22 DE JUNIO – LUNES –
12ª –
SEMANA DEL T. O. – A –
Santo Tomás Moro
Lectura del segundo libro de los Reyes
(17,5-8.13-15a.18):
En
aquellos días, Salmanasar, rey de Asiria, invadió el país y asedió a Samaria
durante tres años. El año noveno de Oseas, el rey de Asiria conquistó Samaria,
deportó a los israelitas a Asiria y los instaló en Jalaj, junto al Jabor, río
de Gozán, y en las poblaciones de Media. Eso sucedió porque, sirviendo a otros
dioses, los israelitas habían pecado contra el Señor, su Dios, que los había
sacado de Egipto, del poder del Faraón, rey de Egipto; procedieron según las
costumbres de las naciones que el Señor había expulsado ante ellos y que
introdujeron los reyes nombrados por ellos mismos.
El
Señor había advertido a Israel y Judá por medio de los profetas y videntes:
«Volveos
de vuestro mal camino, guardad mis mandatos y preceptos, siguiendo la ley que
di a vuestros padres, que les comuniqué por medio de mis siervos, los
profetas.»
Pero
no hicieron caso, sino que se pusieron tercos, como sus padres, que no
confiaron en el Señor, su Dios. Rechazaron sus mandatos y el pacto que había
hecho el Señor con sus padres, y las advertencias que les hizo. El Señor se
irritó tanto contra Israel que los arrojó de su presencia. Sólo quedó la tribu
de Judá.
Palabra
de Dios
Salmo:
59,3.4-5.12-13
R/.
Que tu mano salvadora, Señor, nos responda
Oh
Dios, nos rechazaste
y rompiste nuestras
filas;
estabas airado,
pero restáuranos. R/.
Has
sacudido y agrietado el país:
repara sus grietas, que
se desmorona.
Hiciste sufrir un
desastre a tu pueblo,
dándole a beber un vino
de vértigo. R/.
Tú,
oh Dios, nos has rechazado
y no sales ya con
nuestras tropas.
Auxílianos contra el
enemigo,
que la ayuda del hombre
es inútil.
Con Dios haremos proezas,
él pisoteará a nuestros
enemigos. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (7,1-5):
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No
juzguéis y no os juzgarán; porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la
medida que uséis, la usarán con vosotros.
-
¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la
viga que llevas en el tuyo?
-
¿Cómo puedes decirle a tu hermano: "Déjame que te saque la mota del
ojo", teniendo una viga en el tuyo?
Hipócrita;
sácate primero la viga del ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del
ojo de tu hermano.»
Palabra
del Señor
1. Las
buenas relaciones entre personas solo son posibles cuando los que se relacionan
entre sí no se juzgan unos a otros. Cuando uno sabe o sospecha que los demás
le están juzgando, y le están juzgando mal, la relación humana se complica,
posiblemente se envenena, y termina por hacerse insoportable.
Es muy duro ir
por la vida sabiendo que hay gente que piensa mal de ti, que te juzga, y te
condena.
2. El
verbo que el Evangelio pone en boca de Jesús es kríno, que tiene un amplio
abanico de significados. Se refiere a "juzgar", "actuar de
juez", "dictar sentencia". Ahora bien, uno que se erige en juez
de la vida de los otros y, además, se considera con conocimientos y el
suficiente criterio para condenarlos, lo que realmente hace es usurpar el
puesto y la tarea que corresponde a Dios.
Por eso es tan
frecuente que las personas que se consideran más cercanas a Dios y a los
principios de la recta moral son los jueces más implacables. Sin
darse cuenta, le quitan el puesto a Dios.
Dejemos que
Dios sea Dios y que Él tenga la última palabra.
3. Jesús
debió ver, en esta inclinación que tenemos a juzgar a otras personas, algo muy
serio. Las hipérboles de la mota y la viga son "un dardo
clavado de un
golpe dirigido al corazón del hombre que (piensa que) sabe del bien y del
mal" (D. Bonhoeffer).
Ideas y
conductas distintas a las propias en todo lo relacionado con la religión. Esto
es ahora especialmente urgente, cuando la sociedad es más
plural y la convivencia resulta más complicada.
Santo Tomás Moro
(Año
1535)
Este
es uno de los dos grandes mártires de la Iglesia de Inglaterra, cuando un rey
impuro quiso acabar con la Religión Católica y ellos se opusieron. El otro es
San Juan Fisher (20 de junio). Tomás significa: "el gemelo". Y en
verdad que fue un verdadero gemelo en santidad y en cualidades con su compañero
de martirio, San Juan Fisher.
Nació
Tomás Moro en Cheapside, Inglaterra en 1478. A los 13 años se fue a trabajar de
mensajero en la casa del Arzobispo de Canterbury, y éste al darse cuenta de la
gran inteligencia del joven, lo envió a estudiar al colegio de la Universidad
de Oxford.
Su
padre que era juez, le enviaba únicamente el dinero indispensable para sus
gastos más necesarios, y esto le fue muy útil, pues como él mismo afirmaba
después: "Por no tener dinero para salir a divertirme, tenía que quedarme
en casa y en la biblioteca estudiando". Lo cual le fue de gran provecho
para su futuro.
A los
22 años ya es doctor en abogacía, y profesor brillante. Es un apasionado lector
que todos los ratos libres los dedica a la lectura de buenos libros. Uno de sus
compañeros de ese tiempo dio de él este testimonio: "Es un intelectual muy
brillante, y a sus grandes cualidades intelectuales añade una muy agradable
simpatía".
Le
llegaron dudas acerca de cuál era la vocación para la cual Dios lo tenía
destinado. Al principio se fue a vivir con los cartujos (esos monjes que nunca
hablan, ni comen carne, y rezan mucho de día y de noche) pero después de 4 años
se dio cuenta de que no había nacido para esa heroica vocación. También intentó
irse de franciscano, pero resultó que tampoco era ese su camino. Entonces se
dispuso a optar por la vocación del matrimonio. Se casó, tuvo cuatro hijos y
fue un excelente esposo y un cariñosísimo papá. Su vocación estaba un poco más
allá: su vocación era actuar en el gobierno y escribir libros.
Para
con sus hijos, para con los pobres y para cuantos deseaban tratar con él, Tomás
fue siempre un excelente y simpático amigo. Acostumbraba a ir personalmente a
visitar los barrios de los pobres para conocer sus necesidades y poder
ayudarles mejor. Con frecuencia invitaba a su mesa a gentes muy pobres, y casi
nunca invitaba a almorzar a los ricos. A su casa llegaban muchas visitas de
intelectuales que iban a charlar con él acerca de temas muy importantes para
esos momentos y a comentar los últimos libros que se iban publicando. Su esposa
se admiraba al verlo siempre de buen humor, pasara lo que pasara. Era difícil
encontrar otro de conversación más amena.
Tomás
Moro escribió bastantes libros. Muchos de ellos contra los protestantes, pero
el más famoso es el que se llama Utopía. Esta es una palabra que significa:
"Lo que no existe" (U=no. Topos: lugar. Lo que no tiene lugar). En
ese libro describe una nación que en realidad no existe pero que debería
existir. En su escrito ataca fuertemente las injusticias que cometen los ricos
y los altos del gobierno con los pobres y los desprotegidos y va describiendo
cómo debería ser una nación ideal. Esta obra lo hizo muy conocido en toda
Europa.
El
joven abogado Tomás Moro fue aceptado como profesor de uno de los más
prestigiosos colegios de Londres. Luego fue elegido secretario del alcalde de
la capital. En 1529 fue nombrado Canciller o Ministro de Relaciones Exteriores.
Pero este altísimo cargo no cambió en nada su sencillez. Siguió asistiendo a
Misa cada día, confesándose con frecuencia y comulgando. Tratable y amable con
todos. Alguien llegó a afirmar: "Parece que lo hubieran elegido Canciller,
solamente para poder favorecer más a los pobres y desamparados". Otro
añadía: "El rey no pudo encontrar otro mejor consejero que este".
Pero Tomás, que conocía bien cómo era Enrique VIII, declaraba con su fino
humor: "El rey es de tal manera que, si le ofrecen una buena casa por mi
cabeza, me la mandará cortar de inmediato".
Ya
llevaba dos años como Canciller cuando sucedió en Inglaterra un hecho terrible
contra la religión católica. El impúdico rey Enrique VIII se divorció de su
legítima esposa y se fue a vivir con la concubina Ana Bolena. Y como el Sumo
Pontífice no aceptó este divorcio, el rey se declaró Jefe Supremo de la
religión de la nación, y declaró la persecución contra todo el que no aceptara
su divorcio o no lo aceptara a él como reemplazo del Papa en Roma. Muchos
católicos tendrían que morir por oponerse a todo esto.
Tomás
Moro no aceptó ninguno de los terribilísimos errores del malvado rey: ni el
divorcio ni el que tratara de reemplazar al Sumo Pontífice. Entonces fue
destituido de su alto puesto, le confiscaron sus bienes y el rey lo mandó
encerrar como prisionero de la espantosa Torre de Londres. Santo Tomás y San
Juan Fisher fueron los dos principales de todos los altos funcionarios de la
capital que se negaron a aceptar tan grandes infamias del monarca. Y ambos
fueron llevados a la torre fatídica. Allí estuvo Tomás encerrado durante 15
meses.
Verdaderamente
hermosas son las cartas que desde la cárcel escribió este gran sabio a su hija
Margarita que estaba muy desconsolada por la prisión de su padre. En ellas le
dice: "Con esta cárcel estoy pagando a Dios por los pecados que he
cometido en mi vida. Los sufrimientos de esta prisión seguramente me van a
disminuir las penas que me esperan en el purgatorio. Recuerda hija mía, que
nada podrá pasar si Dios no permite que me suceda. Y todo lo permite Dios para
bien de los que lo aman. Y lo que el buen Dios permite que nos suceda es lo
mejor, aunque no lo entendamos, ni nos parezca así".
El día
en que Margarita fue a visitar por última vez a su padre, vieron los dos salir
hacia el sitio del martirio a cuatro monjes cartujos que no habían querido
aceptar los errores de Enrique VIII. Tomás dijo a Margarita: "Mire cómo
van de contentos a ofrecer su vida por Jesucristo. Ojalá también a mí me
conceda Dios el valor suficiente para ofrecer mi vida por su santa
religión".
Tomás
fue llamado a un último consejo de guerra. Le pidieron que aceptara lo que el
rey le mandaba y él respondió: "Tengo que obedecer a lo que mi conciencia
me manda, y pensar en la salvación de mi alma. Eso es mucho más importante que
todo lo que el mundo pueda ofrecer. No acepto esos errores del rey". Se le
dictó entonces sentencia de muerte. Él se despidió de su hijo y de su hija y
volvió a ser encerrado en la Torre de Londres.
En la
madrugada del 6 de julio de 1535 le comunicaron que lo llevarían al sitio del
martirio, él se colocó su mejor vestido. De buen humor como siempre, dijo al
salir al corredor frío: "por favor, mi abrigo, porque doy mi vida, pero un
resfriado sí no me quiero conseguir". Al llegar al sitio donde lo iban a
matar rezó despacio el Salmo 51: "Misericordia Señor por tu bondad".
Luego prometió que rogaría por el rey y sus demás perseguidores, y declaró
públicamente que moría por ser fiel a la Santa Iglesia Católica, Apostólica y
Romana. Luego enseguida de un hachazo le cortaron la cabeza.
Tomás
Moro fue declarado santo por el Papa en 1935.
Un sabio decía:
"Este hombre, aunque no hubiera sido mártir,
bien merecía que lo canonizaran, porque su
vida fue un admirable ejemplo de lo que debe ser el
comportamiento de un servidor público: un
buen cristiano y un excelente ciudadano".
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