12 - DE ABRIL –
MARTES SANTO – C
SAN JULIO –
I
Lectura del libro de Isaías
(49,1-6):
Escuchadme,
islas; atended, pueblos lejanos: El Señor me llamó desde el vientre materno, de
las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada
afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó
en su aljaba y me dijo:
- «Tú eres mi siervo, Israel, por medio de ti me
glorificaré».
Y yo pensaba:
«En vano me he cansado, en viento y en
nada he gastado mis fuerzas». En realidad, el Señor defendía mi causa, mi
recompensa la custodiaba Dios. Y ahora dice el Señor, el que me formó desde el
vientre como siervo suyo, para que le devolviese a Jacob, para que le reuniera
a Israel; he sido glorificado a los ojos de Dios. Y mi Dios era mi fuerza:
- «Es poco que seas mi siervo para
restablecer las tribus de Jacob y traer de vuelta a los supervivientes de
Israel. Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el
confín de la tierra».
Palabra de Dios
Salmo: 70,1-2.3-4a.5-6ab.15.17
R/. Mi boca contará tu salvación, Señor
A ti,
Señor, me acojo:
no quede yo derrotado para siempre;
tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo,
inclina a mí tu oído, y sálvame. R.
Sé tú mi roca
de refugio,
el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú.
Dios mío, líbrame de la mano perversa. R.
Porque tú,
Señor, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías. R.
Mi boca
contará tu justicia,
y todo el día tu salvación.
Dios mío, me instruiste desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus maravillas. R.
Lectura del santo evangelio según
san Juan (13,21-33.36-38):
En aquel
tiempo, estando Jesús a la mesa con sus discípulos, se turbó en su espíritu y
dio testimonio diciendo:
- «En verdad, en verdad os digo: uno de
vosotros me va a entregar».
Los discípulos se miraron unos a otros
perplejos, por no saber de quién lo decía.
Uno de ellos, el que Jesús amaba, estaba
reclinado a la mesa en el seno de Jesús. Simón Pedro le hizo señas para que
averiguase por quién lo decía.
Entonces él, apoyándose en el pecho de
Jesús, le preguntó:
- «Señor, ¿quién es?».
Le contestó Jesús:
- «Aquel a quien yo le dé este trozo de
pan untado».
Y, untando el pan, se lo dio a Judas,
hijo de Simón el Iscariote.
Detrás del pan, entró en él Satanás.
Entonces Jesús le dijo:
- «Lo que vas a hacer, hazlo pronto».
Ninguno de los comensales entendió a qué
se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le
encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas,
después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche.
Cuando salió, dijo Jesús:
- «Ahora es glorificado el Hijo del
hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios
lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de
estar con vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los judíos os lo digo
ahora a vosotros:
"Donde yo voy, vosotros no podéis
ir"»
Simón Pedro le dijo:
- «Señor, ¿a dónde vas?».
Jesús le respondió:
- «Adonde yo voy no me puedes seguir
ahora, me seguirás más tarde».
Pedro replicó:
- «Señor, ¿por qué no puedo seguirte
ahora? Daré mi vida por ti».
Jesús le contestó:
- «¿Con que darás tu vida por mí? En
verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes de que me hayas negado
tres veces».
Palabra del Señor
1. Jesús dijo lo que se relata, en este evangelio, en la última cena. O sea, en la cena de despedida. Y además de despedida definitiva.
Jesús dijo que ya nunca más cenaría con
sus discípulos en este mundo (Mt 26, 29 par).
Era un momento dramático en
extremo. Pues bien, fue en aquel momento precisamente cuando Jesús
reveló a quienes estaban allí, cenando con él, hechos estremecedores.
Dos de aquellos hombres, sus compañeros
más íntimos, que estaban a la misma mesa, allí con él, le iban a traicionar.
Uno (Judas), vendiéndole por ganarse
unas monedas. El otro (Pedro), por cobardía, cuando tendría que dar la cara por
defender a Jesús. Es decir, Jesús sabía que estaba cenando con dos traidores:
un egoísta y un cobarde.
2. En cualquier caso, no es
fácil saber con seguridad por qué se produjo aquella traición. Y el abandono
final de todos (Mc 14, 50). Lo más probable es que aquellos dos hombres
actuaron con tremendas dudas y oscuridades interiores. Judas terminó
suicidándose (Mt 27, 3-10; Hech 1, 18-19) y Pedro lloró amargamente aquella
misma noche (Mt 26, 75 par).
Lo que no es seguro es que Judas
(por el apodo de "Iscariote") perteneciera a los "sicarios"
o revolucionarios violentos, como defendió Oscar Cullmann.
Tampoco es seguro que el que llevaba un
machete (con el que le cortó la oreja a un tal Malco), por eso se justifique su
afiliación a la violencia revolucionaria de los galileos.
Sea lo que fuere de todo esto, lo que parece más probable es que Judas y Pedro, cuando se convencieron de que Jesús se entregaba sin oponer resistencia, eso era seguramente el indicador más probable de que no era el Mesías que ellos esperaban y querían.
- ¿Qué nos indica esto?
3. Aquella noche y en aquella
cena, se enfrentaron dos proyectos radicalmente opuestos. Si el
Mesías era el Salvador, Judas y Pedro probablemente pensaban que la
"salvación" tenía que venir mediante la resistencia, la lucha, el
enfrentamiento.
En definitiva, una salvación conquistada
por la eficacia de la violencia. Jesús, por el contrario, pensaba que la
"salvación" de este mundo solo puede venir mediante la bondad, la
tolerancia, el aguante, el amor y la paz.
Aquí, por tanto, nos encontramos con el
proyecto de los violentos, frente al proyecto de Jesús en el Evangelio.
El proyecto de los
"poderosos", que salvan dominando, frente al proyecto de los
"esclavos", que salvan sirviendo.
Es justamente lo que Jesús les había
dicho a los Zebedeos cuando pretendieron los primeros puestos (Mt 20, 25-28; Mc
10, 42-46 a; Lc 22, 25-26).
Es el problema que sigue sin resolver en
la Iglesia: un bloque importante del clero, que apetece el poder, frente al
papa Francisco, que se solidariza con los últimos de este mundo y su manera de
ser y vivir.
SAN JULIO – I
XXXV Papa
Martirologio
Romano: En Roma, en el cementerio de Calepodio,
en el tercer miliario de la vía Aurelia, sepultura del papa san Julio I, quien,
frente a los ataques de los arrianos, custodió valientemente la fe del Concilio
de Nicea, defendió a san Atanasio, perseguido y exiliado, y reunió el Concilio
de Sárdica. († 352)
Fecha de
canonización: Información no disponible, la
antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la
acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que
tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado
antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su
culto fue aprobado por el Obispo de Roma: el Papa.
Breve Biografía
Se conocen pocos datos de su vida anterior a la elección para Sumo Pontífice
el 6 de febrero del 337, muerto el papa Marcos y después de ocho meses de sede
vacante. El Liber Pontificalis nos dice que era romano y que su padre se
llamaba Rústico.
La primera de las actuaciones que deberá realizar -que le seguirá luego por
toda su vida- está directamente relacionada con la lucha contra el arrianismo.
Había sido condenada la herejía en el Concilio universal de Nicea, en el 325;
pero una definición dogmática no liquida de modo automático un problema, cuando
las personas implicadas están vivas, se aferran a sus esquemas y están preñadas
de otros intereses menos confesables.
A la muerte del emperador Constantino, por decreto, pueden regresar a
sus respectivas diócesis los obispos que estaban en el destierro. Es el caso de
Atanasio que vuelve a su legítima sede de Alejandría con el gozo de los
eclesiásticos y del pueblo. Pero los arrianos habían elegido para obispo de esa
sede a Pisto y comienzan las intrigas y el conflicto. El Papa Julio recibe la
información de las dos partes y decide el fin del pleito a favor de Atanasio.
Eusebio de Nicomedia, Patriarca proarriano con sede en Constantinopla, envía
una embajada a Roma solicitando del papa la convocatoria de un sínodo. Por su
parte, Atanasio -recuperadas ya sus facultades de gobierno- ha reunido un
importante sínodo y manda al papa las actas que condenan decididamente el
arrianismo y una más explícita profesión de fe católica.
Julio I, informado por ambas partes, convoca el sínodo pedido por los
arrianos. Pero estos no envían representantes y siguen cometiendo tropelías.
Muere Eusebio y le sucede Acacio en la línea del arrianismo. Otro sínodo
arriano vuelve a deponer a Atanasio y nombra a Gregorio de Capadocia para Alejandría.
El papa recoge en Roma a los nuevamente perseguidos y depuestos obispos con
Atanasio a la cabeza. Como los representantes arrianos siguen sin comparecer,
Julio I envía pacientemente a los presbíteros Elpidio y Filoxeno con un
resultado nulo en la gestión porque los arrianos siguen rechazando la cita que
pidieron.
En el año 341 se lleva a cabo la convocatoria del sínodo al que no quieren
asistir los arrianos por más que fueron ellos los que lo solicitaron; ahora son
considerados por el papa como rebeldes. En esta reunión de obispos se declara
solemnemente la inocencia de Atanasio; el papa manda una encíclica a los
obispos de Oriente comunicando el resultado y añade paternalmente algunas
amonestaciones, al tiempo que mantiene con claridad la primacía y autoridad de
la Sede Romana.
Los arrianos se muestran rebeldes y revueltos; en el mismo año 341 reúnen
otro sínodo en Antioquía que reitera la condenar a Atanasio y en el que se
manifiestan antinicenos.
Estando así las cosas, el papa Julio I decide convocar un concilio más
universal. En este momento se da la posibilidad de contar con la ayuda de
Constancio y Constante -hijos de Constantino y ahora emperadores- que se
muestran propicios a apoyar las decisiones del encuentro de obispos arrianos y
católicos. El lugar designado es Sárdica; el año, el 343; el presidente, el español
-consejero del emperador- Osio, obispo de Córdoba. El papa envía también por su
parte legados que le representen.
Pero se complican las cosas. Los obispos orientales arrianos llegan antes y
comienzan por su cuenta renovando la exclusión de Atanasio y demás obispos
orientales católicos. Luego, cuando llegan los legados que dan legitimidad al
congreso, se niegan a tomar parte en ninguna deliberación, apartándose del
Concilio de Sárdica, reuniendo otro sínodo en Philipópolis, haciendo allí otra
nueva profesión de fe y renovando la condenación de Atanasio. El bloque
compacto de obispos occidentales sigue reunido con Osio y los legados.
Celebran el verdadero Concilio que declara la inocencia de Atanasio, lo
repone en su cargo, hace profesión de fe católica y excomulga a los intrusos
rebeldes arrianos. Como conclusión, se ha mantenido la firmeza de la fe de
Nicea, reforzándose así la ortodoxia católica.
Aún pudo Julio I recibir una vez más en Roma al tan perseguido campeón de la
fe y ortodoxia católica que fue Atanasio, cuando va a agradecer al primero de
todos los obispos del orbe su apoyo en la verdad, antes de volver a Alejandría.
Julio I escribirá otra carta más a los obispos orientales y de Egipto.
En los 15 años de papado, sobresale su gobierno leal no exento de muchas
preocupaciones y desvelos por defender la verdad católica. La lealtad a la fe y
la búsqueda de la justicia en el esclarecimiento de los hechos fueron sus ejes
en toda la controversia posnicena contra el arrianismo. Su paciente gobierno
contribuyó a la clarificación de la ortodoxia fortaleciendo la primacía y
autoridad de la Sede Romana.
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