18 - DE
ABRIL –
LUNES
DE PASCUA – C
San Apolonio
Lectura del libro de los Hechos de los
apóstoles (2,14.22-33):
EL día de
Pentecostés, Pedro, poniéndose en pie junto con los Once, levantó su voz y con
toda solemnidad declaró:
«Judíos y vecinos todos de Jerusalén,
enteraos bien y escuchad atentamente mis palabras.
Israelitas, escuchad estas palabras: a Jesús
el Nazareno, varón acreditado por Dios ante vosotros con milagros, prodigios y
signos que Dios realizó por medio de él, como vosotros sabéis, a este,
entregado conforme el plan que Dios tenía establecido y provisto, lo matasteis,
clavándolo a una cruz por manos de hombres inicuos. Pero Dios lo resucitó,
librándolo de los dolores de la muerte, por cuanto no era posible que esta lo
retuviera bajo su dominio, pues David dice, refiriéndose a el:
“Veía siempre al Señor delante de mí, pues
está a mi derecha para que no vacile.
Por eso se me alegró el corazón, exultó mi
lengua, y hasta mi carne descansará esperanzada.
Porque no me abandonarás en el lugar de los
muertos, ni dejarás que tu Santo experimente corrupción.
Me has enseñado senderos de vida, me
saciarás de gozo con tu rostro”.
Hermanos, permitidme hablaros con franqueza:
el patriarca David murió y lo enterraron, y su sepulcro está entre nosotros
hasta el día de hoy. Pero como era profeta y sabía que Dios “le había jurado
con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo, previéndolo, habló de
la resurrección del Mesías cuando dijo que “no lo abandonará en el lugar de los
muertos” y que “su carne no experimentará corrupción”.
A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual
todos nosotros somos testigos. Exaltado, pues, por la diestra de Dios y
habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, lo he derramado.
Esto es lo que estáis viendo y oyendo».
Palabra de
Dios
Salmo: 15,1b-2a y 5.7-8 9-10.11
R/. Protégeme, Dios mío, que me
refugio en ti
Protégeme, Dios mío,
que me refugio en ti.
Yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios».
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en tu mano. R/.
Bendeciré al Señor
que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R/.
Por eso se me
alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa esperanzada.
Porque no me abandonarás en la región de los muertos
ni dejarás a tu fiel ver la corrupción. R/.
Me enseñarás el
sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R/.
Secuencia (Opcional)
Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.
Lucharon vida y
muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.
«¿Qué has visto de
camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,
Los ángeles
testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.»
Primicia de los
muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.
Rey vencedor,
apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.
Lectura del santo evangelio según
san Mateo (28,8-15):
EN aquel tiempo,
las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de
alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos.
De pronto, Jesús salió al encuentro y les
dijo:
«Alegraos».
Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y
se postraron ante él.
Jesús les dijo:
«No temáis: id a comunicar a mis hermanos
que vayan a Galilea; allí me verán».
Mientras las mujeres iban de camino, algunos
de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo
ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a
los soldados una fuerte suma, encargándoles:
«Decid que sus discípulos fueron de noche y
robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del
gobernados, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros».
Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a
las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta
hoy.
Palabra del
Señor
1. La contraposición y hasta la incompatibilidad entre "lo divino" y "lo humano", que enseñaba el "gnosticismo" antiguo, sigue presente en la mentalidad de muchos cristianos. Sin embargo, la resurrección no representa solamente, para Jesús, la "plenitud de la divinidad". Juntamente con eso -e inseparablemente de ello- representa y constituye igualmente la "plenitud de la humanidad". Por eso, en los capítulos finales de los evangelios, donde se habla del Resucitado, en esos capítulos precisamente es donde se descubre al Jesús más profundamente humano. Es sorprendente. Pero así es.
2. En efecto, el Jesús resucitado,
porque es el "más divino" de los evangelios, por eso es también el
"más humano" que aparece en todo el Evangelio. Porque, en
la más original y profunda tradición cristiana, el Trascendente se ha fundido
con lo inmanente de forma que "lo más divino" (utilizando nuestra
limitada y tosca forma de expresar estas realidades que nos rebasan por
completo) se muestra, se conoce, se palpa, precisamente en "lo más humano".
Por eso, ni más ni menos, el Resucitado es el más humano y entrañable de
nuestra anhelada humanidad.
3. Esto es lo que explica que a quien primero se aparece el Resucitado es precisamente al colectivo más marginado de aquella cultura, las mujeres (Mc 16, 1-8; Mt 28, 1-8; Lc 24, 1-12; Jn 20, 1-10).
Y esto es también lo que explica las comidas de Jesús resucitado con los discípulos (Mc 16, 14; Lc 24, 30. 41-42; Jn 21, 10-14; Hech 10, 41).
Como la alegría que contagia en todas
sus apariciones, en las que Jesús no se queja ni de la traición de Judas, ni
del abandono cobarde de los demás apóstoles, ni de las negaciones de Pedro.
Todo lo contrario, Jesús le demanda su cariño preferente y hasta le encarga que
apaciente su rebaño (Jn 21, 15-19).
El Resucitado nos enseña, entre otras
cosas, una que es fundamental: no somos más divinos porque no somos más
humanos.
San Apolonio
Martirologio
Romano: En Roma, conmemoración de san Apolonio, filósofo y mártir, que, en tiempo
del emperador Cómodo, ante el prefecto Perenio y el Senado defendió con aguda
palabra la causa de la fe cristiana, que confirmó con el testimonio de su
sangre al ser condenado a la pena capital (185).
Etimológicamente: Apolonio = Aquel que
brilla, es de origen griego.
Apolonio, senador
romano, era conocido entre los cristianos de la Urbe por su elevada condición
social y profunda cultura. Denunciado probablemente por un esclavo suyo, el
juez invitó a Apolonio a sincerarse frente al senado.
El presentó -escribe
Eusebio de Cesarea- una elocuentísima defensa de la propia fe, pero igualmente
fue condenado a muerte.
El procónsul Perenio,
en atención a la nobleza y fama de Apolonio deseaba sinceramente salvarlo, pero
se vio obligado a pronunciar la condena por el decreto del emperador Cómodo
(alrededor del año 185).
Reproducimos aquí
algunos pasajes del proceso, en que el mártir afirma su amor por la vida,
recuerda las normas morales de los cristianos recibidas del Señor Jesús, y
proclama la esperanza en una vida futura.
Apolonio: Los decretos de
los hombres no pueden suprimir el decreto de Dios; más creyentes ustedes maten,
y más se multiplicará su número por obra de Dios. Nosotros no encontramos duro
el morir por el verdadero Dios, porque por medio de él somos lo que somos; por
no morir de una mala muerte, lo soportamos todo con constancia; ya vivos, ya
muertos, somos del Señor.
Perenio: ¡Con estas ideas,
Apolonio, tú sientes gusto en morir!
Apolonio: Yo experimento
gusto en la vida, pero es por amor a la vida que no temo en absoluto la muerte;
indudablemente, no hay cosa más preciosa que la vida, pero que la vida eterna,
que es inmortalidad del alma que ha vivido bien en esta vida terrenal. El Logos
(= Palabra) de Dios, nuestro Salvador Jesucristo "nos enseñó a frenar la
ira, a moderar el deseo, a mortificar la concupiscencia, a superar los dolores,
a estar abiertos y sociables, a incrementar la amistad, a destruir la
vanagloria, a no tratar de vengarnos contra aquellos que nos hacen mal, a
despreciar la muerte por la ley de Dios, a no devolver ofensa por ofensa, sino
a soportarla, a creer en la ley que él nos ha dado, a honrar al soberano, a
venerar solamente a Dios inmortal, a creer en el alma inmortal, en el juicio
que vendrá después de la muerte, a esperar en el premio de los sacrificios
hechos por virtud, que el Señor concederá a quienes hayan vivido santamente.
Cuando el juez
pronunció la sentencia de muerte, Apolonio dijo: "Doy gracias a mi Dios,
procónsul Perenio, juntamente con todos aquellos que reconocen como Dios al
omnipotente y unigénito Hijo suyo Jesucristo y al Espíritu santo, también por
esta sentencia tuya que para mí es fuente de salvación".
Apolonio murió
decapitado en Roma el domingo 21 de abril. Eusebio comenta así la muerte de
Apolonio: "El mártir, muy amado por Dios, fue un santísimo luchador de
Cristo, que fue al encuentro del martirio con alma pura y corazón fervoroso.
Siguiendo su fúlgido ejemplo, vivifiquemos nuestra alma con la fe".
Sabemos también por el
mismo Eusebio que el acusador de Apolonio - como también más tarde el del
futuro papa Calixto- fue condenado a tener las piernas quebradas. En efecto,
según una disposición imperial, que Tertuliano (Ad Scap. IV, 3) atribuye a
Marco Aurelio, los acusadores de los cristianos debían ser condenados a muerte.
Las Actas del martirio de Apolonio, descubiertos en el siglo pasado, existen
hoy en versión original armenia y griega y en varias traducciones modernas (de
las "Actas de los antiguos mártires", incorporadas en
Eusebio,"Historia Eclesiástica", V, 21).
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