13 DE JUNIO – SÁBADO –
10ª – SEMANA DEL T. O. – A –
Lectura
del primer libro de los Reyes (19,19-21):
En
aquellos días, Elías se marchó del monte y encontró a Elíseo, hijo de Safat,
arando con doce yuntas en fila, él con la última. Elías pasó a su lado y le
echó encima el manto.
Entonces
Eliseo, dejando los bueyes, corrió tras Elías y le pidió:
«Déjame
decir adiós a mis padres; luego vuelvo y te sigo.»
Elías
le dijo:
«Ve
y vuelve; ¿quién te lo impide?»
Elíseo
dio la vuelta, cogió la yunta de bueyes y los ofreció en sacrificio; hizo fuego
con los aperos, asó la carne y ofreció de comer a su gente; luego se levantó,
marchó tras Elías y se puso a su servicio.
Palabra
de Dios
Salmo:15,1-2a.5.7-8.9-10
R/.
Tú, Señor, eres el lote de mi heredad
Protégeme,
Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú
eres mi bien.»
El Señor es el lote de mi
heredad y mi copa;
mi suerte está en tu
mano. R/.
Bendeciré
al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me
instruye internamente.
Tengo siempre presente al
Señor,
con él a mi derecha no
vacilaré. R/.
Por
eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa
serena.
Porque no me entregarás a
la muerte,
ni dejarás a tu fiel
conocer la corrupción. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (5,33-37):
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis
oído que se dijo a los antiguos: "No jurarás en falso" y
"Cumplirás tus votos al Señor." Pues yo os digo que no juréis en
absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es
estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures
por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo. A vosotros os
basta decir "sí" o "no". Lo que pasa de ahí viene del
Maligno.»
Palabra
del Señor
1.
Jesús prohíbe de forma terminante el juramento. Lo prohíbe, ante todo,
porque jurar es utilizar el nombre de Dios y su autoridad, lo que, si tenemos
en cuenta la falibilidad humana, puede degenerar en una falta de respeto al
valor supremo que admiten los creyentes. Sobre todo, cuando el juramento se
utiliza para legitimar cosas y causas injustificables, como es el caso de los
cargos públicos que juran en nombre de Dios ocupar puestos de mando que
normalmente conllevan violencias, injusticias y atrocidades indecibles.
2.
Pero, más allá de lo ya dicho, Jesús exige la veracidad absoluta de la palabra
humana. Jesús "eliminó la distinción entre las palabras que
tienen que ser verdaderas y aquellas otras que no necesitan serio" (A.
Schlater).
En
definitiva, lo que quiere inculcar Jesús es que "el hombre está ligado a
Dios en toda su vida cotidiana sin restricción alguna" (U. Luz).
3.
Lo que Jesús quiere dejar claro es que cualquier persona ha de ser siempre
"de una pieza". Lo cual se ha de manifestar, ante todo, en la verdad
de lo que dice, sin tener que apelar a nada que esté fuera de lo humano.
En
otras palabras, para Jesús, "lo humano" es una realidad de tal
categoría, que no debe tener que echar mano de nada distinto a él o que esté
fuera de él, ni siquiera de Dios. La palabra de un ser humano, si es un ser
humano cabal, merece un crédito y un respeto absoluto.
San Antonio de Padua
Nació en Lisboa a
finales del siglo XII. Primero formó parte de los canónigos regulares de san
Agustín, y, poco después de su ordenación sacerdotal, ingresó en la Orden de
los frailes Menores, con la intención de dedicarse a propagar la fe cristiana
en África. Sin embargo, fue en Francia y en Italia donde ejerció con gran
provecho sus dotes de predicador, convirtiendo a muchos herejes.
Fue el primero que
enseñó teología en su Orden. Escribió varios sermones llenos de doctrina y de
unción.
Murió en Padua en
1231.
San
Antonio nació en Portugal, pero adquirió el apellido por el que lo conoce el
mundo, de la ciudad italiana de Padua, donde murió y donde todavía se veneran
sus reliquias.
León
XIII lo llamó "el santo de todo el mundo", porque su imagen y
devoción se encuentran por todas partes.
Llamado
"Doctor Evangélico". Escribió sermones para todas las fiestas del año
"El gran peligro del cristiano es predicar y no practicar, creer pero no
vivir de acuerdo con lo que se cree" -San Antonio
"Era poderoso en obras y en palabras. Su cuerpo habitaba esta
tierra pero su alma vivía en el cielo" -un biógrafo de ese tiempo.
Patrón
de mujeres estériles, pobres, viajeros, albañiles, panaderos y papeleros. Se le
invoca por los objetos perdidos y para pedir un buen esposo/a. Es
verdaderamente extraordinaria su intercesión.
Vino
al mundo en el año 1195 y se llamó Fernando de Bulloes y Taveira de Azevedo,
nombre que cambió por el de Antonio al ingresar en la orden de Frailes Menores,
por la devoción al gran patriarca de los monjes y patrones titulares de la
capilla en que recibió el hábito franciscano. Sus padres, jóvenes miembros de
la nobleza de Portugal, dejaron que los clérigos de la Catedral de Lisboa se
encargaran de impartir los primeros conocimientos al niño, pero cuando éste
llegó a la edad de quince años, fue puesto al cuidado de los canónigos
regulares de San Agustín, que tenían su casa cerca de la ciudad. Dos años
después, obtuvo permiso para ser trasladado al priorato de Coimbra, por
entonces capital de Portugal, a fin de evitar las distracciones que le causaban
las constantes visitas de sus amistades.
No le
faltaron las pruebas. En la juventud fue atacado duramente por las pasiones
sensuales. Pero no se dejó vencer y con la ayuda de Dios las dominó. El se
fortalecía visitando al Stmo. Sacramento. Además desde niño se había consagrado
a la Stma. Virgen y a Ella encomendaba su pureza.
Una
vez en Coimbra, se dedicó por entero a la plegaria y el estudio; gracias a su
extraordinaria memoria retentiva, llegó a adquirir, en poco tiempo, los más
amplios conocimientos sobre la Biblia. En el año de 1220, el rey Don Pedro de
Portugal regresó de una expedición a Marruecos y trajo consigo las reliquias de
los santos frailes-franciscanos que, poco tiempo antes habían obtenido allá un
glorioso martirio. Fernando que por entonces había pasado ocho años en Coimbra,
se sintió profundamente conmovido a la vista de aquellas reliquias y nació en
lo íntimo de su corazón el anhelo de dar la vida por Cristo.
Poco
después, algunos frailes franciscanos llegaron a hospedarse en el convento de
la Santa Cruz, donde estaba Fernando; éste les abrió su corazón y fue tan
empeñosa su insistencia, que a principio de 1221, se le admitió en la orden.
Casi inmediatamente después, se le autorizó para embarcar hacia Marruecos a fin
de predicar el Evangelio a los moros. Pero no bien llegó a aquellas tierras
donde pensaba conquistar la gloria, cuando fue atacado por una grave enfermedad
(hidropesía), que le dejó postrado e incapacitado durante varios meses y, a fin
de cuentas, fue necesario devolverlo a Europa. La nave en que se embarcó,
empujada por fuertes vientos, se desvió y fue a parar en Messina, la capital de
Sicilia. Con grandes penalidades, viajó desde la isla a la ciudad de
Asís donde, según le habían informado sus hermanos en Sicilia, iba a llevarse a
cabo un capítulo general. Aquella fue la gran asamblea de 1221, el último de
los capítulos que admitió la participación de todos los miembros de la orden;
estuvo presidido por el hermano Elías como vicario general y San Francisco,
sentado a sus pies, estaba presente. Indudablemente que aquella
reunión impresionó hondamente al joven fraile portugués. Tras la clausura, los
hermanos regresaron a los puestos que se les habían señalado, y Antonio fue a
hacerse cargo de la solitaria ermita de San Paolo, cerca de
Forli. Hasta ahora se discute el punto de si, por aquel entonces,
Antonio era o no sacerdote; pero lo cierto es que nadie ha puesto en tela de
juicio los extraordinarios dones intelectuales y espirituales del joven y
enfermizo fraile que nunca hablaba de sí mismo. Cuando no se le veía entregado
a la oración en la capilla o en la cueva donde vivía, estaba al servicio de los
otros frailes, ocupado sobre todo en la limpieza de los platos y cacharros,
después del almuerzo comunal.
Mas no estaban destinadas a permanecer
ocultas las claras luces de su intelecto. Sucedió que al celebrarse una
ordenación en Forli, los candidatos franciscanos y dominicos se reunieron en el
convento de los Frailes Menores de aquella ciudad. Seguramente a causa de algún
malentendido, ninguno de los dominicos había acudido ya preparado a pronunciar
la acostumbrada alocución durante la ceremonia y, como ninguno de los
franciscanos se sentía capaz de llenar la brecha, se ordenó a San Antonio, ahí
presente, que fuese a hablar y que dijese lo que el Espíritu Santo le
inspirara. El joven obedeció sin chistar y, desde que abrió la boca hasta que
terminó su improvisado discurso, todos los presentes le escucharon como
arrobados, embargados por la emoción y por el asombro, a causa de la
elocuencia, el fervor y la sabiduría de que hizo gala el orador. En cuanto el
ministro provincial tuvo noticias sobre los talentos desplegados por el joven
fraile portugués, lo mandó llamar a su solitaria ermita y lo envió a predicar a
varias partes de la Romagna, una región que, por entonces, abarcaba toda la
Lombardía. En un momento, Antonio pasó de la oscuridad a la luz de
la fama y obtuvo, sobre todo, resonantes éxitos en la conversión de los
herejes, que abundaban en el norte de Italia, y que, en muchos casos, eran
hombres de cierta posición y educación, a los que se podía llegar con
argumentos razonables y ejemplos tomados de las Sagradas Escrituras.
En una
ocasión, cuando los herejes de Rímini le impedían al pueblo acudir a sus
sermones, San Antonio se fue a la orilla del mar y empezó a
gritar: "Oigan la palabra de Dios, Uds. los pececillos del mar,
ya que los pecadores de la tierra no la quieren escuchar". A su
llamado acudieron miles y miles de peces que sacudían la cabeza en señal de
aprobación. Aquel milagro se conoció y conmovió a la ciudad, por lo
que los herejes tuvieron que ceder.
A pesar de estar muy enfermo de hidropesía, San Antonio predicaba los 40 días
de cuaresma. La gente presionaba para tocarlo y le arrancaban pedazos del
hábito, hasta el punto de que hacía falta designar un grupo de hombres para
protegerlo después de los sermones.
Además
de la misión de predicador, se le dio el cargo de lector en teología entre sus
hermanos. Aquella fue la primera vez que un miembro de la Orden
Franciscana cumplía con aquella función. En una carta que, por lo
general, se considera como perteneciente a San Francisco, se confirma este
nombramiento con las siguientes palabras: "Al muy amado hermano Antonio,
el hermano Francisco le saluda en Jesucristo. Me complace en extremo que seas
tú el que lea la sagrada teología a los frailes, siempre que esos estudios no
afecten al santo espíritu de plegaria y devoción que está de acuerdo con
nuestra regla". Sin embargo, se advirtió cada vez con mayor claridad que,
la verdadera misión del hermano Antonio estaba en el púlpito. Por cierto, que
poseía todas las cualidades del predicador: ciencia, elocuencia, un gran poder
de persuasión, un ardiente celo por el bien de las almas y una voz sonora y
bien timbrada que llegaba muy lejos. Por otra parte, se afirmaba que
estaba dotado con el poder de obrar milagros y, a pesar de que era de corta
estatura y con cierta inclinación a la corpulencia, poseía una personalidad
extraordinariamente atractiva, casi magnética. A veces, bastaba su presencia
para que los pecadores cayesen de rodillas a sus pies; parecía que de su
persona irradiaba la santidad. A donde quiera que iba, las gentes le seguían en
tropel para escucharle, y con eso había para que los criminales empedernidos,
los indiferentes y los herejes, pidiesen confesión. Las gentes cerraban sus
tiendas, oficinas y talleres para asistir a sus sermones; muchas veces sucedió
que algunas mujeres salieron antes del alba o permanecieron toda la noche en la
iglesia, para conseguir un lugar cerca del púlpito. Con frecuencia, las
iglesias eran insuficiente para contener a los enormes auditorios y, para que
nadie dejara de oírle, a menudo predicaba en las plazas públicas y en los
mercados. Poco después de la muerte de San Francisco, el hermano Antonio fue
llamado, probablemente con la intención de nombrarle ministro provincial de la
Emilia o la Romagna. En relación con la actitud que asumió el santo en las
disensiones que surgieron en el seno de la orden, los historiadores modernos no
dan crédito a la leyenda de que fue Antonio quien encabezó el movimiento de
oposición al hermano Elías y a cualquier desviación de la regla original; esos
historiadores señalan que el propio puesto de lector en teología, creado para
él, era ya una innovación. Más bien parece que, en aquella ocasión, el santo
actuó como un enviado del capítulo general de 1226 ante el Papa, Gregorio IX,
para exponerle las cuestiones que hubiesen surgido, a fin de que el Pontífice
manifestara su decisión. En aquella oportunidad, Antonio obtuvo del Papa la
autorización para dejar su puesto de lector y dedicarse exclusivamente a la
predicación. El Pontífice tenía una elevada opinión sobre el hermano Antonio, a
quien cierta vez llamó "el Arca de los Testamentos", por los
extraordinarios conocimientos que tenía de las Sagradas Escrituras.
Desde
aquel momento, el lugar de residencia de San Antonio fue Padua, una ciudad
donde anteriormente había trabajado, donde todos le amaban y veneraban y donde,
en mayor grado que en cualquier otra parte, tuvo el privilegio de ver los
abundantísimos frutos de su ministerio. Porque no solamente
escuchaban sus sermones multitudes enormes, sino que éstos obtuvieron una muy
amplia y general reforma de conducta. Las ancestrales disputas familiares se
arreglaron definitivamente, los prisioneros quedaron en libertad y muchos de
los que habían obtenido ganancias ilícitas las restituyeron, a veces en
público, dejando títulos y dineros a los pies de San Antonio, para que éste los
devolviera a sus legítimos dueños. Para beneficio de los pobres, denunció y
combatió el muy ampliamente practicado vicio de la usura y luchó para que las
autoridades aprobasen la ley que eximía de la pena de prisión a los deudores
que se manifestasen dispuestos a desprenderse de sus posesiones para pagar a
sus acreedores. Se dice que también se enfrentó abiertamente con el
violento duque Eccelino para exigirle que dejase en libertad a ciertos ciudadanos
de Verona que el duque había encarcelado. A pesar de que no consiguió realizar
sus propósitos en favor de los presos, su actitud nos demuestra el respeto y la
veneración de que gozaba, ya que se afirma que el duque le escuchó con
paciencia y se le permitió partir, sin que nadie le molestara.
Después
de predicar una serie de sermones durante la primavera de 1231, la salud de San
Antonio comenzó a ceder y se retiró a descansar, con otros dos frailes, a los
bosques de Camposampiero. Bien pronto se dio cuenta de que sus días
estaban contados y entonces pidió que le llevasen a Padua. No llegó vivo más
que a los aledaños de la ciudad. El 13 de junio de 1231, en la
habitación particular del capellán de las Clarisas Pobres de Arcella recibió
los últimos sacramentos. Entonó un canto a la Stma. Virgen y sonriendo
dijo: "Veo venir a Nuestro Señor" y murió. Era
el 13 de junio de 1231. La gente recorría las calles diciendo:
"¡Ha muerto un santo! ¡Ha muerto un santo!.Al morir tenía tan sólo treinta
y cinco años de edad. Durante sus funerales se produjeron
extraordinarias demostraciones de la honda veneración que se le
tenía. Los paduanos han considerado siempre sus reliquias como el
tesoro más preciado.
San
Antonio fue canonizado antes de que hubiese transcurrido un año de su muerte;
en esa ocasión, el Papa Gregorio IX pronunció la antífona "O doctor
optime" en su honor y, de esta manera, se anticipó en siete siglos a la
fecha del año 1946, cuando el Papa Pío XII declaró a San Antonio "Doctor
de la Iglesia".
Se le
llama el "Milagroso San Antonio" por ser interminable lista de
favores y beneficios que ha obtenido del cielo para sus devotos, desde el
momento de su muerte. Uno de los milagros más famosos de su vida es
el de la mula: Quiso uno retarle a San Antonio a que probase con un milagro que
Jesús está en la Santa Hostia. El hombre dejó a su mula tres días sin comer, y
luego cuando la trajo a la puerta del templo le presentó un bulto de pasto
fresco y al otro lado a San Antonio con una Santa Hostia. La mula
dejó el pasto y se fue ante la Santa Hostia y se arrodilló.
Iconografía:
Por
regla general, a partir del siglo XVII, se ha representado a San Antonio con el
Niño Jesús en los brazos; ello se debe a un suceso que tuvo mucha difusión y
que ocurrió cuando San Antonio estaba de visita en la casa de un amigo. En un
momento dado, éste se asomó por la ventana y vio al santo que contemplaba,
arrobado, a un niño hermosísimo y resplandeciente que sostenía en sus
brazos. En las representaciones anteriores al siglo XVII aparece San
Antonio sin otro distintivo que un libro, símbolo de su sabiduría respecto a
las Sagradas Escrituras. En ocasiones se le representó con un lirio
en las manos y también junto a una mula que, según la leyenda, se arrodilló
ante el Santísimo Sacramento que mostraba el santo; la actitud de la mula fue
el motivo para que su dueño, un campesino escéptico, creyese en la presencia
real.
San
Antonio es el patrón de los pobres y, ciertas limosnas especiales que se dan
para obtener su intercesión, se llama "pan de San Antonio"; esta
tradición comenzó a practicarse en 1890. No hay ninguna explicación
satisfactoria sobre el motivo por el que se le invoca para encontrar los
objetos perdidos, pero es muy posible que esa devoción esté relacionada con un
suceso que se relata entre los milagros, en la "Chronica XXIV
Generalium" (No. 21): un novicio huyó del convento y se llevó
un valioso salterio que utilizaba San Antonio; el santo oró para que fuese
recuperado su libro y, al instante, el novicio fugitivo se vio ante una
aparición terrible y amenazante que lo obligó a regresar al convento y devolver
el libro.
En
Padua hay una magnífica basílica donde se veneran sus restos mortales.
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