30 - DE MARZO – MIERCOLES –
4ª SEMANA DE CUARESMA – C
SAN JUAN CLIMACO
Lectura del libro de Isaías
(49,8-15):
ESTO dice el
Señor:
«En tiempo de gracia te he respondido,
en día propicio te he auxiliado; te he defendido y constituido alianza del pueblo,
para restaurar el país, para repartir heredades desoladas,
para decir a los cautivos: “Salid”,
a los que están en tinieblas: “Venid a la luz”.
Aun por los caminos pastarán,
tendrán praderas en todas las dunas; no pasarán hambre ni sed,
no les hará daño el bochorno ni el sol; porque los conduce el compasivo y
los guía a manantiales de agua.
Convertiré mis montes en caminos, y mis
senderos se nivelarán. Miradlos venir de lejos;
miradlos, del Norte y del Poniente, y los otros de la tierra de Sin. Exulta,
cielo; alégrate, tierra; romped a cantar, montañas, porque el Señor consuela a
su pueblo y se compadece de los desamparados».
Sion decía:
«Me ha abandonado el Señor,
mi dueño me ha olvidado».
¿Puede una madre olvidar al niño que
amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas?
Pues, aunque ella se olvidara, yo no te
olvidaré.
Palabra de
Dios
Salmo: 144,8-9.13cd-14.17-18
R/. El Señor es clemente y
misericordioso
El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas. R/.
El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan. R/.
El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones.
Cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente. R/.
Lectura del santo evangelio según
san Juan (5,17-30):
En aquel
tiempo, Jesús dijo a los judíos:
«Mi Padre sigue actuando, y yo también
actúo».
Por eso los judíos tenían más ganas de
matarlo: porque no solo quebrantaba el sábado, sino también llamaba a Dios
Padre suyo, haciéndose igual a Dios.
Jesús tomó la palabra y les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: el Hijo
no puede hacer nada por su cuenta sino lo que viere hacer al Padre. Lo que hace
este, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra
todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que esta, para vuestro
asombro.
Lo mismo que el Padre resucita a los
muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere.
Porque el Padre no juzga a nadie, sino
que ha confiado al Hijo todo el juicio, para que todos honren al Hijo como
honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió.
En verdad, en verdad os digo:
quien escucha mi palabra y cree al que
me envió posee la vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado ya de
la muerte a la vida.
En verdad, en verdad os digo:
llega la hora, y ya está aquí, en que
los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán.
Porque, igual que el Padre tiene vida en
sí mismo, así ha dado también al Hijo tener vida en sí mismo. Y le ha dado
potestad de juzgar, porque es el Hijo del hombre.
No os sorprenda esto, porque viene la
hora en que los que están en el sepulcro oirán su voz: los que hayan hecho el
bien saldrán a una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, a una
resurrección de juicio.
Yo no puedo hacer nada por mí mismo;
según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino
la voluntad del que me envió».
Palabra del
Señor
1. La curación del paralítico de la piscina, realizada en sábado y, para colmo, diciéndole al hombre curado que se llevase la camilla a su casa precisamente en el día que todo eso estaba prohibido, todo eso junto, indignó a los dirigentes religiosos hasta tal punto, que el IV evangelio no duda en asegurar que aquellos dirigentes de la religión tenían ganas de matarlo. Es verdad que lo que hizo Jesús fue una violación provocativa de la "interpretación oficial" (la Halaká) que se hacía de la Torá (la Ley). Y, además, Jesús actuó así en Jerusalén y en plena fiesta de Pentecostés (R. E. Brown).
Efectivamente, la violación consciente de
la ley en sábado era castigada con la lapidación.
2. Así las cosas, ¿Cómo justificó Jesús lo que acababa de hacer? En el relato mítico de la creación se dice que el día séptimo Dios descansó (Gen 2, 2). Por eso los judíos observantes, hasta hoy, afirman que "el Shabbat... es el día de la liberación, el día que, desde los albores de la vida universal, la libertad triunfa sobre la fatalidad y proclama la absoluta libertad del Creador" (La voz de la Torah, I).
Así las cosas, lo que Jesús les dijo a
los observantes judíos fue que él hacía lo que ve hacer al Padre. Esa fue toda
su argumentación.
3. Esto nos quiere decir lo siguiente: lo que el Padre hace constantemente -también el sábado- es "dar vida". Dios es incesantemente la fuente de la vida, de la plenitud de la vida, lo mejor de la vida.
El Padre es, por tanto, fuente de
felicidad, de bondad, de respeto, de estima, de cariño, de todo lo que más
dichosa hace nuestra vida. Pues si eso es lo que hace siempre el
Padre, eso mismo es lo que siempre hace Jesús.
Esto explica la curación del paralítico.
Y explica en qué consiste el eje y el centro de la vida cristiana: hacer la
vida más humana y más feliz.
SAN JUAN CLIMACO
Abad, año 649
Clímaco
significa: escala para subir al cielo.
El
apellido de este santo proviene de un libro famoso que él escribió y que llegó
a ser inmensamente popular y sumamente leído en la Edad Media. El nombre de tal
libro era "Escalera para subir al cielo". Y eso mismo en griego se
dice "Clímaco".
San
Juan Clímaco nació en Palestina y se formó leyendo los libros de San Gregorio
Nazanceno y de San Basilio. A los 16 años se fue de monje al Monte Sinaí.
Después de cuatro años de preparación fue admitido como religioso. El mismo
narraba después que en sus primeros años hubo dos factores que le ayudaron mucho
a progresar en el camino de la perfección. El primero: no dedicar tiempo a
conversaciones inútiles, y el segundo: haber encontrado un director espiritual
santo y sabio que le ayudó a reconocer los obstáculos y peligros que se oponían
a su santidad. De su director aprendió a no discutir jamás con nadie, y a no
llevarle jamás la contraria a ninguno, si lo que el otro decía no iba contra la
Ley de Dios o la moral cristiana.
Pasó
40 años dedicado a la meditación de la Biblia, a la oración, y a algunos trabajos
manuales. Y llegó a ser uno de los más grandes sabios sobre la Biblia de
Oriente, pero ocultaba su sabiduría y en todo aparecía como un sencillo monje
más, igual a todos los otros. En lo que sí aparecía distinto era en su
desprendimiento total de todo afecto por el comer y el beber. Sus ayunos eran
continuos y los demás decían que pareciera como si el comer y el beber más bien
le produjera disgusto que alegría. Era su penitencia, ayunar, ayunar siempre.
Su
oración más frecuente era el pedir perdón a Dios por los propios pecados y por
los pecados de la demás gente. Los que lo veían rezar afirmaban que sus ojos
parecían dos aljibes de lágrimas. Lloraba frecuentemente al pensar en lo mucho
que todos ofendemos cada día a Nuestro Señor. Y de vez en cuando se entraba a
una cueva a rezar y allí se le oía gritar: ¡Perdón, Señor piedad. No nos
castigues como merecen nuestros pecados. Jesús misericordioso tened compasión
de nosotros los pobres pecadores! Las piedras retumbaban con sus gritos al
pedir perdón por todos.
El
principal don que Dios le concedió fue el ser un gran director espiritual. Al
principio de su vida de monje, varios compañeros lo criticaban diciéndole que
perdía demasiado tiempo dando consejos a los demás. Que eso era hablar más de
la cuenta. Juan creyó que aquello era un caritativo consejo y se impuso la
penitencia de estarse un año sin hablar nada ni dar ningún consejo. Pero al
final de aquel año se reunieron todos los monjes de la comunidad y le pidieron
que por amor a Dios y al prójimo siguiera dando dirección espiritual, porque el
gran regalo que Dios le había concedido era el de saber dirigir muy bien las
almas. Y empezó de nuevo a aconsejar. Las gentes que lo visitaban en el Monte
Sinaí decían de él: "Así como Moisés cuando subió al Monte a orar bajó
luego hacia sus compañeros con el rostro totalmente iluminado, así este santo
monje después de que va a orar a Dios viene a nosotros lleno de iluminaciones
del cielo para dirigirnos hacia la santidad".
El
superior del convento le pidió que pusiera por escrito los remedios que él daba
a la gente para obtener la santidad. Y fue entonces cuando escribió el famoso
libro del cual le vino luego su apellido: "Clímaco", o Escalera para
subir al cielo. Se compone de 30 capítulos, que enseñan los treinta grados para
ir subiendo en santidad hasta llegar a la perfección. El primer peldaño o la
primera escalera es cumplir aquello que dijo Jesús: "Quien desea ser mi
discípulo tiene que negarse a sí mismo". El primer escalón es llevarse la
contraria a sí mismo, mortificarse en algo cada día. El segundo es tratar de
recobrar la blancura del alma pidiendo muchas veces perdón a Dios por pecados
cometidos, el tercero es el plan o propósito de enmendarse y cambiar de vida. Los
últimos tres, los peldaños superiores, son practicar la Fe, la Esperanza y la
Caridad. Todo el libro está ilustrado con muchas frases hermosas y con
agradables ejemplos que lo hacen muy agradable.
A San
Juan Clímaco le concedió Dios otro gran regalo y fue el de lograr llevar la paz
a muchísimas almas angustiadas y llenas de preocupaciones. Llegaban personas
desesperadas a causa de terribles tentaciones y él les decía: "Oremos
porque los malos espíritus se alejan con la oración". Y después de dedicarse
a rezar por varios minutos en su compañía aquella persona sentía una paz y una
tranquilidad que antes no había experimentado nunca. El santo decía a la gente:
"Así como los israelitas quizás no habrían logrado atravesar el desierto
si no hubieran sido guiados por Moisés, así muchas almas no logran llegar a la
santidad si no tienen un director espiritual que los guíe". Y él fue ese
guía providencial para millares de personas por 40 años.
Un
joven que era dirigido espiritualmente por San Juan Clímaco, estaba durmiendo
junto a una gran roca, a muchos kilómetros del santo, cuando oyó que este lo
llamaba y le decía: "Aléjese de ahí". El otro despertó y salió
corriendo, y en ese momento se desplomó la roca, de tal manera que lo habría
aplastado si se hubiera quedado allí.
En
un año en el que por muchos meses no caía una gota de agua y las cosechas se
perdían y los animales se morían de sed, las gentes fueron a donde nuestro
santo a rogarle que le pidiera a Dios para que enviara las lluvias. El subió al
Monte Sinaí a orar y Dios respondió enviando abundantes lluvias.
Era
tal la fama que tenían las oraciones de San Juan Clímaco, que el mismo Papa San
Gregorio le escribió pidiéndole que lo encomendara en sus oraciones y le envió
colchones y camas para que pudiera hospedar a los peregrinos que iban a pedirle
dirección espiritual.
Cuando ya tenía más de 70 años, los monjes lo eligieron Abad o Superior del monasterio del Monte Sinaí y ejerció su cargo con satisfacción y provecho espiritual de todos. Cuando sintió que la muerte se acercaba renunció al cargo de superior y se dedicó por completo a preparar su viaje a la eternidad. Y al cumplir los 80 años murió santamente en su monasterio del Monte Sinaí. Jorge, su discípulo predilecto, le pidió llorando: "Padre, lléveme en su compañía al cielo". El oró y le dijo: "Tu petición ha sido aceptada". Y poco después murió Jorge también.
San
Juan Clímaco, pídele a Dios que nos envíe muchos escritores católicos que
escriban libros que lleven a la santidad, y que nos envíe muchos santos y sabios
directores espirituales como tú, que nos lleven hacia la perfección cristiana.
Amen.
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