15 DE JULIO – MIÉRCOLES –
15ª – SEMANA DEL T. O. – A –
Lectura del libro de Isaías (10,5-7.13-16):
Así
dice el Señor:
«¡Ay Asur, vara de mi ira, bastón de mi
furor! Contra una nación impía lo envié, lo mandé contra el pueblo de mi
cólera, para entrarle a saco y despojarlo, para hollarlo como barro de las
calles. Pero él no pensaba así, no eran éstos los planes de su corazón; su
propósito era aniquilar, exterminar naciones numerosas.
Él decía:
"Con la fuerza de mi mano lo he
hecho, con mi saber, porque soy inteligente. Cambié las fronteras de las
naciones, saqueé sus tesoros y derribé como un héroe a sus jefes.
Mi mano cogió, como un nido, las
riquezas de los pueblos; como quien recoge huevos abandonados, cogí toda su
tierra, y no hubo quien batiese las alas, quien abriese el pico para
piar."
- ¿Se envanece el hacha contra quien la
blande?
- ¿Se gloría la sierra contra quien la
maneja?
Como si el bastón manejase a quien lo
levanta, como si la vara alzase a quien no es leño. Por eso, el Señor de los
ejércitos meterá enfermedad en su gordura y debajo del hígado le encenderá una
fiebre, como incendio de fuego.»
Palabra
de Dios
Salmo: 93
R/. El Señor no rechaza a su pueblo
Trituran,
Señor, a tu pueblo,
oprimen a tu heredad;
asesinan a viudas y forasteros,
degüellan a los huérfanos. R/.
Y comentan:
«Dios no lo ve,
el Dios de Jacob no se entera.»
Enteraos, los más necios del pueblo,
ignorantes, ¿cuándo discurriréis? R/.
El
que plantó el oído ¿no va a oír?;
el que formó el ojo ¿no va a ver?;
el que educa a los pueblos ¿no va a
castigar?;
el que instruye al hombre ¿no va a
saber? R/.
Porque
el Señor no rechaza a su pueblo,
ni abandona su heredad:
el justo obtendrá su derecho,
y un porvenir los rectos de
corazón. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo
(11,25-27):
En
aquel tiempo, exclamó Jesús:
«Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y
tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has
revelado a la gente sencilla.
Sí, Padre, así te ha parecido mejor.
Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y
nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera
revelar.»
Palabra
del Señor
1. Este texto, centro y clave del
Evangelio, establece una contraposición asombrosa entre los sabios y los
sencillos. Lo que asombra es que Jesús, orando al Padre, afirma que los sabios
son los que no se enteran de las cosas de Dios, mientras que los sencillos son
los que saben de eso.
Jesús da gracias al Padre porque esto es así. Lo que
indica claramente que Jesús ve bien, y se alegra de ello, que sean precisamente
los sencillos, con los que Jesús se siente solidario, los que saben de Dios.
2. Los "sabios" son un grupo, una
clase social, que se contrapone al "pueblo ordinario". Son los que en
Israel eran considerados como "sabios", la aristocracia religiosa,
principalmente los "letrados", los estudiosos de la ley religiosa y
sus complicadas interpretaciones.
Los "sencillos" son los que en griego eran
llamados los népioi, literalmente los "niños", los
"lactantes", términos que designaban a los "simples, "incultos,
"ignorantes". Justamente, los que fueron los oyentes de Jesús, las
mujeres, los galileos, los pobres del campo, los que no pueden acudir a
los centros de estudio de los "sabios" (U. Luz).
3. Los "sabios" no saben de Dios
y los "ignorantes" saben de eso porque el Padre (Dios) no está al
alcance de los humanos. Nadie, nada más que el Hijo, Jesús, es quien da a
conocer quién es el Padre y cómo es el Padre. Y Jesús lo da a conocer, no a la
gente de estudios y de mucha religión, sino a los ignorantes y simples, los 'am
ha'arets. Sin duda alguna, lo más profundo y lo más sencillo, coinciden y
se funden de tal forma en el Padre del Cielo que la absoluta profundidad solo
es accesible en la absoluta sencillez. Esto es lo que los sencillos captan, mientras
que se nos escapa a quienes nos tenemos por entendidos.
San Buenaventura
Memoria de la inhumación de san Buenaventura, obispo de Albano y doctor de
la Iglesia, celebérrimo por su doctrina, por la santidad de su vida y por las
preclaras obras que realizó en favor de la Iglesia. Como ministro general rigió
con gran prudencia la Orden de los Hermanos Menores, siendo siempre fiel al
espíritu de san Francisco y en sus numerosos escritos unió suma erudición y
piedad ardiente. Cuando estaba prestando un gran servicio al II Concilio
Ecuménico de Lyon, mereció pasar a la visión beatífica de Dios.
Vida de San Buenaventura
Lo único que sabemos acerca de este ilustre hijo de San Francisco de Asís,
por lo que se refiere a sus primeros años, es que nació en Bagnorea, cerca de
Viterbo, en 1221 y que sus padres fueron Juan Fidanza y María Ritella. Después
de tomar el hábito en la orden seráfica, estudió en la Universidad de París,
bajo la dirección del maestro inglés Alejandro de Hales.
Buenaventura, a quien la historia debía conocer con el nombre de "el
doctor seráfico", enseñó teología y Sagrada Escritura en la Universidad de
París, de 1248 a 1257. A su genio penetrante unía un juicio muy equilibrado,
que le permitía ir al fondo de las cuestiones y dejar de lado todo lo superfluo
para discernir todo lo esencial y poner al descubierto los sofismas de las
opiniones erróneas. Nada tiene, pues, de extraño que el santo se haya
distinguido en la filosofía y teología escolásticas. Buenaventura ofrecía todos
los estudios a la gloria de Dios y a su propia santificación, sin confundir el
fin con los medios y sin dejar que degenerara su trabajo en disipación y vana
curiosidad.
La oración, clave de la vida espiritual
No contento con transformar el estudio en una prolongación de la plegaria,
consagraba gran parte de su tiempo a la oración propiamente dicha, convencido
de que ésa era la clave de la vida espiritual. Porque, como lo enseña San
Pablo, sólo el Espíritu de Dios puede hacernos penetrar sus secretos designios
y grabar sus palabras en nuestros corazones.
Tan grande era la pureza e inocencia del santo que su maestro, Alejandro de
Hales, afirmaba que "parecía que no había pecado en Adán". El rostro
de Buenaventura reflejaba el gozo, fruto de la paz en que su alma vivía. Como
el mismo santo escribió, "el gozo espiritual es la mejor señal de que la
gracia habita en un alma."
El santo no veía en sí más que faltas e imperfecciones y, por humildad, se
abstenía algunas veces de recibir la comunión, por más que su alma ansiaba
unirse al objeto de su amor y acercarse a la fuente de la gracia. Pero un
milagro de Dios permitió a San Buenaventura superar tales escrúpulos. Las actas
de canonización lo narran así: "Desde hacía varios días no se atrevía a
acercarse al banquete celestial.
Pero, cierta vez en que asistía a la Misa y meditaba sobre la Pasión del
Señor, Nuestro Salvador, para premiar su humildad y su amor, hizo que un ángel
tomara de las manos del sacerdote una parte de la hostia consagrada y la
depositara en su boca."
A partir de entonces, Buenaventura comulgó sin ningún escrúpulo y encontró en
la santa Comunión una fuente de gozo y de gracias. El santo se preparó a
recibir el sacerdocio con severos ayunos y largas horas de oración, pues su
gran humildad le hacía acercarse con temor y temblor a esa altísima dignidad.
La Iglesia recomienda a todos los fieles la oración que el santo compuso para
después de la misa y que comienza así: Transfige, dulcissime Domine Jesu...
Celo por las almas
Buenaventura se entregó con entusiasmo a la tarea de cooperar a la salvación
de sus prójimos, como lo exigía la gracia del sacerdocio. La energía con que
predicaba la palabra de Dios encendía los corazones de sus oyentes; cada una de
sus palabras estaba dictada por un ardiente amor. Durante los años que, pasó en
París, compuso una de sus obras más conocidas, el "Comentario sobre las
Sentencias de Pedro Lombardo", que constituye una verdadera suma de
teología escolástica. El Papa Sixto IV, refiriéndose a esa obra, dijo que
"la manera como se expresa sobre la teología, indica que el Espíritu Santo
hablaba por su boca."
Víctima de ataques
Los violentos ataques de algunos de los profesores de la Universidad de
París contra los franciscanos perturbaron la paz de los años que Buenaventura
pasó en esa ciudad. Tales ataques se debían, en gran parte, a 1a envidia que
provocaban los éxitos pastorales y académicos de los hijos de San Francisco ya
que la santa vida de los frailes resultaba un reproche constante a la mundana
existencia de otros profesores. El líder de los que se oponían a los
franciscanos era Guillermo de Saint Amour, quien atacó violentamente a San
Buenaventura en una obra titulada "Los peligros de los últimos
tiempos".
Éste tuvo que suspender sus clases durante algún tiempo y contestó a los
ataques con un tratado sobre la pobreza evangélica, con el título de
"Sobre la pobreza de Cristo." El Papa Alejandro IV nombró a una
comisión de cardenales para que examinasen el asunto en Anagni, con el
resultado de que fue quemado públicamente el libro de Guillermo de Saint Amour,
fueron devueltas sus cátedras a los hijos de San Francisco y fue ordenado el
silencio a sus enemigos. Un año más tarde, en 1257, San Buenaventura y Santo
Tomás de Aquino recibieron juntos el título de doctores.
Sus escritos y anhelo de la perfección cristiana
San Buenaventura escribió un tratado "Sobre la vida de
perfección", destinado a la Beata Isabel, hermana de San Luis de Francia y
a las Clarisas Pobres del convento de Longchamps. Otras de sus principales obras
místicas son el "Soliloquio" y el tratado "Sobre el triple
camino". Es conmovedor el amor que respira cada una de las palabras de San
Buenaventura.
Gerson, el erudito y devoto canciller de la Universidad de París, escribe a
propósito de sus obras: "A mi modo de ver, entre todos los doctores
católicos, Eustaquio (porque así podemos traducir el nombre de Buenaventura) es
el que más ilustra la inteligencia y enciende al mismo tiempo el corazón. En
particular, el Breviloquium Itinerarium mentis in Deum están compuestos con
tanto arte, fuerza y concisión, que ningún otro escrito puede
aventajarlos." Y en otro libro, comenta: "Me parece que las obras de
Buenaventura son las más aptas para la instrucción de los fieles, por su
solidez, ortodoxia y espíritu de devoción. Buenaventura se guarda cuanto puede
de los vanos adornos y no trata de cuestiones de lógica o física ajenas a la
materia. No existe doctrina más sublime, más divina y más religiosa que la
suya." Estas palabras se aplican, sobre todo, a los tratados espirituales
que reproducen sus meditaciones frecuentes sobre las delicias del cielo y sus
esfuerzos por despertar en los cristianos el mismo deseo de la gloria que a él
le animaba.
Como dice en un escrito, "Dios, todos los espíritus gloriosos y toda la
familia del Rey Celestial nos esperan y desean que vayamos a reunirnos con
ellos. ¡Es imposible que no se anhele ser admitido en tan dulce compañía! Pero quien
en este valle de lágrimas no haya tratado de vivir con el deseo del cielo,
elevándose constantemente sobre las cosas visibles, tendrá vergüenza al
comparecer a la presencia de la corte celestial." Según el santo, la
perfección cristiana, más que en el heroísmo de la vida religiosa, consiste en
hacer bien las acciones más ordinarias.
He aquí sus propias palabras: "La perfección del cristiano consiste en
hacer perfectamente las cosas ordinarias. La fidelidad en las cosas pequeñas es
una virtud heroica". En efecto, tal fidelidad constituye una constante
crucifixión del amor propio, un sacrificio total de la libertad, del tiempo y
de los afectos y, por ello mismo, establece el reino de la gracia en el alma.
El mejor ejemplo que puede darse de la estima en que San Buenaventura tenía la
fidelidad en las cosas pequeñas, es la anécdota que se cuenta de él y del Beato
Gil de Asís.
Es elegido superior general de los
Franciscanos
En 1257, Buenaventura fue elegido superior general de los Frailes Menores.
No había cumplido aún los treinta y seis años y la orden estaba desgarrada por
la división entre los que predicaban una severidad inflexible y los que pedían
que se mitigase la regla original; naturalmente, entre esos dos extremos, se
situaban todas las otras interpretaciones. Los más rigoristas, a los que se
conocía con el nombre de "los espirituales", habían caído en el error
y en la desobediencia, con lo cual habían dado armas a los enemigos de la orden
en la Universidad de París. El joven superior general escribió una carta a
todos los provinciales para exigirles la perfecta observancia de la regla y la
reforma de los relajados, pero sin caer en los excesos de los espirituales.
El primero de los cinco capítulos generales que presidió San Buenaventura,
se reunió en Narbona en 1260. Ahí presentó una serie de declaraciones de las
reglas que fueron adoptadas y ejercieron gran influencia sobre la vida de la
orden, pero no lograron aplacar a los rigoristas. A instancias de los miembros
del capítulo, San Buenaventura empezó a escribir la vida de San Francisco de
Asís.
La manera en que llevó a cabo esa tarea, demuestra que estaba empapado de
las virtudes del santo sobre el cual escribía. Santo Tomás de Aquino, que fue a
visitar un día a Buenaventura cuando éste se ocupaba de escribir la biografía
del "Pobrecillo de Asís," le encontró en su celda sumido en la
contemplación. En vez de interrumpirle, Santo Tomás se retiró, diciendo: "Dejemos
a un santo trabajar por otro santo". La vida escrita por San Buenaventura,
titulada "La Leyenda Mayor", es una obra de gran importancia acerca
de la vida de San Francisco, aunque el autor manifiesta en ella cierta
tendencia a forzar la verdad histórica para emplearla como testimonio contra
los que pedían la mitigación de la regla.
Lo nombran cardenal
San Buenaventura gobernó la orden de San Francisco durante diecisiete años y
se le llama, con razón, el segundo fundador. En 1265, a la muerte de Godofredo
de Ludham, el Papa Clemente IV trató de nombrar a San Buenaventura arzobispo de
York, pero el santo consiguió disuadirle de ello. Sin embargo, al año
siguiente, el Beato Gregorio X le nombró cardenal obispo de Albano, le ordenó
aceptar el cargo por obediencia y le llamó inmediatamente a Roma. Los legados
pontificios le esperaban con el capelo y las otras insignias de su dignidad;
según se cuenta, fueron a su encuentro hasta cerca de Florencia y le hallaron
en el convento franciscano de Mugello, lavando los platos. Como Buenaventura
tenía las manos sucias, rogó a los legados que colgasen el capelo en la rama de
un árbol y que se paseasen un poco por el huerto hasta que terminase su tarea.
Sólo entonces San Buenaventura tomó el capelo y fue a presentar a los legados
los honores debidos.
Gregorio X encomendó a San Buenaventura la preparación de los temas que se
iban a tratar en el Concilio ecuménico de Lyon, acerca de la unión con los
griegos ortodoxos, pues el emperador Miguel Paleólogo había propuesto la unión
a Clemente IV. Los más distinguidos teólogos de la Iglesia asistieron a dicho
Concilio. Como se sabe, Santo Tomás de Aquino murió cuando se dirigía a él. San
Buenaventura fue, sin duda, el personaje más notable de la asamblea. Llegó a
Lyon con el Papa, varios meses antes de la apertura del Concilio. Entre la
segunda y la tercera sesión reunió el capítulo general de su orden y renunció
al cargo de superior general. Cuando llegaron los delegados griegos, el santo
inició las conversaciones con ellos y la unión con Roma se llevó a cabo. En
acción de gracias, el Papa cantó la misa el día de la fiesta de San Pedro y San
Pablo. La epístola, el evangelio y, el credo, se cantaron en latín y en griego
y San Buenaventura predicó en la ceremonia.
Muere el Doctor Seráfico
El Seráfico Doctor murió durante las celebraciones, la noche del 14 al 15 de
julio. Ello le ahorró la pena de ver a Constantinopla rechazar la unión por la
que tanto había trabajado. Pedro de Tarantaise, el dominico que ciñó más tarde
la tiara pontificia con el nombre de Inocencio V, predicó el panegírico de San
Buenaventura y dijo en él: "Cuantos conocieron a Buenaventura le
respetaron y le amaron. Bastaba simplemente con oírle predicar para sentirse
movido a tomarle por consejero, porque era un hombre afable, cortés, humilde,
cariñoso, compasivo, prudente, casto y adornado de todas las virtudes."
La autoridad al servicio
Se cuenta que, como superior general, fue un día a visitar el convento
Foligno. Cierto frailecillo tenía muchas ganas de hablar con él, pero era
demasiado humilde y tímido para atreverse. Pero, en cuanto partió San
Buenaventura, el frailecillo cayó en la cuenta de la oportunidad que había
perdido y echó correr tras él y le rogó que le escuchase un instante. El santo
accedió inmediatamente y tuvo una larga conversación con él, a la vera del
camino.
Cuando el frailecillo partió de vuelta al convento, lleno de consuelo, San
Buenaventura observó ciertas muestras de impaciencia entre los miembros de su
comitiva y les dijo sonriendo: "Hermanos míos, perdonadme, pero tenía que
cumplir con mi deber, porque soy a la vez superior y siervo y ese frailecillo
es, a la vez, mi hermano y mi amo. La regla nos dice: ‘Los superiores deben
recibir a los hermanos con caridad y bondad y portarse con ellos como si fuesen
sus siervos, porque los superiores, son, en verdad, los siervos de todos los
hermanos’. Así pues, como superior y siervo, estaba yo obligado a ponerme a la
disposición de ese frailecillo, que es mi amo, y a tratar de ayudarle lo mejor
posible en sus necesidades".
Tal era el espíritu con que el santo gobernaba su orden. Cuando se le había
confiado el cargo de superior general, pronunció estas palabras: "Conozco
perfectamente mi incapacidad, pero también sé cuán duro es dar coces contra el
aguijón. Así pues, a pesar de mi poca inteligencia, de mi falta de experiencia
en los negocios y de la repugnancia que siento por el cargo, no quiero seguir
opuesto al deseo de mi familia religiosa y a la orden del Sumo Pontífice,
porque temo oponerme con ello a la voluntad de Dios. Por consiguiente, tomaré
sobre mis débiles hombros esa carga pesada, demasiado pesada para mí. Confío en
que el cielo me ayudará y cuento con la ayuda que todos vosotros podéis
prestarme". Estas dos citas revelan la sencillez, la humildad y la caridad
que caracterizaban a San Buenaventura. Y, aunque no hubiese pertenecido a la
orden seráfica, habría merecido el título de "Doctor Seráfico" por
las virtudes angélicas que realzaban su saber. Fue canonizado en 1482 y
declarado Doctor de la Iglesia en 1588.
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