12 - DE MARZO – SÁBADO –
1ª SEMANA DE CUARESMA – C
San Inocencio I, papa
Lectura del libro del Deuteronomio
(26,16-19):
MOISÉS habló
al pueblo, diciendo:
«Hoy el Señor, tu Dios, te manda que
cumplas estos mandatos y decretos. Acátalos y cúmplelos con todo tu corazón y
con toda tu alma.
Hoy has elegido al Señor para que él sea
tu Dios y tú vayas por sus caminos, observes sus mandatos, preceptos y
decretos, y escuches su voz. Y el Señor te ha elegido para que seas su propio
pueblo, como te prometió, y observes todos sus preceptos.
Él te elevará en gloria, nombre y esplendor, por encima de todas las
naciones que ha hecho, y serás el pueblo santo del Señor, tu Dios, como
prometió».
Palabra de
Dios
Salmo: 118,1-2.4-5.7-8
R/. Dichoso el que camina en la
voluntad del Señor
Dichoso el que, con vida intachable,
camina en la ley del Señor;
dichoso el que, guardando sus preceptos,
lo busca de todo corazón. R/.
Tú promulgas tus mandatos
para que se observen exactamente.
Ojalá esté firme mi camino,
para cumplir tus decretos. R/.
Te alabaré con sincero corazón
cuando aprenda tus justos mandamientos.
Quiero guardar tus decretos exactamente,
tú no me abandones. R/.
Lectura del santo evangelio según
san Mateo (5,43-48):
EN aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu
prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos
y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre
celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a
justos e injustos.
Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué
premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo
a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también
los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es
perfecto».
Palabra del
Señor
1. Amar al amigo y odiar al
enemigo es lo normal. Porque es lo que da de sí la condición humana, siempre
mezclada y fundida con la inhumanidad, tan frecuente entre los seres humanos.
Por eso se ha dicho, con razón, que el precepto del amor a los enemigos es uno
de los textos cristianos fundamentales. Es "lo propio y nuevo en el
cristianismo". Esto es lo que se dijo desde los primeros escritores
cristianos (Justino,Tertuliano... Cf. Ulrich Luz).
Un cristiano, que no es capaz de amar y
hacer el bien a sus enemigos, no es
cristiano.
2. Amando al enemigo, al que
me cae mal, al que me ha hecho daño y del que sé que me odia, así -y solamente
así- es como demostramos que "somos hijos de Dios".
Con frecuencia, se suele decir que, por
el sacramento del bautismo, empezamos a ser "hijos de Dios". Jesús no
pensaba así. Nuestra relación con Dios no depende de un "ritual", ni
es asunto de "religión". Es asunto de "conducta". Los
hijos se parecen a los padres. Un hijo de Dios es el que se parece
al Padre del cielo, en su conducta.
3. El amor es una pasión. Así
lo explicaron los grandes teólogos (Tomás de Aquino, Suárez...). Una
pasión que se apodera del sujeto a partir de dos componentes: la
"pasividad" y la "totalidad".
El amor es una atracción que seduce y se
apodera de la totalidad de la persona. Por eso no es posible dejarse
dominar por la atracción de Dios (presente en Jesús) y por aquello
que Dios rechaza. Eso sería vivir en la contradicción total. Cada
"hijo de Dios" tiene que "unificar" su mundo pasional, lo
que la atrae y le arrastra. Y lo que rechaza y no soporta. La armonía y
coherencia de nuestra vida se consigue cuando se unifica y no se dispersa lo
que más nos seduce en nuestra vida.
San Inocencio I, papa
En Roma, en el cementerio de Ponciano, junto al “Oso peludo”,
sepultura de san Inocencio I, papa, que defendió a san Juan Crisóstomo, consoló
a san Jerónimo y aprobó a san Agustín.
Vida de San
Inocencio I, papa
Nació en la segunda mitad del siglo IV y parece ser que en Albano,
aunque documentalmente no pueda demostrarse con certeza. Fue elegido papa en el
año 401, como sucesor de Anastasio I.
Consiguió que se reconociese su autoridad papal en Iliria, región
montañosa situada en la región nororiental del Adriático que hoy corresponde a
Bosnia y Dalmacia.
Expulsó de la Ciudad Eterna a los perseguidores y detractores de san
Juan Crisóstomo, a pesar de la oposición del emperador Arcadio (407). Pero no
pudo, a pesar de sus esfuerzos y negociaciones, evitar el saqueo de Roma por
Alarico el 24 de agosto del año 410.
A petición de san Agustín, condenó la herejía pelagiana (417).
Con respecto al gobierno que debió ejercer en Hispania, hay que
mencionar la carta dirigida a Exuperio, obispo de Tolosa, dándole normas para
la reconciliación y admisión a la comunión a los que una vez bautizados se
entregaran de modo pertinaz a los placeres de la carne. De alguna manera,
modera la disciplina, en vigor hasta entonces, contemplada en los concilios de Elvira
y de Arlés y propiciada por las iglesias africanas; eran normas un tanto
rigoristas -extremadamente extrañas para nuestra época-, que negaban la
admisión a la comunión de este tipo de pecadores incluso en el momento de la
muerte, aunque se les concediera fácilmente la posibilidad de la penitencia.
Reconoce en su escrito que hasta ese momento ´la ley era más duraª, pero que no
quiere adoptar la misma aspereza y dureza que el hereje Novaciano. De todos
modos no presume de innovaciones, ni se presenta como detentor de un
liberalismo laxo; justifica plenamente las normas anteriores, afirmando que esa
praxis era la conveniente en aquel tiempo.
En el 416, cuando quiere recordar a los obispos españoles la
autoridad indiscutida del obispo de Roma y la obediencia que le deben desde
España, escribe una carta en la que afirma que en toda Italia, Francia,
Hispania, África y Sicilia sólo se han instituido iglesias por Pedro o por sus
discípulos. Esta carta es empleada como argumento documental muy importante por
quienes desautorizan la antiquísima tradición que sostiene la predicación del
Apóstol Santiago en España y la conjetura fundada de la visita del apóstol
Pablo a este extremo del Imperio.
Interviene también por los años 404-405 para restaurar la paz entre
los obispos de Hispania, después de las resoluciones cristológicas
antipriscilianistas del concilio de Toledo del año 400; recomienda el reconocimiento
de la autoridad y gobierno episcopal de los que fueron ordenados por
partidarios de Prisciliano pero que continúan profesando la fe verdadera al
aceptar la consubstancialidad del Hijo con el Padre y la unicidad de Persona en
Cristo.
Ocupó la Sede de Pedro hasta su muerte en
el 417.
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