15 - DE
JUNIO – MIERCOLES –
11 – SEMANA
DEL T. O. – C –
Santa María Micaela
del Santísimo Sacramento
Lectura
del segundo libro de los Reyes (2,1.6-14):
Cuando el Señor iba a
arrebatar a Elías al cielo en el torbellino, Elías y Elíseo se marcharon de
Guilgal.
Llegaron a Jericó, y
Elías dijo a Elíseo:
«Quédate aquí, porque el Señor me envía solo hasta el Jordán.»
Eliseo respondió:
«¡Vive Dios! Por tu vida, no te dejaré.»
Y los dos siguieron caminando. También marcharon cincuenta hombres de la comunidad
de profetas y se pararon frente a ellos, a cierta distancia. Los dos se
detuvieron junto al Jordán; Elías cogió su manto, lo enrolló, golpeó el agua, y
el agua se dividió por medio, y así pasaron ambos a pie enjuto.
Mientras pasaban el río, dijo Elías a Elíseo:
«Pídeme lo que quieras antes de que me aparten de tu lado.»
Eliseo pidió:
«Déjame en herencia dos tercios de tu espíritu.»
Elías comentó:
«¡No pides nada! Si logras verme cuando me aparten de tu lado, lo tendrás;
si no me ves, no lo tendrás.»
Mientras ellos seguían conversando por el camino, los separó un carro de
fuego con caballos de fuego, y Elías subió al cielo en el torbellino.
Eliseo lo miraba y gritaba:
«¡Padre mío, padre mío, carro y auriga de Israel!»
Y ya no lo vio más. Entonces agarró su túnica y la rasgó en dos; luego
recogió el manto que se le había caído a Elías, se volvió y se detuvo a la
orilla del Jordán; y agarrando el manto de Elías, golpeó el agua diciendo:
«¿Dónde está el Dios de Elías? ¿dónde?»
Golpeó el agua, el agua se dividió por medio, y Eliseo cruzó.
Palabra de Dios
Salmo:
30,20.21.24
R/. Sed fuertes y valientes de corazón,
los que esperáis en el
Señor
Qué bondad tan grande,
Señor, reservas para
tus fieles,
y concedes a los que a
ti se acogen
a la vista de todos. R/.
En el asilo de tu
presencia los escondes
de las conjuras
humanas;
los ocultas en tu
tabernáculo,
frente a las lenguas
pendencieras. R/.
Amad al Señor, fieles
suyos;
el Señor guarda a sus
leales,
y a los soberbios les
paga con creces. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (6,1-6.16-18):
En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos:
«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser
vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre
celestial.
Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante,
como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser
honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga.
Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que
hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo
secreto, te lo pagará.
Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de
pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la
gente. Os aseguro que ya han recibido su paga.
Tú, cuando vayas a rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a
tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo
pagará.
Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su
cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su
paga.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para
que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y
tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará.»
Palabra del Señor
1. Jesús plantea aquí cómo se ha de poner en práctica la
religiosidad. Jesús se refiere a eso, de entrada, hablando de la
"justicia" (dikaiosyne), que traduce el hebreo sedeq, un término
central en el judaísmo, que expresa "la recta conducta".
Para explicar cómo ha de ser tal religiosidad, Jesús se refiere a tres
prácticas frecuentes en la piedad judía de aquel tiempo: la limosna, la oración
y el ayuno. Aquí ya hay algo que llama poderosamente la atención: Jesús no toca
el tema del culto religioso en el templo o en la sinagoga, ni de la asistencia
a la comunidad judía. Jesús aquí no tiene en cuenta nada más que la
religiosidad del individuo.
2. Pero lo más sorprendente es que, a juicio de Jesús, la
religiosidad se ha de practicar de forma que nadie se entere. Todo ha de
hacerse "en secreto", sin llamar la atención para nada, "en lo
escondido". Porque, según dice Jesús, lo secreto y lo escondido, lo
que nadie nota, es lo único que ve el Padre del Cielo.
3. Al decir estas cosas, Jesús no se limita a recomendar la
humildad. El asunto es mucho más serio. Jesús quiere que la religiosidad se
practique "totalmente al margen del control social" (G. Theissen).
Jesús es consecuente: al ser "la Palabra encarnada" (Jn 1, 14),
se despojó de todo poder y gloria y "se hizo como uno de tantos" (Fil 2, 7). Si
esto se toma en serio, ¿no apunta a un cristianismo laico en una sociedad
laica?
Santa María Micaela del
Santísimo Sacramento
Santa María Micaela del
Santísimo Sacramento nació en Madrid en 1809 y allí, al visitar el Hospital de
San Juan de Dios, nació su vocación de consagrarse a la educación de la
juventud inadaptada socialmente. El amor a Cristo en la Eucaristía fue el alma
de su obra.
Fundó el Instituto de
Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad.
Murió en Valencia,
víctima de su caridad, al atender a los enfermos de cólera, el 24 de agosto de
1865.
Fue canonizada en
1934.
El día de Año Nuevo de 1809 nacía en Madrid
de los cristianos padres Miguel Desmaisieres, de la nobleza flamenca, y
Bernarda López Dicastillo, dama de la reina María Luisa.
La naturaleza y la gracia fueron muy
generosas con la niña Micaela Familia noble y rica, belleza física, padres
ejemplares, inteligencia, bondad de corazón... Todo le sonreía. La educación
esmerada que recibió también fue otro regalo del Señor. Cuenta la misma
Micaela: "Mi madre nos hacía aprender a planchar y guisar a las tres
hermanas que éramos, por lo que pudiera suceder. También teníamos que pintar,
bordar, escribir, tocar diversos instrumentos y hacer un sinnúmero de rezos.
Todo esto sin descanso, pues era esclava del deber".
Era todavía muy joven cuando murió su madre.
Su padre murió también inesperadamente. Su hermano Luis pereció en un accidente
al caerse de un caballo, y su hermanita Engracia fue llevada imprudentemente
por una niñera a ver la escena del ahorcamiento de un criminal y la jovencita
al ver esta escena se enloqueció. Le quedaba una hermana, Manuela, pero esta
tuvo que salir al destierro porque los enemigos políticos de su esposo se
apoderaron del gobierno.
Recibió una educación muy seria. Empieza un
noviazgo, y después de tres años de amistad muy armoniosa, y muy santa con su
novio, este de un momento a otro se aleja, porque sus familiares se lo han
ordenado así. Entonces las lenguas maledicentes se dedican a hablar mal de
Micaela. Ella en su autobiografía añade: "En vez de hablar de esto con mis
amistades, lo que hacíamos era llevar cuenta de los rezos que hacíamos, y ver
quién había rezado más".
Su hermano fue nombrado embajador en París, y
después en Bruselas (Micaela era de familia de alta clase social española).
Ella tuvo que acompañarlo y entonces empezó una vida muy especial: madrugar
muchísimo para alcanzar a hacer sus prácticas de piedad, ir a la Santa Misa,
comulgar y aprovechar la mañana para hacer sus obras de caridad. De mediodía en
adelante asistir a banquetes diplomáticos, bailes, funciones de teatro, salir
de paseo a caballo, rodeada de gente de la aristocracia y mostrarse siempre
alegre y sonriente a pesar de los dolores continuos de estómago a causa de una
especie de cáncer que parecía devorarle el vientre.
Ante tantísimos peligros para su virtud, lo
que conservaba en gracia de Dios a la joven y elegante Micaela era su comunión
diaria, las mortificaciones que hacía y el haber encontrado un santo director
espiritual, el Padre Carasa. Una de sus mortificaciones consistía en que cuando
iba a funciones de teatro (donde la gente se presenta muy deshonestamente
vestida) ella se colocaba unos anteojos que por más que esforzara la vista no
le dejaban ver lo que pasaba en el escenario.
Mientras por las tardes y noches tenía que
estar en las labores mundanas de la diplomacia, por las mañanas estaba visitando
pobres, enfermos e iglesias muy necesitadas y dejando en todas partes copiosas
limosnas (su familia era muy adinerada). Nadie podía imaginar al verla tan
elegante en las fiestas sociales, que esa mañana la había pasado visitando
casuchas y ayudando a gentes abandonadas.
Al volver a España la invitaron en Burdeos a
una reunión en la casa del Cónsul. Allí la esperaba el Sr. Arzobispo para
pedirle que hiciera de mediadora frente a unas monjitas que engañadas por un
jansenista (los jansenistas son herejes que dicen que quien no es santo no
puede recibir ningún sacramento) se habían rebelado contra el arzobispo.
Micaela, aprovechando su admirable simpatía que le hacía ganarse a las gentes,
se fue al convento y obtuvo que las religiosas hicieran unos días de Ejercicios
Espirituales, y al final de esos Retiros, las monjitas, presididas por nuestra
santa, hicieron la paz con el Sr. Arzobispo.
El Padre Carasa le recomendó que al volver a
Madrid se entrevistara con una dama muy santa llamada María Ignacia Rico. Así
lo hizo y entonces aquella caritativa mujer la llevó al hospital San Juan de
Dios, donde estaban las mujeres de mala vida que caían enfermas. La santa
afirma que "allí sufren el olfato, la vista, el tacto, los oídos" y
que "todos los sentimientos tienen allí ocasión para padecer".
Micaela ni siquiera sabía que existía esa clase de mujeres y nunca se había
imaginado que los hombres dieran un trato tan injusto y cruel a esas pobres
criaturas, después de haberlas corrompido.
Aquel espectáculo del hospital fue para
Micaela como una revelación del cielo. Y cuando supo no sólo la situación
horrorosa de esas pobres muchachas enfermas en el hospital, sino la espantosa
vida que les esperaba cuando salieran de allí, pensó que era absolutamente
necesario hacer algo concreto para ayudarlas. Y con su amiga María Ignacia
consiguieron una casita para llevar allí las muchachas en peligro para
preservarlas, y a las que ya habían sido víctimas, para redimirlas y salvarlas.
Y sucedió entonces que alrededor de
Micaela hubo una verdadera tormenta de incomprensiones y abandonos aun de sus
mejores amistades. Ahora se cumplía la antigua frase de San Ignacio: "El
mundo no tiene oídos para poder escuchar tan grande estruendo". ¿A quién
se le iba a ocurrir que una mujer de la más alta clase social, emparentada con
las familias más ricas y famosas de la capital, se fuera a dedicar a cuidar
prostitutas o mujeres de mala vida? Todas sus antiguas amistades se negaron a
ayudarle, y ya ni la reconocían como amiga.
Y luego sucedió lo que ninguno había
esperado: Micaela dejó su casa elegante en un barrio rico y se fue a vivir con
unas pobres mujeres de mala vida en una casucha miserable, para poder
transformarlas en personas honradas y santas.
Al Sr. Arzobispo le llevan cuentos y
calumnias y entonces él envía a un sacerdote para que saque de la Casa de
Micaela el Santísimo Sacramento. Cuando el sacerdote llega, la santa se dedica
a orar por él, y éste, después de rezar unos minutos de rodillas, cambia de
parecer y se va sin llevarse el Santísimo Sacramento.
Le llega un director espiritual demasiado
rígido que el prohibe hacer caso a los mensajes interiores que Dios le da. Una
voz le dice: "Micaela, se va a incendiar la sacristía", pero ella no
puede hacer caso a esto, y tiene que dejar que suceda. Otra voz le dice:
"Le echaron veneno a la comida", pero como el director le prohibió
hacer caso a esas voces empieza a comer. Sólo que al sentir el sabor tan
desagradable de aquel alimento, se dice: "Aunque fuera sin voces, yo no me
comería esto por lo asqueroso", y se detiene. Pero alcanza a enfermarse
bastante. Afortunadamente, en vez de ese equivocado director le llega un santo
de primera clase, a dirigirla, es San Antonio María Claret, y bajo su dirección
sí puede progresar grandemente en santidad.
Son las diez de la mañana y no hay con qué
hacer desayuno para tantas jóvenes. Llega un misionero de Filipinas y la santa
le cuenta su terrible situación. El misionero le entrega una moneda de oro que
le han regalado. Corren a comprar alimentos, y las muchachas exclaman: - ¡La
superiora nos estaba haciendo una broma diciendo que no había comida! ¡Miren
qué abundante comida nos tenía por ahí guardada!
Cuenta Micaela en su autobiografía:
"N.N. es una muchacha que me ha hecho muchos robos y me ha inventado
cuentos horrendos. Pero yo la sigo tratando con gran cariño, como si fuera mi
mejor amiga". Más adelante añade: "Las gentes me viven inventando mil
cosas malas que nunca he hecho y ni siquiera he pensado… pero bendito sea Dios
que de lo malo que sí he hecho no saben nada!".
Un día va a una casa de citas a rescatar a
una muchacha a la cual tiene allá obligada. La insultan, le lanzan piedras, le
dicen todas las vulgaridades que nunca había escuchado, pero ella sigue
sonriendo como si estuviera recibiendo honores, sale por entre esa multitud
infernal, llevándose a la muchacha y salvándola para siempre.
La reina de España que la aprecia mucho la
invita al palacio para pedirle unos consejos. Entonces Micaela que en otros
tiempos era una de las mujeres más elegantemente vestidas de la capital, se va
allá con vestidos viejos y desteñidos. Las damas de la corte se burlan de ella
y ni siquiera le contestan el saludo, pero ella sale de aquel palacio muy
contenta, porque pudo practicar la virtud de la humildad.
Una mujer mala le inventa tremendas
calumnias. El obispo llama a nuestra santa y le lanza el regaño más espantoso.
El Padre Director Espiritual, P. Carasa, le niega hasta el saludo. Micaela no
se defiende. Ella recuerda lo que decía San Francisco de Sales: "Dios sabe
qué tanta cantidad de buena fama necesito, y El me concederá la suficiente
buena fama para que pueda seguir trabajando por las almas". Después saben
que todo lo que habían dicho eran calumnias, y le piden excusas. Ella mientras
tanto no había perdido la alegría ni la paz.
El 6 de enero de 1859, con siete compañeras
funda la Comunidad de Hermanas Adoratrices del Santísimo Sacramento, dedicadas
a adorar a Cristo Jesús en la Eucaristía y a trabajar por preservar a las
muchachas en peligro, y a redimir a las pobres que ya cayeron en los vicios y
en la impureza.
Su comunidad se extendió por Barcelona,
Valencia y Burgos y ahora tiene 1,750 religiosas en el mundo en 178 casas.
Ella escribiendo a sus religiosas les decía:
"Difícil encontrar otra fundadora de comunidad que haya sido más acusada,
más calumniada y más regañada que yo. Mis acciones las juzgan de la peor manera
posible". Pero también podía repetir las palabras de San Pablo: "Poco
me interesa lo que las gentes están diciendo de mí. Mi juez es Dios".
En sus casas mandaba colocar esta bella
frase, un mensaje de Dios a sus religiosas para que no se desanimaran en la
pobreza y en las dificultades: "MI PROVIDENCIA Y TU FE, MANTENDRAN LA CASA
EN PIE".
La Madre Micaela había estado socorriendo a
los enfermos en la peste de tifus negro en los años 1834, 1855 y 1856, y había
logrado no contagiarse. Pero en el año 1856 al saber que en Valencia había
estallado la terrible peste del tifus, se fue allí a socorrer a los apestados.
Y se contagió de la mortal enfermedad.
Al padre confesor le dijo: "Padre, esta
es mi última enfermedad". Y en verdad que fue la última y la más dolorosa.
Calambres casi continuos. Dolores agudísimos. El médico declaró: "Nunca
había visto a una persona sufrir tanto y con tan grande paciencia y heroísmo".
El 24 de agosto de 1856, a las 12, abrió los
ojos, los elevó hacia el cielo y murió. La enterraron sin ninguna solemnidad en
una fosa ordinaria en el cementerio. Pero Dios la glorificó haciendo milagros
por su intercesión y hoy sus religiosas siguen salvando del pecado y de la
perdición a miles de jóvenes en todo el mundo
(Fuente:
serviciocatolico.com )
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