16 - DE
JUNIO – JUEVES –
11 – SEMANA
DEL T. O. – C –
San Juan Francisco
Regis
Lectura del libro del Eclesiástico (48,1-15):
Surgió Elías, un profeta como un fuego, cuyas palabras eran horno encendido.
Les quitó el sustento del pan, con su celo los diezmó; con el oráculo divino sujetó
el cielo e hizo bajar tres veces el fuego. ¡Qué terrible eras, Elías!; ¿quién
se te compara en gloria?
Tú resucitaste un muerto, sacándolo del abismo por voluntad del Señor;
hiciste bajar reyes a la tumba y nobles desde sus lechos; ungiste reyes vengadores
y nombraste un profeta como sucesor. Escuchaste en Sinal amenazas y sentencias
vengadoras en Horeb. Un torbellino te arrebató a la altura; tropeles de fuego,
hacia el cielo. Está escrito que te reservan para el momento de aplacar la ira
antes de que estalle, para reconciliar a padres con hijos, para restablecer las
tribus de Israel. Dichoso quien te vea antes de morir, y más dichoso tú que
vives. Elías fue arrebatado en el torbellino, y Eliseo recibió dos tercios de
su espíritu. En vida hizo múltiples milagros y prodigios, con sólo decirlo; en
vida no temió a ninguno, nadie pudo sujetar su espíritu; no hubo milagro que lo
excediera: bajo él revivió la carne; en vida hizo maravillas y en muerte obras
asombrosas.
Palabra de Dios
Salmo: 96,1-2.3-4.5-6.7
R/. Alegraos, justos, con el Señor
El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas
innumerables.
Tiniebla y nube lo
rodean,
justicia y derecho
sostienen su trono. R/.
Delante de él avanza fuego,
abrasando en torno a
los enemigos;
sus relámpagos
deslumbran el orbe,
y, viéndolos, la
tierra se estremece. R/.
Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda
la tierra;
los cielos pregonan su
justicia,
y todos los pueblos
contemplan su gloria. R/.
Los que adoran estatuas se sonrojan,
los que ponen su
orgullo en los ídolos;
ante él se postran
todos los dioses. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (6,7-15):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se
imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro
Padre sabe lo que os hace falta antes que lo pidáis.
Vosotros rezad así:
"Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy el pan nuestro de
cada día, perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que
nos han ofendido, no nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del Maligno.
" Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre
del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco
vuestro Padre perdonará vuestras culpas.»
Palabra del Señor
1. No rezamos para informar a Dios de lo que pensamos que
nos hace falta. Según la idea comúnmente aceptada, Dios sabe lo que
necesitamos antes de que se lo digamos. Tampoco rezamos para mover a Dios
a que quiera lo que nosotros queremos.
Rezamos porque es humano acudir a quien pensamos que nos puede ayudar. Lo
cual quiere decir que, cuando rezamos, expresamos nuestros deseos
más sinceros y más apremiantes.
2. Según lo dicho, la oración es la mejor expresión de cómo es
nuestra religiosidad y para qué nos moviliza. En esto radica la
importancia singular que tiene la oración que Jesús nos enseñó. En
esta oración, Jesús nos dice lo que, ante todo, nos tiene que interesar en la
vida. Es decir, los motivos y los valores que han de movilizar nuestro
comportamiento.
3. El tema de Dios es decisivo, quizá lo más decisivo, para
movilizarnos hacia el bien o hacia el mal. La creencia en Dios ha hecho santos
y ha humanizado a mucha gente. Como ha hecho criminales y ha deshumanizado a tantas
personas. Por eso Jesús dice que, cuando acudimos a Dios, solo tengamos en la
cabeza a un Padre, jamás a un Déspota o un Tirano.
Que le pidamos, es decir, que lo más apremiante para nosotros sea que nadie
le falte al respeto a ese nombre, o sea que no lo utilice para mandar, en
nombre de Dios, lo que nunca se debe mandar: privar a las personas de su
libertad, de su dignidad, de su felicidad.
Y, menos aún, para conseguir que la gente se sienta mal, se sienta
culpable, amenazada, indigna. Si de Dios pensamos y sentimos así, lo demás que
dice el "Padre nuestro" resulta lógico y es la mejor oración que se
puede hacer.
Nació el 31 de Enero de 1597, en el pueblo de
Fontcouverte (departamento de Aude); falleció en la Louvesc, el 30 de Diciembre
de 1640.
El Papa Pío XII llegó a exclamar: "Un
predicador que merece muy bien ser llamado Patrono de las misiones populares es
San Francisco Regis".
Francisco nace en 1597 de familia acaudalada
en Narbona, Francia y a los 19 años empieza a no sentirse a gusto en la vida
mundana. Siente aversión por los placeres mundanales. Y súbitamente cae en la
cuenta de que la santidad no será conseguida por él si sigue viviendo entre las
gentes mundanas. Cerca de su ciudad había una abadía de monjes que lo
estimaban, pero a él le atraía más la Compañía de Jesús, porque los Jesuitas se
dedicaban más al apostolado entre el pueblo. Pidió ser admitido entre los
jesuitas y en su noviciado demostraba tal fervor que uno de sus compañeros
llegó a declarar: "Juan Francisco se humilla él mismo hasta el extremo,
pero demuestra por los demás un aprecio admirable". Siendo estudiante, el
compañero de habitación lo acusó ante el superior diciéndole que Regis en vez
de dormir lo suficiente pasaba muchas horas rezando en la capilla. El Padre
Rector le respondió: "No le impidas sus devociones. No te opongas a sus
comunicaciones con Dios. a mi me parece que este joven es un santo y que un día
nuestra Comunidad celebrará una fiesta en su honor". Y esta respuesta
resultó profética.
A los 33 años fue ordenado de sacerdote
y al año siguiente lo destinaron a un trabajo que estaba muy de acuerdo con sus
aspiraciones y con su fuerte constitución física: dedicarse a predicar misiones
entre el pueblo. Y se dedicó a este trabajo con tal energía que sus compañeros
exclamaban: "Juan Francisco hace el oficio de 5 misioneros". En 43
años de vida, 24 como religioso, diez como sacerdote y 9 como misionero
popular, logró inmensos éxitos y tuvo el mismo calificativo en todos los sitios
donde estuvo predicando: "el santo". A diferencia del estilo muy
elegante y rebuscado que se usaba entonces para predicar, el padre Juan
Francisco se dedicó a predicar de manera extremadamente sencilla, con estilo
directo, a veces hasta rayando en demasiado ordinariote, pero que iba directamente
al alma y con una elocuencia y un fervor, que los pecadores no eran capaces de
no conmoverse al escucharle. Sus sermones atraían a las multitudes formadas por
católicos y herejes, gente buena y gente corrompida, pobres y ricos, sabios e
ignorantes. Le encantaba predicar a los pobres, pero decía que con sus sermones
había logrado convertir también a muchos ricos. Los oyentes comentaban:
"Este padre no dice solamente lo que sabe, sino que parece que lo que está
diciendo lo estuviera viendo". Al escucharle se conmovían aun los
corazones más indiferentes. Un predicador de fama fue a escucharle, y después
decía a sus colegas: "El Padre Juan Francisco predica con extrema
sencillez y convierte pecadores por millares y nosotros que predicamos con
tanta elegancia, ¿a quién logramos convertir?".
Otro testigo afirmaba: "Lo que a mí me
admira es que un hombre de tan pobre presencia, con su sotana llena de
remiendos, diciendo lo que todos dicen, sin adornos en su lenguaje, siendo a
veces tan duro en su hablar, tiene tan grande inspiración divina que uno no es
capaz de escucharle y seguir en paz con sus pecados".
Algunos doctores se dirigieron al superior de
los jesuitas diciéndole que el Padre Regis predicaba muy burdamente. Que un
modo de predicar así era un deshonrar la altísima dignidad de predicador.
Entonces el superior provincial se fue con su secretario a escuchar un sermón
del santo, mezclados entre el pueblo. El superior quedó tan profundamente
impresionado por su predicación, que les dijo a los acusadores: "Ojalá
quisiera Dios que todos los misioneros predicaran con toda unción como este
sacerdote. El dedo de Dios está aquí. Si yo viviera en esta región, no me
perdería ni un solo sermón de este padre".
Un párroco afirmaba: "En mi parroquia,
después de una misión predicada por el Padre Juan Francisco, mis parroquianos
cambiaron de tal manera, que a mí me parecía que eran otras personas".
El Obispo lo envió a misionar a una región
que durante 40 años había sido invadida por los calvinistas, y en la cual la
corrupción de costumbres era espantosa y el anticatolicismo era tan feroz que
el mismo obispo no podía nunca aparecer por allí. Y el poder de convicción del
Padre Regis fue tan arrollador que las conversiones se obraron por montones.
Una de las más terribles calvinistas, al oír que el santo sacerdote le
preguntaba: "¿Y Ud. cuándo es que se va a convertir?", sintió una
fuerza de la gracia de Dios tan avasalladora, que le respondió: "Pues, ¡me
quiero convertir ahora mismo!", y en verdad que dejó su mala vida pasada y
empezó a vivir como una buena católica. Como con sus predicaciones acababa con
muchos vicios, aquellos que vieron afectados con esto sus malos negocios, lo
acusaron con calumnias ante el Sr. Obispo y hasta en Roma. El padre sufrió
mucho con esto, pero afortunadamente Dios hizo que el secretario del obispo se
diera cuenta de las mentiras que le estaban inventando y le defendió ante
Monseñor, el cual escribió a Roma, hablando muy bien del gran misionero.
Mientras tanto el santo seguía misionando por
las regiones más apartadas y de más difícil acceso. Y las multitudes lo
seguían. Los campesinos se encontraban y el saludo que se daban era:
"Vamos a escuchar al santo". Y en las ciudades, los templos se
llenaban hasta más no poder, y los feligreses repetían: - Vayamos a oír al
santo.
A muchísimas mujeres las sacó de la vida
corrompida y las encaminó hacia una vida virtuosa. Los vicios que convirtió
fueron incontables.
A las tres de la madrugada
estaba levantado. Pasaba la mañana confesando y predicando y la tarde
consiguiendo ayuda para los pobres. Muchas veces se olvidaba de comer.
A dos ciegos les hizo recobrar la vista.
Con la imposición de las manos curó a muchos enfermos. Su despensa daba y daba
a los pobres y no se agotaba y el milagro más grande que conseguía era
convertir a los pecadores de su mala vida. Se fue a predicar una misión a una
región terriblemente fría y apartada. Por el camino lo sorprendió una tempestad
de nieve que le impidió continuar el viaje y tuvo que pasar la noche en medio
de terrible ventarrón y en plena nieve. Y le sobrevino una pulmonía. Sin
embargo, así de enfermo pronunció tres sermones el primer día de la misión y
dos el segundo día. Toda la mañana de este día la pasó confesando. En ayunas
celebró la misa a las dos de la tarde, y cuando se dirigió a su confesionario
para seguir su labor heroica, cayó desmayado.
Lo llevaron a la casa cural y poco antes de
morir exclamó: "Veo a Nuestro Señor y a su Santísima Madre que preparan un
sitio en el cielo para mí". Y luego exclamó: "Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu", y murió. Era el año 1640. Al visitar el sepulcro
de San Juan Francisco Regis, se propuso después el joven San Juan María Vianey,
ser sacerdote, costara lo que costara. Es que los ejemplos de su vida son
admirables.
No hubo atraso en disponer las
investigaciones canónicas. El 18 de Mayo de 1716, Clemente XI emitió el decreto
de beatificación. El 5 de Abril de 1737, Clemente XII promulgó el decreto de
canonización. Benedicto XIV estableció el 16 de Junio como su día festivo. Pero
inmediatamente después de su muerte, Regis fue venerado como santo. Los
peregrinos llegaron masivamente a su tumba, y desde entonces la afluencia sólo
se ha incrementado. Debe mencionarse el hecho de que una visita efectuada en
1804 a los restos del Apóstol de Vivarais fue el comienzo de la vocación del
Blessed Curé of Ars, Juan Bautista Vianney, a quien la Iglesia elevó, a su
turno, a los altares. "Todo lo bueno que yo haya hecho", dijo
mientras agonizaba, "se lo debo a él" (de Curley, op. cit., 371). El
lugar donde murió Regis ha sido transformado en una capilla mortuoria. Cerca
hay un arroyo de agua fresca, al cual los devotos de San Juan Francisco Regis
atribuyen curaciones milagrosas por su intercesión. La antigua iglesia de la
Louvesc ha recibido (1888) el título y los privilegios de una basílica. En este
lugar sagrado se fundó a comienzos del siglo diecinueve el Instituto de las
Hermanas de San Regis, o Hermanas del Retiro, mejor conocidas bajo el nombre de
la Religiosas del Cenáculo; y fue la memoria de su celo misericordioso a favor
de tantas infortunadas mujeres caídas lo que originó la ahora floreciente obra
de San Francisco Regis, cual es apoyar a la gente pobre y trabajadora que desea
contraer matrimonio, y que principalmente se centra en lograr que las uniones
ilegítimas alcancen la conformidad con las leyes Divinas y humanas.
(Fuente: ewtn.com y
enciclopediacatolica.org)
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