19 - DE
ABRIL –
MARTES
DE PASCUA – C
San León, IX
Lectura del libro de los Hechos de
los apóstoles (2,36-41):
EL día de
Pentecostés, decía Pedro a los judíos:
«Con toda seguridad conozca toda la casa
de Israel que, al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha
constituido Señor y Mesías».
Al oír esto, se les traspasó el corazón,
y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles:
«¿Qué tenemos que hacer, hermanos?».
Pedro les contestó:
«Convertíos y sea bautizado cada uno de
vosotros en el nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de vuestros pecados, y
recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale para vosotros y
para vuestros hijos, y para los que están lejos, para cuantos llamare así el
Señor Dios nuestro».
Con estas y otras muchas razones dio
testimonio y los exhortaba diciendo:
«Salvaos de esta generación perversa».
Los que aceptaron sus palabras se
bautizaron, y aquel día fueron agregadas unas tres mil personas.
Palabra de
Dios
Salmo: 32,4-5.18-19.20.22
R/. La misericordia del Señor llena la
tierra
La palabra del
Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. R/.
Los ojos del
Señor están puestos en quien lo teme,
en los que esteran su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R/.
Nosotros
aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti. R/.
Secuencia (Opcional)
Ofrezcan los
cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.
Lucharon vida y
muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.
«¿Qué has visto de
camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,
Los ángeles
testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.»
Primicia de los
muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.
Rey vencedor,
apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.
Lectura del santo evangelio según
san Juan (20,11-18):
EN aquel
tiempo, estaba María fuera, junto al sepulcro, llorando. Mientras lloraba, se
asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la
cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús.
Ellos le preguntan:
«Mujer, ¿por qué lloras?».
Ella contesta:
«Porque se han llevado a mi Señor y no
sé dónde lo han puesto».
Dicho esto, se vuelve y ve a Jesús, de
pie, pero no sabía que era Jesús.
Jesús le dice:
«Mujer, ¿por qué lloras?».
Ella, tomándolo por el hortelano, le
contesta:
«Señor, si tú te lo has llevado, dime
dónde lo has puesto y yo lo recogeré».
Jesús le dice:
«¡María!».
Ella se vuelve y le dice.
«¡Rabbuní!», que significa: «¡Maestro!».
Jesús le dice:
«No me retengas, que todavía no he
subido al Padre. Pero, ande, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y
Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”».
María la Magdalena fue y anunció a los
discípulos:
«He visto al Señor y ha dicho esto».
Palabra del
Señor
1. Lo que más llama la atención, en este relato, es la profunda bondad y la delicada humanidad de Jesús. Es lo que más destaca esta aparición de Jesús a María Magdalena. El relato, en efecto, destaca (aún más que otros) la singular y hasta desconcertante bondad de Jesús. Una bondad y una humanidad que se palpan más de cerca en el Resucitado.
Jesús tuvo siempre una especial delicadeza con las mujeres, el colectivo de personas a las que trató con especial esmero y respeto. Concretamente, con esta mujer de la que el evangelio de Lucas afirma que habían salido siete demonios (Lc 8, 2). Cosa que, en el vocabulario de la antigua aritmología representa la plenitud de todos los males. Y, sin embargo, Jesús la estimó tanto y tanta bondad derrochó con ella.
2. Más en concreto, el relato
da a entender que entre Jesús y esta mujer hubo una delicada relación de
respeto, de confianza, de atención y de transparencia. No hay datos que hagan
pensar que entre Jesús y la Magdalena hubo otro tipo de relación.
En definitiva, lo que Jesús y ella
cultivaron fue una fe tan honda como ejemplar. Era la amistad limpia que más
nos humaniza.
3. Pero, como ya se ha dicho,
aquí aparece de nuevo "lo divino" y "lo humano" fundidos en
una unidad que nunca acabamos de creer y aceptar.
Jesús habla de "mi Padre" y
"vuestro Padre", de "mi Dios" y "vuestro Dios".
No se trata de que haya dos "Padres" o dos "Dioses". Ni
tampoco se trata de que haya dos tipos de relación con el Padre y con Dios. No.
Se trata de que el mismo Padre y Dios es tan de Jesús como nuestro. Jesús nos
ha fundido en una misma relación, que es suya y nuestra, con el Padre y con
Dios. Esto, seguramente, es el fruto más hondo de la Resurrección, la de Jesús
y la nuestra.
San León, IX
Hay un epitafio en su sepulcro que reza así:
Roma vencedora
está dolorida
al quedar viuda
de León IX,
segura de que,
entre muchos,
no tendrá un
padre como él.
Así quiso mostrarle su agradecimiento la Ciudad Eterna; quiso introducirlo
para siempre en la entraña de la familia.
Los condes de Alsacia tuvieron un hijo en el año 1002 y, como se hace
siempre, le pusieron un nombre: Bruno. Estudia en la escuela episcopal
–probablemente, el único modo de estudiar algo en su época– de Toul. La familia
atribuye a san Benito la curación de una enfermedad grave que sufrió. Como son
gente bien relacionada, no les fue difícil obtener para Bruno del pariente
emperador alemán, Conrado II, un importante y alto cargo eclesiástico, porque
entonces las cosas –mejor o peor– se hacían así. Por esta época, sobresale en
su bondad y comienzan a llamarle «el buen Bruno».
El año 1026 –jovencito hoy, pero no poco frecuente en su momento– ya es
obispo de Toul, desde que muere el anterior obispo, Hermann. Aceptó por ser
Toul una iglesia pobre. Y desde ese hecho, se manifiesta en él un celo
infatigable. Su empeño es llevar a cabo la reforma en la Iglesia que ya
comenzaron los cluniacenses. Para ello, convoca sínodos, mantiene buenas
relaciones con los obispos vecinos, fomenta los estudios eclesiásticos, cuida
esmeradamente el trato con las Órdenes religiosas y prima las iniciativas
reformistas de Cluny.
No es de extrañar que fuera elegido para Sumo Pontífice. Eran tiempos malos,
muy malos, en los que la Iglesia se presentaba ante el mundo como un desastre;
por eso se necesitaba tanto una reforma. Era el año 1048; se había puesto fin
al terrible cisma, pero ni el papa Clemente VIII (1046-1047) ni su sucesor
Dámaso II (1047-1048) tuvieron tiempo de iniciarla. Papa electo, con el visto
bueno de Enrique III en la Dieta de Worms, toma el nombre de León IX y comienza
su mandato con el punto de mira fijo en la reforma.
Supo rodearse de los promotores más significativos: Hugo de Cluny –alma del
movimiento cluniacense–, Halinard –arzobispo de Lyon– y san Pedro Damiano.
También la Curia romana nota la tendencia reformista cuando hace llamar a
Hildebrando para nombrarlo Archidiácono y hacerlo Secretario pontificio.
En el 1049 despliega una actividad incesante por amor a Dios y a su Iglesia.
Lo primero es un solemne sínodo cuaresmal en Roma y la petición de secundar la
iniciativa con otros sínodos en las demás provincias. También ese año lo conoce
como papa peregrino por Italia, Alemania y Francia. Ha de llevar a la Iglesia
el convencimiento de que es el papa quien gobierna en ella. No lo tuvo fácil en
el concilio de Reims por las continuas dificultades que ponía Enrique I, rey de
Francia; pero estaba decidido a luchar por suprimir los abusos fundamentales
existentes, aplicando remedios eficaces contra la simonía, la usurpación por
los laicos de los cargos eclesiásticos y el disfrute de los bienes de la
Iglesia por los nobles a los que debían favores los emperadores y reyes; era
urgente corregir de modo definitivo el concubinato de los eclesiásticos y poner
punto final al desprecio de las sagradas leyes del matrimonio. Luego, en el
otro concilio del mismo año, en Maguncia, se renovaron las proclamaciones de
Reims. Fue el principio de todo un resurgimiento de lo espiritual y
disciplinar.
Pero en la vida de los hombres hay luces y hay sombras.
No supo o no pudo ser tan afortunado en asuntos temporales; quizá sea que el
papa está hecho para otra cosa. Con los normandos lo pasó mal; perdió la guerra
de junio del año 1053 y llegó a ser su prisionero; tuvo que cederles
territorios para lograr la libertad que disfrutó poco tiempo por sobrevenirle
la muerte en el mes de abril del 1054.
Tampoco con las Iglesias Orientales hubo acierto. Durante su pontificado se
maduró y culminó la separación definitiva de estas Iglesias de la Iglesia de
Roma; el Patriarca Miguel Cerulario se dejó abandonado a la ambición de verse
convertido en Cabeza de la Iglesia Griega y consumó la separación tres meses
después de la muerte de León IX, tornando infelices las conversaciones con los
legados enviados por Roma.
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