28 DE JUNIO – DOMINGO –
13ª – SEMANA DEL T. O. – A –
San Ireneo de Lyon
Lectura
del segundo libro de los Reyes (4,8-11.14-16ª):
Un día
pasaba Eliseo por Sunam, y una mujer rica lo invitó con insistencia a comer. Y,
siempre que pasaba por allí, iba a comer a su casa.
Ella dijo a su marido:
«Me consta que ese hombre de Dios es un
santo; con frecuencia pasa por nuestra casa. Vamos a prepararle una habitación
pequeña, cerrada, en el piso superior; le ponemos allí una cama, una mesa, una
silla y un candil, y así, cuando venga a visitarnos, se quedará aquí.»
Un día llegó allí, entró en la habitación y
se acostó.
Dijo a su criado Guejazi:
«¿Qué podríamos hacer por ella?»
Guejazi comentó:
«Qué sé yo. No tiene hijos, y su marido es
viejo.»
Eliseo dijo:
«Llámala.»
La llamó. Ella se quedó junto a la puerta, y
Eliseo le dijo:
«El año que viene, por estas fechas,
abrazarás a un hijo.»
Palabra de Dios.
Salmo: 88,2-3.16-17.18-19
R/. Cantaré eternamente las
misericordias del Señor
Cantaré
eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: «Tu misericordia es un edificio
eterno,
más que el cielo has afianzado tu
fidelidad. R/.
Dichoso
el pueblo que sabe aclamarte:
camina, oh Señor, a la luz de tu rostro;
tu nombre es su gozo cada día,
tu justicia es su orgullo. R/.
Porque
tú eres su honor y su fuerza,
y con tu favor realzas nuestro poder.
Porque el Señor es nuestro escudo,
y el Santo de Israel nuestro rey. R/.
Lectura de la carta del apóstol san
Pablo a los Romanos (6,3-4.8-11):
Los
que por el bautismo nos incorporamos a Cristo fuimos incorporados a su muerte.
Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así como
Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también
nosotros andemos en una vida nueva.
Por tanto, si hemos muerto con Cristo,
creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez
resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio
sobre él. Porque su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre; y su
vivir es un vivir para Dios. Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y
vivos para Dios en Cristo Jesús.
Palabra de Dios.
Lectura del santo evangelio según san
Mateo (10,37-42):
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«El que quiere a su padre o a su madre más
que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no
es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí.
El que encuentre su vida la perderá, y el
que pierda su vida por mí la encontrará. El que os recibe a vosotros me recibe
a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que recibe a un
profeta porque es profeta tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo
porque es justo tendrá paga de justo.
El que dé a beber, aunque no sea más que un
vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo,
no perderá su paga, os lo aseguro.»
Palabra del Señor.
Indignidad, acogida y recompensa.
El largo discurso dirigido a los apóstoles (resumido
en los domingos 11-13) termina con una serie de frases de Jesús que son, al
mismo tiempo, muy severas y muy consoladoras. Las severas se dirigen a los
apóstoles; las consoladoras, a quienes los acogen.
¿Quién
no es digno de Jesús?
…-
« El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí;
…el
que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí;
…y
el que no coge su cruz y me sigue no es
digno de mí.
…El
que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará.
La sección comienza con tres
frases que terminan de la misma manera: “no es digno de mí”. Las dos primeras
están muy relacionadas: no es digno de Jesús el que ama a su padre o a su madre
más que a él, o el que ama a sus hijos o a su hija más que a él.
Una leyenda cruel ayuda a explicar la postura de Jesús
En el libro del Éxodo se cuenta que, mientras Moisés estaba en el monte Sinaí
recibiendo del Señor las tablas de la Ley, los diez mandamientos, el pueblo,
cansado de esperar, decidió fabricar un becerro de oro y adorarlo. Cuando
Moisés baja del monte y contempla el espectáculo, rompe las tablas, se planta a
la puerta del campamento y grita: «¡A mí los del Señor! Y se le juntaron todos
los levitas.» Moisés les ordena: «Ciña cada uno la espada; pasad y repasad el
campamento de puerta en puerta, matando, aunque sea al hermano, al compañero,
al pariente». Los levitas cumplieron las órdenes de Moisés y este, al final,
les dice: «¡Hoy os habéis consagrado al Señor a costa del hijo o del hermano,
ganándoos hoy su bendición» (Éxodo 32,25-29)!
El historiador moderno duda que los levitas tuvieran espadas en el desierto y
que llevaran a cabo esta matanza. Pero los antiguos no eran tan críticos.
Aceptaban las cosas que se contaban, e incluso alaban a los levitas, ya que, en
un caso de grave conflicto entre los vínculos familiares y la fidelidad a Dios,
optaron por lo segundo: «Dijeron a sus padres: ‘No os hago caso’; a sus
hermanos: ‘No os reconozco’; a sus hijos: ‘No os conozco’. Cumplieron tus
mandatos y guardaron tu alianza» (Deuteronomio 33,9).
Se podría decir que Jesús exige a sus discípulos la misma actitud de los
levitas. Pero hay dos diferencias importantísimas:
1) Jesús no ordena matar a los padres o a los hermanos
en caso de conflicto.
2) Los levitas se comportaron así por fidelidad a los
mandatos de Dios y a su alianza; los discípulos deben hacerlo por amor a Jesús.
Al exigir este amor superior al de los seres más
queridos, Jesús se está poniendo al nivel de Dios, al que hay que amar sobre
todas las cosas. Los primeros cristianos, en momentos de persecución, se vieron
a veces en la necesidad de optar entre el amor y la fidelidad a Jesús y el amor
a la familia. La elección era dura, pero muchos la hicieron, convencidos de que
recuperarían a sus padres e hijos en la vida futura. (La misma fe que confiesan
la madre y sus siete hijos en el Segundo libro de los Macabeos, capítulo 7).
La frase siguiente (“el que no coge su cruz…”) también se entiende mejor a la
luz del texto del Deuteronomio. En él se dice que los levitas, por haber
mostrado esa fidelidad a Dios, recibieron un gran premio y dignidad: “Enseñarán
tus preceptos a Jacob y tu ley a Israel; ofrecerán incienso en tu presencia y
holocaustos en tu altar.” Jesús no promete nada de esto a sus discípulos. Añade
una nueva exigencia, mucho más dura: ya no se trata de posponer a los seres
queridos sino de renunciar a la propia vida, con la seguridad de recobrarla en
el futuro.
Acogida
y recompensa
El que os recibe a vosotros me recibe a mí,
y el que me recibe, recibe al que me ha
enviado.
El
que recibe a un profeta porque es profeta tendrá paga de profeta;
y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo.
El
que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos
pobrecillos, sólo porque es mi
discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.»
La última parte se dirige a las personas que
acojan a los discípulos: recibirlos a ellos equivale a recibir a Jesús y
recibir al Padre. Estas palabras los sitúan muy por encima de profetas y
justos, los grandes personajes religiosos de la época. La primera lectura
cuenta como un matrimonio de Sunám decidió acoger en su casa al profeta Eliseo
cuando pasaba por el pueblo; le construyeron una habitación en el piso de
arriba y le proporcionaron una cama, una silla, una mesa y un candil. Una gran
inversión para aquel tiempo. Pero recibieron su recompensa con el nacimiento de
un hijo.
En comparación con Eliseo, los discípulos pueden parecer unos “pobrecillos” sin
importancia. A nadie se le ocurrirá darles alojamiento permanente. Pero basta
un vaso de agua fresca (algo muy de agradecer cuando no existen bares ni agua
corriente en las casas) para que esas personas reciban su recompensa.
Resumen
Si en la primera parte
entreveíamos los grandes conflictos familiares provocados por las
persecuciones, en este final intuimos lo que experimentaron muchas veces los
misioneros cristianos: la acogida amable y sencilla de personas que no los
conocían. De estos últimos versículos, solo uno tiene paralelo en el evangelio
de Marcos. El resto es original de Mateo, que ha querido redactar un final
consolador, para dejarnos al final de este duro discurso un buen sabor de boca.
San Ireneo de Lyon
San Ireneo, educado en Esmirna; fue discípulo de la San Policarpo, obispo de aquella ciudad, quién a su vez fue discípulo del Apóstol San Juan. En el año 177 era presbítero en Lyon (Francia), y poco después ocupó la sede episcopal de dicha ciudad.
Las obras literarias de San Ireneo le han valido la dignidad de figurar prominentemente entre los Padres de la Iglesia, ya que sus escritos no sólo sirvieron para poner los cimientos de la teología cristiana, sino también para exponer y refutar los errores de los gnósticos y salvar así a la fe católica del grave peligro que corrió de contaminarse y corromperse por las insidiosas doctrinas de aquellos herejes.
Recibió la palma del martirio, según se cuenta, alrededor del año 200.
Infancia y Estudios
Nada se sabe sobre su familia. Probablemente nació alrededor del año 125, en alguna de aquellas provincias marítimas del Asia Menor, donde todavía se conservaba con cariño el recuerdo de los Apóstoles entre los numerosos cristianos. Sin duda que recibió una educación muy esmerada y liberal, ya que sumaba a sus profundos conocimientos de las Sagradas Escrituras, una completa familiaridad con la literatura y la filosofía de los griegos. Tuvo, además, el inestimable privilegio de sentarse entre algunos de los hombres que habían conocido a los Apóstoles y a sus primeros discípulos, para escuchar sus pláticas. Entre éstos, figuraba San Policarpo, quien ejerció una gran influencia en la vida de Ireneo. Por cierto, que fue tan profunda la impresión que en éste produjo el santo obispo de Esmirna que, muchos años después, como confesaba a un amigo, podía describir con lujo de detalles, el aspecto de San Policarpio, las inflexiones de su voz y cada una de las palabras que pronunciaba para relatar sus entrevistas con San Juan, el Evangelista, y otros que conocieron al Señor, o para exponer la doctrina que habían aprendido de ellos. San Gregorio de Tours afirma que fue San Policarpio quien envió a Ireneo como misionero a las Galias, pero no hay pruebas para sostener esa afirmación.
Sacerdocio
Desde tiempos muy remotos, existían las relaciones comerciales entre los puertos del Asia Menor y el de Marsella y, en el siglo segundo de nuestra era, los traficantes levantinos transportaban regularmente las mercancías por el Ródano arriba, hasta la ciudad de Lyon que, en consecuencia, se convirtió en el principal mercado de Europa occidental y en la villa más populosa de las Galias. Junto con los mercaderes asiáticos, muchos de los cuales se establecieron en Lyon, venían sus sacerdotes y misioneros que portaron la palabra del Evangelio a los galos paganos y fundaron una vigorosa iglesia local. A aquella iglesia llegó San Ireneo para servirla como sacerdote, bajo la jurisdicción de su primer obispo, San Potino, que también era oriental, y ahí se quedó hasta su muerte. La buena opinión que tenían sobre él sus hermanos en religión se puso en evidencia el año de 177, cuando se le despachó a Roma con una delicadísima misión. Fue después del estallido de la terrible persecución de Marco Aurelio, al tratar a San Potino, el 2 de junio, cuando ya muchos de los jefes del cristianismo en Lyon, se hallaban prisioneros. Su cautiverio, por otra parte, no les impidió mantener su interés por los fieles cristianos del Asia Menor. Conscientes de la simpatía y la admiración que despertaba entre la cristiandad su situación de confesores en inminente peligro de muerte, enviaron al Papa San Eleuterio, por conducto de Ireneo, "la más piadosa y ortodoxa de las cartas", con una apelación al Pontífice, en nombre de la unidad y de la paz de la Iglesia, para que tratase con suavidad a los hermanos montanistas de Frigia. Asimismo, recomendaban al portador de la misiva, como a un sacerdote "animado por un celo vehemente para dar testimonio de Cristo" y un amante de la paz, como lo indicaba su nombre.
Obispado
El cumplimiento de aquel encargo que lo ausentaba de Lyon, explica por qué Ireneo no fue llamado a compartir el martirio de San Potino y sus compañeros. No sabemos cuánto tiempo permaneció en Roma, pero tan pronto como regresó a Lyon, ocupó la sede episcopal que había dejado vacante San Potino. Ya por entonces había terminado la persecución y los veinte o más años de su episcopado fueron de relativa paz. Las informaciones sobre sus actividades son escasas, pero es evidente que, además de sus deberes puramente pastorales, trabajó intensamente en la evangelización de su comarca y las adyacentes. Al parecer, fue él quien envió a los Santos Félix, Fortunato y Aquileo, como misioneros a Valence, y a los Santos Ferrucio y Ferreolo, a Besancon, Para indicar hasta qué punto se había identificado con su rebaño, basta con decir que hablaba corrientemente el celta en vez del griego, que era su lengua madre.
Lucha contra el gnosticismo
La propagación del gnosticismo en las Galias inspiró en el obispo Ireneo el anhelo de defender el cristianismo de sus falsas interpretaciones. Estudió sus dogmas, lo que ya de por sí era una tarea muy difícil, puesto que cada uno de los gnósticos parecía sentirse inclinado a introducir nuevas versiones propias en la doctrina. Afortunadamente, San Ireneo era un investigador minucioso e infatigable en todos los campos del saber, como nos dice Tertuliano y, por consiguiente, salvó aquel escollo sin mayores tropiezos. Una vez empapado en las ideas gnósticas, escribió un tratado en cinco libros, en cuya primera parte expuso completamente las doctrinas internas de las diversas sectas para contradecirlas después con las enseñanzas de los Apóstoles y los textos de las Sagradas Escrituras.
Hay un buen ejemplo sobre el método de combate que siguió. Cuando trata sobre la creencia gnóstica de que el mundo visible fue creado, conservado y gobernado por seres angelicales y no por Dios, quien sin participación seguirá eternamente desligado del mundo, superior, indiferente, Ireneo expone la teoría, la desarrolla hasta llegar a su conclusión lógica y, por medio de una eficaz reductio ad absurdum, procede a demostrar su falsedad. Ireneo expresa la verdadera doctrina cristiana sobre la estrecha relación entre Dios y el mundo que El creó los siguientes términos: "El Padre está por encima de todo y Él es la cabeza de Cristo; pero a través del Verbo se hicieron todas las cosas y El mismo es el jefe de la Iglesia, en tanto que Su Espíritu se halla en todos nosotros; es El esa agua viva que el Señor da a los que creen en Él y le aman porque saben que hay un Padre por encima de todas las cosas, a través de todas las cosas y en todas las cosas."
Ireneo escribe con estudiada moderación y cortesía, pero de vez en cuando, se le escapan comentarios humorísticos. Al referirse, por ejemplo, a la actitud de los recién "iniciados" dice: "Tan pronto como un hombre se deja atrapar en sus "caminos de salvación", se da tanta importancia y se hincha de vanidad a tal extremo que ya no se imagina estar en el cielo o en la tierra, sino haber pasado a las regiones del Pleroma y, con el porte majestuoso de un gallo, se pavonea ante nosotros, como si acabase de abrazar a su ángel. Ireneo estaba firmemente convencido de que gran parte del atractivo del gnosticismo, se hallaba en el velo de misterio con que gustaba de envolverse y de hecho, había tomado la determinación de "desenmascarar a la zorra", como él mismo lo dice. Y por cierto que lo consiguió: sus obras, escritas en griego, pero traducidas al latín casi en seguida, circularon ampliamente y no tardaron en asestar el golpe de muerte a los gnósticos del siglo segundo. Por lo menos, de entonces en adelante dejaron de constituir una seria amenaza para la Iglesia y la fe católica.
Reconciliador ante el Pontífice
El hecho de que luchara contra las herejías no significa que fuese intransigente. Al contrario. Trece o catorce años después de haber viajado a Roma con la carta para el Papa Eleuterio, fue de nuevo Ireneo el mediador entre un grupo de cristianos del Asia Menor y el Pontífice. En vista de que los cuartodecimanos se negaban a celebrar la Pascua de acuerdo con la costumbre occidental, el Papa Víctor III los había excomulgado y, en consecuencia, existía el peligro de un cisma. Ireneo intervino en su favor. En una carta bellamente escrita que dirigió al Papa, le suplicaba que levantase el castigo y señalaba que sus defendidos no eran realmente culpables, sino que se aferraban a una costumbre tradicional y que, una diferencia de opinión sobre el mismo punto no había impedido que el Papa Aniceto y San Policarpo permaneciesen en amable comunión. El resultado de su embajada fue el restablecimiento de las buenas relaciones entre las dos partes y de una paz que no se quebrantó. Después del Concilio de Nicea, en 325, los cuartodecimanos acataron voluntariamente el uso romano, sin ninguna presión por parte de la Santa Sede.
Su muerte y veneración
Se desconoce la fecha de la muerte de San Ireneo aunque, por regla general, se estima en el año 202. De acuerdo con una tradición posterior, se afirma que fue martirizado, pero no es probable ni hay evidencia alguna sobre el particular.
Los restos mortales de San Ireneo, como lo indica Gregorio de Tours, fueron sepultados en una cripta, bajo el altar de la que entonces se llamaba iglesia de San Juan, pero más adelante, llevó el nombre de San Ireneo. Esta tumba o santuario fue destruido por los calvinistas en 1562 y, al parecer, desaparecieron hasta los últimos vestigios de sus reliquias. Es digno de observarse que, si bien la fiesta de San Ireneo se celebra desde tiempos muy antiguos en el oriente (el 23 de agosto), sólo a partir de 1922 se ha observado en la iglesia de occidente.
Su Escritos
No ha llegado hasta nosotros nada que pueda llamarse una biografía de la época sobre San Ireneo, pero hay, en cambio, abundante literatura en torno al importante papel que desempeñó como testigo de las antiguas tradiciones y como maestro de las creencias ortodoxas
Su tratado contra los gnósticos ha llegado hasta nosotros completo en su versión latina.
En 1904 se descubrió la existencia de otro escrito suyo: la exposición de la predicación apostólica, traducida al armenio. La obra era hasta entonces conocida como: "Prueba de la Predicación Apostólica". Se trata, sobre todo de una comparación de las profecías del Antiguo Testamento y de ese escrito, no se obtienen informaciones nuevas en relación con el espíritu y los pensamientos del autor.
A pesar de que el resto de sus obras desapareció, bastan los dos trabajos mencionados para suministrar todos los elementos de un sistema completo de teología cristiana.
San Ireneo, fundamentándose en San Pablo y en su conocimiento de las enseñanzas apostólicas, enseñaba el paralelismo Adán-Jesucristo; Eva-María
Bibliografía: "Vidas de los Santos"
de Butler, ed. española.
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