12 DE JULIO – DOMINGO –
15ª –
SEMANA DEL T. O. – A –
San Juan Gualberto
Lectura del libro de Isaías (55,10-11):
Así
dice el Señor: «Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá
sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que
dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi
boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.»
Salmo 64,10.11.12-13.14
R/. La semilla cayó en tierra buena y dio
fruto
Tú
cuidas de la tierra,
la riegas y la enriqueces sin medida;
la acequia de Dios va llena de agua,
preparas los trigales. R/.
Riegas
los surcos,
igualas los terrones,
tu llovizna los deja mullidos,
bendices sus brotes. R/.
Coronas
el año con tus bienes,
tus carriles rezuman abundancia;
rezuman los pastos del páramo,
y las colinas se orlan de alegría. R/.
Las
praderas se cubren de rebaños,
y los valles se visten de mieses,
que aclaman y cantan. R/.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a
los Romanos (8,18-23):
Sostengo
que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos
descubrirá. Porque la creación, expectante, está aguardando la plena
manifestación de los hijos de Dios; ella fue sometida a la frustración, no por
su voluntad, sino por uno que la sometió; pero fue con la esperanza de que la creación
misma se vería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la
libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que hasta hoy la
creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto. Y no sólo eso;
también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro
interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro
cuerpo.
Lectura del santo evangelio según san Mateo
(13,1-23):
Aquel
día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente
que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la
orilla.
Les habló mucho rato en parábolas:
«Salió el sembrador a sembrar. Al
sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo
comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y,
como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol,
se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que
crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos,
ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga.»
RESPUESTAS PARA UNA CRISIS
Crisis ayer, hoy y siempre
Que la Iglesia actual (al menos en España) está en crisis no lo puede negar
nadie. Baja el número de los que se confiesan cristianos, el número de
bautismos y matrimonios, la práctica sacramental. Pero las crisis no son una
novedad de la Iglesia actual. Se han dado siempre.
Una crisis con cinco interrogantes y
siete parábolas.
Al llegar a este momento del evangelio de
Mateo (capítulo 13), el horizonte ha comenzado a oscurecerse. Lo que comenzó
tan bien, con el seguimiento de cuatro discípulos, el entusiasmo de la gente
ante el Sermón del Monte, los diez milagros posteriores, ha cambiado poco a
poco de signo. Es cierto que en torno a Jesús se ha formado un pequeño grupo de
gente sencilla, agobiada por el peso de la ley, que busca descanso en la
persona y el mensaje de Jesús y se convierten en “mis hermanos, mis hermanas y
mi madre”. Pero esto no impide que surjan dudas sobre él, incluso por parte de
Juan Bautista; que gran parte de la gente no muestre el menor interés, como los
habitantes de Corozaín y Betsaida; y, sobre todo, que el grupo religioso de más
prestigio, los fariseos, se oponga radicalmente a él y a su doctrina, hasta el
punto de pensar en matarlo.
Mateo está reflejando en su evangelio las
circunstancias de su época, hacia el año 80, cuando los seguidores de Jesús
viven en un ambiente hostil. Los rechazan, parece que no tienen futuro, se
sienten desconcertados ante sus oponentes, no comprenden por qué muchos judíos
no aceptan el mensaje de Jesús, al que ellos reconocen como Mesías. Las cosas
no son tan maravillosas como pensaban al principio. ¿Cómo actuar ante todo
esto? ¿Qué pensar? Mateo, basándose en el discurso en parábolas de Marcos, pone
en boca de Jesús, a través de siete parábolas, las respuestas a cinco preguntas
que siguen siendo válidas para nosotros:
¿Por qué no aceptan todo el mensaje de
Jesús? ― ----Parábola del sembrador.
¿Qué actitud debemos adoptar con los que
rechazan ese mensaje?
― El trigo y la cizaña.
¿Tiene algún futuro este mensaje aceptado
por tan pocas personas?
― El grano de mostaza y la levadura.
¿Vale la pena comprometerse con él?
― El tesoro y la piedra preciosa.
¿Qué ocurrirá a los que aceptan el
mensaje, pero no viven de acuerdo con los ideales del Reino?
― La pesca.
Este domingo se lee la primera; el 16, las
tres siguientes; el 17, las otras tres.
¿Por qué no aceptan todos el mensaje de
Jesús?
La primera parábola, la del sembrador,
responde al problema de por qué la palabra de Jesús no produce fruto en algunas
personas. Parte de una experiencia conocida por un público campesino. Para
nosotros, basta recordar dos detalles elementales: Galilea es una región
muy montañosa, y en tiempos de Jesús no había tractores. El sembrador se veía
enfrentado a una difícil tarea, y sabía de antemano que toda la simiente no
daría fruto.
El ideal sería contar o leer esta parábola
a personas que no la hayan escuchado nunca. Al final se mirarían extrañados y
dirían: ¿y qué? A lo sumo, las últimas palabras de Jesús "¡Quien tenga
oídos, que oiga!", les indicarían que la historieta tiene un sentido más
profundo, pero no saben cuál. Estamos ante un caso de parábola enigmática, que
pretende provocar la curiosidad del lector.
Por eso, inmediatamente después, surge la
pregunta de los discípulos: ¿Por qué les hablas en parábolas? Y esto sirve para
introducir el pasaje más difícil de todo el capítulo. La liturgia permite
suprimir la lectura de esta parte y aconsejo seguir su sugerencia, pasando
directamente a la explicación de la parábola.
¿Por qué la palabra de Jesús no da fruto
en todos sus oyentes?
Se distinguen cuatro casos.
1) En
unos, porque esa palabra no les dice nada, no va de acuerdo con
sus necesidades o sus deseos. Para ellos no significa nada la
formación de una comunidad de hombres libres, iguales, hermanos.
2) Otros
lo aceptan con alegría, pero les falta coraje y capacidad de aguante para soportar
las persecuciones.
3)
Otros dan más importancia a las necesidades primarias que a los objetivos a
largo plazo. Dos situaciones extremas y opuestas, el agobio de la vida y la
seducción de la riqueza, producen el mismo efecto, ahogar la palabra de Dios.
4) Finalmente,
en otros la semilla da fruto. La parábola es optimista y realista. Optimista,
porque gran parte de la semilla se supone que cae en campo bueno. Realista,
porque admite diversos grados de producción y de respuesta en la tierra buena:
100, 60, 30. En esto, como en tantas cosas, Jesús es mucho más comprensivo que
nosotros, que sólo admitimos como válida la tierra que da el ciento por uno.
Incluso el que da treinta es tierra buena (idea que podría aplicarse a todos
los niveles: morales, dogmáticos, de compromiso cristiano...).
La parábola podría leerse también como una
llamada a la responsabilidad y a estar vigilantes: incluso la tierra buena que
está dando fruto debe recordar qué cosas dejan estéril la palabra de Dios: el
pasotismo, la inconstancia cuando vienen las dificultades, el agobio de la
vida, la seducción de la riqueza. Pero este sentido no es el fundamental de la
parábola. La llamada a la responsabilidad y la vigilancia la trata Jesús con
otras parábolas y en otros casos.
Llamada a la fe y al optimismo
La crisis ante la situación actual puede
venir en muchos casos de que centramos todo en la acción humana. Cuando
nosotros fallamos y, sobre todo, cuando fallan los demás, creemos que todo va
mal. Sólo advertimos aspectos negativos. En cambio, la primera lectura de hoy,
que usa también la metáfora de la semilla y el sembrador, nos anima a tener fe
en la acción misteriosa de la palabra de Dios, fecunda con la lluvia, que no
dejará de producir fruto.
San Juan Gualberto
Religioso benedictino -Año 1073
En el monasterio de Passignano, en la Toscana, san Juan Gualberto, abad, que
después de perdonar por el amor de Cristo al asesino de un hermano suyo, vistió
el hábito monástico, y más tarde, deseando practicar una vida de mayor
austeridad, puso los cimientos de una nueva familia monástica en Valumbrosa.
Vida de San Juan
Gualberto
Nació en Florencia, de familia muy rica y su único hermano fue asesinado.
Era heredero de una gran fortuna y su padre deseaba que ocupara altos puestos
en el gobierno.
Un Viernes Santo iba este santo por un camino rodeado de varios militares
amigos suyos, y de pronto se encontró en un callejón al asesino de su hermano.
El enemigo no tenía a donde huir, y Juan dispuso matarlo allí mismo. El asesino
se arrodilló, puso sus brazos en cruz y le dijo: "Juan, hoy es Viernes
Santo. Por Cristo que murió por nosotros en la cruz, perdóname la vida".
Al ver Gualberto aquellos brazos en cruz, se acordó de Cristo crucificado. Se
bajó de su caballo. Abrazó a su enemigo y le dijo: "Por amor a Cristo, te
perdono".
Siguió su camino y al llegar a la próxima iglesia se arrodillo ante la
imagen de Cristo crucificado y le pareció que Jesús inclinaba la cabeza y le
decía: "Gracias Juan".
Desde aquel día su vida cambió por completo. En premio de su buena acción,
Jesús le concedió la vocación, y Juan dejó sus uniformes militares y sus armas
y se fue al convento de los monjes benedictinos de su ciudad a pedir que lo
admitieran como religioso. Su padre se opuso totalmente y exigió al superior
del convento que le devolvieran a Juan inmediatamente.
Cuando el papá vio al antiguo guerrero convertido en sencillo y piadoso
monje se echó a llorar, y dándole su bendición se retiró.
En aquellos tiempos, el peor defecto que había en la Iglesia era la Simonía,
es decir, algunos compraban los altos cargos, y así llegaban a dirigir la Santa
Iglesia algunos hombres indignos. En el convento de Florencia, donde estaba
Juan, se murió el superior, uno de los monjes fue con el obispo y con dinero
hizo que lo nombraran superior a él. También el obispo había comprado su cargo.
Gualberto no pudo soportar esta indignidad y se retiró de aquel convento con
otros monjes y antes de salir de la ciudad, declaró públicamente en la plaza
principal que el superior del convento y el obispo merecían ser destituidos
porque habían cometido el pecado de simonía. Más tarde logró que los
destituyeran.
Fundador.
Se fue a un sitio muy apartado y silencioso, llamado Valleumbroso y allá
fundó un monasterio de monjes benedictinos que se propusieron cumplir
exactamente todo lo que San Benito había recomendado a sus monjes. El
monasterio llegó a ser muy famoso y le llegaron vocaciones de todas partes. Con
los mejores religiosos de su nuevo convento fue fundando varios monasterios más
y así logró difundir por muchas partes de Italia las buenas costumbres, y fue
atacando sin misericordia la simonía y las costumbres corrompidas. Las gentes
sentían gran veneración por él.
Después de haber logrado que muchas personas abandonaran sus vicios y se
convirtieran y que muchos sacerdotes empezaran a llevar una vida santa, y
gozando del enorme aprecio del Papa y de numerosos obispos, murió el 12 de
julio de 1073, dejando muchos monasterios de religiosos que trataban de
imitarlo en sus virtudes y llegaron a gran santidad.
Que sus ejemplos sean de gran provecho para nuestra alma.
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