domingo, 27 de marzo de 2022

Párate un momento: El Evangelio del dia 29 - DE MARZO – MARTES – 4ª SEMANA DE CUARESMA – C San Eustasio de Luxeüil

 

 

 

29 - DE MARZO – MARTES –

4ª SEMANA DE CUARESMA – C

San Eustasio de Luxeüil

 

    Lectura de la profecía de Ezequiel (47,1-9.12):

 

EN aquellos días, el ángel me hizo volver a la entrada del templo del Señor.

De debajo del umbral del templo corría agua hacia el este —el templo miraba al este—.

El agua bajaba por el lado derecho del templo, al sur del altar.

Me hizo salir por el pórtico septentrional y me llevó por fuera hasta el pórtico exterior que mira al este. El agua corría por el lado derecho.

El hombre que llevaba el cordel en la mano salió hacia el este, midió quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta los tobillos. Midió otros quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta las rodillas. Midió todavía otros quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta la cintura.

Midió otros quinientos metros: era ya un torrente que no se podía vadear, sino cruzar a nado.

Entonces me dijo:

«¿Has visto, hijo de hombre?»,

Después me condujo por la ribera del torrente. Al volver vi en ambas riberas del torrente una gran arboleda.

Me dijo:

«Estas aguas fluyen hacia la zona oriental, descienden hacia la estepa y desembocan en el mar de la Sal, Cuando hayan entrado en él, sus aguas serán saneadas. Todo ser viviente que se agita, allí donde desemboque la corriente, tendrá vida; y habrá peces en abundancia. Porque apenas estas aguas hayan llegado hasta allí, habrán saneado el mar y habrá vida allí donde llegue el torrente.

En ambas riberas del torrente crecerá toda clase de árboles frutales; no se marchitarán sus hojas ni se acabarán sus frutos; darán nuevos frutos cada mes, porque las aguas del torrente fluyen del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales».

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 45,2-3.5-6.8-9

 

    R/. El Señor del universo está con nosotros,

nuestro alcázar es el Dios de Jacob

 

 Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,

poderoso defensor en el peligro.

Por eso no tememos, aunque tiemble la tierra,

y los montes se desplomen en el mar. R/.

 Un río y sus canales alegran la ciudad de Dios,

el Altísimo consagra su morada.

Teniendo a Dios en medio, no vacila;

Dios la socorre al despuntar la aurora. R/.

 El Señor del universo está con nosotros,

nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Venid a ver las obras del Señor,

las maravillas que hace en la tierra. R/.

 

    Lectura del santo evangelio según san Juan (5,1-16):

 

SE celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.

Hay en Jerusalén, junto a la Puerta de las Ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda. Esta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos.

Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.

Jesús, al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice:

«¿Quieres quedar sano?».

El enfermo le contestó:

«Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado».

Jesús le dice:

«Levántate, toma tu camilla y echa a andar».

Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar.

Aquel día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano:

«Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla».

Él les contestó:

«El que me ha curado es quien me ha dicho: “Toma tu camilla y echa a andar”».

Ellos le preguntaron:

«¿Quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?».

Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, a causa del gentío que había en aquel sitio, se había alejado.

Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice:

«Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor».

Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado.

Por esto los judíos perseguían a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado.

 

Palabra del Señor

 

1.  Lo más notable de este relato es que está redactado de forma que, si prescindimos de los detalles descriptivos que se refieren al sitio y a la fiesta en que esto ocurrió, lo que se destaca es, ante todo, las condiciones en que vivía aquel hombre: enfermo de parálisis, de manera que no podía valerse por sí mismo y, además, completamente solo en la vida, sin poder contar con nadie que le acompañara o le pudiera echar una mano cuando necesitaba ayuda.

Era un indigente total: pobre, solo y desamparado. Y frente a semejante desamparo, Jesús.

Pues bien, Jesús ve al inválido y desamparado total. Y su reacción es inmediata: le devuelve la salud y la vida normal, sin reparar en que aquel día era sábado. Pero, sin duda, que Jesús hizo aquello a sabiendas del lío en que se metía.  Violar la ley en público era un asunto feo y grave. Pero, para Jesús, era importante y urgente remediar el sufrimiento de aquel hombre.

 

2.  La liberación del sufrimiento de una persona, que se ve en tales circunstancias, no necesita justificación alguna. Ni divina ni humana. Eso, si es que se puede resolver, se resuelve y nada más.  Ni menos tampoco. Eso es lo que hizo Jesús en este caso. Y enseguida se quitó de en medio. No por cobardía, como queda patente en lo que el capítulo dice a continuación. Los dirigentes judíos empezaron, desde entonces, a perseguir a Jesús y querían matarlo (Jn 5,16. 18).

 

3.  Es frecuente que las personas "espirituales", la "gente de Iglesia", cuando sospecha que, si hace o dice tal cosa, eso le puede complicar la vida, le puede crear problemas, será sin duda "persona mal vista", sin duda alguna que, en tales casos, lo que los observantes y espirituales suelen ver como "lo más prudente" es callarse, estarse quieto, no dar motivo ni crear malestar alguno en la curia diocesana o en las oficinas de la administración provincial..., etc.

De lo cual se siguen dos consecuencias:

 

1)      Lo que está mal, sigue mal.

 

2)      El que podría remediarlo, sigue siendo visto como una persona "equilibrada", "prudente" y "respetable".

 

Y así está la Iglesia: repleta de "prudentes", que viven al margen de tantos males y desgracias que se podrían remediar.

 

San Eustasio de Luxeüil

 


En el monasterio de Luxeuil, en Burgundia (Francia), san Eustasio, abad, discípulo de san Columbano, que fue padre de casi seiscientos monjes (629).

   Nació Eustasio pasada la segunda mitad del siglo VI, en Borgoña.

Fue discípulo de san Columbano, monje irlandés que pasó a las Galias buscando esconderse en la soledad y que recorrió el Vosga, el Franco-Condado y llegó hasta Italia. Fundó el monasterio de Luxeuil a cuya sombra nacieron los célebres conventos de Remiremont, Jumieges, Saint-Omer, foteines etc.

Eustasio tiene unos deseos grandes de encontrar el lugar adecuado para la oración y la penitencia. Entra en Luxeuil y es uno de sus primeros monjes. Allí lleva una vida a semejanza de los monjes del desierto de oriente.

Columbano se ve forzado a condenar los graves errores de la reina Bruneguilda y de su nieto rey de Borgoña. Con esta actitud, por otra parte inevitable en quien se preocupa por los intereses de la Iglesia, desaparece la calma que hasta el momento disfrutaban los monjes. Eustasio considera oportuno en esa situación autodesterrarse a Austrasia, reino fundado el 511, en el periodo merovingio, a la muerte de Clodoveo y cuyo primer rey fue Tierry, donde reina Teodoberto, el hermano de Tierry. Allí se le reúne el abad Columbano. Predican por el Rhin, río arriba, bordeando el lago Constanza, hasta llegar a tierras suizas.

Columbano envía a Eustasio al monasterio de Luxeuil después de nombrarle abad. Es en este momento -con nuevas responsabilidades- cuando la vida de Eustasio cobra dimensiones de madurez humana y sobrenatural insospechadas. Arrecia en la oración y en la penitencia; trata con caridad exquisita a los monjes, es afable y recto; su ejemplo de hombre de Dios cunde hasta el extremo de reunir en torno a él dentro del monasterio a más de seiscientos varones de cuyos nombres hay constancia en los fastos de la iglesia. Y el influjo espiritual del monasterio salta los muros del recinto monacal; ahora son las tierras de Alemania las que se benefician de él prometiéndose una época altamente evangelizadora.

Pero han pasado cosas en el monasterio de Luxeuil mientras duraba la predicción por Alemania. Un monje llamado Agreste o Agrestino que fue secretario del rey Tierry ha provocado la relajación y la ruina de la disciplina. Orgulloso y lleno de envidia, piensa y dice que él mismo es capaz de realizar idéntica labor apostólica que la que está realizando su abad; por eso abandona el retiro del que estaba aburrido hacía tiempo y donde ya se encontraba tedioso; ha salido dispuesto a evangelizar paganos, pero no consigue los esperados triunfos de conversión. Y es que no depende de las cualidades personales ni del saber humano la conversión de la gente; ha de ser la gracia del Espíritu Santo quien mueva las inteligencias y voluntades de los hombres y esto ordinariamente ha querido ligarlo el Señor a la santidad de quien predica. En este caso, el fruto de su misionar tarda en llegar y con despecho se precipita Agreste en el cisma.

Eustasio quiere recuperarlo, pero se topa con el espíritu terco, inquieto y sedicioso de Agreste que ha empeorado por los fracasos recientes y está dispuesto a aniquilar el monasterio. Aquí interviene Eustasio con un feliz desenlace porque llega a convencer a los obispos reunidos haciéndoles ver que estaban equivocados por la sola y unilateral información que les había llegado de parte de Agreste.

Restablecida la paz monacal, la unidad de dirección y la disciplina, cobra nuevamente el monasterio su perdida prestancia.

Sus grandes méritos se acrecentaron en la última enfermedad, con un mes entero de increíbles sufrimientos, que consumen su cuerpo sexagenario el 29 de marzo del año 625.

 

 

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