20 - DE
ABRIL
– MIERCOLES
DE PASCUA – C
SANTA INES
de Montepulciano,
virgen
Lectura del libro de los Hechos de
los apóstoles (3,1-10):
EN aquellos días,
Pedro y Juan subían al tempo, a la oración de la hora nona, cuando vieron traer
a cuestas a un lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los días en la
puerta del templo llamada «Hermosa, para que pidiera limosna a los que
entraban. Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna.
Pedro, con Juan a su lado, se quedó mirándolo y le dijo:
«Míranos».
Clavó los ojos en ellos, esperando que le
dieran algo.
Pero Pedro le dijo:
«No tengo plata ni oro, pero te doy lo que
tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda».
Y agarrándolo de la mano derecha lo
incorporó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, se puso en
pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie, dando
brincos y alabando a Dios. Todo el pueblo lo vio andando y alabando a Dios, y,
al caer en la cuenta de que era el mismo que pedía limosna sentado en la puerta
Hermosa del templo, quedaron estupefactos y desconcertados ante lo que le había
sucedido.
Palabra de
Dios
Salmo: 104,1-2.3-4.6-7.8-9
R/. Que se alegren los que buscan al
Señor
Dad gracias al
Señor, invocad su nombre,
dad a conocer sus hazañas todos los pueblos.
Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas. R/.
Gloriaos de su
nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor.
Recurrid al Señor y a su poder,
buscad continuamente su rostro. R/.
¡Estirpe de
Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
él gobierna toda la tierra. R/.
Se acuerda de su
alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac. R/.
Secuencia (Opcional)
Ofrezcan los
cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.
Lucharon vida y
muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.
«¿Qué has visto de
camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,
Los ángeles
testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.»
Primicia de los
muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.
Rey vencedor,
apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.
Lectura del santo evangelio según san
Lucas (24,13-35):
AQUEL mismo día,
el primero de la semana, dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una
aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos setenta estadios; iban
conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y
discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus
ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
«¿Qué conversación es esa que traéis
mientras vais de camino?».
Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y
uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:
«¿Eres tú el único forastero en Jerusalén
que no sabe lo que ha pasado estos días?».
Él les dijo:
«¿Qué»?
Ellos le contestaron:
«Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta
poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo
entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a
muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel,
pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es
verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo
ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron
diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está
vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como
habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».
Entonces él les dijo:
«¡Qué necios y torpes sois para creer lo que
dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara
así en su gloria».
Y, comenzado por Moisés y siguiendo por
todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él
simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo:
«Quédate con nosotros, porque atardece y el
día va de caída».
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan,
pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron
los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista.
Y se dijeron el uno al otro:
«¿No ardía nuestro corazón mientras nos
hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Y, levantándose en aquel momento, se
volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus
compañeros, que estaban diciendo:
«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha
aparecido a Simón».
Y ellos contaron lo que les había pasado por
el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Palabra del
Señor
1. Los estudiosos del evangelio de Lucas están de acuerdo en que este relato está redactado con una estructura concéntrica. Y si esto se tiene en cuenta ayuda a comprender lo que nos quiere decir.
La conclusión (Lc 24, 33-35) sirve de contrapartida a la introducción (Lc 24, 13-14). Al comienzo, los dos discípulos están solos; al final, se encuentran con Jesús y finalmente con la comunidad entusiasmada por la resurrección (F. Bovon). Tanto al comienzo, como al final, reflexionan sobre su situación. Y el hecho es que lo que comienza con decepción, desengaño y fuga, termina en el gozo de la cena compartida con Jesús, el eterno viviente. Y la satisfacción de la comunidad reunida y plena de felicidad.
Jesús transforma en vida lo que era
dispersión, abandono, tristeza, oscuridad.
La humanización de Dios se realiza en cada uno de nosotros.
2. Ocurre tantas veces que,
precisamente cuando nos sentimos más decepcionados y sin aliento para seguir
adelante, exactamente entonces es cuando llevamos a Jesús junto a nosotros,
andando el mismo camino nuestro, compartiendo nuestros problemas, soledades,
desalientos, desengaños insoportables. Y así es cuándo y cómo Jesús mismo nos
abre los ojos y el conocimiento, para hacernos comprender el sentido y el
alcance de las Escrituras santas. De forma que, cuando eso ocurre, el corazón
nos arde. Y le vemos sentido a lo que, hasta entonces carecía de cualquier
posible significado.
El Resucitado está con nosotros cuando
menos lo imaginamos, cuando ni podemos sospecharlo.
3. Al final, los ojos de
aquellos desconcertados se abrieron. Y reconocieron a Jesús mismo presente con
ellos y en ellos. Sin embargo, cuántos signos y palabras fueron necesarios para
llegar a reconocer "lo divino" en "lo humano".
La misa se le ha hecho a mucha gente algo insignificante, pesado, una ceremonia que no entienden ni les interesa. La "Cena del Señor" tendría que seguir siendo lo que empezó siendo, "una cena". De manera que nos traslademos del "altar" a la "mesa", del "orden eclesial" al "mundo social del banquete" (D. E. Smith).
No se trata de prescindir de la eucaristía. Se trata de recuperar su significado original. Cuando Jesús dijo: Haced esto en memoria mía, lo que Jesús les decía a sus discípulos es que repitieran el gesto de la mesa compartida, el "simposio" de la vida y la alegría vivida con los demás. Cuando eso sea el centro, lo demás (el significado de la presencia de Jesús y del rito eucarístico) irá adquiriendo las formas y símbolos que hoy podemos entender, ofrecer y vivir con los humanos, sean quienes sean.
Nació alrededor del año 1270. Hija de la
toscana familia Segni, propietarios acomodados de Graciano, cerca de Orvieto.
Cuanto solo tiene nueve años, consigue el
permiso familiar para vestir el escapulario de «saco» de las monjas de un
convento de Montepulciano que recibían este nombre precisamente por el pobre
estilo de su ropa.
Seis años más tarde funda un monasterio con Margarita, su maestra de
convento, en Proceno, a más de cien kilómetros de Montepulciano. Mucha madurez
debió de ver en ella el obispo del lugar cuando, con poco más de quince años,
la nombra abadesa. Dieciséis años desempeñó el cargo y en el transcurso de ese
tiempo hizo dos visitas a Roma; una fue por motivos de caridad, muy breve; la
otra tuvo como fin poner los medios ante la Santa Sede para evitar que el
monasterio que acababa de fundar fuera un día presa de ambiciones y
usurpaciones ilegítimas. Se ve que en ese tiempo podía pasar cualquier cosa no
solo en los bienes eclesiásticos que detentaban los varones, sino también con
los que administraban las mujeres.
Apreciando los vecinos de Montepulciano el bien espiritual que reportaba el
monasterio de Proceno puertas afuera, ruegan, suplican y empujan a Inés para
que funde otro en su ciudad pensando en la transformación espiritual de la
juventud. Descubierta la voluntad de Dios en la oración, decide fundar. Será en
el monte que está sembrado de casas de lenocinio, «un lugar de pecadoras», y se
levantará gracias a la ayuda económica de los familiares, amigos y convecinos.
Ha tenido una visión en la que tres barcos con sus patronos están dispuestos a
recibirla a bordo; Agustín, Domingo y Francisco la invitan a subir, pero es
Domingo quien decide la cuestión: «Subirá a mi nave, pues así lo ha dispuesto
Dios». Su fundación seguirá el espíritu y las huellas de santo Domingo y tendrá
a los dominicos como ayuda espiritual para ella y sus monjas.
Con maltrecha salud, sus monjas intentan
procurarle remedio con los baños termales cercanos; pero fallece en el año
1317.
Raimundo de Capua, el mayor difusor de la
vida y obras de santa Inés, escribe en Legenda no solo datos biográficos, sino
un chorro de hechos sobrenaturales acaecidos en vida de la santa y, según él,
confirmados ante notario, firmados por testigos oculares fidedignos y
testimoniados por las monjas vivas a las que tenía acceso por razones de su
ministerio. Piensa que, relatando prolijamente los hechos sobrenaturales
–éxtasis, visiones y milagros–, contribuye a resaltar su santa vida con el aval
inconfundible del milagro. Por ello habló del maná que solía cubrir el manto de
Inés al salir de la oración, el que cubrió en interior de la catedral cuando
hizo su profesión religiosa, o la luz radiante que aún después de medio siglo
de la muerte le ha deslumbrado en Montepulciano; no menos asombro causaba oírle
exponer cómo nacían rosas donde Inés se arrodillaba y el momento glorioso en
que la Virgen puso en sus brazos al niño Jesús (antes de devolverlo a su Madre,
tuvo Inés el acierto de quitarle la cruz que llevaba al cuello y guardarla
después como el más preciado tesoro). Cariño, poesía y encanto.
Santa Catalina de Siena, nacida unos años
después y dominica como ella, será la santa que, profundamente impresionada por
sus virtudes, hablará de lo de dentro de su alma. Llegó a afirmar que, aparte
de la acción del Espíritu Santo, fueron la vida y virtudes ejemplares vividas
heroicamente por santa Inés las que le empujaron a su entrega personal y a amar
al Señor. Resalta en carta escrita a las monjas hijas de Inés de Montepulciano
–una santa que habla de otra santa– la humildad, el amor a la Cruz y la
fidelidad al cumplimiento de la voluntad de Dios. Pero el mayor elogio que
puede decirse de Inés lo dejó escrito en su Diálogo, poniéndolo en boca de
Jesucristo: «La dulce virgen santa Inés, que desde la niñez hasta el fin de su
vida me sirvió con humildad y firme esperanza sin preocuparse de sí misma».
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