sábado, 16 de abril de 2022

Párate un momento: El Evangelio del dia 18 - DE ABRIL – LUNES DE PASCUA – C San Apolonio

 


18 - DE ABRIL –

LUNES DE PASCUA – C

San Apolonio 

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (2,14.22-33):

 

EL día de Pentecostés, Pedro, poniéndose en pie junto con los Once, levantó su voz y con toda solemnidad declaró:

«Judíos y vecinos todos de Jerusalén, enteraos bien y escuchad atentamente mis palabras.

Israelitas, escuchad estas palabras: a Jesús el Nazareno, varón acreditado por Dios ante vosotros con milagros, prodigios y signos que Dios realizó por medio de él, como vosotros sabéis, a este, entregado conforme el plan que Dios tenía establecido y provisto, lo matasteis, clavándolo a una cruz por manos de hombres inicuos. Pero Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte, por cuanto no era posible que esta lo retuviera bajo su dominio, pues David dice, refiriéndose a el:

“Veía siempre al Señor delante de mí, pues está a mi derecha para que no vacile.

Por eso se me alegró el corazón, exultó mi lengua, y hasta mi carne descansará esperanzada.

Porque no me abandonarás en el lugar de los muertos, ni dejarás que tu Santo experimente corrupción.

Me has enseñado senderos de vida, me saciarás de gozo con tu rostro”.

Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: el patriarca David murió y lo enterraron, y su sepulcro está entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como era profeta y sabía que Dios “le había jurado con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo, previéndolo, habló de la resurrección del Mesías cuando dijo que “no lo abandonará en el lugar de los muertos” y que “su carne no experimentará corrupción”.

A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Exaltado, pues, por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, lo he derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo».

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 15,1b-2a y 5.7-8 9-10.11

 

    R/. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti

 

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.

Yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios».

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,

mi suerte está en tu mano. R/.

 

Bendeciré al Señor que me aconseja,

hasta de noche me instruye internamente.

Tengo siempre presente al Señor,

con él a mi derecha no vacilaré. R/.

 

Por eso se me alegra el corazón,

se gozan mis entrañas,

y mi carne descansa esperanzada.

Porque no me abandonarás en la región de los muertos

ni dejarás a tu fiel ver la corrupción. R/.

 

Me enseñarás el sendero de la vida,

me saciarás de gozo en tu presencia,

de alegría perpetua a tu derecha. R/.

 

 

    Secuencia    (Opcional)

 

Ofrezcan los cristianos

ofrendas de alabanza

a gloria de la Víctima

propicia de la Pascua.

 

Cordero sin pecado

que a las ovejas salva,

a Dios y a los culpables

unió con nueva alianza.

 

Lucharon vida y muerte

en singular batalla,

y, muerto el que es la Vida,

triunfante se levanta.

 

«¿Qué has visto de camino,

María, en la mañana?»

«A mi Señor glorioso,

la tumba abandonada,

 

Los ángeles testigos,

sudarios y mortaja.

¡Resucitó de veras

mi amor y mi esperanza!

 

Venid a Galilea,

allí el Señor aguarda;

allí veréis los suyos

la gloria de la Pascua.»

 

Primicia de los muertos,

sabemos por tu gracia

que estás resucitado;

la muerte en ti no manda.

 

Rey vencedor, apiádate

de la miseria humana

y da a tus fieles parte

en tu victoria santa.

 

    Lectura del santo evangelio según san Mateo (28,8-15):

 

EN aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos.

De pronto, Jesús salió al encuentro y les dijo:

«Alegraos».

Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él.

Jesús les dijo:

«No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».

Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles:

«Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernados, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros».

Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy.

 

Palabra del Señor

 

1. La contraposición y hasta la incompatibilidad entre "lo divino" y "lo humano", que enseñaba el "gnosticismo" antiguo, sigue presente en la mentalidad de muchos cristianos. Sin embargo, la resurrección no representa solamente, para Jesús, la "plenitud de la divinidad". Juntamente con eso -e inseparablemente de ello- representa y constituye igualmente la "plenitud de la humanidad". Por eso, en los capítulos finales de los evangelios, donde se habla del Resucitado, en esos capítulos precisamente es donde se descubre al Jesús más profundamente humano. Es sorprendente. Pero así es.

 

2. En efecto, el Jesús resucitado, porque es el "más divino" de los evangelios, por eso es también el "más humano" que aparece en todo el Evangelio.  Porque, en la más original y profunda tradición cristiana, el Trascendente se ha fundido con lo inmanente de forma que "lo más divino" (utilizando nuestra limitada y tosca forma de expresar estas realidades que nos rebasan por completo) se muestra, se conoce, se palpa, precisamente en "lo más humano". Por eso, ni más ni menos, el Resucitado es el más humano y entrañable de nuestra anhelada humanidad.

 

3. Esto es lo que explica que a quien primero se aparece el Resucitado es precisamente al colectivo más marginado de aquella cultura, las mujeres (Mc 16, 1-8; Mt 28, 1-8; Lc 24, 1-12; Jn 20, 1-10).

Y esto es también lo que explica las comidas de Jesús resucitado con los discípulos (Mc 16, 14; Lc 24, 30. 41-42; Jn 21, 10-14; Hech 10, 41).

Como la alegría que contagia en todas sus apariciones, en las que Jesús no se queja ni de la traición de Judas, ni del abandono cobarde de los demás apóstoles, ni de las negaciones de Pedro. Todo lo contrario, Jesús le demanda su cariño preferente y hasta le encarga que apaciente su rebaño (Jn 21, 15-19).

El Resucitado nos enseña, entre otras cosas, una que es fundamental: no somos más divinos porque no somos más humanos.

 

San Apolonio

 


 

Martirologio Romano: En Roma, conmemoración de san Apolonio, filósofo y mártir, que, en tiempo del emperador Cómodo, ante el prefecto Perenio y el Senado defendió con aguda palabra la causa de la fe cristiana, que confirmó con el testimonio de su sangre al ser condenado a la pena capital (185).

 

Etimológicamente: Apolonio = Aquel que brilla, es de origen griego.

Apolonio, senador romano, era conocido entre los cristianos de la Urbe por su elevada condición social y profunda cultura. Denunciado probablemente por un esclavo suyo, el juez invitó a Apolonio a sincerarse frente al senado.

El presentó -escribe Eusebio de Cesarea- una elocuentísima defensa de la propia fe, pero igualmente fue condenado a muerte.

El procónsul Perenio, en atención a la nobleza y fama de Apolonio deseaba sinceramente salvarlo, pero se vio obligado a pronunciar la condena por el decreto del emperador Cómodo (alrededor del año 185).

Reproducimos aquí algunos pasajes del proceso, en que el mártir afirma su amor por la vida, recuerda las normas morales de los cristianos recibidas del Señor Jesús, y proclama la esperanza en una vida futura.

Apolonio: Los decretos de los hombres no pueden suprimir el decreto de Dios; más creyentes ustedes maten, y más se multiplicará su número por obra de Dios. Nosotros no encontramos duro el morir por el verdadero Dios, porque por medio de él somos lo que somos; por no morir de una mala muerte, lo soportamos todo con constancia; ya vivos, ya muertos, somos del Señor.

Perenio: ¡Con estas ideas, Apolonio, tú sientes gusto en morir!

Apolonio: Yo experimento gusto en la vida, pero es por amor a la vida que no temo en absoluto la muerte; indudablemente, no hay cosa más preciosa que la vida, pero que la vida eterna, que es inmortalidad del alma que ha vivido bien en esta vida terrenal. El Logos (= Palabra) de Dios, nuestro Salvador Jesucristo "nos enseñó a frenar la ira, a moderar el deseo, a mortificar la concupiscencia, a superar los dolores, a estar abiertos y sociables, a incrementar la amistad, a destruir la vanagloria, a no tratar de vengarnos contra aquellos que nos hacen mal, a despreciar la muerte por la ley de Dios, a no devolver ofensa por ofensa, sino a soportarla, a creer en la ley que él nos ha dado, a honrar al soberano, a venerar solamente a Dios inmortal, a creer en el alma inmortal, en el juicio que vendrá después de la muerte, a esperar en el premio de los sacrificios hechos por virtud, que el Señor concederá a quienes hayan vivido santamente.

Cuando el juez pronunció la sentencia de muerte, Apolonio dijo: "Doy gracias a mi Dios, procónsul Perenio, juntamente con todos aquellos que reconocen como Dios al omnipotente y unigénito Hijo suyo Jesucristo y al Espíritu santo, también por esta sentencia tuya que para mí es fuente de salvación".

Apolonio murió decapitado en Roma el domingo 21 de abril. Eusebio comenta así la muerte de Apolonio: "El mártir, muy amado por Dios, fue un santísimo luchador de Cristo, que fue al encuentro del martirio con alma pura y corazón fervoroso. Siguiendo su fúlgido ejemplo, vivifiquemos nuestra alma con la fe".

Sabemos también por el mismo Eusebio que el acusador de Apolonio - como también más tarde el del futuro papa Calixto- fue condenado a tener las piernas quebradas. En efecto, según una disposición imperial, que Tertuliano (Ad Scap. IV, 3) atribuye a Marco Aurelio, los acusadores de los cristianos debían ser condenados a muerte. Las Actas del martirio de Apolonio, descubiertos en el siglo pasado, existen hoy en versión original armenia y griega y en varias traducciones modernas (de las "Actas de los antiguos mártires", incorporadas en Eusebio,"Historia Eclesiástica", V, 21).

 

 

   

 

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