabajar por preservar a las muchachas en peligro, y a redimir a
las pobres que ya cayeron en los vicios y en la impureza.
Su
comunidad se extendió por Barcelona, Valencia y Burgos y ahora tiene 1,750
religiosas en el mundo en 178 casas.
Ella
escribiendo a sus religiosas les decía: "Difícil encontrar otra fundadora
de comunidad que haya sido más acusada, más calumniada y más regañada que yo.
Mis acciones las juzgan de la peor manera posible". Pero también podía
repetir las palabras de San Pablo: "Poco me interesa lo que las gentes
están diciendo de mí. Mi juez es Dios".
En sus
casas mandaba colocar esta bella frase, un mensaje de Dios a sus religiosas
para que no se desanimaran en la pobreza y en las dificultades: "MI
PROVIDENCIA Y TU FE, MANTENDRAN LA CASA EN PIE".
La
Madre Micaela había estado socorriendo a los enfermos en la peste de tifus
negro en los años 1834, 1855 y 1856, y había logrado no contagiarse. Pero en el
año 1856 al saber que en Valencia había estallado la terrible peste del tifus,
se fue allí a socorrer a los apestados. Y se contagió de la mortal enfermedad.
Al
padre confesor le dijo: "Padre, esta es mi última enfermedad". Y en
verdad que fue la última y la más dolorosa. Calambres casi continuos. Dolores
agudísimos. El médico declaró: "Nunca había visto a una persona sufrir
tanto y con tan grande paciencia y heroísmo".
El 24
de agosto de 1856, a las 12, abrió los ojos, los elevó hacia el cielo y murió.
La enterraron sin ninguna solemnidad en una fosa ordinaria en el cementerio.
Pero Dios la glorificó haciendo milagros por su intercesión y hoy sus
religiosas siguen salvando del pecado y de la perdición a miles de jóvenes en
todo el mundo
(Fuente:
serviciocatolico.com )
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