9 - DE JUNIO
– JUEVES –
10 – SEMANA
DEL T. O. – C –
Jesucristo, sumo y eterno sacerdote
(Fiesta)
Lectura de la carta a los Hebreos10,11-18
Todo sacerdote ejerce su ministerio
diariamente ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, porque de ningún
modo pueden borrar los pecados.
Pero Cristo,
«después de haber ofrecido» por los pecados un único sacrificio, está sentado
para siempre jamás a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que
sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies.
Con una sola ofrenda
ha perfeccionado definitivamente a los que van siendo santificados. Esto nos lo
atestigua también el Espíritu Santo.
En efecto, después
de decir:
«Así será la alianza
que haré con ellos después de aquellos días», añade el Señor: «Pondré mis leyes
en sus corazones y las escribiré en su mente, y no me acordaré ya de sus
pecados ni de sus culpas».
Ahora bien, donde
hay perdón, no hay ya ofrenda por los pecados.
Palabra de Dios.
Salmo: Sal
109, 1bcde. 2.3
R. Tú eres
sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies». R.
Desde Sion extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus
enemigos. R.
«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento
entre esplendores sagrados:
yo mismo te engendré, desde el seno,
antes de la aurora». R/.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas 22, 14-20
Llegada la hora, se sentó Jesús con sus discípulos y
les dijo:
—«He deseado enormemente comer
esta comida pascual con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la
volveré a comer, hasta que se cumpla en el reino de Dios».
Y, tomando una copa, pronunció
la acción de gracias y dijo:
—«Tomad esto, repartidlo entre
vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid, hasta
que venga el reino de Dios».
Y, tomando pan, pronunció la
acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo:
—«Esto es mi cuerpo, que se
entrega por vosotros; haced esto en memoria mía».
Después de cenar, hizo lo mismo
con la copa, diciendo:
—«Esta copa es la nueva
alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros».
Palabra del Señor
1. El Señor
lo ha jurado y no se arrepiente: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de
Melquisedec (Salmo 109,4).
La Epístola a
los Hebreos define con exactitud al sacerdote cuando dice que es un hombre
escogido entre los hombres, y está constituido en favor de los hombres en lo
que se refiere a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados
(Hebreos 5,1). Por eso, el sacerdote, mediador entre Dios y los hombres, está
íntimamente ligado al Sacrificio que ofrece, pues éste es el principal acto de culto
en el que se expresa la adoración que la criatura tributa a su Creador.
En el Antiguo
Testamento, los sacrificios eran ofrendas que se hacían a Dios en
reconocimiento de su soberanía y en agradecimiento por los dones recibidos,
mediante la destrucción total o parcial de la víctima sobre un altar. Eran
símbolo e imagen del auténtico sacrificio que Jesucristo, llegada la plenitud
de los tiempos, habría de ofrecer en el Calvario.
Allí,
constituido Sumo Sacerdote para siempre, Jesús se ofreció a Sí mismo como
Víctima gratísima a Dios, de valor infinito: quiso ser al mismo tiempo
sacerdote, víctima y altar. En el Calvario, Jesús, Sumo Sacerdote, hizo la
ofrenda de alabanza y acción de gracias más grata a Dios que puede concebirse.
Fue tan perfecto este Sacrificio de Cristo que no puede pensarse otro mayor.
A la vez, fue
una ofrenda de carácter expiatorio y propiciatorio por nuestros pecados. Una
gota de la Sangre derramada por Cristo hubiera bastado para redimir todos los
pecados de la humanidad de todos los tiempos. En la Cruz, la petición de Cristo
por sus hermanos los hombres, fue escuchada con sumo agrado por el Padre, y
ahora continúa en el Cielo siempre vivo para interceder por nosotros (Hebreos
7,25).
"Jesucristo
en verdad es sacerdote, pero sacerdote para nosotros, no para sí, al ofrecer al
Eterno Padre los deseos y sentimientos religiosos en nombre del género humano.
Igualmente, Él es víctima, pero para nosotros, al ofrecerse a sí mismo en vez
del hombre sujeto a la culpa. Pues bien, aquello del apóstol: tened en vuestros
corazones los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo en el suyo, exige a todos
los cristianos que reproduzcan en sí, en cuanto al hombre es posible, aquel
sentimiento que tenía el divino Redentor cuando se ofrecía en sacrificio, es decir,
que imiten su humildad y eleven a la Suma Majestad de Dios la adoración, el
honor, la alabanza y la acción de gracias. Exige, además, que de alguna manera
adopten la condición de víctima, abnegándose a sí mismos según los preceptos
del Evangelio, entregándose voluntaria y gustosamente a la penitencia,
detestando y confesando cada uno sus propios pecados (...)" (Pío XII.
Mediator Dei). Éste es hoy nuestro propósito.
2. De la
misión redentora de Cristo Sacerdote participa toda la Iglesia y todos los fieles
laicos participan de este sacerdocio de Cristo, aunque de un modo esencialmente
diferente, y no sólo de grado, que los presbíteros. Con alma verdaderamente
sacerdotal, santifican el mundo a través de sus tareas seculares, realizadas
con perfección humana, y buscan en todo la gloria de Dios: la madre de familia
sacando adelante sus tareas del hogar, el empresario haciendo progresar la
empresa y viviendo la justicia social... Todos, reparando por los pecados que
cada día se cometen en el mundo, ofreciendo en la Santa Misa sus vidas y sus
trabajos diarios.
Los
sacerdotes -Obispos y presbíteros- han sido llamados expresamente por Dios,
"no para estar separados ni del pueblo mismo ni de hombre alguno, sino
para consagrarse totalmente a la obra para la que el Señor los llama. No
podrían ser ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de una
vida distinta de la terrena, ni podrían servir si permanecieran ajenos a la
vida y condiciones de los mismos" (Concilio Vaticano II).
El sacerdote
ha sido entresacado de entre los hombres para ser investido de una dignidad que
causa asombro a los mismos ángeles, y nuevamente devuelto a los hombres para
servirles especialmente en lo que mira a Dios, con una misión peculiar y única
de salvación. El sacerdote hace en muchas circunstancias las veces de Cristo en
la tierra: tiene los poderes de Cristo para perdonar los pecados, enseña el
camino del Cielo..., y sobre todo presta su voz y sus manos a Cristo en el
momento sublime de la Santa Misa: en el Sacrificio del Altar consagra in
persona Christi, haciendo las veces de Cristo.
Hoy es un día
para agradecer a Jesús un don tan grande. ¡Gracias, Señor, por las llamadas al
sacerdocio que cada día diriges a los hombres! Y hacemos el propósito de tratarlos
con más amor, viendo en ellos a Cristo que pasa, que nos trae los dones más
preciados que un hombre puede desear. Nos trae la vida eterna.
Hoy es un día en el que
podemos pedir más especialmente para que los sacerdotes estén siempre abiertos
a todos y desprendidos de sí mismos.
3. El
sacerdote es instrumento de unidad. El deseo del Señor es "que todos sean
uno" (Juan 17,21). Él mismo señaló que todo reino dividido contra sí será
desolado y que no hay ciudad ni hogar que subsista si se pierde la unidad. Los
sacerdotes deben ser solícitos en conservar la unidad.
El Papa Juan
Pablo II, dirigiéndose a todos los sacerdotes del mundo, les exhortaba con
estas palabras: "Al celebrar la Eucaristía en tantos altares del mundo,
agradecemos al eterno Sacerdote el don que nos ha dado en el sacramento del
Sacerdocio. Y que en esta acción de gracias se puedan escuchar las palabras
puestas por el evangelista en boca de María con ocasión de la visita a su prima
Isabel: Ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre (Lc 1,
49). Demos también gracias a María por el inefable don del Sacerdocio por el
cual podemos servir en la Iglesia a cada hombre. ¡Que el agradecimiento
despierte también nuestro celo (...)
"Demos
gracias incesantemente por esto; con toda nuestra vida; con todo aquello de que
somos capaces. Juntos demos gracias a María, Madre de los sacerdotes.
Jesucristo, sumo y eterno sacerdote
Jesucristo ejerce su
sacerdocio durante toda su vida terrena y, sobre todo, en su pasión, muerte y
resurrección. El sacrificio perfecto es el que ofreció en la cruz en ofrenda
total como respuesta amorosa al amor del Padre y por nuestra salvación, y es el
mismo Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote de la Nueva Alianza, quien, por el
ministerio de los sacerdotes, ofrece el sacrificio eucarístico, que es el mismo
de la cruz.
El jueves posterior a la Solemnidad de Pentecostés en algunos países se
celebra la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote. Esta festividad no
aparece en el calendario de la Iglesia universal, pero se ha expandido por
muchos países.
La celebración fue introducida en España en 1973 y tiene textos propios para
la Santa Misa y el Oficio. En algunas diócesis este día es también la Jornada
de Santificación de los Sacerdotes.
San Juan Pablo II, en el documento “Ecclesia de Eucharistia” señala que “el
Hijo de Dios se ha hecho hombre, para reconducir todo lo creado, en un supremo
acto de alabanza, a Aquél que lo hizo de la nada”.
“De este modo, Él, el sumo y eterno Sacerdote, entrando en el santuario
eterno mediante la sangre de su Cruz, devuelve al Creador y Padre toda la
creación redimida. Lo hace a través del ministerio sacerdotal de la Iglesia y
para gloria de la Santísima Trinidad”.
Oración a Cristo, Sumo Sacerdote
Señor, Jesucristo, nuestro magnífico y supremo Sacerdote.
Por tu Muerte y Resurrección te hemos reconocido como el Cordero
sacrificial, mediador entre el Padre y nosotros mismos.
Nos llamas a participar en tu Muerte y Resurrección te hemos reconocido como
el Cordero
sacrificial, mediador
entre el Padre y nosotros mismos.
Nos llamas a participar en tu Muerte y Resurrección por los sacramentos del
Bautismo y Confirmación, para unirnos en el ofrecimiento del
sacrificio de Ti mismo
por la participación de tu Sacerdocio en la Eucaristía. Así pertenecemos
a tu Reino en la tierra, haciéndonos tu pueblo santo.
Señor Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote, concédenos tu Espíritu de Amor y
Vida que nos una a ti, Sacerdote y Víctima, para que el plan de salvación para
todos los pueblos se establezca dentro de nosotros.
Señor, Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote, concédenos tu Espíritu de
Sabiduría y unión, que a todos nos unifique en tu Cuerpo Místico, la Iglesia,
para ser tus testigos en el mundo.
Señor, Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote, tu cruz remedie nuestros males,
tu Resurrección nos renueve, tu Espíritu Santo nos santifique, tu Realeza nos
glorifique y nos redima tu Sacerdocio, para que podamos unirnos contigo como tú
lo estás con el Padre en el Espíritu Santo.
Señor, Jesús, reúnenos a todos en tu Persona –Víctima, Sacerdote, Rey – por
el banquete salvador de la Eucaristía que tú y nosotros ofrecemos en el altar
del Sacrificio, ahora y durante todos los días de nuestra peregrinación por
este mundo. Cuando nos llames a tu Reino celestial, entonces podamos participar
con todos los santos de tu gloria, amor y vida en unión con el Padre y el
Espíritu Santo por toda la eternidad.
Amén.
Lectura de la carta a los Hebreos10,11-18
Todo sacerdote ejerce su ministerio
diariamente ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, porque de ningún
modo pueden borrar los pecados.
Pero Cristo,
«después de haber ofrecido» por los pecados un único sacrificio, está sentado
para siempre jamás a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que
sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies.
Con una sola ofrenda
ha perfeccionado definitivamente a los que van siendo santificados. Esto nos lo
atestigua también el Espíritu Santo.
En efecto, después
de decir:
«Así será la alianza
que haré con ellos después de aquellos días», añade el Señor: «Pondré mis leyes
en sus corazones y las escribiré en su mente, y no me acordaré ya de sus
pecados ni de sus culpas».
Ahora bien, donde
hay perdón, no hay ya ofrenda por los pecados.
Palabra de Dios.
Salmo: Sal
109, 1bcde. 2.3
R. Tú eres
sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies». R.
Desde Sion extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus
enemigos. R.
«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento
entre esplendores sagrados:
yo mismo te engendré, desde el seno,
antes de la aurora». R/.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas 22, 14-20
Llegada la hora, se sentó Jesús con sus discípulos y
les dijo:
—«He deseado enormemente comer
esta comida pascual con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la
volveré a comer, hasta que se cumpla en el reino de Dios».
Y, tomando una copa, pronunció
la acción de gracias y dijo:
—«Tomad esto, repartidlo entre
vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid, hasta
que venga el reino de Dios».
Y, tomando pan, pronunció la
acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo:
—«Esto es mi cuerpo, que se
entrega por vosotros; haced esto en memoria mía».
Después de cenar, hizo lo mismo
con la copa, diciendo:
—«Esta copa es la nueva
alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros».
Palabra del Señor
1. El Señor
lo ha jurado y no se arrepiente: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de
Melquisedec (Salmo 109,4).
La Epístola a
los Hebreos define con exactitud al sacerdote cuando dice que es un hombre
escogido entre los hombres, y está constituido en favor de los hombres en lo
que se refiere a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados
(Hebreos 5,1). Por eso, el sacerdote, mediador entre Dios y los hombres, está
íntimamente ligado al Sacrificio que ofrece, pues éste es el principal acto de culto
en el que se expresa la adoración que la criatura tributa a su Creador.
En el Antiguo
Testamento, los sacrificios eran ofrendas que se hacían a Dios en
reconocimiento de su soberanía y en agradecimiento por los dones recibidos,
mediante la destrucción total o parcial de la víctima sobre un altar. Eran
símbolo e imagen del auténtico sacrificio que Jesucristo, llegada la plenitud
de los tiempos, habría de ofrecer en el Calvario.
Allí,
constituido Sumo Sacerdote para siempre, Jesús se ofreció a Sí mismo como
Víctima gratísima a Dios, de valor infinito: quiso ser al mismo tiempo
sacerdote, víctima y altar. En el Calvario, Jesús, Sumo Sacerdote, hizo la
ofrenda de alabanza y acción de gracias más grata a Dios que puede concebirse.
Fue tan perfecto este Sacrificio de Cristo que no puede pensarse otro mayor.
A la vez, fue
una ofrenda de carácter expiatorio y propiciatorio por nuestros pecados. Una
gota de la Sangre derramada por Cristo hubiera bastado para redimir todos los
pecados de la humanidad de todos los tiempos. En la Cruz, la petición de Cristo
por sus hermanos los hombres, fue escuchada con sumo agrado por el Padre, y
ahora continúa en el Cielo siempre vivo para interceder por nosotros (Hebreos
7,25).
"Jesucristo
en verdad es sacerdote, pero sacerdote para nosotros, no para sí, al ofrecer al
Eterno Padre los deseos y sentimientos religiosos en nombre del género humano.
Igualmente, Él es víctima, pero para nosotros, al ofrecerse a sí mismo en vez
del hombre sujeto a la culpa. Pues bien, aquello del apóstol: tened en vuestros
corazones los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo en el suyo, exige a todos
los cristianos que reproduzcan en sí, en cuanto al hombre es posible, aquel
sentimiento que tenía el divino Redentor cuando se ofrecía en sacrificio, es decir,
que imiten su humildad y eleven a la Suma Majestad de Dios la adoración, el
honor, la alabanza y la acción de gracias. Exige, además, que de alguna manera
adopten la condición de víctima, abnegándose a sí mismos según los preceptos
del Evangelio, entregándose voluntaria y gustosamente a la penitencia,
detestando y confesando cada uno sus propios pecados (...)" (Pío XII.
Mediator Dei). Éste es hoy nuestro propósito.
2. De la
misión redentora de Cristo Sacerdote participa toda la Iglesia y todos los fieles
laicos participan de este sacerdocio de Cristo, aunque de un modo esencialmente
diferente, y no sólo de grado, que los presbíteros. Con alma verdaderamente
sacerdotal, santifican el mundo a través de sus tareas seculares, realizadas
con perfección humana, y buscan en todo la gloria de Dios: la madre de familia
sacando adelante sus tareas del hogar, el empresario haciendo progresar la
empresa y viviendo la justicia social... Todos, reparando por los pecados que
cada día se cometen en el mundo, ofreciendo en la Santa Misa sus vidas y sus
trabajos diarios.
Los
sacerdotes -Obispos y presbíteros- han sido llamados expresamente por Dios,
"no para estar separados ni del pueblo mismo ni de hombre alguno, sino
para consagrarse totalmente a la obra para la que el Señor los llama. No
podrían ser ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de una
vida distinta de la terrena, ni podrían servir si permanecieran ajenos a la
vida y condiciones de los mismos" (Concilio Vaticano II).
El sacerdote
ha sido entresacado de entre los hombres para ser investido de una dignidad que
causa asombro a los mismos ángeles, y nuevamente devuelto a los hombres para
servirles especialmente en lo que mira a Dios, con una misión peculiar y única
de salvación. El sacerdote hace en muchas circunstancias las veces de Cristo en
la tierra: tiene los poderes de Cristo para perdonar los pecados, enseña el
camino del Cielo..., y sobre todo presta su voz y sus manos a Cristo en el
momento sublime de la Santa Misa: en el Sacrificio del Altar consagra in
persona Christi, haciendo las veces de Cristo.
Hoy es un día
para agradecer a Jesús un don tan grande. ¡Gracias, Señor, por las llamadas al
sacerdocio que cada día diriges a los hombres! Y hacemos el propósito de tratarlos
con más amor, viendo en ellos a Cristo que pasa, que nos trae los dones más
preciados que un hombre puede desear. Nos trae la vida eterna.
Hoy es un día en el que
podemos pedir más especialmente para que los sacerdotes estén siempre abiertos
a todos y desprendidos de sí mismos.
3. El
sacerdote es instrumento de unidad. El deseo del Señor es "que todos sean
uno" (Juan 17,21). Él mismo señaló que todo reino dividido contra sí será
desolado y que no hay ciudad ni hogar que subsista si se pierde la unidad. Los
sacerdotes deben ser solícitos en conservar la unidad.
El Papa Juan
Pablo II, dirigiéndose a todos los sacerdotes del mundo, les exhortaba con
estas palabras: "Al celebrar la Eucaristía en tantos altares del mundo,
agradecemos al eterno Sacerdote el don que nos ha dado en el sacramento del
Sacerdocio. Y que en esta acción de gracias se puedan escuchar las palabras
puestas por el evangelista en boca de María con ocasión de la visita a su prima
Isabel: Ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre (Lc 1,
49). Demos también gracias a María por el inefable don del Sacerdocio por el
cual podemos servir en la Iglesia a cada hombre. ¡Que el agradecimiento
despierte también nuestro celo (...)
"Demos
gracias incesantemente por esto; con toda nuestra vida; con todo aquello de que
somos capaces. Juntos demos gracias a María, Madre de los sacerdotes.
Jesucristo, sumo y eterno sacerdote
Jesucristo ejerce su
sacerdocio durante toda su vida terrena y, sobre todo, en su pasión, muerte y
resurrección. El sacrificio perfecto es el que ofreció en la cruz en ofrenda
total como respuesta amorosa al amor del Padre y por nuestra salvación, y es el
mismo Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote de la Nueva Alianza, quien, por el
ministerio de los sacerdotes, ofrece el sacrificio eucarístico, que es el mismo
de la cruz.
El jueves posterior a la Solemnidad de Pentecostés en algunos países se
celebra la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote. Esta festividad no
aparece en el calendario de la Iglesia universal, pero se ha expandido por
muchos países.
La celebración fue introducida en España en 1973 y tiene textos propios para
la Santa Misa y el Oficio. En algunas diócesis este día es también la Jornada
de Santificación de los Sacerdotes.
San Juan Pablo II, en el documento “Ecclesia de Eucharistia” señala que “el
Hijo de Dios se ha hecho hombre, para reconducir todo lo creado, en un supremo
acto de alabanza, a Aquél que lo hizo de la nada”.
“De este modo, Él, el sumo y eterno Sacerdote, entrando en el santuario
eterno mediante la sangre de su Cruz, devuelve al Creador y Padre toda la
creación redimida. Lo hace a través del ministerio sacerdotal de la Iglesia y
para gloria de la Santísima Trinidad”.
Oración a Cristo, Sumo Sacerdote
Señor, Jesucristo, nuestro magnífico y supremo Sacerdote.
Por tu Muerte y Resurrección te hemos reconocido como el Cordero
sacrificial, mediador entre el Padre y nosotros mismos.
Nos llamas a participar en tu Muerte y Resurrección te hemos reconocido como
el Cordero
sacrificial, mediador
entre el Padre y nosotros mismos.
Nos llamas a participar en tu Muerte y Resurrección por los sacramentos del
Bautismo y Confirmación, para unirnos en el ofrecimiento del
sacrificio de Ti mismo
por la participación de tu Sacerdocio en la Eucaristía. Así pertenecemos
a tu Reino en la tierra, haciéndonos tu pueblo santo.
Señor Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote, concédenos tu Espíritu de Amor y
Vida que nos una a ti, Sacerdote y Víctima, para que el plan de salvación para
todos los pueblos se establezca dentro de nosotros.
Señor, Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote, concédenos tu Espíritu de
Sabiduría y unión, que a todos nos unifique en tu Cuerpo Místico, la Iglesia,
para ser tus testigos en el mundo.
Señor, Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote, tu cruz remedie nuestros males,
tu Resurrección nos renueve, tu Espíritu Santo nos santifique, tu Realeza nos
glorifique y nos redima tu Sacerdocio, para que podamos unirnos contigo como tú
lo estás con el Padre en el Espíritu Santo.
Señor, Jesús, reúnenos a todos en tu Persona –Víctima, Sacerdote, Rey – por
el banquete salvador de la Eucaristía que tú y nosotros ofrecemos en el altar
del Sacrificio, ahora y durante todos los días de nuestra peregrinación por
este mundo. Cuando nos llames a tu Reino celestial, entonces podamos participar
con todos los santos de tu gloria, amor y vida en unión con el Padre y el
Espíritu Santo por toda la eternidad.
Amén.
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