4 - DE ABRIL – LUNES –
5ª SEMANA DE CUARESMA – C
SAN PLATON, ABAD
Lectura del libro de Daniel
(13,1-9.15-17.19-30.33-62):
En aquellos
días, vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín, casado con Susana, hija de
Jelcías, mujer muy bella y temerosa del Señor.
Sus padres eran justos y habían educado
a su hija según la ley de Moisés. Joaquín era muy rico y tenía un jardín junto a
su casa; y como era el más respetado de todos, los judíos solían reunirse allí.
Aquel año fueron designados jueces dos
ancianos del pueblo, de esos que el Señor denuncia diciendo:
«En Babilonia la maldad ha brotado de
los viejos jueces, que pasan por guías del pueblo».
Solían ir a casa de Joaquín, y los que
tenían pleitos que resolver acudían a ellos.
A mediodía, cuando la gente se marchaba,
Susana salía a pasear por el jardín de su marido. Los dos ancianos la veían a
diario, cuando salía a pasear, y sintieron deseos de ella.
Pervirtieron sus pensamientos y
desviaron los ojos para no mirar al cielo, ni acordarse de sus justas leyes.
Sucedió que, mientras aguardaban ellos
el día conveniente, salió ella como los tres días anteriores sola con dos
criadas, y tuvo ganas de bañarse en el jardín, porque hacía mucho calor. No
había allí nadie, excepto los dos ancianos escondidos y acechándola.
Susana dijo a las criadas:
«Traedme el perfume y las cremas y
cerrad la puerta del jardín mientras me baño».
Apenas salieron las criadas, se
levantaron los dos ancianos, corrieron hacia ella y le dijeron:
«Las puertas del jardín están cerradas,
nadie nos ve, y nosotros sentimos deseos de ti; así que consiente y acuéstate
con nosotros. Si no, daremos testimonio contra ti diciendo que un joven estaba
contigo y que por eso habías despachado a las criadas».
Susana lanzó un gemido y dijo:
«No tengo salida: si hago eso, mereceré
la muerte; si no lo hago, no escaparé de vuestras manos. Pero prefiero no
hacerlo y caer en vuestras manos antes que pecar delante del Señor».
Susana se puso a gritar, y los dos
ancianos, por su parte, se pusieron también a gritar contra ella. Uno de ellos
fue corriendo y abrió la puerta del jardín.
Al oír los gritos en el jardín, la
servidumbre vino corriendo por la puerta lateral a ver qué le había pasado.
Cuando los ancianos contaron su historia, los criados quedaron abochornados,
porque Susana nunca había dado que hablar.
Al día siguiente, cuando la gente vino a
casa de Joaquín, su marido, vinieron también los dos ancianos con el propósito
criminal de hacer morir a Susana.
En presencia del pueblo ordenaron:
«Id a buscar a Susana, hija de Jelcías,
mujer de Joaquín».
Fueron a buscarla, y vino ella con sus
padres, hijos y parientes.
Toda su familia y cuantos la veían lloraban.
Entonces los dos ancianos se levantaron
en medio de la asamblea y pusieron las manos sobre la cabeza de Susana.
Ella, llorando, levantó la vista al
cielo, porque su corazón confiaba en el Señor.
Los ancianos declararon:
«Mientras paseábamos nosotros solos por
el jardín, salió esta con dos criadas, cerró la puerta del jardín y despidió a
las criadas. Entonces se le acercó un joven que estaba escondido y se acostó
con ella.
Nosotros estábamos en un rincón del
jardín y, al ver aquella maldad, corrimos hacia ellos. Los vimos abrazados,
pero no pudimos sujetar al joven, porque era más fuerte que nosotros, y,
abriendo la puerta, salió corriendo.
En cambio, a esta le echamos mano y le
preguntamos quién era el joven, pero no quiso decírnoslo. Damos testimonio de
ello».
Como eran ancianos del pueblo y jueces,
la asamblea los creyó y la condenó a muerte.
Susana dijo gritando:
«Dios eterno, que ves lo escondido, que
lo sabes todo antes de que suceda, tú sabes que han dado falso testimonio
contra mí, y ahora tengo que morir, siendo inocente de lo que su maldad ha
inventado contra mí».
Y el Señor escuchó su voz.
Mientras la llevaban para ejecutarla,
Dios suscitó el espíritu santo en un muchacho llamado Daniel; y este dio una
gran voz:
«Yo soy inocente de la sangre de esta».
Toda la gente se volvió a mirarlo, y le
preguntaron:
«Qué es lo que estás diciendo?».
Él, plantado en medio de ellos, les
contestó:
«Pero ¿estáis locos, hijos de Israel?
¿Conque, sin discutir la causa ni conocer la verdad condenáis a una hija de
Israel? Volved al tribunal, porque esos han dado falso testimonio contra ella».
La gente volvió a toda prisa, y los
ancianos le dijeron:
«Ven, siéntate con nosotros e
infórmanos, porque Dios mismo te ha dado la ancianidad».
Daniel les dijo:
«Separadlos lejos uno del otro, que los
voy a interrogar».
Cuando estuvieron separados el uno del
otro, él llamó a uno de ellos y le dijo:
«¡Envejecido en días y en crímenes!
Ahora vuelven tus pecados pasados, cuando dabas sentencias injustas condenando
inocentes y absolviendo culpables, contra el mandato del Señor: “No matarás al
inocente ni al justo”. Ahora, puesto que tú la viste, dime debajo de qué árbol
los viste abrazados».
Él contestó:
«Debajo de una acacia».
Respondió Daniel:
«Tu calumnia se vuelve contra ti. Un
ángel de Dios ha recibido ya la sentencia divina y te va a partir por medio».
Lo apartó, mandó traer al otro y le
dijo:
«Hijo de Canaán, y no de Judá! La
belleza te sedujo y la pasión pervirtió tu corazón. Lo mismo hacíais con las
mujeres israelitas, y ellas por miedo se acostaban con vosotros; pero una mujer
judía no ha tolerado vuestra maldad. Ahora dime: ¿bajo qué árbol los
sorprendiste abrazados?».
Él contestó:
«Debajo de una encina».
Replicó Daniel:
«Tu calumnia también se vuelve contra
ti. el ángel de Dios aguarda con la espada para dividirte por medio. Y así
acabará con vosotros».
Entonces toda la asamblea se puso a
gritar bendiciendo a Dios, que salva a los que esperan en él.
Se alzaron contra los dos ancianos, a
quienes Daniel había dejado convictos de falso testimonio por su propia
confesión, e hicieron con ellos lo mismo que ellos habían tramado contra el
prójimo. Les aplicaron la ley de Moisés y los ajusticiaron.
Aquel día se salvó una vida inocente.
Palabra de
Dios
Salmo: 22,1-3a.3b-4.5.6
R/. Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo.
El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. R/.
Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. R/.
Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mí copa rebosa. R/.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. R/.
(EVANGELIO (opcional para el año
C) Jn 8, 12-20)
Lectura del santo Evangelio según
san Juan 8, 12-20
En aquel
tiempo, Jesús habló a los fariseos, diciendo:
«Yo soy la luz del mundo; el que me
sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida».
Le dijeron los fariseos:
«Tú das testimonio de ti mismo; tu
testimonio no es verdadero».
Jesús les contestó:
«Aunque yo doy testimonio de mí mismo,
mi testimonio es verdadero, porque sé de dónde he venido y adónde voy; en
cambio, vosotros no sabéis de dónde vengo ni adónde voy. Vosotros juzgáis según
la carne; yo no juzgo a nadie; y, si juzgo yo, mi juicio es legítimo, porque no
estoy yo solo, sino yo y e! que me ha enviado, el Padre; y en vuestra ley está
escrito que el testimonio de dos hombres es verdadero. Yo doy testimonio de mí
mismo, y además da testimonio de mí el que me ha enviado, el Padre».
Ellos le preguntaban:
«Dónde está tu Padre?».
Jesús contestó:
«Ni me conocéis a mí ni a mi Padre; si
me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre».
Jesús tuvo esta conversación junto al arca de las ofrendas, cuando enseñaba
en el templo. Y nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora.
Palabra del
Señor.
1. La enseñanza central de este evangelio está en la afirmación que Jesús hace de sí mismo: Yo soy la luz del mundo (Jn 8, 12).
Jesús no dice que él es "una"
luz en el mundo, sino que él es "la" luz que ilumina a la humanidad
entera. Jesús, que es el Logos, la Palabra, la Sabiduría, en la que Dios ha
dicho a este mundo todo lo que le tenía que decir, para cualquier situación,
cualquier crisis, sea cual sea la dificultad en que nos veamos, el Padre Dios
nos dice: Pon los ojos solo en él, porque en él te lo tengo dicho todo y
revelado, y hallarás en él aún más de lo que buscas y deseas (Juan de la Cruz,
Subida al Monte C., 2, 22).
2. En este mundo, de tan profundas y densas oscuridades, andamos con frecuencia entre densas tinieblas. Sin saber ni a dónde vamos, ni a qué vamos.
Esto nos ocurre como individuos. Y como sociedad. Ahora, por ejemplo,
cuando a todos nos seducen tanto las tecnologías, los sorprendentes inventos y
adelantos, que cada día nos anuncian, quedamos alucinados, embelesados,
seducidos. Baste pensar en lo que, en pocos años, han representado
los adelantos en la informática. Ya no podemos vivir sin ella. Para la información,
para las comunicaciones, para nuestros conocimientos. Y ya, hasta se habla del "hombre-máquina", del que nadie sabe si es posible o en qué
consistirá.
Es terrible decirlo: andamos en
tinieblas, en la más profunda oscuridad.
3. Así las cosas, la luz, que
puede iluminar nuestras vidas, sigue siendo (y lo será siempre) el
"proyecto de vida" que nos marca el Evangelio. Ese proyecto de vida
es la luz que necesitamos, para ver dónde estamos y a dónde nos puede llevar el
camino que llevamos. Hoy ese camino lo marca la tecnología, determinada y
guiada por los intereses del capitalismo.
Es el camino de la desigualdad creciente
y galopante, que condena sin otro remedio al más del 80 % de la humanidad a
vivir unos pocos años en la desesperación y la miseria, sin otra esperanza que
la muerte temprana y criminal. Jesús no es esa luz.
El Evangelio nos urge a salir con
urgencia de semejante oscuridad criminal.
- ¿Qué hago yo en este orden fundamental
de cosas?
Los
padres del santo murieron en Constantinopla cuando éste tenía trece años. Uno
de sus tíos, que era tesorero imperial, se encargó de su educación y le formó
para que fuese su colaborador; pero a los veinticuatro años de edad, Platón
abandonó el mundo y abrazó la vida religiosa. Vendió sus posesiones, dividió el
producto entre su hermana y los pobres e ingresó en el monasterio Simboleon del
Monte Olimpo, en Bitinia. Después de dar muestras de perfecta virtud en el
desempeño de los oficios más humildes y en la paciencia con que sobrellevó las
reprensiones por faltas que no había cometido, sus superiores le dedicaron a
copiar libros y extractos de las obras de los Santos Padres.
A la
muerte del abad Teoctisto, en 770, fue elegido para sucederle, a pesar de que
no tenía más que treinta y seis años. Era una época de tribulación y peligro
para los monjes ortodoxos; sin embargo, el monasterio de san Platón se salvó de
la persecución del emperador iconoclasta, Constantino Coprónimo, gracias a lo
escondido de su posición. En 775, san Platón visitó Constantinopla, donde fue
recibido con grandes honores; se le ofreció el gobierno de otro monasterio y el
de la sede de Nicomedia, pero el santo no aceptó y ni siquiera quiso ser
ordenado sacerdote. Sin embargo, más tarde abandonó el monasterio de Simboleon
para ir a gobernar el de Sakkudión, que habían fundado cerca de Constantinopla
los hijos de su hermana Teoctista. Después de desempeñar ese cargo durante doce
años, lo cedió a su sobrino san Teodoro el Estudita.
Esto
aconteció por la época en que el emperador Constantino Porfirogénito se
divorció de su esposa María para casarse con Teódota. San Platón y san Teodoro
encabezaron el movimiento monástico que excomulgó prácticamente al monarca. A
resultas de ello, San Platón fue encarcelado y desterrado. Cuando recobró la
libertad, los monjes de Sakkudión habían tenido que ir a refugiarse en el
monasterio de Studios, huyendo de los sarracenos. Allá fue a reunirse con ellos
san Platón, quien se puso bajo las órdenes de su sobrino Teodoro. Vivía en una
celda alejada de las demás y pasaba el tiempo en la oración y el trabajo
manual; pero siguió oponiéndose a los excesos del emperador y tuvo que sufrir
mucho por ello. Aunque era ya muy anciano y estaba enfermo, el emperador
Nicéforo le desterró a las islas del Bósforo. Durante cuatro años soportó con
ejemplar paciencia que le trasladasen constantemente de una isla a otra.
Finalmente, en 811, el emperador Miguel I le puso en libertad. San Platón fue
recibido en Constantinopla con muestras de gran respeto. El resto de su vida lo
pasó postrado en cama. Fue a visitarle a su retiro el patriarca san Nicéforo, a
cuya elección se había opuesto antes, para encomendarse a sus oraciones. San
Platón murió el 4 de abril del año 814; San Teodoro pronunció su oración
fúnebre.
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