2 - DE ABRIL – SÁBADO –
4ª SEMANA DE CUARESMA – C
San Francisco de Paula
Lectura del libro de Jeremías
(11,18-20):
EL Señor me instruyó, y comprendí, me explicó todas sus intrigas. Yo, como manso cordero, era llevado al matadero; desconocía los planes que estaban urdiendo contra mí:
«Talemos el árbol en su lozanía,
arranquémoslo de la tierra de los vivos, que jamás se pronuncie su nombre».
Señor del universo, que juzgas
rectamente, que examinas las entrañas y el corazón, deja que yo pueda ver cómo
te vengas de ellos, pues a ti he confiado mi causa.
Palabra de Dios
Salmo: 7,2-3.9bc-10.11-12
R/. Señor, Dios. mío, a ti me acojo
Señor, Dios
mío, a ti me acojo,
líbrame de mis perseguidores y sálvame;
que no me atrapen como leones
y me desgarren sin remedio. R/.
Júzgame,
Señor, según mi justicia,
según la inocencia que hay en mí.
Cese la maldad de los culpables,
y apoya tú al inocente,
tú que sondeas el corazón y las entrañas,
tú, el Dios justo. R/.
Mi escudo es
Dios,
que salva a los rectos de corazón.
Dios es un juez justo,
Dios amenaza cada día. R/.
Lectura del santo evangelio según
san Juan (7,40-53):
EN aquel
tiempo, algunos de entre la gente, que habían oído los discursos de Jesús,
decían:
«Este es de verdad el profeta».
Otros decían:
«Este es el Mesías».
Pero otros decían:
«¿Es que de Galilea va a venir el
Mesías? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David, y de
Belén, el pueblo de David?».
Y así surgió entre la gente una
discordia por su causa.
Algunos querían prenderlo, pero nadie le
puso la mano encima.
Los guardias del templo acudieron a los
sumos sacerdotes y fariseos, y estos les dijeron:
«¿Por qué no lo habéis traído?».
Los guardias respondieron:
«Jamás ha hablado nadie como ese
hombre».
Los fariseos les replicaron:
«También vosotros os habéis dejado
embaucar? ¿Hay algún jefe o fariseo que haya creído en él? Esa gente que no
entiende de la ley son unos malditos».
Nicodemo, el que había ido en otro
tiempo a visitarlo y que era fariseo, les dijo:
«¿Acaso nuestra ley permite juzgar a
nadie sin escucharlo primero y averiguar lo que ha hecho?».
Ellos le replicaron:
«¿También tú eres galileo?
Estudia y verás que de Galilea no salen
profetas».
Y se volvieron cada uno a su casa.
Palabra del Señor
1. El contraste, que
presenta este relato, da que pensar: a Jesús lo comprendía y lo seguía el
"óchlos" (Jn 7, 49), la plebe ignorante, los "nadies", los
ignorantes, los muertos de hambre, "el pelotón de los torpes", (H.
Bietenhard).
Estas pobres gentes encontraban en Jesús
la solución de sus vidas. Sin embargo, los sacerdotes, los maestros de la Ley,
los sabios teólogos del Templo, no solo no entendían a Jesús, sino que lo
despreciaban y ni lo soportaban.
2. En contraste con lo
dicho, no creían en Jesús ni los "jefes", ni los
"fariseos". Es decir, ni los "poderosos", ni los
"observantes" aceptaban a Jesús. Y buscaban las razones más
pintorescas para justificar su rechazo. Por ejemplo, que el Mesías no podía ser
galileo; o que tendría que haber nacido en Belén. Razones que no tienen peso
teológico alguno. La religión se resiste al Evangelio y lo rechaza
con la "verdad falseada", tan frecuente en los ambientes de gente tan
cercana a la religión como alejada del dolor del pueblo.
3. Resulta patente la conclusión, que es tan clara como la luz: son los últimos de este mundo los que sintonizan con Jesús. Sin duda alguna, la Iglesia naciente -lo mismo en los evangelios sinópticos que en el evangelio de Juan- expresa la preferencia de Jesús, de Dios, por los que están abajo en la sociedad y en la historia. Al igual que la sintonía de los últimos con el Evangelio de Jesús.
No se trata de una cuestión social. Es
un problema más profundo, que se resume en esta pregunta:
- ¿con quién sintonizamos en nuestra
vida?
- ¿Con los que fracasan o con los que
triunfan?
Aquí nos jugamos el "ser" o el
"no-ser" de nuestra realidad de seguidores de Jesús.
San Francisco de Paula
Nacido en Paula
(Calabria) en el año 1416, fundó una congregación de vida eremítica que después
se transformó en la Orden de los Mínimos, y que fue aprobada por la Santa Sede
en 1506. Murió en Tours (Francia) en el año 1507.
En pleno Renacimiento,
cuando Europa se viste con ropaje pagano, un italiano hace que sople en el
mundo occidental una refrescante brisa de espiritualidad.
Sus padres fueron
Santiago de Alessio y Viena. Ansiaban tener un hijo que no acababa de llegar
después de quince años de matrimonio. Por fin, convencidos de que debían el
favor a san Francisco de Asís, les nació el vástago en un caserío de Paola,
perteneciente al reino de Nápoles; lógicamente le pusieron el nombre de su
santo protector.
Una enfermedad estuvo a
punto de costarle la vista; nuevamente acudieron al de Asís y con trece años
vemos a Francisco de Paula cumpliendo la promesa como oblato en el convento de
San Marco Argentano.
Peregrinó por los
lugares franciscanos de la Umbría. Luego se le ve como eremita en las cercanías
de Paola, llevando una vida solitaria, dedicado a la oración y a la penitencia;
duerme en el suelo y toma una piedra para apoyar la cabeza, bebe el agua del
arroyo, y se alimenta de hierbas, de raíces y poco más. Así vivió cinco años,
hasta que comenzó a poblarse el monte de compañeros tan pobres e incultos como
él, que hicieron sus cabañas con ramas secas y construyeron una pequeña
capilla; fue el comienzo de los ermitaños de san Francisco, quien, intentando
su renovación individual, comenzó a dictar normas y consejos, principio de una
nueva «regla». Otras comunidades nuevas de Paterno y Spezzano hicieron que se
extendiera la fama del ermitaño de Paola.
Le llamaron desde
Sicilia. Provisto de cayado y bordón emprendió su viaje a pie camino del mar.
Allí tuvo dificultad para pasar a la isla por no tener dinero y no querer
pasarle gratis el barquero. El peregrino tomó el manto como nave y un pico le
hizo de vela para transportarse a la otra orilla; no pertenece el hecho a la
leyenda; tuvo lugar ante testigos y a plena luz. Y quizá por ello es nombrado
patrón de los navegantes.
El carisma de los
«Mínimos» –que así quiso se llamaran humildemente sus hermanos– fue atender a
las necesidades de la gente abandonada a su suerte por los gobernantes,
empobrecida por las guerras y diezmada por la peste. Y lo supieron hacer con
austeridad heroica, abundando en la oración, siendo contemplativos y empleando
el buen humor.
Francisco de Paula fue
un gran taumaturgo, cualidad que el pueblo se encargó de aumentar a su gusto y
que ha pasado a las biografías con hechos que luego la ciencia histórica se
encarga de estudiar para recortar los agigantados, suprimir los fantásticos y
reconocer su incapacidad de explicar los verdaderos.
El de Paola nunca fue
sacerdote. Sí defensor de los pobres y de los oprimidos. Habló claro, tajante,
de modo intransigente y recio con los de arriba, aunque fueran reyes, como pasó
en la corte napolitana. El caso fue que Fernando I el Bastardo quiso taparle la
boca y frenar sus críticas públicas, invitándolo a palacio; allí habló
Francisco al modo de los antiguos profetas, adoptando el lenguaje de los
símbolos: tomó de una bandeja una moneda de oro, la desmenuzó entre sus dedos
como si fuera de mal barro, y brotaron unas gotas de sangre que mancharon el
manto real; entonces hizo saber con palabras al rey que con sus injusticias se
enriquecían tanto él como su palacio.
No poca fue su fama.
Hasta de la corte francesa requirieron su presencia para que devolviera la
salud al fresco rey Luis XI; mediaron el rey de Nápoles y el mismo papa Sixto
IV para que hiciera el favor de desplazarse; después de calmar una tempestad en
el golfo de Lyon con un milagro, se encaminó hacia Tours; no le devolvió al
soberano la salud perdida, pero sí le ayudó a poner orden en su conciencia y en
el Estado de aquel rey insolente, y eso era mayor milagro que el pedido.
Fue consejero de Carlos
VIII y Luis XII en momentos decisivos para la historia de Francia y de Italia y
este contacto con la familia real le dio oportunidad de dirigir y consolar a la
hija no querida de Luis XI y esposa despreciada de Luis XII, santa Juana de
Valois.
Incluso en España
intervino en la vida política y militar; mandó recado por dos frailes mínimos
al rey Fernando V, que luchaba contra el Islam en las puertas de Málaga, al
tiempo que él movilizaba a los fieles para que rezaran a favor de las armas
cristianas; también cedió al aragonés Bernardo Boyl, uno de sus frailes, para
que prestara atención espiritual en la primera expedición de Colón.
Murió el 2 de abril de
1507 y lo canonizó León X en 1519.
No hay comentarios:
Publicar un comentario