13 DE JULIO – LUNES –
15ª – SEMANA DEL T. O. – A –
San Enrique emperador
Lectura
del libro de Isaías (1,10-17):
Oíd
la palabra del Señor, príncipes de Sodoma; escucha la enseñanza de nuestro
Dios, pueblo de Gomorra: «¿Qué me importa el número de vuestros sacrificios?
–dice el Señor–. Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones;
la sangre de toros, corderos y chivos no me agrada. - ¿Por qué entráis a
visitarme? - ¿Quién pide algo de vuestras manos cuando pisáis mis atrios?
No
me traigáis más dones vacíos, más incienso execrable. Novilunios, sábados,
asambleas, no los aguanto. Vuestras solemnidades y fiestas las detesto; se me
han vuelto una carga que no soporto más. Cuando extendéis las manos, cierro los
ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé. Vuestras manos están
llenas de sangre. Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas
acciones. Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho,
enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda.»
Palabra
de Dios
Salmo:
49
R/.
Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios
«No
te reprocho tus sacrificios,
pues siempre están tus
holocaustos ante mí.
Pero no aceptaré un
becerro de tu casa,
ni un cabrito de tus
rebaños.» R/.
«¿Por
qué recitas mis preceptos
y tienes siempre en la
boca mi alianza,
tú que detestas mi
enseñanza
y te echas a la espalda
mis mandatos?» R/.
«Esto
haces, ¿y me voy a callar?
¿Crees que soy como tú?
Te acusaré, te lo echaré
en cara.
El que me ofrece acción
de gracias, ése me honra;
al que sigue buen camino
le haré ver la salvación
de Dios.» R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (10,34–11,1):
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«No
penséis que he venido a la tierra a sembrar paz; no he venido a sembrar paz,
sino espadas. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su
madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su
propia casa.
El
que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que
quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no coge
su cruz y me sigue no es digno de mí.
El
que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará.
El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que
me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta tendrá paga de
profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo.
El
que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos
pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.»
Cuando
Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para
enseñar y predicar en sus ciudades.
Palabra
del Señor
1. Lo
que dice Jesús sobre la espada que divide a la familia resulta lógicamente
provocativo y duro de aceptar. Para entenderlo, es necesario recordar que la
familia judía del tiempo de Jesús era distinta de la actual. Era la
"familia patriarcal", en la que el padre y patriarca tenía todos los
derechos, mientras que la mujer y los hijos no tenían más que obligaciones, la
sumisión era total. Eso precisamente es lo que Jesús no tolera. Y porque no lo
tolera, puede afirmar que ha venido a "sembrar" los conflictos que
simbolizan las "espadas".
2. Los
conflictos que anuncia Jesús en la familia no provienen de que en ella unos
crean en Jesús y otros no. Lo que Jesús ataca no es un problema de fe
religiosa, sino una estructura familiar opresora, en la que:
1)
No hay libertad para decidir.
2) Hay
una desigualdad total de derechos entre hombres y mujeres.
Las
divisiones que enumera Jesús son conflictos generacionales y de sexos. No habla
para nada de enfrentamientos religiosos.
3. La
familia reproduce lo que es la sociedad, y es la institución transmisora del
modelo de sociedad existente y de los valores que la determinan. El movimiento, que originó
Jesús, en cuanto movimiento socio-religioso de una revolución de valores,
afecta, antes que nada, a la fuente donde se trasmiten los valores y así se
perpetúan los conflictos sociales y de relaciones humanas.
Aquí
está el nudo del problema más fuerte que a muchos nos plantea el Evangelio.
San Enrique emperador
Nació en Baviera en el
año 973; sucedió a su padre en el gobierno del ducado y, más tarde, fue elegido
emperador. Se distinguió por su interés en la reforma de la vida de la Iglesia
y en promover la actividad misionera. Fundó varios obispados y dotó monasterios.
Murió en el año 1024 y fue canonizado por el papa Eugenio III en 1146.
El
ducado de Baviera está de fiesta por el nacimiento de Enrique. Es el año del
Señor 973. En Abbach ha visto la luz el hijo de Enrique el Batallador y de la
princesa Gisela de Borgoña. La Iglesia está pasando por la terrible Edad de
Hierro; la construcción de la sociedad civil está en pleno feudalismo con sus
continuas peleas y revueltas que dejan siempre la estela de dolor, luto y
sangre; por si fuera poco, se añade al desastre la peste y epidemias.
El
Batallador fue desterrado y la familia desunida; por esta razón educó a Enrique
el obispo de Raisbona, Wolfgang, que había sido su padrino.
A los
veintidós años había muerto su padre y Enrique le sucedió como legítimo duque
de Baviera; se casó con la princesa Cunegunda, que también llegará a ser
venerada en los altares el día 3 de marzo.
Parece
que su gestión se saltó los moldes de crueldad imperante en su tiempo,
procediendo noblemente y con justicia, pero por la vía del razonamiento e
inclinado más bien a la misericordia, en los frecuentes casos de levantamientos
y rebeldías de los nobles, en vez de destruir fortalezas, pasar a cuchillo y purificar
a fuego las ciudades rebeldes. Sus biógrafos lo presentan como hombre
convencido de que el poder le había sido dado para construir y no para
destruir. Quizá su oración y penitencias altamente alabadas le llevaban a esta
infrecuente manera de actuar entre los mandatarios de la época.
Fue
elegido por la nobleza germana emperador de Alemania el 1 de enero del 1002,
después de que muriera sin descendencia directa su primo Otón III; para
defender este derecho al Imperio Romano Germánico tuvo que guerrear contra
familiares que aspiraban a la misma dignidad. Organizó un formidable ejército,
disuasorio para los levantiscos y útil pasa asentar su dominio en otras
tierras; hacía falta esta imponente fuerza para calmar a los nobles y obispos
que se peleaban continuamente entre ellos, para defender a su territorio de la
invasión intencionada de Polonia sobre Alemania –venció al rey Boleslao I, para
recuperar Bohemia, uno de los territorios germanos arrebatados– y porque los
bizantinos acosaban sus fronteras del sur. Era parte de sus deberes reales.
Con
una paz relativa, se dispuso a proceder a la reforma tan necesaria en el clero.
Se mostró como un favorecedor incondicional de los cluniacenses, y facilitó
reunir un concilio en Franfort (1007) para que los obispos tomaran las medidas
eclesiásticas necesarias y restaurasen la disciplina que él se mostraba
dispuesto a apoyar, haciendo cumplir las decisiones que salieran de la
asamblea. Patrocinó la construcción de numerosas iglesias y monasterios,
señalándose especialmente la de Bamberg. Se ocupó de ayudar en la solución de
los problemas que el papa tenía en los mismos Estados Pontificios, que
presentaban una situación caótica, de profunda anarquía, reflejo de lo que era
toda Italia, en ebullición permanente por las luchas fratricidas. A la muerte
de Sergio IV, y elegido sucesor Benedicto VIII, se vio forzado a intervenir
hasta reponer por la fuerza al papa legítimo en su puesto, porque los
seguidores del antipapa Gregorio lo habían depuesto y desterrado. A raíz de
este hecho, Enrique y Cunegunda fueron ungidos como emperadores del Sacro
Imperio Romano Germánico el 14 de febrero del 1014.
Es
digno de mencionar que Enrique, amigo de la paz, del claustro y de la oración,
no parase en toda su vida de un continuo vagabundeo por el mundo, en guerra
continua y sin disfrutar de la vida tranquila que le pedían el alma y el
cuerpo. Hasta quiso hacerse –no se sabe muy bien si de bromas o de veras–
canónigo en Estrasburgo.
Dejando
a un pueblo que le estaba agradecido, murió en Grona el 13 de julio de 1024.
Luego se trasladaron sus restos a la catedral de Bamberg donde reposan.
Lo canonizaron en 1146.
A la
muerte de su marido, Cunegunda se metió en una abadía fundada por ella, la de
Kaffungen, hasta su muerte en el año 1033. Luego, fue enterrada en Baviera,
junto a su marido, en el lugar donde se reunían en vida cada vez que podían.
Dicen
los hagiógrafos que los esposos vivieron de común acuerdo en continencia;
incluso hay quien se atreve a poner en boca de Enrique las palabras que
supuestamente dijo a sus suegros poco antes de morir: «Virgen me la
entregasteis, virgen os la entrego». ¿Qué sabrán de eso y de otras cosas los
hagiógrafos? ¿O será que pensaban que era cosa mala, o poco digna, o menos
perfecta la vida marital con todas sus consecuencias? ¿No hubiera sido más
fácil decir de Cunegunda y Enrique no tuvieron o no pudieron tener
descendencia, sin que ello –por múltiples razones– suponga desdoro? ¡Qué cosas!
Archimadrid.org
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