3 - DE JUNIO
– VIERNES –
7 –
SEMANA DE PASCUA – C –
San Carlos Lwanga y compañeros
Lectura del libro de los Hechos de los
apóstoles (25,13-21):
En aquellos
días, el rey Agripa llegó a Cesarea con Berenice para cumplimentar a Festo, y
se entretuvieron allí bastantes días.
Festo expuso al rey el caso de Pablo, diciéndole:
«Tengo aquí un preso, que ha dejado
Félix; cuando fui a Jerusalén, los sumos sacerdotes y los ancianos judíos
presentaron acusación contra él, pidiendo su condena. Les respondí que no es
costumbre romana ceder a un hombre por las buenas; primero el acusado tiene que
carearse con sus acusadores, para que tenga ocasión de defenderse. Vinieron
conmigo a Cesarea, y yo, sin dar largas al asunto, al día siguiente me senté en
el tribunal y mandé traer a este hombre. Pero, cuando los acusadores tomaron la
palabra, no adujeron ningún cargo grave de los que yo suponía; se trataba sólo
de ciertas discusiones acerca de su religión y de un difunto llamado Jesús, que
Pablo sostiene que está vivo. Yo, perdido en semejante discusión, le pregunté
si quería ir a Jerusalén a que lo juzgase allí. Pero, como Pablo ha apelado,
pidiendo que lo deje en la cárcel, para que decida su majestad, he dado orden
de tenerlo en prisión hasta que pueda remitirlo al César.»
Palabra de
Dios
Salmo: 10,4-7
R/. El Señor puso en el cielo su
trono
Bendice, alma
mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.
Como se
levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos. R/.
El Señor puso
en el cielo su trono,
su soberanía gobierna el universo.
Bendecid al Señor, ángeles suyos,
poderosos ejecutores de sus órdenes. R/.
Lectura del santo evangelio
según san Juan (21,15-19):
Habiéndose
aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer con ellos, dice a Simón
Pedro:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que
éstos?»
Él le contestó:
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Jesús le dice:
«Apacienta mis corderos.»
Por segunda vez le pregunta:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»
Él le contesta:
«Sí, Señor, tú sabes que te
quiero.»
Él le dice:
«Pastorea mis ovejas.»
Por tercera vez le pregunta:
«Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?»
Se entristeció Pedro de que le preguntara
por tercera vez si lo quería y le contestó:
«Señor, tú conoces todo, tú sabes que te
quiero.»
Jesús le dice:
«Apacienta mis ovejas.
Te lo aseguro: cuando eras joven, tú
mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las
manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.»
Esto dijo aludiendo a la muerte con que
iba a dar gloria a Dios.
Dicho esto, añadió: «Sígueme.»
Palabra del
Señor
1. La importancia de este diálogo, entre Jesús y Pedro, para el significado de Pedro en la Iglesia, es mayor de lo que imaginamos. Y por tanto, para el papado, como cabeza del colegio episcopal (concilios Vaticano I y II, Denzinger- Hünermann, 3055 y 4143).
Según la lectura que los Padres de la
Iglesia y los teólogos cristianos, han hecho de este relato, está fuera de duda
que Pedro (y el papado, que se ha fundamentado en él) es una pieza clave en la
estructura de la Iglesia.
El papado, por tanto, no es un invento humano
como tantos otros. Tiene su origen en los primeros orígenes del cristianismo,
si nos atenemos a los recuerdos de Jesús, que nos dejaron los evangelios.
2. Pero, tan importante como
lo anterior, es saber que el papel de Pedro, tal como se plantea aquí (en su
mismo origen), fue pensado por Jesús, nunca basado en la fuerza del poder, sino
solamente en la ejemplaridad del amor.
Fue necesario que Pedro negase tres
veces su fe en Cristo, en el palacio de Anás, para que afirmase tres veces su
amor a Jesús, en el lago de Galilea.
El Pedro que negó la fe fue el Pedro seguro
de sí mismo (aunque todos los demás..., yo no).
El Pedro que amó a Jesús fue el Pedro
que se entristeció inseguro de sí.
Y fue este Pedro el que
"siguió" (Jn 21, 19) definitivamente a Jesús.
3. La gran contradicción y el
gran escándalo es que el papado, que se ha terminado imponiendo en la Iglesia,
no ha sido el papado del discípulo que sigue a Jesús, sino el papado del poder
que apeteció Pedro cuando quiso situarse el primero (Mt 20, 20-28; Mc 10,
35-46) o el papado del Pedro que rechazó la pasión y el fracaso de Jesús (Mt
16, 21-23 par), que más se parece al orgullo de aquel Pedro que se
sentía seguro de sí mismo, el que se veía superior a los
demás.
Se ha superpuesto el poder al amor. Y por eso se ha confeccionado una historia turbia del papado, en la que han abundado falsificaciones como la "donación de Constantino" (s. VIII), pretensiones de poder sobre cualquier otro poder humano (s. XI) o teorías como la de la plenitudo potestatis, a partir de Inocencio III (s. XII-XIII). Desde entonces hasta el canon 331 del vigente Derecho Canónico, en la historia del papado ha habido hombres santos y hombres pecadores. Pero la institución, tal como ha sido gestionada, ha alejado -y sigue alejando- a grandes sectores de la sociedad de la "peligrosa memoria' del Jesús que se nos presenta en el Evangelio.
4. Y lo más doloroso es que
todo esto se vea confirmado ahora, en el papado de Francisco, el humilde
sucesor de Pedro que se identifica con los más pobres, los enfermos, los
ancianos y los niños.
El Papa que no es querido y aceptado por
buena parte del clero y de la Curia Romana, cosa que es bien sabida en todo el
mundo.
Es doloroso pensar que la Iglesia no
coincide con el Evangelio.
San Carlos Lwanga y compañeros
Memoria de los santos Carlos Lwanga y doce compañeros, todos ellos de edades
comprendidas entre los catorce y los treinta años, que perteneciendo a la corte
de jóvenes nobles o al cuerpo de guardia del rey Mwanga, y siendo neófitos o
seguidores de la fe católica, por no ceder a los deseos impuros del monarca
murieron en la colina Namugongo, degollados o quemados vivos. Entre los años
1885 y 1887
Vida de San Carlos Lwanga y
compañeros
La sociedad de los Misioneros de Africa, conocida como los Padres Blancos,
formaron parte de la evangelización de África en el siglo XIX. Después de seis
años en Uganda ya tenían una comunidad de conversos cuya fe sería un testimonio
para toda la Iglesia. Los primeros conversos se dieron a la misión de instruir
y guiar a los más nuevos y la comunidad creció rápidamente. La vida ejemplar de
los cristianos inicialmente ganó el favor del rey Mtesa pero más tarde este
comprendió que los cristianos no favorecían su negocio de venta de esclavos.
Mwanga sucedió a su padre en el trono. Al principio la situación de los
cristianos mejoró y varios tuvieron posiciones importantes en su corte. Pero el
rey, influenciado por el Islam, cayó en la tendencia homosexual. La situación
de los cristianos, por no ceder a sus demandas, se hizo muy difícil.
El líder de la comunidad católica, que para entonces tenía unos 200
miembros, era un joven de 25 años llamado José Mkasa (Mukasa) que ejercía como
principal mayordomo de la corte de Mwanga. Cuando Mwanga asesinó a un misionero
protestante y a sus compañeros, José Mkasa confrontó al rey por su crimen. El
rey Mwanga había sido amigo de José por mucho tiempo, pero cuando este exhortó
a Mwanga a renunciar al mal, la reacción fue violenta. El rey mandó a que
mataran a José. Cuando los verdugos trataron de amarrar las manos de José, él
les dijo: "Un Cristiano que entrega su vida por Dios no tiene miedo de
morir". Perdonó a Mwanga con todo su corazón e hizo una petición final por
su arrepentimiento antes de que le cortaran la cabeza y lo quemaran el 15 de
Noviembre de 1885.
Carlos Lwanga, el favorito del rey remplazó a José en la instrucción y
liderato de la comunidad cristiana en la corte. También el hizo lo posible por
evangelizar y proteger a los varones de los deseos lujuriosos del rey. Las
oraciones de José lograron que la persecución del rey amainara por seis meses.
Pero en mayo del 1886 el rey llamó a uno de sus pajes llamado Mwafu y le
preguntó porque estaba distante del rey. Cuando el paje respondió que había
estado recibiendo instrucción religiosa de Daniel Sebuggwawo, el rey se montó
en ira. Llamó a Daniel y lo mató el mismo atravesándole el cuello con una
lanza.
Entonces ordenó que el complejo real sea sellado para que nadie pueda
escapar y llamó a sus verdugos. Comprendiendo lo que venía, Carlos Lwanga
bautizó a cuatro catecúmenos esa noche, incluyendo a un joven de 13 años
llamado Kizito. En la mañana, Mwanga reunió a toda su corte y separó a los
cristianos del resto diciendo: "Aquellos que no rezan párense junto a mí,
los que rezan párense allá" El preguntó a los 15 niños y jóvenes, todos
menores de 25 años, si eran cristianos y tenían la intención de seguir siendo
cristianos. Ellos respondieron "SI" con fuerza y valentía. Mwanga los
condenó a muerte.
EL rey mandó que al grupo lo llevasen a matar a Namugongo, lo cual
representa una caminata de 37 millas. Uno de los jóvenes llamado Mabaga era
hijo del jefe de los verdugos. Este le rogó que escapara y se escondiera, pero
Mbaga no quiso. Los prisioneros atados pasaron la casa de los Padres Blancos en
su camino. El Padre Lourdel más tarde relató sobre el jóven Kizito de 13 años,
que sonreía y animaba al resto. Invitó a todos a cogerse de manos, para así ir
unidos y ayudarse a mantener el ánimo. Lourdel estaba asombrado del valor y el
gozo de estos nuevos cristianos camino al martirio. Tres de ellos fueron
martirizados en el camino.
Un soldado cristiano llamado Santiago Buzabaliawo fue llevado ante el rey.
Cuando Mwanga ordenó que lo matasen junto a los otros, Santiago dijo: "Entonces,
adiós. Voy al cielo y rezaré a Dios por ti". Cuando el Padre Lourdel,
lleno de dolor, levantó su brazo para absolver a Santiago que pasaba ante él,
Santiago levantó sus propias manos atadas y apuntó hacia arriba para manifestar
que él sabía que iba al cielo y se encontraría allí con el Padre Lourdel. Con
una sonrisa le dijo al P. Lourdel, "¿Por qué estas triste? Esto no es nada
ante los gozos que tú nos has enseñado a esperar".
Entre los condenados también estaba Andrés Kaggwa, un jefe Kigowa que había
convertido a su esposa y a varios otros, y Matías Kalemba (o Murumba) un
auxiliar de juez. El mayor consejero estaba tan furioso contra Andrés que dijo
que no comería hasta que Andrés estuviese muerto. Cuando los verdugos
titubearon, Andrés les dijo: "No mantengan a vuestro consejero hambriento,
mátenme". El mismo consejero dijo en tono cínico refiriéndose a Matías:
"Sin duda su dios los rescatará". "Si," contestó Matías,
"Dios me rescatará, pero tú no verás como lo hace porque tomará mi alma y
te dejará solo mi cuerpo". A Matías lo hirieron mortalmente en el camino y
lo dejaron allí para morir lo cual tardo por lo menos tres días.
Cuando la caravana de reos y verdugos llegó a Namugongo, los sobrevivientes
fueron encerrados por siente días. El 3 de junio los sacaron, los envolvieron
en esteras de cañas y los pusieron en una pira. Mbaga fue martirizado el
primero. Su padre, el jefe de los verdugos, había tratado en vano una última
vez de convencerlo a desistir de su fe. Le dieron entonces un golpe en la
cabeza para que no sufriera al ser quemado su cuerpo. El resto de los
cristianos fueron quemados. Carlos Lwanga tenía 21 años. Uno de los pajes,
Mukasa Kiriwanu no había sido aun bautizado, pero se unió a sus compañeros
cuando se les preguntó si eran cristianos. Recibió aquel día el bautismo de
sangre. Murieron 13 católicos y 11 protestantes proclamando el nombre de Jesús
y diciendo "Pueden quemar nuestros cuerpos, pero no pueden dañar nuestras
almas".
No sabemos cuántos mártires produjo aquella persecución. Solo queda
constancia de los que ocupaban un lugar en la corte o tenían puestos de alguna
importancia.
Cuando los Padres Blancos fueron echados del país, los nuevos cristianos
continuaron la obra misionera, traduciendo e imprimiendo el catecismo a su lengua
nativa e instruyendo en la fe en secreto. No tenían sacerdotes, pero Dios les
infundió a aquellos cristianos de Uganda la gracia para vencer con gran valor a
las difíciles circunstancias. Cuando los Padres Blanco volvieron después de la
muerte del rey Mwanga, encontraron 500 cristianos y 1000 catecúmenos
esperándolos.
Los mártires de Uganda fueron beatificados por el Papa Benito XV el 6 de
junio de 1920.
Benedicto XV escribió para la beatificación de los siervos de Dios Carlos
Lwanga, Mattías Murumba y sus compañeros, conocidos con el nombre de los
Mártires de Uganda:
"Quién fue el que primero introdujo en África la fe cristiana se disputa aún;
pero consta que ya antes de la misma edad apostólica floreció allí la religión,
y Tertuliano nos describe de tal manera la vida pura que los cristianos
africanos llevaban, que conmueve el ánimo de sus lectores. Y en verdad que
aquella región a ninguna parecía ceder en varones ilustres y en abundancia de
mártires. Entre éstos agrada conmemorar los mártires scilitanos, que, en
Cartago, siendo procónsul Publio Vigellio Saturnino, derramaron su sangre por
Cristo, de las preguntas escritas para el juicio, que hoy felizmente se
conservan, se deduce con qué constancia, con qué generosa sencillez de ánimo
respondieron al procónsul y profesaron su fe. Justo es también recordar los
Potamios, Perpetuas, Felicidades, Ciprianos y "muchos hermanos
mártires" que las Actas enumeran de manera general, aparte de los mártires
aticenses, conocidos también con el nombre de "masas cándidas", o
porque fueron quemados con cal viva, como narra Aurelio Prudencio en su himno
XIII, o por el fulgor de su causa, como parece opinar Agustín. Pero poco
después, primero los herejes, después los vándalos, por último, los
mahometanos, de tal manera devastaron y asolaron el África cristiana que la que
tantos ínclitos héroes ofreciera a Cristo, la que se gloriaba de más de
trescientas sedes episcopales y había congregado tantos concilios para defender
la fe y la disciplina, ella, perdido el sentido cristiano, se viera privada
gradualmente de casi toda su humanidad y volviera a la barbarie."
Oración a San Carlos Lwanga y compañeros
Mártires de Uganda, rueguen para
que nosotros, inspirado por vuestra fe, seamos capaces de mantenernos fieles en
medio de cualquier prueba y de entregar nuestras propias vidas. Ayuden a
aquellos que viven hoy bajo persecución. Amen.
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