12 DE JUNIO – VIERNES –
10ª –
SEMANA DEL T. O. – A –
San Onofre de Egipto
Lectura
del primer libro de los Reyes (19, 9a.11-16):
En
aquellos días, cuando Elías llegó a Horeb, el monte de Dios se metió en una
cueva donde pasó la noche.
El
Señor le dijo:
«Sal
y ponte de pie en el monte ante el Señor.
¡El
Señor va a pasar!»
Vino
un huracán tan violento que descuajaba los montes y hacía trizas las peñas
delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento,
vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del
terremoto, vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del
fuego, se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el
manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva.
Entonces
oyó una voz que le decía:
«¿Qué
haces, aquí, Elías?»
Respondió:
«Me
consume el celo por el Señor, Dios de los ejércitos, porque los israelitas han
abandonado tu alianza, han derruido tus altares y asesinado a tus profetas;
sólo quedo yo, y me buscan para matarme.»
El
Señor dijo:
«Desanda
tu camino hacia el desierto de Damasco y, cuando llegues, unge rey de Siria a
Jazael, rey de Israel a Jehú, hijo de Nimsí, y profeta sucesor tuyo a Eliseo,
hijo de Safat, de Prado Bailén.»
Palabra
de Dios
Salmo:
26,7-8a.8b-9abc.13-14
R/.
Tu rostro buscaré, Señor
Escúchame,
Señor, que te llamo;
ten piedad, respóndeme.
Oigo en mi corazón:
«Buscad mi rostro.» R/.
Tu
rostro buscaré, Señor,
no me escondas tu rostro.
No rechaces con ira a tu
siervo,
que tú eres mi auxilio;
no me deseches. R/.
Espero
gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor,
sé valiente, ten ánimo,
espera en el Señor. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (5,27-32):
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis
oído el mandamiento "no cometerás adulterio". Pues yo os digo: El que
mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su
interior.
Si
tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro
que ser echado entero en el infierno.
Si
tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un
miembro que ir a parar entero al infierno.
Está
mandado: "El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio."
Pues yo os digo: El que se divorcie de su mujer, excepto en caso de impureza,
la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio.»
Palabra
del Señor
1. Este
texto del Sermón del Monte no se refiere al tema de la sexualidad, la pureza y
menos aún, al "puritanismo", tan característico de la cultura de los
griegos
(E. R. Dodds) y de los estoicos. Jesús no se interesó jamás
"directamente" por los problemas del sexo o por las prohibiciones
religiosas relativas a la vida sexual de los humanos.
2. Jesús
no se refiere a las prohibiciones que los moralistas actuales argumentan desde
el sexto mandamiento, porque Jesús no habla aquí de la relación
"amorosa" o "erótica".
Jesús se
refiere a la prohibición del décimo y último mandamiento del decálogo. Este
mandamiento prohíbe "el deseo" de lo que pertenece a otro. Así lo
dice el libro del Éxodo: "No desearás la casa de tu prójimo: no codiciarás
su mujer, ni su siervo, ni su criada, ni su toro, ni su asno, ni nada de lo que
a tu prójimo pertenece" (Ex 20, 17).
El antropólogo
René Girard, que estudió a fondo este asunto, comenta: "El legislador
(Dios) que prohíbe el deseo de los bienes del prójimo se esfuerza por resolver
el problema número uno de toda comunidad humana: la violencia
interna".
3. Y
a esto es a lo que se refiere Jesús. El "deseo" es el motor de la
conducta. Y atajar el deseo, de lo que pertenece a otro,
es cortar de raíz el origen de la violencia y de la corrupción.
Téngase en
cuenta que el texto del evangelio se refiere a desear la "mujer
casada" (gynaika). Ahora bien, una mujer "casada", en la
mentalidad jurídica de la antigüedad, era propiedad del marido. Y Jesús prohíbe
"desear" lo que es de otro (que puede ser su mujer, su casa o su
asno); o sea, lo que a Jesús le preocupaba era la "justicia", no la
"pureza sexual".
De esto último,
Jesús no habla. Y lo que destaca es que tenemos que ser justos, honrados,
honestos y jamás apropiarse lo que pertenece a otro.
San Onofre de Egipto
san
Onofre de Egipto ermitaño anacoreta ángel de la guarda lo alimentaba
San
Onofre, vivió en el desierto, donde su Ángel de la Guarda, a través de un
cuervo, le llevaba su ración diaria de comida y la Eucaristía
San
Onofre, fue un ermitaño persa que se retiró como anacoreta en el desierto,
donde su Ángel de la Guarda, a través de un cuervo, le llevaba milagrosamente
su ración diaria de comida y la Eucaristía dominical. San Onofre renunció a su
riqueza terrenal en favor de la oración y la meditación. En su simbología
podemos apreciarlo con una corona a sus pies y un cetro aluden a sus orígenes
reales, ya que, según la tradición, era el hijo de un rey persa. Es venerado y
honrado tanto en la Iglesia Católica como en las Iglesias Católicas Orientales;
Coptas. Vivió como ermitaño en el desierto del Alto Egipto en los siglos IV o
V.
Martirologio romano: En
Egipto, san Onofre, anacoreta, que en el amplio desierto llevó vida religiosa
por espacio de sesenta años (400).
Biografía
de San Onofre
La
vida de San Onofre es narrada en una memoria de San Pafnucio, el Asceta. Se
cree que ambos hombres nacieron en el siglo III.
En sus
memorias, san Pafnucio entra en el desierto egipcio pensando que podría desear
vivir la vida de un ermitaño.
Después
de un tiempo de oración y meditación el desierto, San Pafnucio se queda sin
comida y agua y sólo continúa su camino por la gracia de Dios hasta que fue
sorprendido por una figura a la que él creían que era una bestia salvaje.
San
Pafnucio narra este encuentro de este modo:
Entonces
de repente vi a un hombre que venía hacia mí y que parecía una bestia salvaje.
Tenía un aspecto aterrador, peludo sobre todo su cuerpo, con una falda hecha de
hojas.
Cuando
se acercó a mí, me asaltó el terror y temí que pudiera matarme. Corrí hasta lo
alto de una colina, pero él se acercó hasta donde yo estaba, se agachó, miró
hacia mí y dijo:
"Baja y ven donde mí, hombre santo, porque yo soy un hombre que vive como tú
en esta soledad desolada por el amor de Dios".
Aquel
hombre continúa explicando que ha vivido como ermitaño durante sesenta años en
este desierto. Anteriormente había estado en un monasterio en la Tebaida con
100 hermanos santos, pero teniendo en cuenta el ejemplo de los profetas Elías y
Juan el Bautista, decidió tomar la vida de un ermitaño.
Su
ángel de la guarda, a través de un cuervo, le llevaba comida a la cueva donde
moraba, un poco de pan y agua cada tarde, y la Eucaristía los sábados y
domingos".
San
Pafnucio se quedó con San Onofre poco tiempo hasta la muerte de este último, a
la que asisten el canto de los ángeles.
San
Onofre, ruega por nosotros
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