7 - DE MARZO – LUNES –
1ª SEMANA DE CUARESMA
SANTAS PERPETUA Y FELICIDAD, mártires
Lectura del libro del Levítico
(19,1-2.11-18):
EL Señor habló
así a Moisés:
«Di a la comunidad de los hijos de
Israel:
“Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro
Dios, soy santo.
No robaréis ni defraudaréis ni os
engañaréis unos a otros.
No juraréis en falso por mi nombre,
profanando el nombre de tu Dios. Yo soy el Señor.
No explotarás a tu prójimo ni le
robarás. No dormirá contigo hasta la mañana siguiente el jornal del obrero.
No maldecirás al sordo ni pondrás
tropiezo al ciego. Teme a tu Dios. Yo soy el Señor.
No daréis sentencias injustas. No serás parcial ni por favorecer al pobre
ni por honrar al rico. Juzga con justicia a tu prójimo.
No andarás difamando a tu gente, ni
declararás en falso contra la vida de tu prójimo. Yo soy el Señor.
No odiarás de corazón a tu hermano, pero
reprenderás a tu prójimo, para que no cargues tú con su pecado.
No te vengarás de los hijos de tu pueblo
ni les guardarás rencor, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy
el Señor”».
Palabra de
Dios
Salmo: 18,8.9.10.15
R/. Tus palabras, Señor, son
espíritu y vida
La ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye a los ignorantes. R/.
Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos. R/.
El temor del
Señor es puro
y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos. R/.
Que te agraden las palabras de mi boca,
y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón,
Señor, Roca mía, Redentor mío. R/.
Lectura del santo evangelio según san
Mateo (25,31-46):
EN aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando venga en su gloria el Hijo del
hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria y serán
reunidas ante él todas las naciones.
Él separará a unos de otros, como un
pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las
cabras a su izquierda.
Entonces dirá el rey a los de su
derecha:
“Venid vosotros, benditos de mi Padre;
heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.
Porque tuve hambre y me disteis de
comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve
desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a
verme”.
Entonces los justos le contestarán:
“Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te
alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te
hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y
fuimos a verte?”.
Y el rey les dirá:
“En verdad os digo que cada vez que lo
hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.
Entonces dirá a los de su izquierda:
“Apartaos de mí, malditos, id al fuego
eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me
disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me
hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me
visitasteis”.
Entonces también estos contestarán:
“Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o
con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”.
Él les replicará:
“En verdad os digo: lo que no hicisteis
con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hicisteis conmigo”.
Y estos irán al castigo eterno y los
justos a la vida eterna».
Palabra del
Señor
1. Este texto impresionante no es ni una historia, ni una profecía del futuro, ni una parábola en sentido propio del género parabólico. Es sencillamente una "predicción del futuro juicio que Dios hará de la historia de la humanidad" (E. Branderburguer, J. R. Donahue).
2. La enseñanza capital de este texto es, como dijo L. Tolstoi, "donde está el amor, está Dios" (G. Drohla). La única definición de Dios, que hay en el N. T., dice que: "Dios es amor" (1 Jn 4, 8. 16). Por tanto, donde hay amor, ahí está Dios. Y donde falta el amor, no está Dios. Se trata del amor a los demás. En esto está la clave de nuestro encuentro o de nuestro rechazo de Dios. Por eso, en el "mandamiento nuevo", que Jesús dio en la última Cena, ya no se menciona a Dios. Solamente que os améis unos a otros (Jn 13, 34-35). En esto es en lo que se conocerá que somos discípulos (o no lo somos) de Jesús.
3. El problema fuerte, que presenta este texto, no es teórico. Es una cuestión concreta y práctica: ¿Cómo vivir hoy el amor a los demás, sobre todo a los más desamparados de este mundo? El amor no se puede reducir a la beneficencia, a practicar la caridad. Vivir de la caridad es humillante. La caridad debería quedar para salir o sacar a alguien de un apuro. En nuestro tiempo y cultura, lo decisivo debe ser, no la caridad, sino el derecho.
Hay que luchar para que sea efectiva y real la igualdad de derechos fundamentales: que todos tengamos asegurado el derecho a la seguridad de la vida, un trabajo digno, una vivienda, la sanidad, la educación, los derechos de género y respeto al sexo, la libertad de pensar y expresar nuestras convicciones, siempre que estén dentro de la ley. Los gobernantes y los poderosos, que no defienden a muerte estos derechos, son ateos. No creen en Dios, por más religiosos que se vean o sean vistos.
SANTAS PERPETUA Y
FELICIDAD, mártires
Santas Felicidad y Perpetua Mártires
(año 203)
Felicidad y
Perpetua. Estas dos santas murieron martirizadas en Cartago (África) el 7 de
marzo del año 203.
Perpetua era
una joven madre, de 22 años, que tenía un niñito de pocos meses. Pertenecía a
una familia rica y muy estimada por toda la población. Mientras estaba en
prisión, por petición de sus compañeros mártires, fue escribiendo el diario de
todo lo que le iba sucediendo.
Felicidad era
una esclava de Perpetua. Era también muy joven y en la prisión dio a luz una
niña, que después los cristianos se encargaron de criar muy bien.
Las
acompañaron en su martirio unos esclavos que fueron apresados junto a ellas, y
su catequista, el diácono Sáturo, que las había instruido en la religión y las
había preparado para el bautismo. A Sáturo no lo habían apresado, pero él se
presentó voluntariamente.
Los antiguos
documentos que narran el martirio de estas dos santas, eran inmensamente
estimados en la antigüedad, y San Agustín dice que se leían en las iglesias con
gran provecho para los oyentes. Esos documentos narran lo siguiente.
El año 202 el
emperador Severo mandó que los que siguieran siendo cristianos y no quisieran
adorar a los falsos dioses tenían que morir.
Perpetua
estaba celebrando una reunión religiosa en su casa de Cartago cuando llegó la
policía del emperador y la llevó prisionera, junto con su esclava Felicidad y
los esclavos Revocato, Saturnino y Segundo.
Dice Perpetua
en su diario: "Nos echaron a la cárcel y yo quedé consternada porque nunca
había estado en un sitio tan oscuro. El calor era insoportable y estábamos
demasiadas personas en un subterráneo muy estrecho. Me parecía morir de calor y
de asfixia y sufría por no poder tener junto a mí al niño que era tan de pocos
meses y que me necesitaba mucho. Yo lo que más le pedía a Dios era que nos
concediera un gran valor para ser capaces de sufrir y luchar por nuestra santa
religión".
Afortunadamente
al día siguiente llegaron dos diáconos católicos y dieron dinero a los
carceleros para que pasaran a los presos a otra habitación menos sofocante y
oscura que la anterior, y fueron llevados a una sala a donde por lo menos
entraba la luz del sol, y no quedaban tan apretujados e incómodos. Y
permitieron que le llevaran al niño a Perpetua, el cual se estaba secando de
pena y acabamiento. Ella dice en su diario: "Desde que tuve a mi pequeñín
junto a mí, ya aquello no me parecía una cárcel sino un palacio, y me sentía
llena de alegría. Y el niño también recobró su alegría y su vigor". Las
tías y la abuelita se encargaron después de su crianza y de su educación.
El jefe del
gobierno de Cartago llamó a juicio a Perpetua y a sus servidores. La noche
anterior Perpetua tuvo una visión en la cual le fue dicho que tendrían que
subir por una escalera muy llena de sufrimientos, pero que al final de tan
dolorosa pendiente, estaba un Paraíso Eterno que les esperaba. Ella narró a sus
compañeros la visión que había tenido y todos se entusiasmaron y se propusieron
permanecer fieles en la fe hasta el fin.
Primero
pasaron los esclavos y el diacono. Todos proclamaron ante las autoridades que
ellos eran cristianos y que preferían morir antes que adorar a los falsos
dioses.
Luego llamaron
a Perpetua. El juez le rogaba que dejara la religión de Cristo y que se pasara
a la religión pagana y que así salvaría su vida. Y le recordaba que ella era
una mujer muy joven y de familia rica. Pero Perpetua proclamó que estaba
resuelta a ser fiel hasta la muerte, a la religión de Cristo Jesús. Entonces
llegó su padre (el único de la familia que no era cristiano) y de rodillas le
rogaba y le suplicaba que no persistiera en llamarse cristiana. Que aceptara la
religión del emperador. Que lo hiciera por amor a su padre y a su hijito. Ella
se conmovía intensamente pero terminó diciéndole: ¿Padre, cómo se llama esa
vasija que hay ahí en frente? "Una bandeja", respondió él. Pues bien:
"A esa vasija hay que llamarla bandeja, y no pocillo ni cuchara, porque es
una bandeja. Y yo que soy cristiana, no me puedo llamar pagana, ni de ninguna
otra religión, porque soy cristiana y lo quiero ser para siempre".
Y añade
el diario escrito por Perpetua: "Mi padre era el único de mi familia que
no se alegraba porque nosotros íbamos a ser mártires por Cristo".
El juez
decretó que los tres hombres serían llevados al circo y allí delante de la
muchedumbre serían destrozados por las fieras el día de la fiesta del
emperador, y que las dos mujeres serían echadas amarradas ante una vaca furiosa
para que las destrozara. Pero había un inconveniente: que Felicidad iba a ser
madre, y la ley prohibía matar a la que ya iba a dar a luz. Y ella sí deseaba
ser martirizada por amor a Cristo. Entonces los cristianos oraron con fe, y
Felicidad dio a luz una linda niña, la cual le fue confiada a cristianas
fervorosas, y así ella pudo sufrir el martirio. Un carcelero se burlaba
diciéndole: "Ahora se queja por los dolores de dar a luz. ¿Y cuándo le
lleguen los dolores del martirio qué hará? Ella le respondió: "Ahora soy
débil porque la que sufre es mi pobre naturaleza. Pero cuando llegue el
martirio me acompañará la gracia de Dios, que me llenará de fortaleza".
A los
condenados a muerte se les permitía hacer una Cena de Despedida. Perpetua y sus
compañeros convirtieron su cena final en una Cena Eucarística. Dos santos
diáconos les llevaron la comunión, y después de orar y de animarse unos a otros
se abrazaron y se despidieron con el beso de la paz. Todos estaban a cuál de
animosos, alegremente dispuestos a entregar la vida por proclamar su fe en
Jesucristo.
A los
esclavos los echaron a las fieras que los destrozaron y ellos derramaron así
valientemente su sangre por nuestra religión.
Antes de
llevarlos a la plaza los soldados querían que los hombres entraran vestidos de
sacerdotes de los falsos dioses y las mujeres vestidas de sacerdotisas de las
diosas de los paganos. Pero Perpetua se opuso fuertemente y ninguno quiso
colocarse vestidos de religiones falsas.
El diácono
Sáturo había logrado convertir al cristianismo a uno de los carceleros, llamado
Pudente, y le dijo: "Para que veas que Cristo sí es Dios, te anuncio que a
mí me echarán a un oso feroz, y esa fiera no me hará ningún daño". Y así
sucedió: lo amarraron y lo acercaron a la jaula de un oso muy agresivo. El
feroz animal no le quiso hacer ningún daño, y en cambio sí le dio un tremendo
mordisco al domador que trataba de hacer que se lanzara contra el santo
diácono. Entonces soltaron a un leopardo y éste de una dentellada destrozó a
Sáturo. Cuando el diácono estaba moribundo, untó con su sangre un anillo y lo
colocó en el dedo de Pudente y este aceptó definitivamente volverse cristiano.
A Perpetua
y Felicidad las envolvieron dentro de una malla y las colocaron en la mitad de
la plaza, y soltaron una vaca bravísima, la cual las corneó sin misericordia.
Perpetua únicamente se preocupaba por irse arreglando los vestidos de manera
que no diera escándalo a nadie por parecer poco cubierta. Y se arreglaba
también los cabellos para no aparecer despeinada como una llorona pagana. La
gente emocionada al ver la valentía de estas dos jóvenes madres, pidió que las
sacaran por la puerta por donde llevaban a los gladiadores victoriosos.
Perpetua, como volviendo de un éxtasis, preguntó: ¿Y dónde está esa tal vaca
que nos iba a cornear?
Pero luego ese
pueblo cruel pidió que las volvieran a traer y que les cortaran la cabeza allí
delante de todos. Al saber esta noticia, las dos jóvenes valientes se abrazaron
emocionadas, y volvieron a la plaza. A Felicidad le cortaron la cabeza de un
machetazo, pero el verdugo que tenía que matar a Perpetua estaba muy nervioso y
equivocó el golpe. Ella dio un grito de dolor, pero extendió bien su cabeza
sobre el cepo y le indicó al verdugo con la mano, el sitio preciso de su cuello
donde debía darle el machetazo. Así esta mujer valerosa hasta el último momento
demostró que si moría mártir era por su propia voluntad y con toda generosidad.
Estas dos
mujeres, la una rica e instruida y la otra humilde y sencilla sirvienta,
jóvenes esposas y madres, que en la flor de la vida prefirieron renunciar a los
goces de un hogar, con tal de permanecer fieles a la religión de Jesucristo,
¿qué nos enseñarán a nosotros? Ellas sacrificaron un medio siglo que les podía
quedar de vida en esta tierra y llevan más de 17 siglos gozando en el Paraíso
eterno. ¿Qué renuncias nos cuesta nuestra religión? ¿En verdad, ser amigos de
Cristo nos cuesta alguna renuncia? Cristo sabe pagar muy bien lo que hacemos y
renunciamos por El.
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