23 DE JUNIO – MARTES –
12ª – SEMANA DEL T. O. – A –
San José Cafasso
Lectura
del segundo libro de los Reyes (19,9b-11.14-21.31-35a.36):
En
aquellos días, Senaquerib, rey de Asiria, envió mensajeros a Ezequías, para
decirle:
«Decid
a Ezequías, rey de Judá: "Que no te engañe tu Dios en quien confías,
pensando que Jerusalén no caerá en manos del rey de Asiria. Tú mismo has oído
hablar cómo han tratado los reyes de Asiria a todos los países,
exterminándolos, ¿y tú te vas a librar?"»
Ezequías
tomó la carta de mano de los mensajeros y la leyó; después subió al templo, la
desplegó ante el Señor y oró:
«Señor,
Dios de Israel, sentado sobre querubines; tú solo eres el Dios de todos los
reinos del mundo. Tú hiciste el cielo y la tierra. Inclina tu oído, Señor, y
escucha; abre tus ojos, Señor, y mira. Escucha el mensaje que ha enviado
Senaquerib para ultrajar al Dios vivo.
Es
verdad, Señor: los reyes de Asiria han asolado todos los países y su
territorio, han quemado todos sus dioses, porque no son dioses, sino hechura de
manos humanas, leño y piedra, y los han destruido. Ahora, Señor, Dios nuestro,
sálvanos de su mano, para que sepan todos los reinos del mundo que tú solo,
Señor, eres Dios.»
Isaías,
hijo de Amós, mandó a decir a Ezequías:
«Así
dice el Señor, Dios de Israel: "He oído lo que me pides acerca de
Senaquerib, rey de Asiria. Ésta es la palabra que el Señor pronuncia contra él:
Te desprecia y se burla de ti la doncella, la ciudad de Sión; menea la cabeza a
tu espalda la ciudad de Jerusalén. Pues de Jerusalén saldrá un resto, del monte
Sión los supervivientes. ¡El celo del Señor lo cumplirá!
Por
eso, así dice el Señor acerca del rey de Asiria: No entrará en esta ciudad, no
disparará contra ella su flecha, no se acercará con escudo ni levantará contra
ella un talud; por el camino por donde vino se volverá, pero no entrará en esta
ciudad –oráculo del Señor–. Yo escucharé a esta ciudad para salvarla, por mi
honor y el de David, mi siervo.»
Aquella
misma noche salió el ángel del Señor e hirió en el campamento asirio a ciento
ochenta y cinco mil hombres. Senaquerib, rey de Asiria, levantó el campamento,
se volvió a Nínive y se quedó allí.
Palabra
de Dios
Salmo:
47,2-3a.3b-4.10-11
R/.
Dios ha fundado su ciudad para siempre
Grande
es el Señor y muy digno de alabanza
en la ciudad de nuestro
Dios.
Su monte santo, altura
hermosa,
alegría de toda la
tierra. R/.
El
monte Sión, vértice del cielo,
ciudad del gran rey.
Entre sus palacios, Dios
descuella como un
alcázar. R/.
Oh
Dios, meditamos tu misericordia
en medio de tu templo:
como tu renombre, oh
Dios,
tu alabanza llega al
confín de la tierra;
tu diestra está llena de
justicia. R/.
Lectura del santo evangelio según san
Mateo (7,6.12-14):
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No
deis lo santo a los perros, ni les echéis vuestras perlas a los cerdos; las
pisotearán y luego se volverán para destrozaros. Tratad a los demás como
queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y los profetas.
Entrad
por la puerta estrecha. Ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la
perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto
el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos.»
Palabra
del Señor
1. La
exhortación enigmática sobre los perros y los cerdos es desconocida, tanto en
su origen como en su significado.
Seguramente el autor del evangelio de Mateo la puso aquí porque así la
encontró en la llamada "Fuente Q", la fuente de los dichos, que sirvió
de base a este evangelio.
2. El
texto central de este evangelio es la llamada "Regla de Oro", que,
como es bien sabido, es muy anterior al cristianismo. Ya se encuentra en
Confucio (551-489),
en el judaísmo (Lev 19, 18) y se puede decir que es una norma de ética
universal. Se ha formulado negativamente ("lo que no quieres que te hagan
los demás, no se lo hagas a ellos) o positivamente, como hace
aquí Jesús.
Se
puede decir que la forma positiva es más exigente que la negativa. Porque la
positiva sugiere al interpelado una iniciativa propia, mientras que la versión negativa puede
acabar en mera pasividad.
3. En
cualquier caso, lo más importante es tener el coraje de aplicar esta regla a
todas las situaciones de la vida, sobre todo, en cuanto se refiere, no solo al
amor a los enemigos, sino a las relaciones con los creyentes de otras
religiones. Y, por supuesto, con los ateos, agnósticos y, en general, con
quienes tienen ideas y conductas distintas a las propias en todo lo relacionado
con la religión. Esto es ahora especialmente urgente, cuando la sociedad es más
plural y la convivencia resulta más complicada.
San José Cafasso
Año
1860
Antes
de morir escribió esta estrofa:
"No será muerte sino un dulce sueño para ti, alma mía, si al morir te asiste
Jesús, y te recibe la Virgen María".
Y seguramente así le sucedió en realidad.
Este
humilde sacerdote fue quizás el más grande amigo y benefactor de San Juan Bosco
y, de muchos seminaristas pobres más, uno de los mejores formadores de sacerdotes
del siglo XIX.
Nació
en 1811 en el mismo pueblo donde nació San Juan Bosco. En Castelnuovo (Italia).
Una hermana suya fue la mamá de otro santo: San José Alamano, fundador de la
comunidad de los Padres de la Consolata. Desde niño sobresalió por su gran
inclinación a la piedad y a repartir ayudas a los pobres.
En el
año 1827, siendo Caffaso seminarista se encontró por primera vez con Juan
Bosco. Cafasso era de familia acomodada del pueblo y Bosco era de una vereda y
absolutamente pobre. Don Bosco narra así su primer encuentro con el que iba a
ser después su Benefactor, su defensor y el que mejor lo comprendiera cuando
los demás lo despreciaran: "Yo era un niño de doce años y una víspera de
grandes fiestas en mi pueblo, vi junto a la puerta del templo a un joven
seminarista que por su amabilidad me pareció muy simpático. Me acerqué y le
pregunté: '¿Reverendo: no quiere ir a gozar un poco de nuestras fiestas?'. Él
con una agradable sonrisa me respondió: 'Mira, amiguito: para los que nos
dedicamos al servicio de Dios, las mejores fiestas son las que se celebran en
el templo'. Yo, animado por su bondadoso modo de responder le añadí: 'Sí, pero
también en nuestras fiestas de plaza hay mucho que alegra y hace pasar ratos
felices'. Él añadió: 'Al buen amigo de Dios lo que más feliz lo hace es el
participar muy devotamente de las celebraciones religiosas del templo'. Luego
me preguntó qué estudios había hecho y si ya había recibido la sagrada
comunión, y si me confesaba con frecuencia. Enseguida abrieron el templo, y él
antes de despedirse me dijo: 'No se te olvide que para el que quiere seguir el
sacerdocio nada hay más agradable ni que más le atraiga, que aquello que sirve
para darle gloria a Dios y para salvar las almas'. Y de manera muy amable se
despidió de mí. Yo me quedé admirado de la bondad de este joven seminarista.
Averigüé cómo se llamaba y me dijeron: 'Es José Cafasso, un muchacho tan
piadoso, que ya desde muy pequeño en el pueblo lo llamaban -el santito".
Cafasso
que era un excelente estudiante tuvo que pedir dispensa para que lo ordenaran
de sacerdote de sólo 21 años, y en vez de irse de una vez a ejercer su
sacerdocio a alguna parroquia, dispuso irse a la capital, Turín, a
perfeccionarse en sus estudios. Allá había un instituto llamado El Convictorio
para los que querían hacer estudios de postgrado, y allí se matriculó. Y con
tan buen resultado, que al terminar sus tres años de estudio fue nombrado
profesor de ese mismo instituto, y al morir el rector fue aclamado para
reemplazarlo, y estuvo de magnífico rector por doce años hasta su muerte.
San
José Cafasso formó más de cien sacerdotes en Turín, y entre sus alumnos tuvo
varios santos. Se propuso como modelos para imitar a San Francisco de Sales y a
San Felipe Neri, y sus discípulos se alegraban al contestar que su
comportamiento se asemejaba grandemente al de estos dos simpáticos santos.
En
aquel entonces habían llegado a Italia unas tendencias muy negativas que
prohibían recibir sacramentos si la persona no era muy santa (Jansenismo) y que
insistían más en la justicia de Dios que en su misericordia (rigorismo).
El
Padre Cafasso, en cambio, formaba a sus sacerdotes en las doctrinas de San
Alfonso que insiste mucho en la misericordia de Dios, y en las enseñanzas de
San Francisco de Sales, el santo más comprensivo con los pecadores. Y además a
sus alumnos sacerdotes los llevaba a visitar cárceles y barrios supremamente
pobres, para despertar en ellos una gran sensibilidad hacia los pobres y
desdichados.
Cuando
el niño campesino Juan Bosco quiso entrar al seminario, no tenía ni un centavo
para costearse los estudios. Entonces el Padre Cafasso le costeó media beca, y
obtuvo que los superiores del seminario le dieran otra media beca con tal de
que hiciera de sacristán, de remendón y de peluquero. Luego cuando Bosco llegó
al sacerdocio, Cafasso se lo llevó a Turín y allá le costeó los tres años de
postgrado en el Convictorio. Él fue el que lo llevó a las cárceles a presenciar
los horrores que sufren los que en su juventud no tuvieron quién los educara
bien. Y cuando Don Bosco empezó a recoger muchachos abandonados en la calle, y
todos lo criticaban y lo expulsaban por esto, el que siempre lo comprendió y
ayudó fue este superior. Y al ver la pobreza tan terrible con la que empezaba
la comunidad salesiana, el Padre Cafasso obtenía ayudas de los ricos y se las
llevaba al buen Don Bosco. Por eso la Comunidad Salesiana ha considerado
siempre a este santo como su amigo y protector.
En
Turín, que era la capital del reino de Saboya, las cárceles estaban llenas de
terribles criminales, abandonados por todos. Y allá se fue Don Cafasso a hacer
apostolado. Con infinita paciencia y amabilidad se fue ganando los presos uno
por uno y los hacía confesarse y empezar una vida santa. Les llevaba ropa,
comida, útiles de aseo y muchas otras ayudas, y su llegada a la cárcel cada
semana era una verdadera fiesta para ellos.
San
José Cafasso acompañó hasta la horca a más de 68 condenados a muerte, y aunque
habían sido terribles criminales, ni uno sólo murió sin confesarse y
arrepentirse. Por eso lo llamaban de otras ciudades para que asistiera a los
condenados a muerte. Cuando a un reo le leían la sentencia a muerte, lo primero
que pedía era: "Que a mi lado esté el Padre Cafasso, cuando me lleven a
ahorcar" (Un día se llevó a su discípulo Juan Bosco, pero éste al ver la
horca cayó desmayado. No era capaz de soportar un espectáculo tan tremendo. Y a
Cafasso le tocaba soportarlo mes por mes. Pero allí salvaba almas y convertía
pecadores).
La primera
cualidad que las gentes notaban en este santo era "el don de
consejo". Una cualidad que el Espíritu Santo le había dado para saber
aconsejar lo que más le convenía a cada uno. Por eso a su despacho llegaban
continuamente obispos, comerciantes, sacerdotes, obreros, militares, y toda
clase de personas necesitadas de un buen consejo. Y volvían a su casa con el
alma en paz y llena de buenas ideas para santificarse. Otra gran cualidad que
lo hizo muy popular fue su calma y su serenidad. Algo encorvado (desde joven) y
pequeño de estatura, pero en el rostro siempre una sonrisa amable. Su voz
sonora, y encantadora. De su conversación irradiaba una alegría contagiosa (que
San Juan Bosco admiraba e imitaba grandemente). Todos elogiaban la tranquilidad
inmutable del Padre José. La gente decía: "Es pequeño de cuerpo, pero
gigante de espíritu". A sus sacerdotes les repetía: "Nuestro Señor
quiere que lo imitemos en su mansedumbre".
Desde
pequeñito fue devotísimo de la Stma. Virgen y a sus alumnos sacerdotes los entusiasmaba
grandemente por esta devoción. Cuando hablaba de la Madre de Dios se notaba en
él un entusiasmo extraordinario. Los sábados y en las fiestas de la Virgen no
negaba favores a quienes se los pedían. En honor de la Madre Santísima era más
generoso que nunca estos días. Por eso los que necesitaban de él alguna limosna
especial o algún favor extraordinario iban a pedírselo un sábado o en una
fiesta de Nuestra Señora, con la seguridad de que, en honor de la Madre de
Jesús, les concedería su petición.
Un día
en un sermón exclamó:
"qué bello morir un sábado, día de la
Virgen, para ser llevados por Ella al cielo".
Y así le sucedió: murió el sábado 23 de
junio de 1860, a la edad de sólo 49 años.
Su
oración fúnebre la hizo su discípulo preferido: San Juan Bosco.
El
Papa Pío XII canonizó a José Cafasso en 1947, y nosotros le suplicamos a tan
bondadoso protector que logremos imitarlo en su simpática santidad.
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