1 DE AGOSTO – SÁBADO –
17ª – SEMANA DEL T. O. – A –
San Alfonso María de Ligorio
Lectura
de la profecía de Jeremías (26,11-16.24):
En
aquellos días, los sacerdotes y los profetas dijeron a los príncipes y al
pueblo:
«Este
hombre es reo de muerte, porque ha profetizado contra esta ciudad, como lo
habéis oído con vuestros oídos.»
Jeremías
respondió a los príncipes y al pueblo:
«El
Señor me envió a profetizar contra este templo y esta ciudad las palabras que
habéis oído. Pero, ahora, enmendad vuestra conducta y vuestras acciones,
escuchad la voz del Señor, vuestro Dios; y el Señor se arrepentirá de la
amenaza que pronunció contra vosotros.
Yo,
por mi parte, estoy en vuestras manos: haced de mí lo que mejor os parezca.
Pero, sabedlo bien: si vosotros me matáis, echáis sangre inocente sobre
vosotros, sobre esta ciudad y sus habitantes. Porque ciertamente me ha enviado
el Señor a vosotros, a predicar a vuestros oídos estas palabras.»
Los
príncipes del pueblo dijeron a los sacerdotes y profetas:
«Este
hombre no es reo de muerte, porque nos ha hablado en nombre del Señor, nuestro
Dios.»
Entonces
Ajicán, hijo de Safán, se hizo cargo de Jeremías, para que no lo entregaran al
pueblo para matarlo.
Palabra
de Dios
Salmo:
68
R/.
Escúchame, Señor, el día de tu favor
Arráncame
del cieno, que no me hunda;
líbrame de los que me aborrecen,
y de las aguas sin fondo.
Que no me arrastre la
corriente,
que no me trague el
torbellino,
que no se cierre la poza
sobre mí. R/.
Yo
soy un pobre malherido;
Dios mío, tu salvación me
levante.
Alabaré el nombre de Dios
con cantos,
proclamaré su grandeza
con acción de gracias. R/.
Miradlo,
los humildes, y alegraos,
buscad al Señor, y
revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a
sus pobres,
no desprecia a sus
cautivos. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (14,1-12):
En
aquel tiempo oyó el virrey Herodes lo que se contaba de Jesús, y dijo a sus
ayudantes:
«Ese
es Juan Bautista que ha resucitado de entre los muertos, y por eso los Poderes
actúan en él.»
Es
que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado
por motivo de Herodías, mujer de su hermano Felipe, porque Juan le decía que no
le estaba permitido vivir con ella. Quería mandarlo matar, pero tuvo miedo de
la gente, que lo tenía por profeta.
El
día del cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó delante de todos, y le
gustó tanto a Herodes, que juró darle lo que pidiera. Ella, instigada por su
madre, le dijo: «Dame ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan Bautista.»
El
rey lo sintió; pero, por el juramento y los invitados, ordenó que se la dieran;
y mandó decapitar a Juan en la cárcel. Trajeron la cabeza en una bandeja, se la
entregaron a la joven, y ella se la llevó a su madre. Sus discípulos recogieron
el cadáver, lo enterraron y fueron a contárselo a Jesús.
Palabra
del Señor
1. El
relato de la muerte violenta de Juan Bautista es un paradigma de lo que estamos
viendo y sufriendo a diario. Aquí quedan patentes las cualidades patéticas del
"poder político-religioso", ya que lo político y lo religioso se apoyan
mutuamente y van siempre unidos.
Ese
poder está asociado a:
1) La
muerte asesina.
2) La
corrupción moral.
3) El
miedo.
Un
individuo corrupto, que puede matar a quien le conviene y que toma sus
decisiones por intereses pasionales o por miedos irracionales, es el mayor
peligro que puede amenazar a un pueblo, a una nación, a todos y cada uno de los
ciudadanos.
2. Frente
a tanta desvergüenza y a semejante violencia la figura honorable de Juan
Bautista, que:
1)
No se calla ante la corrupción del poder.
2) Paga
con su vida la libertad del que denuncia el despotismo.
No
hay que esforzarse demasiado para darse cuenta de que Juan Bautista es también
paradigma de los miles y millones de criaturas inocentes que sufren las consecuencias
del despotismo del poder.
3. Los
abusos del poder ocurrían antiguamente y siguen ocurriendo en nuestros días. En
la antigüedad, el poder corrupto y criminal estaba concentrado en
el soberano de cada país, que ejercía su despotismo sobre sus propios
súbditos.
En
la actualidad, debido a la economía global, al comercio global, al poder de
veto que las grandes potencias tienen sobre la ONU, y al poder que ejercen
los organismos internacionales (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Organización
Internacional del Comercio,
etc.), controlados por los
grandes de la política y del capital, el poder corrupto de la muerte y el miedo
dirigen y gestionan un mundo en el que cada día mueren de hambre y miseria casi
cien mil personas) y sabemos que este poder sigue matando a los profetas que
denuncian.
Según
el Informe 2008 de Amnistía Internacional, en 2006, al menos 1.544 personas fueron ejecutadas en 25 países
distintos.
El
martirio de Juan Bautista sigue presente ante nosotros. Y lo peor de todo es
que el genocidio sigue adelante porque quienes vivimos bien nos callamos, nos cruzamos de brazos, y
pensamos que nada se puede hacer. Lo cual es mentira. Podemos gritar
y protestar. Podemos ser más honrados. Y debemos ser siempre buenas personas.
San Alfonso María de Ligorio
(1696
- 1787)
Nació en Nápoles en el
año 1696; obtuvo el doctorado en ambos derechos, recibió la ordenación
sacerdotal e instituyó la Congregación llamada del Santísimo Redentor
(redentoristas).
Para fomentar la vida cristiana en el pueblo, se dedicó a la predicación y
a la publicación de diversas obras, sobre todo de teología moral, materia en la
que es considerado un auténtico maestro.
Fue elegido obispo de Sant’Agata dei Goti, pero algunos años después
renunció a dicho cargo y murió entre los suyos, en Pagani, cerca de Nápoles, en
el año 1787.
Alfonso significa: "listo para el combate".
Nació
cerca de Nápoles el 27 de septiembre de 1696. Sus padres fueron Don José,
Marqués de Ligorio y Capitán de la Armada naval, y Doña Ana Cabalieri.
Nuestro santo fue el primogénito de siete
hermanos, cuatro varones y tres niñas. Siendo aún niño fue visitado por San
Francisco Jerónimo el cual lo bendijo y anunció: "Este chiquitín vivirá 90
años, será obispo y hará mucho bien".
A los
16 años, caso excepcional obtiene el grado de doctor en ambos derechos, civil y
canónico, con notas sobresalientes en todos sus estudios.
Para
conservar la pureza de su alma escogió un director espiritual, visitaba
frecuentemente a Jesús Sacramentado, rezaba con gran devoción a la Virgen y
huía como de la peste de todos los que tuvieran malas conversaciones.
Su
padre, que deseaba hacer de él un brillante político, lo hizo estudiar varios
idiomas modernos, aprender música, artes y detalles de la vida caballeresca. Y
en su profesión de abogado iba obteniendo resaltantes triunfos. Pero todo esto
no lo dejaba satisfecho, por el gran peligro que en el mundo existe de ofender
a Dios.
A sus
compañeros les repetía: "Amigos, en el mundo corremos peligro de
condenarnos".
Más
tarde escribiría: "Las vanidades del mundo están llenas de amargura y
desengaños. Lo sé por propia y amarga experiencia"
Su
padre quería casarlo con alguna joven de familia muy distinguida para que
formara un hogar de alta clase social. Pero cada vez que le preparaban algún
noviazgo, la novia tenía que exclamar: "Muy noble, muy culto, muy atento,
pero... ¡Vive más en lo espiritual que en lo material!.
Hubo
un pleito famoso entre el Doctor Orsini y el gran duque de Toscana. El Dr.
Alfonso defendía al de Orsini. Su exposición fue maravillosa, brillante.
Sumamente aplaudida. Creía haber obtenido el triunfo para su defendido. Pero
apenas terminada su intervención, se le acerca el jefe de la parte contraria,
le alarga un papel y le dice: "Todo lo que nos ha dicho con tanta
elocuencia cae de su base ante este documento".
Alfonso
lo lee, y exclama: "Señores, me he equivocado", y sale de la sala
diciendo en su interior: "Mundo traidor, ya te he conocido. En adelante no
te serviré ni un minuto más".
Se
encierra en su cuarto y está tres días sin comer. No hace sino rezar y llorar.
Después
se dedica a visitar enfermos, y un día en un hospital de incurables le parece
que Jesús le dice: "Alfonso, apártate del mundo y dedícate sólo a servirme
a mí". Emocionado le responde: "Señor, ¿qué queréis que yo
haga?".
Y se
dirige luego a la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced y ante el sagrario
hace voto de dejar el mundo. Y como señal de compromiso deja su espada ante el
altar de la Stma. Virgen.
Pero
tuvo que sostener una gran lucha espiritual para convencer a su padre, el cual
cifraba en este hijo suyo, brillantísimo abogado, toda la esperanza del futuro
de su familia. "Fonso mío - le decía llorando - ¿Cómo vas a dejar tu
familia? - y él respondía: Padre, el único negocio que ahora me interesa es el
de salvar almas".
Al
fin, a los 30 años logra ser ordenado sacerdote. Desde entonces se dedica
trabajar con las gentes de los barrios más pobres de Nápoles y de otras
ciudades. Reúne a los niños y a la gente humilde, al aire libre y les enseña
catecismo.
Su
padre que gozaba oyendo sus discursos de abogado, ahora no quiere ir a escuchar
sus sencillos sermones sacerdotales. Pero un día entra por curiosidad a
escucharle una de sus pláticas, y sin poderse contener exclama emocionado:
"Este hijo mío me ha hecho conocer a Dios". Y esto lo repetirá
después muchas veces.
Se le
reunieron otros sacerdotes y con ellos, el 9 de noviembre de 1752, fundó la
Congregación del Santísimo Redentor (o Padres Redentoristas). Y a imitación de
Jesús se dedicaron a recorrer ciudades, pueblos y campos predicando el
evangelio. Su lema era el de Jesús: "Soy enviado para evangelizar a los
pobres".
Durante
30 años, con su equipo de misioneros, recorre campos, pueblos, ciudades,
provincias, permaneciendo en cada sitio 10 o 15 días predicando, para que no
quedara ningún grupo sin ser instruido y atendido espiritualmente.
La gente
al ver su gran espíritu de sacrificio, corría a su confesionario a pedirle
perdón de sus pecados. Solía decir que el predicador siembra y el confesor
recoge la cosecha.
Es
admirable como a San Alfonso le alcanzaba el tiempo para hacer tantas cosas. Predicaba,
confesaba, preparaba misiones y escribía. Hay una explicación: Había hecho
votos de no perder ni un minuto de su tiempo. Y aprovechaba este tesoro hasta
lo máximo. Al morir deja 111 libros y opúsculos impresos y 2 mil manuscritos.
Durante su vida vio 402 ediciones de sus obras.
Su
obra ha sido traducida a 70 lenguas, y ya en vida llegó a ver más de 40
traducciones de sus escritos.
Para
su libro más famoso, Las Glorias de María, empezó San Alfonso a recoger
materiales cuando tenía 38 años, y terminó de escribirlo a los 54 años, en
1750. Su redacción le gastó 16 años.
Sus
obras las escribió en sus últimos 35 años, que fueron años de terribles
sufrimientos.
En
1762 el Papa lo nombró obispo de Santa Agueda. Quedó aterrado y dijo que renunciaba
a ese honor. Pero el Papa no le aceptó la renuncia. "Cúmplase la Voluntad
de Dios. Este sufrimiento por mis pecados" - exclamó - y aceptó. Tenía 66
años.
Estuvo
13 años de obispo. Visitó cada dos años los pueblos. En cada pueblo de su
diócesis hizo predicar misiones, y él predicaba el sermón de la Virgen o el de
la despedida.
Vino
el hambre y vendió todos sus utensilios, hasta su sombrero y anillo y la mula y
el carro del obispo para dar de comer a los hambrientos.
Cuando
le aceptaron su renuncia de obispo exclamó: Bendito sea Dios que me ha quitado
una montaña de mis hombros.
Dios
lo probó con enfermedades. Fue perdiendo la vista y el oído. "Soy medio
sordo y medio ciego - decía - pero si Dios quiere que lo sea más y más, lo
acepto con gusto".
Su
delicia era pasar las horas junto al Santísimo Sacramento. A veces se acercaba
al sagrario, tocaba a la puertecilla y decía: "¿Jesús, me oyes?"
Le
encantaba que le leyeran Vidas de Santos. Un hermano tras otro pasaba a leerle
por horas y horas.
Preguntaba:
¿Ya rezamos el rosario? Perdonadme, pero es que del Rosario depende mi
salvación . "Traedme, a Jesucristo", decía, pidiendo la comunión.
San
Alfonso muere el 1 de agosto de 1787, (Tenía 90 años).
El
Papa Gregorio XVI lo declara Santo en 1839. El Papa Pío IX lo declara Doctor de
la Iglesia en 1875.
Para
un devoto de la Virgen ninguna lectura más provechosa que Las Glorias de María
de San Alfonso.
No hay
gente débil y gente fuerte en lo espiritual, sino gente que no reza y gente que
sí sabe rezar.
(San Alfonso)
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