sábado, 13 de junio de 2020

Párate un momento: El Evangelio del dia 14 DE JUNIO – DOMINGO – Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo - Ciclo A -




14 DE JUNIO – DOMINGO –
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo 
- Ciclo A -

Lectura del libro del Deuteronomio (8,2-3.14b-16a):
Moisés habló al pueblo, diciendo:
«Recuerda el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto; para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones: si guardas sus preceptos o no.
Él te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres, para enseñarte que no sólo vive el hombre de pan sino de todo cuanto sale de la boca de Dios.
No te olvides del Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin una gota de agua, que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres.»

Salmo 147,12-13.14-15.19-20

R/. Glorifica al Señor, Jerusalén

Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R/.

Ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.
Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz. R/.

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos. R/.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (10,16-17):

El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?
El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.

Lectura del santo evangelio según san Juan (6,51-58):

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban los judíos entre sí:
«¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo:
«Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»

Un día del Corpus a medias.



Este año 2020, la pandemia del coronavirus provocará que el día del Corpus falte en muchas ciudades y pueblos lo más típico de esta fiesta: la procesión solemne por las calles. Esta fiesta comenzó a celebrarse en Bélgica en 1246, y adquirió su mayor difusión pública dos siglos más tarde, en 1447, cuando el Papa Nicolás V recorrió procesionalmente con la Sagrada Forma las calles de Roma.
Dos cosas pretende: fomentar la devoción a la Eucaristía y confesar públicamente la presencia real de Jesucristo en el pan y el vino.
            Sin embargo, las lecturas del ciclo A parecen adaptarse al coronavirus y carecen de ese aspecto alegre y festivo. Lo que pretenden es enseñarnos el valor de la eucaristía y su repercusión en nuestra vida.

El maná, un triste alimento de tiempo de crisis (Deuteronomio 8,2-3.14b-16a

            En el Antiguo Testamento hay dos tradiciones principales sobre el maná. La primera (Éxodo 16) lo presenta como un alimento que baja del cielo cada día (menos el sábado, para respetar el día de descanso), con sabor a galletas de miel, que toda la gente recoge por igual, sin que a nadie le falte o le sobre, tan sorprendente que se deben conservar dos litros en una jarra dentro del Arca de la Alianza. En esta línea, un salmo lo llamará «pan de ángeles».
            Pero hay otra tradición muy distinta, nada milagrosa (Números 11,4-9), en la que el maná se parece a una semilla que hay que recoger, moler y cocer, y al final tiene un sabor más prosaico: pan de aceite. Al cabo de poco tiempo, la gente comenta: «Se nos quita el apetito de no ver más que el maná» (Nm 11,6).
            El texto del Deuteronomio elegido para la primera lectura ocupa un puesto intermedio entre estas dos tradiciones: el maná es un don de Dios, un alimento «que no conocieron vuestros padres»; pero es un alimento de tiempo de crisis, cuando se recorre «un desierto inmenso y terrible, lleno de serpientes y alacranes, un sequedal sin una gota de agua». Si el texto del Dt se leyera completo, advertiríamos el contraste entre el maná y los alimentos que se encontrarán en la tierra prometida, «tierra de trigo y cebada, de viñas, higueras y granados, tierra de olivares y de miel, tierra en que no comerás tasado el pan, en la que no carecerás de nada» (Dt 8,8-9).

Moisés habló al pueblo, diciendo: El camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto; para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones: si guardas sus preceptos o no……

            Ya que la catequesis bíblica ha insistido en la idea milagrosa del maná, conviene tener presente esta otra para comprender el contraste con el pan de vida que ofrece Jesús.

Sobrevivir y vivir eternamente (Juan 6,51-58)

            A principios de junio de 2020 se calculan en unos 400.000 los muertos por la covid-19. En este contexto es fácil sintonizar con el evangelio de la fiesta del Corpus. Comienza y termina con las mismas palabras: «El que coma de este pan vivirá para siempre». Y en medio: «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día».
            Mucha gente acepta la muerte con resignación o fatalismo. Otros se rebelan contra ella. El cuarto evangelio es de los que se rebelan. Comienza afirmando que en la Palabra de Dios «había vida». Y ha venido al mundo para que nosotros participemos de esa vida eterna.
            El texto que leemos hoy está tomado del largo discurso tenido por Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. Relacionándolo con la primera lectura, advertimos el contraste entre “supervivencia” y “vida eterna”. El maná es un alimento de pura supervivencia, no garantiza la inmortalidad, como subraya Jesús: «vuestros padres lo comieron y murieron». En cambio, el alimento que da Jesús, su cuerpo y su sangre, sí garantiza la vida eterna: «yo lo resucitaré en el último día».

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
―Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.

            En una lectura precipitada, parece que esta última parte del discurso no ofrece ninguna novedad, que se limita a repetir la promesa de la vida eterna para quien coma «el pan que ha bajado del cielo». Sin embargo, hay aspectos nuevos e importantes.
            1. Beber la sangre. Hasta ahora, solo se ha hablado del pan. En esta sección final se hace referencia cuatro veces a la sangre, verdadera bebida, igual que el pan es verdadera comida. Dado la relación del discurso con la eucaristía, esta referencia era imprescindible. La iglesia primitiva siempre recordó el doble gesto de Jesús durante la última cena: al comienzo, partiendo el pan; al final, bendiciendo y pasando la copa. Pan y vino son esenciales. Un discurso sobre la eucaristía no puede dejar de mencionar la sangre, el vino.
            2. La dureza del lenguaje. Hasta ahora, el discurso ha sido polémico y ha provocado discusión y rechazo. Jesús, en vez de echarse atrás e intentar justificar sus expresiones, usa fórmulas escandalosas que se prestan a ser interpretadas como canibalismo: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida». Hay que comerla y beberla. Sin explicación alguna ni matices. ¿Por qué? Jesús no quiere seguidores inconscientes y rutinarios. En los evangelios sinópticos hay otras muchas expresiones suyas, durísimas, desanimando a seguirle a quienes no estén dispuestos a cargar con la cruz, a renunciar a todo, a abandonar al padre y a la madre… En una línea distinta, estas palabras del discurso son también una forma de seleccionar a sus seguidores, como queda claro poco después.
            3. La vida. La repetición frecuente de «la vida eterna» y de «yo lo resucitaré en el último día» parece sugerir que es algo que solo se consigue después de la muerte. Ahora se deja claro que «el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna». La tiene ya, ahora, antes de morir. Sin decirlo expresamente, el texto supone que hay dos formas de vida: la normal, física, y la espiritual o eterna. La primera la tienen todos los seres humanos; la segunda, quienes comen el cuerpo y la sangre de Jesús. ¿En qué consiste esa vida?
            4. Jesús dentro de nosotros. La respuesta la ofrecen estas palabras: «El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él». Es la única vez que aparece este tema en el discurso, que recuerda la experiencia de Pablo: «Vivo yo, pero no yo; es Cristo quien vive en mí». Pero la imagen que mejor puede expresarlo es la del feto en el vientre de su madre: habita en ella, y ella en él. Esa intimidad absoluta y misteriosa es la que se produce en la eucaristía. Y esa presencia de Jesús en los que comulgamos no termina al cabo de un cuarto de hora, como enseñaban hace años. Una educación religiosa bienintencionada, pero deficiente, hace pensar a muchos que Jesús está principalmente en el sagrario, olvidando que está dentro de nosotros tan realmente como allí.

Unión con Jesús y unión con los hermanos (1 Corintios 10,16-17)

            La idea de que, al comulgar, Jesús habita en nosotros y nosotros en él, corre el peligro de interpretarse de forma muy individualista. La lectura de Pablo a los corintios ayuda a evitar ese error. La comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo no es algo que nos aísla. Al contrario, es precisamente lo que nos une, «porque comemos todos del mismo pan».

Hermanos: El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.

            Este tema se inserta en el contexto de un problema muy candente en la comunidad de Corinto por aquel tiempo: ¿Puede un cristiano comer la carne de un animal inmolado a un dios pagano?

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, Jesús Catalá, en la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo celebrada en la Catedral de Málaga el 14 de junio de 2020.

“CORPUS CHRISTI”

(Catedral-Málaga, 14 junio 2020)



Lecturas: Dt 8, 2-3.14-16; Sal 147, 12-15.19-20; 1Co 10, 16-17; Jn 6, 51-58. (Ciclo A)



El pan eucarístico alimenta la caridad



1.- El antiguo pueblo de Israel fue conducido por el desierto en su camino hacia la tierra prometida, sufriendo hambre y sed, penalidades y enfermedades, con las que Dios lo purificaba, como hemos escuchado en la lectura: «Acuérdate de todo el camino que el Señor tu Dios te ha hecho andar durante estos cuarenta años en el desierto para humillarte, probarte y conocer lo que había en tu corazón: si ibas o no a guardar sus mandamientos» (Dt 8, 2).

La pandemia del coronavirus (Covid-19) está siendo una prueba de fuego para nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor. Nos ha trastocado la vida de manera convulsiva e inesperada; nos ha hecho palpar nuestra debilidad e inseguridad; hemos experimentado nuestra fragilidad y vulnerabilidad. Las cosas en las que la mayoría se apoyaba se han venido abajo; y ahora su vida está más llena de incertidumbres que de certezas.

Esta dura experiencia vital nos anima a dirigir de nuevo la mirada a Jesucristo, roca firme (cf. Lc 6, 47-48) y fundamento de nuestra existencia (cf. 1 Tm 1, 14; 2 Tm 1, 13), que no falla ni se derrumba nunca.

2.- Jesucristo entregó su vida por nosotros en la cruz y nos dejó como prenda de vida eterna su Cuerpo y su Sangre en el sacramento de la Eucaristía. Padeciendo por nosotros, nos dio ejemplo para seguir sus pasos, dando nuevo sentido a la vida y a la muerte.

El pan eucarístico alimenta la caridad. El Cuerpo de Cristo entregado y su Sangre derramada en la cruz, convertidos en el sacramento eucarístico, son alimento y fuerza para la entrega diaria al hermano necesitado.

El fiel cristiano, conformado a la imagen del Hijo, recibe las primicias del Espíritu (cf. Rm 8, 23), que le capacitan para cumplir la ley nueva del amor, pedida por Jesús: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros» (Jn 13, 34). Siguiendo los pasos del Maestro y participando en el sacramento eucarístico, podemos vivir la entrega diaria de amor. Difícil va a ser esa entrega, si no nos alimentamos con el pan eucarístico; porque este pan expresa la entrega del Señor por nosotros y nos invita a entregarnos.

La situación de pobreza y de exclusión social, que viven tantas personas en nuestra sociedad y en el mundo, interpelan nuestra conciencia y nuestro compromiso cristiano.

3.- En este tiempo de pandemia hemos visto infinidad de gestos solidarios, llenos de amor. Personas de diversas creencias, culturas, ideas, oficios y niveles sociales, se han puesto al servicio de una humanidad herida.

En esta solemnidad litúrgica del Corpus celebramos el Día de la Caridad con el lema: “El poder de cada persona. Cada gesto cuenta”.

Jesús nos invita a todos a caminar con Él (cf. Lc 24 13-35); su presencia sacramental entre nosotros es fuerza que da vida. Nos invita a ser solidarios, a construir comunidades cristianas de caridad, a vivir la esperanza, a acoger y escuchar al otro, a celebrar la fe, a ofrecer el perdón, a cuidar a los más frágiles, a denunciar las injusticias.

La persona humana crece con el amor y se hace más fuerte; y puede realizar gestos, aunque sean pequeños, que transformen la sociedad construyendo vida. Así lo ha prometido Jesús: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre» (Jn 6, 51); su cuerpo sacramentado es vida para al mundo; es vida para cada uno de nosotros cuando participamos de él.

La experiencia vital ante el sufrimiento nos ha empujado a salir de nuestro egoísmo, priorizando el bien común y la defensa de la vida; nos ha abierto el corazón a la compasión y la solidaridad. De este modo será posible hacer presente el Reino de Dios en una sociedad nueva, o mejor, renovada, donde la justicia, la paz y la fraternidad sean las coordenadas de nuestro mundo. Queridos fieles, tenemos grandes retos, pero debemos afrontarlos juntos.

Todos los cristianos formamos parte de Caritas, porque Caritas es la expresión de amor de la Iglesia católica. Y todos juntos estamos llamados a reconstruir la sociedad, transformando nuestro estilo de vida al estilo de vivir de Jesús.

4.- La Eucaristía es la fuente de donde brota la caridad, la comunión, la bondad, la verdad, la libertad, que son el distintivo del ser cristiano. Ella expresa el amor de Dios, que ama sin medida a los hombres en su Hijo. Participar en la Eucaristía compromete a vivir como Jesucristo, a amarnos unos a otros como Él nos ama.

El pan eucarístico alimenta la caridad; y ésta constituye el principio vital de la Iglesia, como Cuerpo místico del Señor. San Pablo nos recuerda: «Si no tengo caridad, nada soy. Si no tengo caridad, nada me aprovecha» (1 Co 13,23).

La caridad expresa la singularidad del amor cristiano: el amor brota de Dios, fuente inagotable de amor. Este amor se distingue otras actitudes. No se trata de mera filantropía, ni de un sentimiento de empatía hacia los hombres, ni de una simple prestación de servicios, ni puede reducirse a un voluntariado social. Todo pueden hacerlo gente no creyente.

La caridad cristiana es el amor mismo de Dios derramado en nuestros corazones. Hemos sido amados primero y ello nos permite amar al estilo de Jesús; esa es la diferencia entre el amor cristiano y otros altruismos. Dios es amor y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. «Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor» (1 Jn 4,8).

5.- Todo lo que nos suceda, salvo el pecado, no es bueno ni malo; depende si lo utilizamos para gloria de Dios y bien nuestro o lo desperdiciamos. Todos los eventos, que podemos calificar como “malos”, porque nos hacen sufrir, en sí mismos pueden ser elementos para purificar nuestro corazón y nuestro amor; y, por tanto, son buenos para nosotros. No juzguemos las cosas y los acontecimientos por el dolor que nos provocan; sino por la finalidad que el Señor desea. Podemos hacer de cada instante de nuestra vida un gesto de amor.

Este año, queridos hermanos, no podremos hacer la acostumbrada procesión de Corpus por las calles de la ciudad; pero llevaremos a Cristo eucaristía en nuestros corazones y lo haremos presente a través de nuestras obras de amor y en la vida de cada día. ¡Comprometámonos hoy en hacer procesión de Cristo-amor!


Pedimos a Santa María de la Victoria que nos acompañe, para llevar a Cristo a los demás y ser buenos testigos del amor de Dios a los hombres. Amén.




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