3 DE JUNIO – MIÉRCOLES –
9ª – SEMANA DEL T. O. – A –
Lectura
de la segunda carta del san Pablo a Timoteo (1,1-3.6-12):
Pablo,
apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, llamado a anunciar la promesa de
vida que hay en Cristo Jesús, a Timoteo, hijo querido; te deseo la gracia,
misericordia y paz de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro. Doy gracias
a Dios, a quien sirvo con pura conciencia, como mis antepasados, porque tengo
siempre tu nombre en mis labios cuando rezo, de noche y de día. Por esta razón
te recuerdo que reavives el don de Dios, que recibiste cuando te impuse las
manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de
energía, amor y buen juicio. No te avergüences de dar testimonio de nuestro
Señor y de mí, su prisionero. Toma parte en los duros trabajos del Evangelio,
según la fuerza de Dios. Él nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por
nuestros méritos, sino porque, desde tiempo inmemorial, Dios dispuso darnos su
gracia, por medio de Jesucristo; y ahora, esa gracia se ha manifestado al
aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la
vida inmortal, por medio del Evangelio. De este Evangelio me han nombrado
heraldo, apóstol y maestro, y ésta es la razón de mi penosa situación presente;
pero no me siento derrotado, pues sé de quién me he fiado y estoy firmemente
persuadido de que tiene poder para asegurar hasta el último día el encargo que
me dio.
Palabra
de Dios
Salmo:122
R/. A
ti, Señor, levanto mis ojos
A ti
levanto mis ojos,
a ti que habitas en el
cielo.
Como están los ojos de
los esclavos
fijos en las manos de sus
señores. R/.
Como
están los ojos de la esclava
fijos en las manos de su
señora,
así están nuestros ojos
en el Señor, Dios
nuestro,
esperando su
misericordia. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Marcos (12,18-27):
En
aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, de los que dicen que no hay
resurrección, y le preguntaron:
«Maestro,
Moisés nos dejó escrito: "Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer,
pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano."
Pues
bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos; el segundo se
casó con la viuda y murió también sin hijos; lo mismo el tercero; y ninguno de
los siete dejó hijos. Por último, murió la mujer. Cuando llegue la resurrección
y vuelvan a la vida, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete han estado
casados con ella.»
Jesús
les respondió:
«Estáis
equivocados, porque no entendéis la Escritura ni el poder de Dios. Cuando
resuciten, ni los hombres ni las mujeres se casarán; serán como ángeles del
cielo. Y a propósito de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro
de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios: "Yo soy el
Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob”.
No
es Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados.»
Palabra
del Señor
1. Este
extraño episodio nos resulta difícil de entender. Entre otras razones, por el
caso que los saduceos le plantean a Jesús. Este caso se
explica por la antiquísima "ley del levirato" (del latín levir,
"cuñado"). Una ley, propia de culturas muy antiguas, que
pretendía perpetuar el
nombre del marido y, sobre todo, asegurar la propiedad familiar, como derecho
del varón y sus descendientes. En la historia bíblica se encuentra el caso de
Tamar (Gen 38) y de Rut (rt 2, 20; 3, 12). Era, por tanto, una "ley machista",
que ponía en evidencia la desigualdad de derechos del hombre y de la
mujer.
2. Pero
el fondo del problema, que plantea este relato, se refiere a la resurrección.
Los saduceos no creían en eso. Pensaban que con la muerte se
acababa la vida definitivamente. Hay que tener en cuenta que los saduceos eran
el partido político de los más ricos. Y también de los que dominaban el culto y
los cargos de mando en el Templo (J. Jeremías).
Las
personas y los grupos que tienen un alto nivel de vida y gozan de riquezas,
normalmente, no creen nada más que en esta vida y sus
disfrutes. Con eso se consideran
satisfechos.
3. Jesús
les desmonta su argumentación. Y les dice, en su cara, que "están muy
equivocados". Jesús afirma con fuerza la fe y la esperanza
en la resurrección. Con la muerte no se acaba la vida. O sea, lo que debe regir
nuestras vidas es la esperanza en la promesa de Jesús, no la seguridad que nos
da el dinero, las cuentas corrientes bien dotadas, los bienes que posee la
familia, la diócesis o la orden religiosa. Todo eso nos lleva derechos a vivir
en el engaño. Y a perder la verdadera
esperanza.
San Carlos Lwanga y compañeros
Memoria de los santos
Carlos Lwanga y doce compañeros, todos ellos de edades comprendidas entre los
catorce y los treinta años, que perteneciendo a la corte de jóvenes nobles o al
cuerpo de guardia del rey Mwanga, y siendo neófitos o seguidores de la fe
católica, por no ceder a los deseos impuros del monarca murieron en la colina
Namugongo, degollados o quemados vivos. Entre los años 1885 y 1887
Vida de San Carlos Lwanga y compañeros
La sociedad de los Misioneros de Africa, conocida como los Padres Blancos,
formaron parte de la evangelización de África en el siglo XIX. Después de seis
años en Uganda ya tenían una comunidad de conversos cuya fe sería un testimonio
para toda la Iglesia. Los primeros conversos se dieron a la misión de instruir
y guiar a los más nuevos y la comunidad creció rápidamente. La vida ejemplar de
los cristianos inicialmente ganó el favor del rey Mtesa pero más tarde este
comprendió que los cristianos no favorecían su negocio de venta de esclavos.
Mwanga sucedió a su padre en el trono. Al principio la situación de los
cristianos mejoró y varios tuvieron posiciones importantes en su corte. Pero el
rey, influenciado por el Islam, cayó en la tendencia homosexual. La situación
de los cristianos, por no ceder a sus demandas, se hizo muy difícil.
El líder de la comunidad católica, que para entonces tenía unos 200
miembros, era un joven de 25 años llamado José Mkasa (Mukasa) que ejercía como
principal mayordomo de la corte de Mwanga. Cuando Mwanga asesinó a un misionero
protestante y a sus compañeros, José Mkasa confrontó al rey por su crimen. El
rey Mwanga había sido amigo de José por mucho tiempo, pero cuando este exhortó
a Mwanga a renunciar al mal, la reacción fue violenta. El rey mandó a que
mataran a José. Cuando los verdugos trataron de amarrar las manos de José, él
les dijo: "Un Cristiano que entrega su vida por Dios no tiene miedo de
morir". Perdonó a Mwanga con todo su corazón e hizo una petición final por
su arrepentimiento antes de que le cortaran la cabeza y lo quemaran el 15 de
Noviembre de 1885.
Carlos Lwanga, el favorito del rey remplazó a José en la instrucción y
liderato de la comunidad cristiana en la corte. También el hizo lo posible por
evangelizar y proteger a los varones de los deseos lujuriosos del rey. Las
oraciones de José lograron que la persecución del rey amainara por seis meses.
Pero en mayo del 1886 el rey llamó a uno de sus pajes llamado Mwafu y le
preguntó porque estaba distante del rey. Cuando el paje respondió que había
estado recibiendo instrucción religiosa de Daniel Sebuggwawo, el rey se montó
en ira. Llamó a Daniel y lo mató el mismo atravesándole el cuello con una
lanza.
Entonces ordenó que el complejo real sea sellado para que nadie pueda
escapar y llamó a sus verdugos. Comprendiendo lo que venía, Carlos Lwanga
bautizó a cuatro catecúmenos esa noche, incluyendo a un joven de 13 años
llamado Kizito. En la mañana, Mwanga reunió a toda su corte y separó a los
cristianos del resto diciendo: "Aquellos que no rezan párense junto a mí,
los que rezan párense allá" El preguntó a los 15 niños y jóvenes, todos
menores de 25 años, si eran cristianos y tenían la intención de seguir siendo
cristianos. Ellos respondieron "SI" con fuerza y valentía. Mwanga los
condenó a muerte.
EL rey mandó que al grupo lo llevasen a matar a Namugongo, lo cual
representa una caminata de 37 millas. Uno de los jóvenes llamado Mabaga era
hijo del jefe de los verdugos. Este le rogó que escapara y se escondiera, pero
Mbaga no quiso. Los prisioneros atados pasaron la casa de los Padres Blancos en
su camino. El Padre Lourdel más tarde relató sobre el jóven Kizito de 13 años,
que sonreía y animaba al resto. Invitó a todos a cogerse de manos, para así ir
unidos y ayudarse a mantener el ánimo. Lourdel estaba asombrado del valor y el
gozo de estos nuevos cristianos camino al martirio. Tres de ellos fueron
martirizados en el camino.
Un soldado cristiano llamado Santiago Buzabaliawo fue llevado ante el rey.
Cuando Mwanga ordenó que lo matasen junto a los otros, Santiago dijo:
"Entonces, adiós. Voy al cielo y rezaré a Dios por ti". Cuando el Padre
Lourdel, lleno de dolor, levantó su brazo para absolver a Santiago que pasaba
ante él, Santiago levantó sus propias manos atadas y apuntó hacia arriba para
manifestar que él sabía que iba al cielo y se encontraría allí con el Padre
Lourdel. Con una sonrisa le dijo al P. Lourdel, "¿Por qué estas triste?
Esto no es nada ante los gozos que tú nos has enseñado a esperar".
Entre los condenados también estaba Andrés Kaggwa, un jefe Kigowa que había
convertido a su esposa y a varios otros, y Matías Kalemba (o Murumba) un
auxiliar de juez. El mayor consejero estaba tan furioso contra Andrés que dijo
que no comería hasta que Andrés estuviese muerto. Cuando los verdugos
titubearon, Andrés les dijo: "No mantengan a vuestro consejero hambriento,
mátenme". El mismo consejero dijo en tono cínico refiriéndose a Matías:
"Sin duda su dios los rescatará". "Si," contestó Matías,
"Dios me rescatará, pero tú no verás como lo hace porque tomará mi alma y
te dejará solo mi cuerpo". A Matías lo hirieron mortalmente en el camino y
lo dejaron allí para morir lo cual tardo por lo menos tres días.
Cuando la caravana de reos y verdugos llegó a Namugongo, los sobrevivientes
fueron encerrados por siente días. El 3 de junio los sacaron, los envolvieron
en esteras de cañas y los pusieron en una pira. Mbaga fue martirizado el
primero. Su padre, el jefe de los verdugos, había tratado en vano una última
vez de convencerlo a desistir de su fe. Le dieron entonces un golpe en la
cabeza para que no sufriera al ser quemado su cuerpo. El resto de los
cristianos fueron quemados. Carlos Lwanga tenía 21 años. Uno de los pajes,
Mukasa Kiriwanu no había sido aun bautizado, pero se unió a sus compañeros
cuando se les preguntó si eran cristianos. Recibió aquel día el bautismo de
sangre. Murieron 13 católicos y 11 protestantes proclamando el nombre de Jesús
y diciendo "Pueden quemar nuestros cuerpos, pero no pueden dañar nuestras
almas".
No sabemos cuántos mártires produjo aquella persecución. Solo queda
constancia de los que ocupaban un lugar en la corte o tenían puestos de alguna
importancia.
Cuando los Padres Blancos fueron echados del país, los nuevos cristianos
continuaron la obra misionera, traduciendo e imprimiendo el catecismo a su
lengua nativa e instruyendo en la fe en secreto. No tenían sacerdotes, pero
Dios les infundió a aquellos cristianos de Uganda la gracia para vencer con
gran valor a las difíciles circunstancias. Cuando los Padres Blanco volvieron
después de la muerte del rey Mwanga, encontraron 500 cristianos y 1000
catecúmenos esperándolos.
Los mártires de Uganda fueron beatificados por el Papa Benito XV el 6 de
junio de 1920.
Benedicto XV escribió para la beatificación de los siervos de Dios Carlos
Lwanga, Mattías Murumba y sus compañeros, conocidos con el nombre de los
Mártires de Uganda:
"Quién fue el que primero introdujo en África la fe cristiana se disputa aún;
pero consta que ya antes de la misma edad apostólica floreció allí la religión,
y Tertuliano nos describe de tal manera la vida pura que los cristianos
africanos llevaban, que conmueve el ánimo de sus lectores. Y en verdad que
aquella región a ninguna parecía ceder en varones ilustres y en abundancia de
mártires. Entre éstos agrada conmemorar los mártires scilitanos, que, en
Cartago, siendo procónsul Publio Vigellio Saturnino, derramaron su sangre por
Cristo, de las preguntas escritas para el juicio, que hoy felizmente se
conservan, se deduce con qué constancia, con qué generosa sencillez de ánimo
respondieron al procónsul y profesaron su fe. Justo es también recordar los
Potamios, Perpetuas, Felicidades, Ciprianos y "muchos hermanos
mártires" que las Actas enumeran de manera general, aparte de los mártires
aticenses, conocidos también con el nombre de "masas cándidas", o
porque fueron quemados con cal viva, como narra Aurelio Prudencio en su himno
XIII, o por el fulgor de su causa, como parece opinar Agustín. Pero poco
después, primero los herejes, después los vándalos, por último, los
mahometanos, de tal manera devastaron y asolaron el África cristiana que la que
tantos ínclitos héroes ofreciera a Cristo, la que se gloriaba de más de
trescientas sedes episcopales y había congregado tantos concilios para defender
la fe y la disciplina, ella, perdido el sentido cristiano, se viera privada
gradualmente de casi toda su humanidad y volviera a la barbarie."
Oración a San Carlos Lwanga y compañeros
Mártires de Uganda, rueguen para
que nosotros, inspirado por vuestra fe, seamos capaces de mantenernos fieles en
medio de cualquier prueba y de entregar nuestras propias vidas. Ayuden a
aquellos que viven hoy bajo persecución. Amen.
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