2 DE JUNIO – MARTES –
9ª – SEMANA DEL T. O. – A –
Santos Marcelino y Pedro
Lectura de la segunda carta del apóstol san
Pedro (3,12-15a.17-18):
Esperad
y apresurad la venida del Señor, cuando desaparecerán los cielos, consumidos
por el fuego, y se derretirán los elementos. Pero nosotros, confiados en la
promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la
justicia. Por tanto, queridos hermanos, mientras esperáis estos
acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con él, inmaculados e
irreprochables. Considerad que la paciencia de Dios es nuestra salvación. Así,
pues, queridos hermanos, vosotros estáis prevenidos; estad en guardia para que
no os arrastre el error de esos hombres sin principios, y perdáis pie. Creced
en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, a quien
sea la gloria ahora y hasta el día eterno. Amén.
Palabra
de Dios
Salmo 89
R/. Señor, tú has sido nuestro refugio de
generación en generación
Antes
que naciesen los montes
o fuera engendrado el orbe de la tierra,
desde siempre y por siempre tú eres
Dios. R/.
Tú
reduces el hombre a polvo,
diciendo: «Retornad, hijos de Adán.»
Mil años en tu presencia
son un ayer, que pasó; una vela
nocturna. R/.
Aunque
uno viva setenta años,
y el más robusto hasta ochenta,
la mayor parte son fatiga inútil,
porque pasan aprisa y vuelan. R/.
Por
la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y
júbilo.
Que tus siervos vean tu acción,
y sus hijos tu gloria. R/.
Lectura del santo evangelio según san Marcos
(12,13-17):
En
aquel tiempo, enviaron a Jesús unos fariseos y partidarios de Herodes, para
cazarlo con una pregunta. Se acercaron y le dijeron:
«Maestro, sabemos que eres sincero y que
no te importa de nadie; porque no te fijas en lo que la gente sea, sino que
enseñas el camino de Dios sinceramente.
- ¿Es lícito pagar impuesto al César o
no?
- ¿Pagamos o no pagamos?»
Jesús, viendo su hipocresía, les
replicó:
«¿Por qué intentáis cogerme? Traedme un
denario, que lo vea.»
Se lo trajeron. Y él les preguntó:
«¿De quién es esta cara y esta
inscripción?»
Le contestaron: «Del César.»
Les replicó:
«Lo que es del César pagádselo al César,
y lo que es de Dios, a Dios.»
Se quedaron admirados.
Palabra
de Dios
1. Este relato tiene una actualidad muy
importante, porque toca directamente el tema de la "corrupción", que
es causa de tanto escándalo y de tanto sufrimiento.
La Iglesia primitiva le dio importancia a este
episodio, ya que lo repiten los tres sinópticos (Mc 12, 17; Mt 22, 21; Lc 20,
25). Se sabe que, en tiempos de Jesús, Palestina estaba ocupada y dominada por
Roma. Y el Imperio sacaba todo el dinero, que podía,
mediante los impuestos, que oprimían a la gente, sobre todo a
los pobres. De ahí, la importancia del impuesto que había que pagar a los
romanos. - ¿Debían los cristianos pagarlo, sí o no?
2. Todo esto es lo que se suele decir sobre
este pasaje de los evangelios. Sin embargo, la explicación que hoy más se va
imponiendo, entre los entendidos en estos temas,
es que la instrucción de Jesús no tiene nada que ver con el dinero o la moneda
como tal. Lo que aquí se expresa es un mandamiento global, que
abarca la vida entera: sed honrados en vuestros deberes fiscales con el poder
civil. Pero sed igualmente honrados y ejemplares cuando se trata de
"devolver" a Dios todo lo que le debemos.
3. Tengamos presente que el verbo
apodidomi, que el evangelio pone aquí en imperativo, significa devolver. Dios
se ha "humanizado" en cada ser humano. Lo que Dios nos manda es que
le devolvamos lo que le debemos, dándole a cada ser humano lo que le
debemos a Dios: respeto, bondad, sinceridad...
Hay que dar a la autoridad civil lo que se nos exige
para ser buenos ciudadanos. Pero igualmente le
tenemos que devolver a Dios lo mucho (todo), que le
debemos. En el trato y convivencia con los otros.
Santos Marcelino y Pedro
Mártires
- Año 304
Nos ha dejado noticias de su muerte el
papa san Dámaso, que las oyó de boca del mismo verdugo. El martirio tuvo lugar
durante la persecución de Diocleciano (284-305).
Fueron decapitados en
un bosque, pero sus cuerpos fueron trasladados y sepultados en el cementerio
llamado Ad duas lauros, en la vía Labicana, donde después de la paz de
Constantino se erigió una basílica.
El
primero de estos dos santos mártires era un sacerdote muy estimado en Roma, y
el segundo era un fervoroso cristiano que tenía el poder especial de expulsar
demonios. Fueron llevados a prisión por los enemigos de la religión, pero en la
cárcel se dedicaron a predicar con tal entusiasmo que lograron convertir al
carcelero y a su mujer y a sus hijos, y a varios prisioneros que antes no eran
creyentes. Disgustados por esto los gobernantes les decretaron pena de muerte.
A Marcelino y Pedro los llevaron a un bosque llamado "la selva
negra", y allá los mataron cortándoles la cabeza y los sepultaron en el
más profundo secreto, para que nadie supiera dónde estaban enterrados. Pero el
verdugo, al ver lo santamente que habían muerto se convirtió al cristianismo y
contó dónde estaban sepultados, y los cristianos fueron y sacaron los restos de
los dos santos, y les dieron honrosa sepultura. Después el emperador
Constantino construyó una basílica sobre la tumba de los dos mártires, y quiso
que en ese sitio fuera sepultada su santa madre, Santa Elena.
Las
crónicas antiguas narran que ante los restos de los santos Marcelino y Pedro,
se obraron numerosos milagros. Y que las gentes repetían: "Marcelino y
Pedro poderosos protectores, escuchad nuestros clamores".
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