18 DE JULIO – SÁBADO –
15ª – SEMANA DEL T. O. – A –
BEATO TIBURCIO ARNAIZ MUÑOZ S.J.
Lectura
de la profecía de Miqueas (2,1-5):
¡Ay
de los que meditan maldades, traman iniquidades en sus camas; al amanecer las
cumplen, porque tienen el poder!
Codician
los campos y los roban, las casas, y se apoderan de ellas; oprimen al hombre y
a su casa, al varón y a sus posesiones.
Por
eso, dice el Señor:
«Mirad,
yo medito una desgracia contra esa familia. No lograréis apartar el cuello de
ella, no podréis caminar erguidos, porque será un tiempo calamitoso. Aquel día
entonarán contra vosotros una sátira, cantarán una elegía: "Han acabado
con nosotros, venden la heredad de mi pueblo; nadie lo impedía, reparten a
extraños nuestra tierra." Nadie os sortea los lotes en la asamblea del
Señor.»
Palabra
de Dios
Salmo:
9,22-23.24-25.28-29.35
R/.
No te olvides de los humildes, Señor
¿Por
qué te quedas lejos, Señor,
y te escondes en el
momento del aprieto?
La soberbia del impío
oprime al infeliz
y lo enreda en las
intrigas que ha tramado. R/.
El
malvado se gloría de su ambición,
el codicioso blasfema y
desprecia al Señor.
El malvado dice con
insolencia:
«No hay Dios que me pida
cuentas.» R/.
Su
boca está llena de maldiciones,
de engaños y de fraudes;
su lengua encubre maldad
y opresión;
en el zaguán se sienta al
acecho
para matar a escondidas
al inocente. R/.
Pero
tú ves las penas y los trabajos,
tú miras y los tomas en
tus manos.
A ti se encomienda el
pobre,
tú socorres al
huérfano. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (12,14-21):
En
aquel tiempo, al salir de la sinagoga, los fariseos planearon el modo de acabar con Jesús. Pero Jesús se
enteró, se marchó de allí, y muchos le siguieron. Él los curó a todos,
mandándoles que no lo descubrieran. Así se cumplió lo que dijo el profeta
Isaías:
«Mirad
a mi siervo, mi elegido, mi amado, mi predilecto. Sobre él he puesto mi
espíritu para que anuncie el derecho a las naciones.
No
porfiará, no gritará, no voceará por las calles. La caña cascada no la
quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará, hasta implantar el derecho; en su
nombre esperarán las naciones.»
Palabra
del Señor
1. Los
fariseos que presenta aquí el evangelio son consecuentes con su religión: si
Jesús quebranta la ley religiosa, hay que matarlo. Al tomar semejante decisión,
no hacían sino ser consecuentes, hasta el final, con sus creencias.
He
aquí el peligro que entrañan, a veces, las religiones. Y si no llegan a matar,
es frecuente que lleguen a humillar y someter a las personas hasta
el extremo de hacerles la vida insoportable.
2. El
contraste con la religión de los fariseos es la vida de Jesús, que es la otra
forma de entender y vivir la religión.
Para
explicar lo que fue y cómo fue la vida de Jesús, Mateo echa mano de una cita
del profeta Isaías (42, 1-4). La cita es tan extensa porque Mateo vio en ella
un excelente resumen de lo que fue la vida de Jesús, la religión de Jesús, que
describe el contraste más fuerte con la religión de los fariseos.
3. Según Is 42, 1-4, Jesús es, no el "siervo", sino el
"hijo pequeño" (pals) del Padre. La misión que el
Padre le encomendó fue "anunciar el derecho a las naciones" del
mundo. El problema está en la palabra "derecho". El texto
griego utiliza el término krísis, que no significa "derecho", sino
"juicio". Pero, en Is 42, 1-4, el profeta se refiere efectivamente al
juicio divino, pero no un juicio de desgracia, sino de salvación.
Por
tanto, este evangelio dice que Jesús vino a traer, no ya el derecho, sino la realización del derecho, que es
salvación, para todos, no solo para los elegidos, sino para todas las naciones.
Y eso lo hizo, no a base de imponerse y dominar, sino todo lo contrario, a
fuerza de callar, de no enfrentarse a nadie, de aprovechar todo lo
aprovechable.
Es
la bondad y la humanidad sin fisuras. Así es la vida y la religión de Jesús.
BEATO TIBURCIO ARNAIZ MUÑOZ S.J.
Tiburcio Arnaiz Muñoz
nació en Valladolid el 11 de agosto de 1865, en el seno de una modesta familia
de tejedores. Dos días después, sus cristianos padres, Ezequiel y Romualda, lo
llevaron a bautizar a la iglesia parroquial de San Andrés, imponiéndole el
nombre del santo del día.
Con sólo cinco años quedó huérfano de padre, y su madre hubo de
ingeniárselas para educar y sacar adelante a los dos hijos: Gregoria y
Tiburcio.
“Tenía talento”, pero “era un calavera de estudiante”
SEMINARISTA Y SACERDOTE
Era un joven vivo, alegre y de buen corazón, cuando entró en el seminario
con trece años. Sacó los estudios con bastante aprovechamiento y brillantez
porque “tenía talento”, pero advierte un compañero suyo que “era un calavera de
estudiante, en el buen sentido de la palabra; no cogía un libro de texto en
casa, si acaso lo que pescaba en los claustros del Seminario antes de la
clase”.
Para ayudar algo a la precaria economía de su casa ejerció las funciones de
sacristán, en el convento de Dominicas de S. Felipe de la Penitencia en el
mismo Valladolid. A veces llegaba tarde y las religiosas tenían que avisar a la
recadera del convento; la pobre mujer abría, pero después regañaba severamente
al seminarista. Tiburcio no protestaba ni contestaba; callado, escuchaba la
reprimenda y reconocía su falta, dejando admiradas a las religiosas que
comenzaron a vislumbrar su virtud.
Al acercarse la fecha de su Ordenación Sacerdotal, lo notaban serio y
encerrado en sí, llegando a preocupar a su madre y hermana. Un día se sinceró
con una de las monjas diciéndole: “Piensan en casa que no tengo vocación. Pero
lo que me sucede es que cuanto más Ejercicios hago, más temor tengo, porque veo
más la dignidad sacerdotal y mi indignidad. Pero cada vez me siento con más
vocación”.
Fue ordenado sacerdote el 20 de abril de 1890. Se le confió primero,
durante tres años, la parroquia de Villanueva de Duero, en Valladolid, y
después, durante nueve, la de Poyales del Hoyo, en Ávila. Las atendió siempre
con amorosa solicitud. Cuando hubo de dejar Poyales para entrar en la Compañía
de Jesús decía conmovido: “Amo tanto a mi pueblo que no le cambiaría por una
mitra; sólo la voz de Dios tiene poder para arrancarme de mi parroquia”.
En estos años había obtenido la licenciatura y el doctorado en Teología, en
la ciudad primada de Toledo.
Su pensamiento volaba a la vida religiosa pero veía un obstáculo
CONVERSIÓN
Como párroco iba pasando los días y los años, trabajando en la viña de Señor
y al abrigo de su familia. Sin embargo, Dios lo iba espoleando a mayor entrega,
pues en cierta ocasión confesó: “Yo vivía muy a gusto y me daba muy buena vida,
pero temía condenarme”. Su pensamiento volaba a la vida religiosa pero veía un
obstáculo insuperable en su anciana madre, a quien amaba y veneraba, y él era
el único amparo de su vejez. Hasta que un buen día, dispuso Dios llevársela al
cielo; la separación le causó tanta pena que su corazón quedó destrozado: “Fue
tanto lo que sufrí, que me dije: ya no se me vuelve a morir a mí nadie, porque
voy a morir yo a todo lo que no sea Dios”.
Su hermana Gregoria, una noche después de leer el “Año Cristiano”, exclamó
derramando lágrimas: “¡Ay Tiburcio, cuántas cosas hicieron los santos por Dios
y nosotros qué poco hacemos! ¿Vamos a pasarnos la vida sin hacer nada por Él?,
deberíamos irnos cada uno a un convento y allí servir a Dios con perfección lo
que nos queda de vida”… Así quedó libre el camino para seguir, cada cual, su
particular vocación: ella entró en las Dominicas de S. Felipe, y D. Tiburcio,
después de cerciorarse que quedaba “contenta”, con un: “Pues entonces, ¡hasta
el cielo!”, la despidió y marchó gozoso a pedir su admisión en la Compañía de
Jesús.
En Málaga tuvo lugar su incorporación definitiva a la Compañía de Jesús
ENTRA EN LA COMPAÑÍA DE JESÚS
Corría el año 1902 cuando entró en el noviciado de la Compañía en Granada;
Tiburcio tenía 37 años. Desde un principio se dispuso a la práctica de toda
virtud. Dos propósitos hizo en este tiempo y los cumplió con exactitud: “No
pedir nunca nada y contentarme con lo que me den”, “Nunca me negaré a ningún
trabajo, bajo ningún pretexto”. La idea del tiempo perdido y de la edad
avanzada, lo espoleaban a buscar ansiosamente la perfección.
Hizo sus primeros votos el 3 de abril de 1904. Durante este tiempo asimiló
admirablemente la espiritualidad ignaciana y comenzó a dirigir tandas de
Ejercicios Espirituales; además, se inició en el difícil ministerio de las
Misiones Populares.
Antes de marchar a Loyola en 1911, donde hizo lo que se llama la “Tercera Probación”
(experiencia con la cual la Compañía de Jesús culminaba la formación de sus
miembros), fue destinado a Murcia. Pasó en esta ciudad dos años, entregado a
las almas y dirigiéndolas con admirable acierto. “Este Padre es un santo y hace
santos”, decían cuantos lo trataban. Allí descubrió la necesidad de acoger a
las jóvenes de los campos y pueblecitos inmediatos que venían a servir y que
estaban expuestas a mil peligros. Para ellas buscó una casa donde tuvieran,
además de albergue y amparo, quien las enseñase a conocer y amar a Dios.
Pasada su estancia de formación en Loyola, y tras unos breves ministerios
durante la cuaresma en Canarias y Cádiz, marchó a Málaga donde tuvo lugar su
incorporación definitiva a la Compañía de Jesús, pronunciando sus últimos votos
el 15 de agosto de 1912, en la capilla del colegio de S. Estanislao del Palo.
Su creatividad a la hora de paliar la ignorancia o el sufrimiento humano no
conocía límites
MINISTERIOS
Su incansable apostolado como misionero popular, director de Ejercicios
Espirituales, confesor y director de almas, aunque se extendió por varios
puntos de España, se multiplicó en Andalucía: Cádiz, Córdoba, Sevilla,
Granada…, y principalmente por toda la diócesis de Málaga, donde tuvo su residencia
habitual y desplegó un celo incansable.
Al terminar las misiones volvía el P. Arnaiz a su casa de Málaga y a veces
ni subía a la habitación, dejaba el maletín en la portería y “volaba” a visitar
enfermos, así, literalmente, porque ocasión hubo en que quisieron seguirlo y no
pudieron.
Acudía a las salas de los hospitales, pero también a las casas
particulares. En estos encuentros personales la caridad del Padre se
desbordaba. Una vez una buena señora que pedía limosna en las puertas de las
iglesias, al llegar a casa sorprendió al Padre atendiendo a su madre que estaba
enferma y repetía admirada: “Es un santo, es un santo. ¡Si le hubieran visto
ustedes preparando una yema a mi madre, y con la gracia y agrado con que lo
hacía!”.
Su creatividad a la hora de paliar la ignorancia o el sufrimiento humano no
conocía límites. En la calle Cañaveral, de la misma ciudad, impulsó la
construcción de una casa de acogida para señoras con pocos recursos, con más de
treinta viviendas unipersonales. Promovió la apertura de la Librería Católica
de Málaga y atendió con sumo interés algunas escuelitas y talleres de gente
humilde. También las cárceles eran objeto de sus desvelos; allí, a su paso,
“tocaba” el Señor con su predicación y caridad muchos corazones destrozados, algunos
de los cuales, al salir, buscaban al Padre para seguir sus consejos y su guía
espiritual.
Su influencia benéfica se multiplicaba gracias a un plantel de
incondicionales colaboradores que tenía ocupados en los diversos apostolados
que se le ocurrían, unos en la ciudad y otros incluso preparándole misiones en
los pueblos.
En sus visitas por los barrios marginales, se hizo idea cabal del espíritu
hostil a la religión que en ellos reinaba (una vez le llegaron a tirar una
rata), y fiel al Evangelio y lleno de compasión por tanta ignorancia, que veía
ser la causa de tal animadversión, se dispuso a remediarla.
Los famosos “corralones” eran casas de vecinos donde cada familia
únicamente disponía, para su intimidad, de una habitación o dos, alrededor de
un gran patio. El Padre alquilaba, o pedía, una de estas estancias y mandaba a
algunas de sus dirigidas para tener allí una escuela improvisada; enseñaban a
leer y escribir a aquellas gentes, nociones de cultura general, y lo más
elemental de nuestra fe: que hay Dios y que nos ama hasta el extremo de dar la
vida por nosotros, que tenemos alma, la vida eterna… El Padre se presentaba al
cabo de un mes o dos y les predicaba a todos como una Misión; se los ganaba
pronto y se hacía sentir la influencia de su santidad, por lo que casi todos se
ponían en gracia. Después, solía dejar a alguna mujer piadosa al frente de esta
singular escuelita llamada “miga”, para que siguiese enseñando a los niños y
sostuviese el fruto logrado. Durante su vida se trabajó así en unos veinte
corralones, y el cambio obrado en ellos redundó en beneficio de la vida social
de Málaga.
Esta misma forma de evangelización, desarrollada por señoritas que se
instalaran temporalmente en los pueblos y cortijadas, fue la Obra más
propiamente original del P. Arnaiz y que continua hasta nuestros días: LA OBRA
DE LAS DOCTRINAS RURALES.
Suscitó conversiones realmente extraordinarias
LAS MISIONES POPULARES
La predicación de Misiones Populares fue uno de sus principales ministerios.
Su íntimo amigo D. Antonio Membibre, lo acompañó en una de ellas y relataba sus
impresiones a la hermana del P. Arnaiz, ya religiosa:
“Tuve el consuelo de pasar diez días con tu hermano que es un misionero
santo, mortificado y penitente, pues no suele dormir en la cama, se tira en el
suelo y en paz; a las cuatro se levanta, hace la hora de oración, me llamaba a
las cinco e íbamos a la iglesia; él solía tocar, pues el sacristán nunca estaba
a tiempo; confesábamos, a las seis Rosario de la aurora. Esta carta tenla como
si fuera de tu hermano pues él no tiene tiempo, ni para un solo día, siempre
misionando y no quiere más que trabajar y salvar almas; terminado el Rosario,
yo me vestía en el altar y Tiburcio desde el pulpito explicando los misterios
de la Santa Misa, los ornamentos sagrados, etc. Terminaba a las siete y se iban
los hombres a sus ocupaciones. A las diez doctrina para los niños y a la tarde
a las tres… Restableció el Apostolado de la Oración; no conoces a tu hermano,
está rejuvenecido, todo le gusta, todo le asienta, no tiene comodidades ni
pereza ni necesidades, una gran voz, potente, incansable, predicando todo el
día y toda la noche, vida de penitencias, sacrificios y humillaciones, en
verdad atraen sobre él las gracias que por su ministerio Dios derrama a
torrentes”.
Como bien decía su amigo D. Antonio, el Señor, por su medio, derramaba
gracias a torrentes y los tibios volvían al fervor de la vida cristiana, los
justos se convertían en apóstoles y los alejados volvían al redil de Cristo,
contándose casos de conversiones realmente extraordinarias.
Leyendo la lista de las ocupaciones simultáneas que tenía, parecía imposible
que las pudiese llevar a cabo, dándose casos como el de Chiclana, pueblo de
Cádiz en el que además de predicar una misión en las dos parroquias, a la vez
dio ejercicios a religiosas, visitó la cárcel y tenía reuniones con diversas
asociaciones piadosas.
En los pueblos por él misionados, reorganizaba o fundaba asociaciones para
mantener la vida de piedad, como Congregaciones Marianas, las Conferencias de
San Vicente de Paúl, el Apostolado de la Oración o la Adoración Nocturna, y si
había algún convento, ya fuese de vida activa o contemplativa, siempre
encontraba un “hueco” para atender a las religiosas. En Ronda (Málaga) incluso
promovió la fundación de un Carmelo, obra que cuidó con especial esmero en
todos sus detalles hasta la inauguración que, por especial disposición del
Señor, resultó ser el mismo día de su entierro.
Detrás de la construcción o arreglo de varias iglesias y escuelas, también
estuvo la iniciativa del P. Arnaiz y su colaboración incansable.
A su muerte, su cuerpo fue llevado por las calles de la ciudad
MUERTE Y ENTIERRO
A principios de julio de 1926 estaba el P. Arnaiz en Algodonales (Cadiz),
predicando una Misión, cuando se encontró extraordinariamente mal dispuesto. El
médico diagnosticó bronquitis y pleuritis. Él murmuró expresivo: “Me entrego”.
Fue trasladado a Málaga, y cuando se supo que el P. Arnaiz había llegado en
esas condiciones, la ciudad se movilizó, incluso hubo que poner, en sitio
visible, el parte médico de cada día.
El 10 de julio le administraron los últimos Sacramentos quedando desde
entonces alegre y ansioso por irse al cielo; no podía hablar de otra cosa.
“¡Qué hermosísimo es el Corazón de Jesús!… ya le veré pronto… ¡y me hartaré!
¡Qué bueno es! ¡Cuánto nos quiere!… Y la Virgen, ¡vaya si es amable y me
quiere!”.
A las 10 de la noche del 18 de julio de 1926, entregaba su alma a Dios.
El duelo por su pérdida fue general. Lo lloraron los humildes y también los
de condición económica elevada. Se obtuvo licencia de Roma y del Ministerio de
Gobernación para que pudiese ser enterrado en la iglesia del Corazón de Jesús.
Su cadáver fue expuesto a la veneración pública durante tres días. Y
todavía, antes de ser inhumado en el crucero derecho del templo, fue llevado
por las calles de la ciudad, por donde durante años, había dirigido él la
procesión del Corazón de Jesús. Cerró el comercio y el cortejo fúnebre fue
presidido por las autoridades religiosas, civiles y militares. Había muerto en
olor de santidad.
El santo Obispo de Málaga, D. Manuel González, que lo conocía bien, y
presidió la oración fúnebre, definió con gran acierto su personalidad, diciendo
del P. Arnaiz que era “un persuadido, un enamorado, un loco de Jesús”.
El P. Arnaiz desde el cielo continúa su labor apostólica y sigue haciendo el
bien entre sus devotos, y son muchos los favores y hechos milagrosos que se
atribuyen a su intercesión, y numerosas las personas que, diariamente, visitan
su sepultura confiándole sus sufrimientos y anhelos.
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