26 DE JULIO – DOMINGO –
17ª – SEMANA DEL T. O. – A -
San Joaquín y santa Ana,
padres de la Virgen María
Lectura del primer libro de los Reyes
(3,5.7-12):
En
aquellos días, el Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo:
«Pídeme lo que quieras.»
Respondió Salomón:
«Señor, Dios mío, tú has hecho que tu siervo
suceda a David, mi padre, en el trono, aunque yo soy un muchacho y no sé desenvolverme.
Tu siervo se encuentra en medio de tu
pueblo, un pueblo inmenso, incontable, innumerable. Da a tu siervo un corazón
dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien, pues, ¿quién
sería capaz de gobernar a este pueblo tan numeroso?»
Al Señor le agradó que Salomón hubiera
pedido aquello, y Dios le dijo:
«Por haber pedido esto y no haber pedido
para ti vida larga ni riquezas ni la vida de tus enemigos, sino que pediste
discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy un
corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de
ti.»
Salmo 118,57.72.76-77.127-128.129-130
R/. ¡Cuánto amo tu Ley, Señor!
Mi
porción es el Señor;
he resuelto guardar tus palabras.
Más estimo yo los preceptos de tu boca
que miles de monedas de oro y plata. R/.
Que tu
bondad me consuele,
según la promesa hecha a tu siervo;
cuando me alcance tu compasión,
viviré, y mis delicias serán tu
voluntad. R/.
Yo amo
tus mandatos
más que el oro purísimo;
por eso aprecio tus decretos
y detesto el camino de la mentira. R/.
Tus
preceptos son admirables,
por eso los guarda mi alma;
la explicación de tus palabras ilumina,
da inteligencia a los ignorantes. R/.
Lectura de la carta del apóstol san
Pablo a los Romanos (8,28-30):
Sabemos
que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado
conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser
imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los
que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó,
los glorificó.
Lectura del santo evangelio según san
Mateo (13,44-52):
En
aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
«El reino de los cielos se parece a un
tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno
de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
El reino de los cielos se parece
también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor,
se va a vender todo lo que tiene y la compra.
El reino de los cielos se parece también a
la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la
arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos
los tiran.
Lo mismo sucederá al final del tiempo:
saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno
encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo
esto?»
Ellos le contestaron:
«Sí.»
Él les dijo:
«Ya veis, un escriba que entiende del reino
de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo
antiguo.»
Parábolas
para tiempo de crisis (final)
En los dos domingos anteriores, el discurso en
parábolas ha respondido a tres preguntas que se hace la antigua comunidad
cristiana y que nos seguimos planteando nosotros:
1) ¿Por qué no aceptan todos el mensaje de Jesús?
(parábola del sembrador).
2) ¿Qué hacer con quienes no lo aceptan? (el trigo y
la cizaña).
3) ¿Tiene futuro esta comunidad tan pequeña? (el grano
de mostaza y la levadura)
Quedan todavía otras dos preguntas por plantear y
responder.
¿VALE
LA PENA?
La pregunta que puede seguir rondando en la cabeza de
los seguidores de Jesús es si todo esto vale la pena. A la pregunta responden
dos parábolas muy breves, aparentemente idénticas en el desarrollo y con gran
parecido en las imágenes. Por eso se las conoce como las parábolas del tesoro y
la perla. Lo que ocurre en ambos casos es lo siguiente:
a) El protagonista descubre algo de
enorme valor.
b) Con tal de conseguirlo, vende todo
lo que tiene.
c) Compra el objeto deseado.
Sin embargo, hay curiosas diferencias entre las dos
parábolas, empezando por los protagonistas.
El
suertudo y el concienzudo
-
El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder
y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
-
El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se
va a vender todo lo que tiene y la compra.
El protagonista de la primera es un
hombre con suerte. Mientras camina por el campo, encuentra un tesoro. Su
primera reacción no es llevarlo a la oficina de objetos perdidos (que entonces
no existia) ni poner un anuncio en el periódico (que tampoco existía). Ante
todo, lo esconde. Repuesto de la sorpresa, se llena de alegría y decide
apropiarse del tesoro, pero legalmente. La única solución es comprar el campo.
Es grande y caro. No importa. Vende todo lo que tiene y lo compra.
El protagonista de la segunda parábola
es muy distinto. No pierde el tiempo paseando por el campo. Es un comerciante
concienzudo que va en busca de perlas de gran valor. Por desgracia, la
traducción litúrgica ignora este aspecto: en vez de “El Reino de los cielos se
parece también a un comerciante en perlas finas”, debería decir “a un
comerciante en busca de perlas finas”. No la encuentra por
casualidad, va tras ella con ahínco. Como buen comerciante, calculador y frío,
no salta de alegría cuando la encuentra, igual que el protagonista de la
primera parábola. Pero hace lo mismo: vende todo lo que tiene para comprarla.
La
perla y el comerciante
Otra diferencia curiosa es que la primera parábola
compara el Reino de los Cielos con un tesoro, pero la segunda no lo compara con
una perla preciosa, sino con un comerciante. Este detalle ofrece una pista para
interpretar las dos parábolas.
Ni
bonos basura ni timo de la estampita
No olvidemos que estas parábolas se dirigen a una
comunidad que sufre una crisis profunda y se pregunta si ser cristiano tiene
valor. En términos modernos: ¿me han vendido bonos basura o me han dado el timo
de la estampita? La respuesta pretende revivir la experiencia primitiva, cuando
cada cual decidió seguir a Jesús.
Unos entraron en contacto con la comunidad de forma
puramente casual, y descubrieron en ella un tesoro por el que merecía la pena
renunciar a todo.
Otros descubrieron la comunidad no casualmente, sino
tras años de inquietud religiosa y búsqueda intensa, como ocurrió a numerosos
paganos en contacto previo con el judaísmo; también éstos debieron renunciar y
vender para adquirir.
Las parábolas, aparte de infundir ilusión, animan
también a un examen de conciencia.
- ¿Sigue siendo para mí la fe en Jesús y la comunidad
cristiana un tesoro inapreciable o se ha convertido en un objeto inútil y
polvoriento que conservo sólo por rutina?
Al mismo tiempo, nos enseñan algo muy importante: es
el cristiano, con su actitud, quien revela a los demás el valor supremo del
Reino. Si no se llena de alegría al descubrirlo, si no renuncia a todo por
conseguirlo, no hará perceptible su valor. Estas parábolas parecen decir: «Cuando
te pregunten si ser cristiano vale la pena, no sueltes un discurso; demuestra
con tu actitud que vale la pena».
¿QUÉ
OCURRIRÁ A QUIENES ACEPTAN EL REINO, PERO NO VIVEN DE ACUERDO CON SUS IDEALES?
A esta última pregunta responde la parábola de la red
lanzada al mar.
El
reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge
toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y
reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final
del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los
echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
No queda claro si se habla de toda la humanidad, donde
hay buenos y malos, o de la comunidad cristiana, donde puede ocurrir lo mismo.
Ya que el tema del juicio universal se ha tratado a propósito del trigo y la
cizaña, parece más probable que se refiera al problema interno de la comunidad
cristiana. Interpretada de este modo, empalmaría muy bien con las dos
anteriores. Hay gente dentro de la comunidad que no vive de acuerdo con los
valores del evangelio, que no mantiene esa experiencia de haber descubierto un
tesoro o una perla. - ¿Qué ocurrirá con ellos?
La respuesta es muy dura («a los malos los echarán al
horno encendido») pero conviene completarla con la última parábola del
evangelio de Mateo, la del Juicio final (Mt 25,31-46), donde queda claro cuáles
son los peces buenos y cuáles los malos. Los buenos son quienes, sabiéndolo o
no, dan de comer al hambriento, de beber al sediento, visten al desnudo,
hospedan al que no tiene techo… Los que ayudan al necesitado, aunque ni
siquiera intuyan que dentro de ellos está el mismo Jesús.
CONCLUSIÓN
¿Entendéis
bien todo esto?»
Ellos
le contestaron:
―
Sí.
Él
les dijo:
―
Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de
familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.
Mateo termina las siete parábolas comparando al
predicador del evangelio con un padre de familia. Parece un nuevo enigma, esta
vez sin explicación. En sentido inmediato, el escriba que entiende del reinado
de Dios es Jesús. Para exponer su mensaje ha usado cosas nuevas y viejas. Del
baúl de sus recuerdos ha sacado cosas antiguas: alguna alusión al Antiguo
Testamento, la técnica parabólica y el lenguaje imaginativo de los profetas.
Pero la mayor parte consta de cosas nuevas, fruto de su experiencia y de su
capacidad de observación: la vida del campesino, del ama de casa, del pescador,
del comerciante, de la gente que lo rodea, le sirven para exponer con interés
su mensaje. Por eso, la comparación final es también una invitación a los
discípulos y a los predicadores del evangelio a ser creativos, a renovar su
lenguaje, a no repetir meramente lo aprendido.
LA
PRIMERA LECTURA
La primera lectura nos invita a pedir a Dios esta
sabiduría, igual que Salomón se la pidió para gobernar a su pueblo.
En
aquellos días, el Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo:
―
Pídeme lo que quieras.
Respondió
Salomón:
―
Señor, Dios mío, tú has hecho que tu siervo suceda a David, mi padre, en el
trono, aunque yo soy un muchacho y no sé desenvolverme. Tu siervo se encuentra
en medio de tu pueblo, un pueblo inmenso, incontable, innumerable. Da a tu
siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del
bien, pues, ¿quién sería capaz de gobernar a este pueblo tan numeroso?...
San Joaquín y santa Ana,
padres de la Virgen
María
Memoria de san Joaquín y santa Ana, padres de la Inmaculada Virgen María,
Madre de Dios, cuyos nombres se conservaron gracias a tradición de los
cristianos.
Vida de San Joaquín, padre de María
No conocemos por los Evangelios a Ana y Joaquín, los padres de la Madre de
Dios, sino sólo por ciertas tradiciones que se pueden remontar hasta la primera
mitad del siglo II. El padre la madre de María constituyen el eslabón que une
el antiguo Israel con el nuevo: Recibieron la bendición del Señor» y por ellos
nos llega «la salvación prometida a todos los pueblos».
Dieron el ser a aquélla de la que había de nacer el Hijo único de Dios. De
ahí que San Juan Damasceno les pueda saludar en estos términos: «Joaquín y Ana,
¡feliz pareja! la creación entera os es deudora; por vosotros ofreció ella al
Creador el don más excelente entre todos los dones: una madre venerable, la
única digna de Aquel que la creó».
El culto de Santa Ana ha crecido junto con la irradiación del de María. En
Jerusalén, en la basílica de «Santa María, donde ella nació», conmemoraba Juan
Damasceno, en el siglo VIII, a los abuelos de Jesús. Del modo más natural dicha
basílica se convertiría en la iglesia de Santa Ana de los Cruzados. Pero, ya
desde el siglo VI, se honraba a Santa Ana en Constantinopla, en una basílica
que fue dedicada en su honor un 25 de julio. El culto de San Joaquín pasó mucho
más tarde a unirse al de su esposa.
Oración a San Joaquín, padre de María
Insigne y glorioso patriarca San Joaquín
y bondadosísima Santa Ana, ¡cuánto es mi gozo al considerar que
fuisteis escogidos entre todos los santos de Dios para dar
cumplimiento divino y enriquecer al mundo con la gran Madre de Dios, María
Santísima! Por tan singular privilegio, han llegado a tener la mayor influencia
sobre ambos, Madre e Hijo, para conseguirnos las gracias que más necesitamos.
Con gran confianza recurro a vuestra
protección poderosa y os encomiendo todas mis necesidades espirituales y
materiales y las de mi familia. Especialmente la gracia particular que confío a
su solicitud y vivamente deseo obtener por vuestra intercesión.
Como vosotros fuisteis ejemplo perfecto
de vida interior, obtenedme el don de la más sincera oración. Que yo nunca
ponga mi corazón en los bienes pasajeros de esta vida.
Dadme, vivo y constante amor a Jesús y a
María. Obtenedme también una devoción sincera y obediencia a la Santa Iglesia y
al Papa que la gobierna para que yo viva y muera con fe, esperanza y perfecta
caridad.
Que yo siempre invoque los santos Nombres
de Jesús y de María, y así me salve.
Vida de Santa Ana, madre María
No conocemos por los Evangelios a Ana y Joaquín, los padres de la Madre de
Dios, sino sólo por ciertas tradiciones que se pueden remontar hasta la primera
mitad del siglo II. El padre la madre de María constituyen el eslabón que une
el antiguo Israel con el nuevo: Recibieron la bendición del Señor» y por ellos
nos llega «la salvación prometida a todos los pueblos».
Dieron el ser a aquélla de la que había de nacer el Hijo único de Dios. De
ahí que San Juan Damasceno les pueda saludar en estos términos: «Joaquín y Ana,
¡feliz pareja! la creación entera os es deudora; por vosotros ofreció ella al
Creador el don más excelente entre todos los dones: una madre venerable, la
única digna de Aquel que la creó».
El culto de Santa Ana ha crecido junto con la irradiación del de María. En
Jerusalén, en la basílica de «Santa María, donde ella nació», conmemoraba Juan
Damasceno, en el siglo VIII, a los abuelos de Jesús. Del modo más natural dicha
basílica se convertiría en la iglesia de Santa Ana de los Cruzados. Pero, ya
desde el siglo VI, se honraba a Santa Ana en Constantinopla, en una basílica
que fue dedicada en su honor un 25 de julio. El culto de San Joaquín pasó mucho
más tarde a unirse al de su esposa.
Oración a Santa Ana, madre de María
Insigne y glorioso patriarca San Joaquín
y bondadosísima Santa Ana, ¡cuánto es mi gozo al considerar que fuisteis
escogidos entre todos los santos de Dios para dar cumplimiento divino y
enriquecer al mundo con la gran Madre de Dios, María Santísima! Por tan
singular privilegio, han llegado a tener la mayor influencia sobre ambos, Madre
e Hijo, para conseguirnos las gracias que más necesitamos.
Con gran confianza recurro a vuestra
protección poderosa y os encomiendo todas mis necesidades espirituales y
materiales y las de mi familia. Especialmente la gracia particular que confío a
su solicitud y vivamente deseo obtener por vuestra intercesión.
Como vosotros fuisteis ejemplo perfecto
de vida interior, obtenedme el don de la más sincera oración. Que yo nunca
ponga mi corazón en los bienes pasajeros de esta vida.
Dadme, vivo y constante amor a Jesús y a
María. Obtenerme también una devoción sincera y obediencia a la Santa
Iglesia y al Papa que la gobierna para que yo viva y muera con fe, esperanza y
perfecta caridad.
Que yo siempre invoque los santos Nombres
de Jesús y de María, y así me salve.
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