14 DE JULIO – MARTES –
15ª – SEMANA DEL T. O. – A –
San Camilo de Lelis
Lectura del libro de Isaías (7,1-9):
Reinaba
en Judá Acaz, hijo de Yotán, hijo de Ozías. Rasín, rey de Damasco, y Pecaj,
hijo de Romelía, rey de Israel, subieron a Jerusalén para atacarla; pero no
lograron conquistarla.
Llegó la noticia al heredero de David:
«Los sirios acampan en Efraín.»
Y se agitó su corazón y el del pueblo,
como se agitan los árboles del bosque con el viento.
Entonces el Señor dijo a Isaías:
«Sal al encuentro de Acaz, con tu hijo
Sear Yasub, hacia el extremo del canal de la Alberca de Arriba, junto a la
Calzada del Batanero, y le dirás:
"¡Vigilancia y calma! No temas, no
te acobardes ante esos dos cabos de tizones humeantes, la ira ardiente de Rasín
y los sirios y del hijo de Romelía. Aunque tramen tu ruina diciendo:
"Subamos contra Judá, sitiémosla, apoderémonos de ella, y nombraremos en
ella rey al hijo de Tabeel."
Así dice el Señor:
No se cumplirá ni sucederá: Damasco es
capital de Siria, y Rasín, capitán de Damasco; Samaria es capital de Efraín, y
el hijo de Romelía, capitán de Samaria. Dentro de cinco o seis años, Efraín,
destruido, dejará de ser pueblo. Si no creéis, no subsistiréis."»
Palabra
de Dios
Salmo: 47
R/. Dios ha fundado su ciudad para siempre
Grande
es el Señor y muy digno de alabanza
en la ciudad de nuestro Dios,
su monte santo, altura hermosa,
alegría de toda la tierra. R/.
El
monte Sión, vértice del cielo,
ciudad del gran rey;
entre sus palacios,
Dios descuella como un alcázar. R/.
Mirad:
los reyes se aliaron
para atacarla juntos;
pero, al verla, quedaron aterrados
y huyeron despavoridos. R/.
Allí
los agarró un temblor
y dolores como de parto;
como un viento del desierto,
que destroza las naves de Tarsis. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo
(11,20-24):
En
aquel tiempo, se puso Jesús a recriminar a las ciudades donde había hecho casi
todos sus milagros, porque no se habían convertido:
«¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti,
Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que, en
vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, cubiertas de sayal y ceniza.
Os digo que el día del juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a
vosotras. Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al infierno.
Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que, en ti, habría durado
hasta hoy. Os digo que el día del juicio le será más llevadero a Sodoma que a
ti.»
Palabra
del Señor
1. Ante todo, hay que decir que las
recriminaciones a Corozaín y Betsaida son "narrativamente"
falsas (U. Luz). Es decir, Jesús nunca pronunció esas amenazas, porque, hasta
el momento en que se dicen estas cosas en el relato de Mateo, no se ha hecho
mención alguna de milagros en tales ciudades. Y en cuanto a
Cafarnaún, no hay noticia alguna de que allí precisamente fuera rechazado por
la ciudad entera.
2. Lo
que "narrativamente" es falso, tiene "teológicamente" una
razón de ser: el redactor de esta narración puso en boca de Jesús una amenaza
de fuerte rechazo hacia ciudades galileas, que, cuando se escribió este texto
(unos 40 años después de la muerte de Jesús), expresaba algo que los cristianos
de entonces vivían intensamente: el rechazo de Jesús, del que fueron
responsables los dirigentes judíos, era vivido por los cristianos
como rechazo del Mesías que Dios envió a
Israel.
3. Este texto debería ponernos en guardia
para no incurrir, a la ligera, en posturas de antisemitismo, que nunca se
debe justificar en los evangelios. Al contrario, si algo nos enseña Jesús es el
respeto, la tolerancia y la aceptación incondicional de las ideas y prácticas
religiosas de quienes no coinciden con nuestras ideas religiosas y nuestras
prácticas rituales.
San Camilo de Lelis
Nació cerca de Chieti, en la región de
los Abruzos, en el año 1550; primero se dedicó a la vida militar, pero luego,
una vez convertido, se consagró al cuidado de los enfermos.
Terminados sus estudios y recibida la ordenación sacerdotal, fundó una
sociedad destinada a la construcción de hospitales y al servicio de los
enfermos.
Murió en Roma en el año 1614.
Gigantón
de carácter duro, resuelto, impetuoso y tenaz. Con ese resumen, uno se imagina
a un sujeto de cuidado que no se desea tener por enemigo. Esos ciertos
atributos personales no fueron dificultad para que Camilo pasara la mayor parte
de su vida en el humildísimo servicio de la caridad, siendo el más
incondicional servidor de los enfermos más necesitados. Quiso darles un aliento
de consuelo mientras estaban vivos y buscó apasionadamente prepararlos para que
dieran con sabiduría el paso a la eternidad.
Quizá
su carácter era una herencia genética por parte de padre, Juan de Lelis,
militar por toda Europa al servicio de España, Nápoles, Florencia, Lombardía,
Piamonte y Francia; o quizá aprendió de la madre que supo gobernar bien su casa
a pesar de las larguísimas y frecuentes ausencias del padre. El caso es que
nació en 1550, en Chieti (Italia). Cuando quiso enrolarse en los ejércitos de
Venecia, lo rechazaron; se consideró un hombre de suerte al ser aceptado en la
cruzada que Pío V convocó contra los turcos; fue cuando murió su padre en
Saint’ Elpidio a Mare.
Allí
le salió una extrañísima llaga en una pierna que no tuvo cura ni siquiera por
los médicos del hospital de Santiago, en la Roma de 1571. Las dos cosas –llaga
y hospital– fueron sus compañeros inseparables de camino para el resto de su
vida, hasta el punto de que, sin una de ellas, Camilo de Lelis no sería san
Camilo.
Pareció
que había quedado curado; se apuntó a la Compañía de Santiago que era un
voluntariado que cooperaba en el cuidado de los enfermos, pero lo expulsaron;
le pilló el vicio del juego. Se alquiló como soldado por cuatro años porque de
algo había que vivir; estuvo en las guerras de Túnez y Palermo; los inviernos
no eran tiempo de guerra y en ellos se gastaba la soldada entre tabernas y más
juego. Prometió vestir el hábito de san Francisco en aquella tempestad del 28
de octubre de 1574; pensaba no salir con vida, pero al pasar el peligro dejó en
el olvido lo que prometió, volviendo a sus tareas de empedernido ludópata; una
noche perdió la espada, el trabuco y el manto; se quedó sin pasta y tuvo que
pedir limosna en la puerta de las iglesias, ¡buen patrón para los técnicos
limosneros de hoy, por los que se mide el nivel de fe de cualquier iglesia en
dependencia del número de subalternos pastorales que pidan a su puerta! Así
estaba en Manfredonia cuando le ofrecieron el puesto de peón para las obras del
convento de los capuchinos el 2 de febrero de 1575. Allí se convirtió, y le
dieron el hábito solo a regañadientes; cuando el roce del hábito le abría la
llaga, marchaba a curarse; pero entre llagas y curas se le iba el tiempo;
aquello era un correo. Decidió ponerse enteramente al servicio de los enfermos
en el mes de octubre de 1579. Le nombraron ‘mayordomo’ por méritos; pensó
fundar una cofradía de varones para la que bocetó unos breves estatutos, pero
no cuajó por las habladurías y tensiones que provocó; hasta Felipe Neri se le
opuso.
Se
hizo sacerdote, después de cursar los estudios en el Colegio Romano, y dijo su
primera misa en 1584. Comenzó una vida inconcebible por su dureza junto a la
iglesia de la Virgencita de los Milagros con un pequeño grupo de compañeros;
todos enfermaron. Trasladados a una casa próxima a la iglesia de la Magdalena,
fue donde empezaron de verdad.
Sixto
V aprobó esa vida extremadamente pobre, con la cruz roja en la sotana o en el
manto. Esa misma cruz que se había visto por los campos de batalla un poco
antes, cuando el papa había encargado a Camilo y los suyos organizar la
asistencia sanitaria de los ejércitos que marchaban a Hungría, y que ya no
dejará de verse en guerras, epidemias y catástrofes naturales donde sea
necesaria una labor humanitaria.
En el
inmenso hospital romano del Espíritu Santo atienden el día entero a los
enfermos, en medio de cuadros macabros –alguna vez se encontraron al moribundo
colocado ya dentro de su ataúd de madera– y tristísimos de desahuciados, que
hasta entonces estaban en manos de criados malhumorados mal pagados.
Añadieron
a su vida ordinaria la atención fuera del hospital a moribundos y encarcelados.
Él se reservó los oficios más bajos y rastreros para cuidar los enfermos. Aquel
grupo de sacerdotes y hermanos empezó a conocerse en Roma como ejemplo de
caridad.
La
peste y las epidemias del siglo XVI, que hacían perder la cabeza a la gente,
fueron ocasión de heroísmo de los Camilos con días agotadores. También ellos
quedaron diezmados por el contagio.
Luego
se extendieron por Nápoles, Milán, Génova, toda Italia y las islas; pero no
pudieron ni en Francia, ni en España.
Camilo
quiso controlar en su globalidad la atención a los enfermos en los hospitales.
Pensó que no había que tratarlos solo a la cabecera para que murieran entre
jaculatorias y rezos. Era preciso organizar de tal modo los centros de salud
que la dignidad del paciente se respetara en todos los frentes: el humano, el
sanitario y el espiritual. Eso pedía unificar criterios tanto en la dirección
como en la administración, en la contratación del personal sanitario, en los
profesionales y en los que llevaban a Dios. La oposición fue tan fuerte por
parte de los de fuera y de los de dentro, que abandonó el generalato, pero no
cedió como fundador de los Ministros de los Enfermos y mantuvo la idea que,
pasado el tiempo y los apasionamientos, acabó siendo aceptada.
No hay
originalidad en los principios, son evangélicos: el prójimo es imagen de Dios,
al final se pedirá cuentas del comportamiento con él, es decisiva la hora de la
muerte. En esto se mantuvo firme, sin cesión. Todo lo demás estaba al servicio
de la idea.
Y es
bueno recordar que su trabajo con el enfermo lo hacía estando él mismo
delicado, con su llaga ulcerada abierta, una hernia, dos forúnculos rebeldes y
el estómago debilísimo.
Murió
el 14 de julio de 1614 con 64 años, en Roma.
Fue
canonizado por Benedicto XIV, el 29 de julio de 1746.
Es el
patrono de enfermos y hospitales, compartiéndolo con san Juan de Dios.
Archimadrid.org
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