17 DE JULIO – VIERNES –
15ª – SEMANA DEL T. O. – A –
Lectura
del libro de Isaías (38,1-6.21-22.7-8):
En
aquellos días, Ezequías cayó enfermo de muerte, y vino a visitarlo el profeta
Isaías, hijo de Amós, y le dijo:
«Así
dice el Señor: "Haz testamento, porque vas a morir sin remedio y no
vivirás."»
Entonces,
Ezequías volvió la cara a la pared y oró al Señor:
«Señor,
acuérdate que he procedido de acuerdo contigo, con corazón sincero e íntegro, y
que he hecho lo que te agrada.»
Y
Ezequías lloró con largo llanto.
Y
vino la palabra del Señor a Isaías:
«Ve
y dile a Ezequías: Así dice el Señor, Dios de David, tu padre: "He
escuchado tu oración, he visto tus lágrimas. Mira, añado a tus días otros
quince años. Te libraré de las manos del rey de Asiria, a ti y a esta ciudad, y
la protegeré."»
Isaías
dijo:
«Que
traigan un emplasto de higos y lo apliquen a la herida, para que se cure.»
Ezequías
dijo:
«¿Cuál
es la prueba de que subiré a la casa del Señor?»
Isaías
respondió:
«Ésta
es la señal del Señor, de que cumplirá el Señor la palabra dada: "En el
reloj de sol de Acaz haré que la sombra suba los diez grados que ha
bajado."»
Y
desandó el sol en el reloj los diez grados que había avanzado.
Palabra
de Dios
Salmo:
Is 38
R/.
Señor, detuviste mi alma ante la tumba vacía
Yo
pensé: «En medio de mis días
tengo que marchar hacia
las puertas del abismo;
me privan del resto de
mis años.» R/.
Yo
pensé: «Ya no veré más al Señor
en la tierra de los
vivos,
ya no miraré a los
hombres
entre los habitantes del
mundo.» R/.
«Levantan
y enrollan mi vida
como una tienda de
pastores.
Como un tejedor, devanaba
yo mi vida,
y me cortan la
trama.» R/.
Los
que Dios protege viven,
y entre ellos vivirá mi
espíritu;
me has curado, me has
hecho revivir. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (12,1-8):
Un
sábado de aquéllos, Jesús atravesaba un sembrado; los discípulos, que tenían
hambre, empezaron a arrancar espigas y a comérselas.
Los
fariseos, al verlo, le dijeron:
«Mira,
tus discípulos están haciendo una cosa que no está permitida en sábado.»
Les
replicó:
«¿No
habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus hombres sintieron hambre? Entró
en la casa de Dios y comieron de los panes presentados, cosa que no les estaba
permitida ni a él ni a sus compañeros, sino sólo a los sacerdotes. ¿Y no habéis
leído en la Ley que los sacerdotes pueden violar el sábado en el templo sin
incurrir en culpa?
Pues
os digo que aquí hay uno que es más que el templo. Si comprendierais lo que
significa "quiero misericordia y no sacrificio", no condenaríais a
los que no tienen culpa. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado.»
Palabra
del Señor
1. Uno
de los peligros más serios, que llevan consigo las religiones, está en que
establecen preceptos, que afectan a cosas importantes en la vida de las personas, y convencen a sus
fieles que la observancia de esos preceptos es más importante que la felicidad,
la dignidad o incluso la vida misma de los seres
humanos. Cuando las religiones hacen eso, lo que en realidad
hacen es dar más importancia a la religión que a la vida del ser humano. Con lo
cual se llega a la absurda situación de que se anteponen los medios al fin.
La
religión es un medio para un fin, que es la plenitud de vida del ser humano.
Una religión que no
funciona así, no puede ser la religión que representa al Dios de la vida.
2. Así
era la religión de los fariseos que interpelaron a Jesús y le exigieron que
reprendiera a sus discípulos por arrancar espigas en sábado para quitarse el hambre. La religión de
los fariseos anteponía la observancia del sábado (el medio) a la necesidad de
saciar el hambre y poder vivir (el fin). Es algo que ocurre constantemente en la
vida de las gentes que se someten a la religión. Por eso hay cada día más gente que no quiere saber nada de la
religión, ni de los dirigentes de la religión, ni del Dios al que la religión y
sus dirigentes representan.
3. La
respuesta de Jesús viene a decir que las exigencias de la vida, y de una vida
que no pasa faltas y se siente feliz, está antes que la religión y sus
observancias. Porque, de no ser así, tendríamos que llegar a la horrible
conclusión de que Dios quiere sumisión sin condiciones, aun a costa del
sufrimiento de
las personas. -
¿Quién puede creer en semejante Dios?
Mendigo
- Siglo V
Era
hijo de un rico senador romano. Nació y pasó su juventud en Roma. Sus padres le
enseñaron con la palabra y el ejemplo que las ayudas que se reparten a los pobres
se convierten en tesoros para el cielo y sirven para borrar pecados. Por eso
Alejo desde muy pequeño repartía entre los necesitados cuánto dinero conseguía,
y muchas otras clases de ayudas, y esto le traía muchas bendiciones de Dios.
Pero
llegando a los veinte años se dio cuenta de que la vida en una familia muy rica
y en una sociedad muy mundana le traía muchos peligros para su alma, y huyó de
la casa, vestido como un mendigo y se fue a Siria.
En
Siria estuvo durante 17 años dedicado a la adoración y a la penitencia, y
mendigaba para él y para los otros muy necesitados. Era tan santo que la gente
lo llamaba "el hombre de Dios". Lo que deseaba era predicar la virtud
de la pobreza y la virtud de la humildad. Pero de pronto una persona muy espiritual
contó a las gentes que este mendigo tan pobre, era hijo de una riquísima
familia, y él por temor a que le rindieran honores, huyó de Siria y volvió a
Roma.
Llegó
a casa de sus padres en Roma a pedir algún oficio, y ellos no se dieron cuenta
de que este mendigo era su propio hijo. Lo dedicaron a los trabajos más
humillantes, y así estuvo durante otros 17 años durmiendo debajo de una
escalera, y aguantando y trabajando hacía penitencia, y ofrecía sus
humillaciones por los pecadores.
Y sucedió
que al fin se enfermó, y ya moribundo mandó llamar a su humilde covacha, debajo
de la escalera, a sus padres, y les contó que él era su hijo, que por
penitencia había escogido aquél tremendo modo de vivir. Los dos ancianos lo
abrazaron llorando y lo ayudaron a bien morir.
Después
de muerto empezó a conseguir muchos milagros en favor de los que se
encomendaban a él. En Roma le edificaron un templo y en la Iglesia de Oriente,
especialmente en Siria, le tuvieron mucha devoción.
La
enseñanza de la vida de San Alejo es que para obtener la humildad se necesitan
las humillaciones. La soberbia es un pecado muy propio de las almas
espirituales, y se le aleja aceptando que nos humillen. Aún las gentes que más
se dedican a buenas obras tienen que luchar contra la soberbia porque si la
dejan crecer les arruinará su santidad. La soberbia se esconde aún entre las
mejores acciones que hacemos, y si no estamos alerta esteriliza nuestro
apostolado. Un gran santo reprochaba una vez a un discípulo por ser muy
orgulloso, y este le dijo: "Padre, yo no soy orgulloso". El santo le
respondió: "Ese es tu peor peligro, que eres orgulloso, y no te das cuenta
de que eres orgulloso".
La
vida de San Alejo sea para nosotros una invitación a tratar de pasar por esta
tierra sin buscar honores ni alabanzas vanas, y entonces se cumplirá en cada
uno aquello que Cristo prometió: "El que se humilla, será
enaltecido".
Dijo
Jesús: "Los últimos serán los primeros. Dichosos los pobres de espíritu
porque de ellos es el Reino de los cielos". (Mt. 5)
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