7 DE JUNIO – DOMINGO –
LA SANTÍSIMA TRINIDAD –
JORNADA
PRO-ORANTIBUS
Lectura
del libro del Éxodo (34,4b-6.8-9):
En
aquellos días, Moisés subió de madrugada al monte Sinaí, como le había mandado
el Señor, llevando en la mano las dos tablas de piedra. El Señor bajó en la
nube y se quedó con él allí, y Moisés pronunció el nombre del Señor.
El Señor pasó ante él, proclamando:
«Señor, Señor, Dios compasivo y
misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad.»
Moisés, al momento, se inclinó y se echó
por tierra. Y le dijo:
«Si he obtenido tu favor, que mi Señor
vaya con nosotros, aunque ése es un pueblo de cerviz dura; perdona nuestras
culpas y pecados y tómanos como heredad tuya.»
Salmo: Dn 3,52-56
R/. A ti gloria y alabanza por los
siglos
Bendito
eres, Señor, Dios de nuestros padres,
bendito tu nombre santo y
glorioso. R/.
Bendito
eres en el templo de tu santa gloria. R/.
Bendito
eres sobre el trono de tu reino. R/.
Bendito
eres tú, que sentado sobre querubines
sondeas los abismos. R/.
Bendito
eres en la bóveda del cielo. R/.
Lectura de la segunda carta del apóstol
san Pablo a los Corintios (13,11-13):
Alegraos,
enmendaos, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y
de la paz estará con vosotros.
Saludaos mutuamente con el beso ritual.
Os saludan todos los santos. La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y
la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros.
Lectura del santo evangelio según san
Juan (3,16-18):
Tanto
amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de
los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo
al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el
que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de
Dios.
Palabra del Señor.
Fiesta de la Santísima Trinidad
El año litúrgico comienza con el Adviento y la
Navidad, celebrando cómo Dios Padre envía a su Hijo al mundo. En los domingos
siguientes recordamos la actividad y el mensaje de Jesús. Cuando sube al cielo
nos envía su Espíritu, que es lo que celebramos el domingo pasado. Ya tenemos
al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Estamos preparados para celebrar a los
tres en una sola fiesta, la de la Trinidad.
Esta fiesta surge bastante tarde, en 1334, y fue el
Papa Juan XII quien la instituyó. Quizá se pretendía (como ocurrió con la del
Corpus) contrarrestar a grupos heréticos que negaban la divinidad de Jesús o la
del Espíritu Santo. Así se explica que el lenguaje usado en el Prefacio sea más
propio de una clase de teología que de una celebración litúrgica. En cambio,
las lecturas son breves y fáciles de entender, centrándose en el amor de Dios.
La
única definición bíblica de Dios
La primera lectura, tomada del libro del Éxodo, ofrece
la única definición (mejor, autodefinición) de Dios en el Antiguo Testamento y
rebate la idea de que el Dios del Antiguo Testamento es un Dios terrible,
amenazador, a diferencia del Dios del Nuevo Testamento propuesto por Jesús, que
sería un Dios de amor y bondad. La liturgia, como de costumbre, ha mutilado el
texto. Pero conviene conocerlo entero.
Moisés se encuentra en la cumbre del monte Sinaí. Poco antes, le ha pedido a Dios ver su gloria, a lo que el Señor
responde: «Yo haré pasar ante ti toda mi riqueza, y pronunciaré ante ti el
nombre de Yahvé» (Ex 33,19). Para un israelita, el nombre y la persona se
identifican. Por eso, «pronunciar el nombre de Yahvé» equivale a darse a
conocer por completo. Es lo que ocurre poco más tarde, cuando el Señor pasa
ante Moisés proclamando:
«Yahvé, Yahvé, el
Dios compasivo y clemente, paciente y misericordioso y fiel, que conserva la
misericordia hasta la milésima generación, que perdona culpas, delitos y
pecados, aunque no deja impune y castiga la culpa de los padres en los hijos,
nietos y bisnietos» (Éxodo 34,6-7).
Así es
como Dios se autodefine. Con cinco adjetivos que subrayan su compasión,
clemencia, paciencia, misericordia, fidelidad. Nada de esto tiene que ver con
el Dios del terror y del castigo. Y lo que sigue tira por tierra ese falso
concepto de justicia divina que «premia a los buenos y castiga a los malos»,
como si en la balanza divina castigo y perdón estuviesen perfectamente
equilibrados. Es cierto que Dios no tolera el mal. Pero su capacidad de
perdonar es infinitamente superior a la de castigar. Así lo expresa la imagen
de las generaciones. Mientras la misericordia se extiende a mil, el castigo
sólo abarca a cuatro (padres, hijos, nietos, bisnietos). No hay que interpretar
esto en sentido literal, como si Dios castigase arbitrariamente a los hijos por
el pecado de los padres. Lo que subraya el texto es el contraste entre mil y
cuatro, entre la inmensa capacidad de amar y la escasa capacidad de castigar.
Esta idea la recogen otros pasajes del AT:
«Tú, Señor, Dios compasivo y piadoso,
paciente, misericordioso y fiel» (Salmo 86,15).
«El Señor es compasivo y clemente,
paciente y misericordioso;
no está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo.
No nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas;
como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos;
como un padre siente cariño por sus hijos,
siente el Señor cariño por sus fieles» (Salmo 103, 8-14).
«El Señor es clemente y compasivo,
paciente y misericordioso;
El Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas» (Salmo 145,8-9).
«Sé que eres un dios compasivo y clemente,
paciente y misericordioso,
que se arrepiente de las amenazas» (Jonás 4,2).
El amor de Dios al mundo
El evangelio insiste en este
tema del amor de Dios llevándolo a sus últimas consecuencias. No se trata sólo
de que Dios perdone o sea comprensivo con nuestras debilidades y fallos. Su
amor es tan grande que nos entrega a su propio hijo para que nos salvemos y
obtengamos la vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca
ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna….
Nuestra
respuesta: el amor mutuo
En la carta de Pablo a los corintios Dios se convierte
en modelo para los cristianos. La misma unión y acuerdo que existe entre el
Padre, el Hijo y el Espíritu debe darse entre nosotros, teniendo un mismo
sentir, viviendo en paz, animándonos mutuamente, corrigiéndonos en lo necesario,
siempre alegres.
Hermanos: Alegraos, enmendaos,
animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz
estará con vosotros...
…La gracia del Señor Jesucristo, el amor
de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros.
Conclusión
«Escucha,
Israel: el Señor, tu Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo
tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser».
En el calendario
litúrgico de este año —afectados por la crisis del «coronavirus» y sus
dramáticas consecuencias— celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad el
próximo domingo 7 de junio. Es la festividad escogida para la Jornada Pro
orantibus. En ella oramos por quienes oran continuamente por nosotros: las
personas consagradas contemplativas. Con este motivo, agradecemos a Dios esta
forma de consagración que necesita la Iglesia. Igualmente, reiteramos nuestra
estima y nuestro compromiso para conocer mejor la vocación contemplativa que
nos acompaña y a la que queremos acompañar en el corazón de la Iglesia y de
cada persona bautizada. «Con María en el corazón de la Iglesia» es el lema de
2020. La Virgen María y la Iglesia constituyen el marco para la vida consagrada
en España este año. Por ello, en la Jornada de la Vida Consagrada del pasado 2
de febrero la consigna fue «La vida consagrada con María, esperanza de un mundo
sufriente».
Entonces contemplábamos a María
como modelo de esperanza para todos los consagrados que tratan de ser cercanos
a tantas realidades de nuestro mundo marcadas por el dolor; ahora, María se nos
ofrece como signo para la vida consagrada contemplativa, que está llamada, como
ella, a habitar el corazón del cuerpo místico de Cristo, de la Iglesia que, con
amor materno, acompaña a sus hijos e hijas en todo momento, pero sobre todo en
la desgracia.
Por tanto, al recordar y agradecer de manos de María la
historia de tantos hombres y mujeres consagrados a la vida de contemplación,
que es al mismo tiempo una vida oculta y fecunda para el mundo y nos muestra la
luz de Dios, sobre todo cuando la oscuridad se cierne sobre la humanidad,
recordamos y agradecemos que:
1. La vida consagrada contemplativa, con María, custodia
fervorosamente la realidad central de la fe, que es el amor de Cristo. Con
María en la cueva de Belén, las personas consagradas contemplativas mantienen
viva la confianza en ese Dios que, por puro amor nuestro –en el silencio y el
frío de la noche, en el rincón más pobre de este mundo–, se encarna para
salvación de todos.
2. La vida consagrada contemplativa, con María, alienta
sin descanso la gran esperanza de la Iglesia, que es la misericordia del Padre.
Con María al pie de la cruz, las personas consagradas
contemplativas despiertan a su alrededor la paciencia y la perseverancia de quien
se sabe acogido por las entrañas compasivas de Dios Padre en toda
circunstancia, aun en medio de grandes sufrimientos, como los presentes.
3. La vida consagrada contemplativa, con María, irradia al
mundo la alegría de vivir según el Evangelio, según la gracia del Espíritu. Con
María en las bodas de Caná, las personas consagradas contemplativas contagian
ese gozo que solo conoce quien ha probado el vino mejor del Espíritu Santo, ese
vino que es Buena Noticia para quien lo saborea sin prisa, convirtiendo cada
día, por sencillo y cotidiano que parezca, en un anticipo precioso del gran banquete
del Reino.
De este modo –y de tantos otros– los consagrados
contemplativos son, en el corazón de la Iglesia, el amor. El infinito amor de
Dios que María conservó en su corazón para la vida del mundo. Amor que hoy acrecienta
la esperanza. A ella, nuestra Madre, le pedimos, en esta Jornada Pro Orantibus que los guarde, como ellos guardan la Palabra
de Dios para cuantos se acercan a beber de la eterna Fuente que —aunque es de
noche— mana y corre.
Comisión Episcopal para la Vida
Consagrada
No hay comentarios:
Publicar un comentario