19
de junio Viernes
11ª
– Semana del T. O. – A
SAGRADO. CORAZÓN DE JESÚS –
Lectura
del libro del Deuteronomio (7,6-11):
En
aquellos días, Moisés habló al pueblo, diciendo:
«Tú eres un pueblo santo para el Señor,
tu Dios: él te eligió para que fueras, entre todos los pueblos de la tierra, el
pueblo de su propiedad. Si el Señor se enamoró de vosotros y os eligió, no fue
por ser vosotros más numerosos que los demás, pues sois el pueblo más pequeño,
sino que, por puro amor vuestro, por mantener el juramento que había hecho a
vuestros padres, os sacó de Egipto con mano fuerte y os rescató de la
esclavitud, del dominio del Faraón, rey de Egipto. Así sabrás que el Señor, tu
Dios, es Dios: el Dios fiel que mantiene su alianza y su favor con los que lo
aman y guardan sus preceptos, por mil generaciones. Pero paga en su persona a
quien lo aborrece, acabando con él. No se hace esperar, paga a quien lo
aborrece, en su persona. Pon por obra estos preceptos y los mandatos y decretos
que te mando hoy.»
Salmo: 102,1-2.3-4.6-7.8.10
R/. La misericordia del Señor dura
siempre,
para los que cumplen sus mandatos
Bendice,
alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.
Él
perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura. R/.
El
Señor hace justicia
y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés
y sus hazañas a los hijos de
Israel. R/.
El
Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia.
No nos trata como merecen nuestros
pecados
ni nos paga según nuestras culpas. R/.
Lectura de la primera carta del apóstol
san Juan (4,7-16):
Amémonos
unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y
conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.
En esto se manifestó el amor que Dios
nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por
medio de él.
En esto consiste el amor: no en que
nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo
como víctima de propiciación para nuestros pecados.
Queridos, si Dios nos amó de esta
manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie lo ha visto
nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha
llegado en nosotros a su plenitud.
En esto conocemos que permanecemos en
él, y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto
y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo.
Quien confiese que Jesús es el Hijo de
Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. Y nosotros hemos conocido el amor que
Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor
permanece en Dios, y Dios en él.
Lectura del santo evangelio según san
Mateo (11,25-30):
En
aquel tiempo, exclamó Jesús:
«Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y
tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has
revelado a la gente sencilla.
Sí, Padre, así te ha parecido mejor.
Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y
nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera
revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados
y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy
manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es
llevadero y mi carga ligera.»
1. La fiesta del Corazón de Jesús
tuvo una importancia singular en la piedad, la devoción y la espiritualidad de
muchos católicos durante el s. XIX y hasta bien entrado el XX.
Después del concilio Vaticano II ha ido
quedando desplazada o, si se prefiere, ha perdido la importancia que tuvo en
décadas anteriores. Por supuesto, esta devoción sigue alimentando la vida
interior de muchas
personas y de instituciones religiosas (no
pocas congregaciones de Vida Religiosa) a las que inspira sus mejores
sentimientos y fomenta su generosidad en la entrega a los más altos ideales del
espíritu.
2. - ¿Por qué ha perdido fuerza esta
devoción?
Lo más probable es que eso se debe a un
motivo que está indicado en el evangelio de hoy. Las preferencias del Dios de
Jesús están puestas en la "gente sencilla". Además, Jesús llama sobre
todo a los que van por la vida "cansados y agobiados".
Se puede decir, por tanto, que el Corazón
de Jesús se siente atraído por los últimos de este mundo; y por los que peor lo
pasan en esta tierra de tantas violencias e injusticias.
Hoy lo vemos claro. Lo vemos, así como lo
más lógico. Sin embargo -justo es reconocerlo- la clásica devoción al Corazón
de Jesús se centró, sobre todo, no en los "más sencillos", sino en
los "más devotos". Fue una devoción con un marcado acento intimista,
espiritual y hasta espiritualista. Y por eso mismo le faltó la preocupación
social y hasta política (no partidista), sin la cual no es fácil afirmar que
uno ha tomado en serio el sufrimiento de los pobres, el dolor de los sencillos
y la humillación en que viven los más desgraciados.
3. La piedad, la devoción, los
sentimientos espirituales hacia Jesús, simbolizados en su corazón, son no solo
excelentes, sino necesarios. Pero con tal que no nos quedemos en esa
espiritualidad intimista. Porque eso solo sirve para gratificar las conciencias
y tranquilizar las almas. Lo cual puede resultar un engaño.
Jesús pasaba las noches en oración, pero
los días enteros se los pasaba de pueblo en pueblo, de aldea en aldea,
conviviendo con los más desamparados de este mundo, aliviando penas, curando
enfermos y conviviendo con los pecadores y gentes marginales.
Así nos dejó claro por dónde andan las
preferencias de su corazón.
SAN ROMUALDO, abad
Fundador
de los Camaldulenses Año 1027
Romualdo
significa: glorioso en el mando. El que gobierna con buena fama. (Rom: buena
fama Uald: gobernar).
En
un siglo en el que la relajación de las costumbres era espantosa, Dios suscitó
un hombre formidable que vino a propagar un modo de vivir dedicado totalmente a
la oración, a la soledad y a la penitencia, San Romualdo.
San
Romualdo nació en Ravena (Italia) en el año 950. Era hijo de los duques que
gobernaban esa ciudad.
Educado
según las costumbres mundanas, su vida fue durante varios años bastante descuidada,
dejándose arrastrar hacia los placeres y siendo víctima y esclavo de sus
pasiones. Sin embargo, de vez en cuando experimentaba fuertes inquietudes y
serios remordimientos de conciencia, a los que seguían buenos deseos de
enmendarse y propósito de volverse mejor. A veces cuando se internaba de
cacería en los montes, exclamaba: "Dichosos los ermitaños que se alejan
del mundo a estas soledades, donde las malas costumbres y los malos ejemplos no
los esclavizan".
Su
padre era un hombre de mundo, muy agresivo, y un día desafió a pelear en duelo
con un enemigo. Y se llevó de testigo a su hijo Romualdo. Y sucedió que el papá
mató al adversario. Horrorizado ante este triste espectáculo, Romualdo huyó a
la soledad de una montaña y allá se encontró con un monasterio de benedictinos,
y estuvo tres años rezando y haciendo penitencia. El superior del convento no
quería recibirlo de monje porque tenía miedo de las venganzas del padre del
joven, el Duque de Ravena. Pero el Sr. arzobispo hizo de intermediario y Romualdo
fue admitido como un monje benedictino.
Y le sucedió entonces al joven monje que se dedicó con
tan grande fervor a orar y hacer penitencia, que los demás religiosos que eran
bastante relajados, se sentían muy mal comparando su vida con la de este recién
llegado, que hasta se atrevía a corregirlos por su conducta algo indebida y le
pidieron al superior que lo alejara del convento, porque no se sentían muy bien
con él. Y entonces Romualdo se fue a vivir en la soledad de una montaña,
dedicado sólo a orar, meditar y hacer penitencia.
En
la soledad se encontró con un monje sumamente rudo y áspero, llamado Marino,
pero éste con sus modos fuertes logró que nuestro santo hiciera muy notorios
progresos en su vida de penitencia en poco tiempo. Y entre Marino y Romualdo
lograron dos notables conversiones: la del jefe civil y militar de Venecia, el
Dux de Venecia (que más tarde se llamará San Pedro Urseolo) que se fue a
dedicarse a la vida de oración en la soledad; y el mismo papá de Romualdo que
arrepentido de su antigua vida de pecado se fue a reparar sus maldades en un
convento. Este Duque de Ravena después sintió la tentación de salirse del
convento y devolverse al mundo, pero su hijo fue y logró convencerlo, y así se
estuvo de monje hasta su muerte.
Durante
30 años San Romualdo fue fundando en uno y otro sitio de Italia conventos donde
los pecadores pudieran hacer penitencia de sus pecados, en total soledad, en
silencio completo y apartado del mundo y de sus maldades.
El
por su cuenta se esforzaba por llevar una vida de soledad, penitencia y
silencio de manera impresionante, como penitencia por sus pecados y para
obtener la conversión de los pecadores. Leía y leía vidas de santos y se
esmeraba por imitarlos en aquellas cualidades y virtudes en las que más sobresalió
cada uno. Comía poquísimo y dedicaba muy pocas horas al sueño. Rezaba y
meditaba, hacía penitencia, día y noche.
Y entonces,
cuando mayor paz podía esperar para su alma, llegaron terribles tentaciones de
impureza. La imaginación le presentaba con toda viveza los más sensuales gozos
del mundo, invitándolo a dejar esa vida de sacrificio y a dedicarse a gozar de
los placeres mundanos. Luego el diablo le traía las molestas y desanimadoras
tentaciones de desaliento, haciéndole ver que toda esa vida de oración,
silencio y penitencia, era una inutilidad que de nada le iba a servir. Por la
noche, con imágenes feas y espantosas, el enemigo del alma se esforzaba por
obtener que no se dedicara más a tan heroica vida de santificación. Pero
Romualdo redoblaba sus oraciones, sus meditaciones y penitencias, hasta que al
fin un día, en medio de los más horrorosos ataques diabólicos, exclamó
emocionado: "Jesús misericordioso, ten compasión de mí", y al oír
esto, el demonio huyó rápidamente y la paz y la tranquilidad volvieron al alma
del santo.
Volvió
otra vez al monasterio de Ravena (del cual lo habían echado por demasiado
cumplidor) y sucedió que vino un rico a darle una gran limosna. Sabiendo
Romualdo que había otros monasterios mucho más pobres que el de Ravena, fue y les
repartió entre aquellos toda la limosna recibida. Eso hizo que los monjes de
aquel monasterio se le declararan en contra (ya estaban cansados de verlo tan
demasiado exacto en penitencias y oraciones y en silencio) y lo azotaron y lo
expulsaron de allí. Pero sucedió que en esos días llegó a esa ciudad el
Emperador Otón III y conociendo la gran santidad de este monje lo nombró abad,
Superior de tal convento. Los otros tuvieron que obedecerle, pero a los dos
años de estar de superior se dio cuenta que aquellos señores no lograrían
conseguir el grado de santidad que él aspiraba obtener de sus religiosos y
renunció al cargo y se fue a fundar en otro sitio.
Dios
le tenía reservado un lugar para que fundara una Comunidad como él la deseaba.
Un señor llamado Málduli había obsequiado una finca, en región montañosa y
apartada, llamada campo de Málduli, y allí fundo el santo su nueva comunidad
que se llamó "Camaldulenses", o sea, religiosos del Campo de Málduli.
En
una visión vio una escalera por la cual sus discípulos subían al cielo,
vestidos de blanco. Desde entonces cambió el antiguo hábito negro de sus
religiosos, por un hábito blanco.
San
Romualdo hizo numerosos milagros, pero se esforzaba porque se mantuviera
siempre ignorado en nombre del que los había conseguido del cielo.
Un
día un rico al ver que al hombre de Dios ya anciano le costaba mucho andar de
pie, le obsequió un hermoso caballo, pero el santo lo cambió por un burro,
diciendo que viajando en un asnillo podía imitar mejor a Nuestro Señor.
En
el monasterio de la Camáldula sí obtuvo que sus religiosos observaran la vida
religiosa con toda la exactitud que él siempre había deseado. Y desde el año
1012 existen monasterios Camaldulenses en diversas regiones del mundo. Observan
perpetuo silencio y dedican bastantes horas del día a la oración y a la
meditación. Son monasterios donde la santidad se enseña, se aprende y se
practica.
San
Romualdo deseaba mucho derramar su sangre por defender la religión de Cristo, y
sabiendo que en Hungría mataban a los misioneros dispuso irse para allá a
misionar. Pero cada vez que emprendía el viaje, se enfermaba. Entonces
comprendió que la voluntad de Dios no era que se fuera por allá a buscar
martirios, sino que se hiciera santo allí con sus monjes, orando, meditando, y
haciendo penitencia y enseñando a otros a la santidad.
Veinte
años antes el santo había profetizado la fecha de su muerte. Los últimos años
frecuentemente era arrebatado a un estado tan alto de contemplación que lleno
de emoción, e invadido de amor hacia Dios exclamaba: "Amado Cristo Jesús,
¡tú eres el consuelo más grande que existe para tus amigos!". Adonde
quiera que llegaba se construía una celda con un altar y luego se encerraba,
impidiendo la entrada allí de toda persona. Estaba dedicado a orar y a meditar.
La
última noche de su existencia terrenal, fueron dos monjes a visitarlo porque se
sentía muy débil. Después de un rato mandó a los dos religiosos que se
retiraran y que volvieran a la madrugada a rezar con él los salmos. Ellos
salieron, pero presintiendo que aquel gran santo se pudiera morir muy pronto se
quedaron escondidos detrás de la puerta. Después de un rato se pusieron a
escuchar atentamente y al no percibir adentro ni el más mínimo ruido ni
movimiento, convencidos de lo que podía haber sucedido empujaron la puerta,
encendieron la luz y encontraron el santo cadáver que yacía boca arriba,
después de que su alma había volado al cielo. Era un amigo más que Cristo Jesús
se llevaba a su Reino Celestial.
Todos
estos datos los hemos tomado de la Biografía de San Romualdo, que escribió San
Pedro Damián, otro santo de ese tiempo.
Al
recordar los hechos heroicos de este gran penitente y contemplativo se sienten
ganas de repetir las palabras que decía San Grignon de Monfort: "Ante
estos campeones de la santidad, nosotros somos unos pollos mojados y unos
burros muertos".
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