miércoles, 8 de junio de 2022

Párate un momento: El Evangelio del dia 9 - DE JUNIO – JUEVES – 10 – SEMANA DEL T. O. – C – Jesucristo, sumo y eterno sacerdote (Fiesta)

 

 


 

 

9 - DE JUNIO – JUEVES –

10 – SEMANA DEL T. O. – C –

Jesucristo, sumo y eterno sacerdote

(Fiesta)

 

    Lectura de la carta a los Hebreos10,11-18

    Todo sacerdote ejerce su ministerio diariamente ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, porque de ningún modo pueden borrar los pecados.

    Pero Cristo, «después de haber ofrecido» por los pecados un único sacrificio, está sentado para siempre jamás a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies.

    Con una sola ofrenda ha perfeccionado definitivamente a los que van siendo santificados. Esto nos lo atestigua también el Espíritu Santo.

    En efecto, después de decir:

    «Así será la alianza que haré con ellos después de aquellos días», añade el Señor: «Pondré mis leyes en sus corazones y las escribiré en su mente, y no me acordaré ya de sus pecados ni de sus culpas».

    Ahora bien, donde hay perdón, no hay ya ofrenda por los pecados.

 

Palabra de Dios.

 

Salmo: Sal 109, 1bcde. 2.3

    R. Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.

 

Oráculo del Señor a mi Señor:

«Siéntate a mi derecha,

y haré de tus enemigos

estrado de tus pies». R.

Desde Sion extenderá el Señor

el poder de tu cetro:

somete en la batalla a tus enemigos. R.

 

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento

entre esplendores sagrados:

yo mismo te engendré, desde el seno,

antes de la aurora». R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas 22, 14-20

 

Llegada la hora, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo:

—«He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer, hasta que se cumpla en el reino de Dios».

Y, tomando una copa, pronunció la acción de gracias y dijo:

—«Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid, hasta que venga el reino de Dios».

Y, tomando pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo:

—«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía».

Después de cenar, hizo lo mismo con la copa, diciendo:

—«Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros».

 

Palabra del Señor

 

1. El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec (Salmo 109,4).

La Epístola a los Hebreos define con exactitud al sacerdote cuando dice que es un hombre escogido entre los hombres, y está constituido en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados (Hebreos 5,1). Por eso, el sacerdote, mediador entre Dios y los hombres, está íntimamente ligado al Sacrificio que ofrece, pues éste es el principal acto de culto en el que se expresa la adoración que la criatura tributa a su Creador.

En el Antiguo Testamento, los sacrificios eran ofrendas que se hacían a Dios en reconocimiento de su soberanía y en agradecimiento por los dones recibidos, mediante la destrucción total o parcial de la víctima sobre un altar. Eran símbolo e imagen del auténtico sacrificio que Jesucristo, llegada la plenitud de los tiempos, habría de ofrecer en el Calvario.

Allí, constituido Sumo Sacerdote para siempre, Jesús se ofreció a Sí mismo como Víctima gratísima a Dios, de valor infinito: quiso ser al mismo tiempo sacerdote, víctima y altar. En el Calvario, Jesús, Sumo Sacerdote, hizo la ofrenda de alabanza y acción de gracias más grata a Dios que puede concebirse. Fue tan perfecto este Sacrificio de Cristo que no puede pensarse otro mayor.

A la vez, fue una ofrenda de carácter expiatorio y propiciatorio por nuestros pecados. Una gota de la Sangre derramada por Cristo hubiera bastado para redimir todos los pecados de la humanidad de todos los tiempos. En la Cruz, la petición de Cristo por sus hermanos los hombres, fue escuchada con sumo agrado por el Padre, y ahora continúa en el Cielo siempre vivo para interceder por nosotros (Hebreos 7,25).

"Jesucristo en verdad es sacerdote, pero sacerdote para nosotros, no para sí, al ofrecer al Eterno Padre los deseos y sentimientos religiosos en nombre del género humano. Igualmente, Él es víctima, pero para nosotros, al ofrecerse a sí mismo en vez del hombre sujeto a la culpa. Pues bien, aquello del apóstol: tened en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo en el suyo, exige a todos los cristianos que reproduzcan en sí, en cuanto al hombre es posible, aquel sentimiento que tenía el divino Redentor cuando se ofrecía en sacrificio, es decir, que imiten su humildad y eleven a la Suma Majestad de Dios la adoración, el honor, la alabanza y la acción de gracias. Exige, además, que de alguna manera adopten la condición de víctima, abnegándose a sí mismos según los preceptos del Evangelio, entregándose voluntaria y gustosamente a la penitencia, detestando y confesando cada uno sus propios pecados (...)" (Pío XII. Mediator Dei). Éste es hoy nuestro propósito.

 

2. De la misión redentora de Cristo Sacerdote participa toda la Iglesia y todos los fieles laicos participan de este sacerdocio de Cristo, aunque de un modo esencialmente diferente, y no sólo de grado, que los presbíteros. Con alma verdaderamente sacerdotal, santifican el mundo a través de sus tareas seculares, realizadas con perfección humana, y buscan en todo la gloria de Dios: la madre de familia sacando adelante sus tareas del hogar, el empresario haciendo progresar la empresa y viviendo la justicia social... Todos, reparando por los pecados que cada día se cometen en el mundo, ofreciendo en la Santa Misa sus vidas y sus trabajos diarios.

Los sacerdotes -Obispos y presbíteros- han sido llamados expresamente por Dios, "no para estar separados ni del pueblo mismo ni de hombre alguno, sino para consagrarse totalmente a la obra para la que el Señor los llama. No podrían ser ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de una vida distinta de la terrena, ni podrían servir si permanecieran ajenos a la vida y condiciones de los mismos" (Concilio Vaticano II).

El sacerdote ha sido entresacado de entre los hombres para ser investido de una dignidad que causa asombro a los mismos ángeles, y nuevamente devuelto a los hombres para servirles especialmente en lo que mira a Dios, con una misión peculiar y única de salvación. El sacerdote hace en muchas circunstancias las veces de Cristo en la tierra: tiene los poderes de Cristo para perdonar los pecados, enseña el camino del Cielo..., y sobre todo presta su voz y sus manos a Cristo en el momento sublime de la Santa Misa: en el Sacrificio del Altar consagra in persona Christi, haciendo las veces de Cristo.

Hoy es un día para agradecer a Jesús un don tan grande. ¡Gracias, Señor, por las llamadas al sacerdocio que cada día diriges a los hombres! Y hacemos el propósito de tratarlos con más amor, viendo en ellos a Cristo que pasa, que nos trae los dones más preciados que un hombre puede desear. Nos trae la vida eterna.

  Hoy es un día en el que podemos pedir más especialmente para que los sacerdotes estén siempre abiertos a todos y desprendidos de sí mismos.

 

3.  El sacerdote es instrumento de unidad. El deseo del Señor es "que todos sean uno" (Juan 17,21). Él mismo señaló que todo reino dividido contra sí será desolado y que no hay ciudad ni hogar que subsista si se pierde la unidad. Los sacerdotes deben ser solícitos en conservar la unidad.

El Papa Juan Pablo II, dirigiéndose a todos los sacerdotes del mundo, les exhortaba con estas palabras: "Al celebrar la Eucaristía en tantos altares del mundo, agradecemos al eterno Sacerdote el don que nos ha dado en el sacramento del Sacerdocio. Y que en esta acción de gracias se puedan escuchar las palabras puestas por el evangelista en boca de María con ocasión de la visita a su prima Isabel: Ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre (Lc 1, 49). Demos también gracias a María por el inefable don del Sacerdocio por el cual podemos servir en la Iglesia a cada hombre. ¡Que el agradecimiento despierte también nuestro celo (...)

"Demos gracias incesantemente por esto; con toda nuestra vida; con todo aquello de que somos capaces. Juntos demos gracias a María, Madre de los sacerdotes.

 

Jesucristo, sumo y eterno sacerdote

 

 

Jesucristo ejerce su sacerdocio durante toda su vida terrena y, sobre todo, en su pasión, muerte y resurrección. El sacrificio perfecto es el que ofreció en la cruz en ofrenda total como respuesta amorosa al amor del Padre y por nuestra salvación, y es el mismo Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote de la Nueva Alianza, quien, por el ministerio de los sacerdotes, ofrece el sacrificio eucarístico, que es el mismo de la cruz.

El jueves posterior a la Solemnidad de Pentecostés en algunos países se celebra la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote. Esta festividad no aparece en el calendario de la Iglesia universal, pero se ha expandido por muchos países.

La celebración fue introducida en España en 1973 y tiene textos propios para la Santa Misa y el Oficio. En algunas diócesis este día es también la Jornada de Santificación de los Sacerdotes.

San Juan Pablo II, en el documento “Ecclesia de Eucharistia” señala que “el Hijo de Dios se ha hecho hombre, para reconducir todo lo creado, en un supremo acto de alabanza, a Aquél que lo hizo de la nada”.

“De este modo, Él, el sumo y eterno Sacerdote, entrando en el santuario eterno mediante la sangre de su Cruz, devuelve al Creador y Padre toda la creación redimida. Lo hace a través del ministerio sacerdotal de la Iglesia y para gloria de la Santísima Trinidad”.

 

Oración a Cristo, Sumo Sacerdote

Señor, Jesucristo, nuestro magnífico y supremo Sacerdote.

Por tu Muerte y Resurrección te hemos reconocido como el Cordero sacrificial, mediador entre el Padre y nosotros mismos.

     Nos llamas a participar en tu Muerte y Resurrección te hemos reconocido como el Cordero

sacrificial, mediador entre el Padre y nosotros mismos.

Nos llamas a participar en tu Muerte y Resurrección por los sacramentos del Bautismo y Confirmación, para unirnos en el ofrecimiento del

sacrificio de Ti mismo por la participación de tu Sacerdocio en la Eucaristía.  Así pertenecemos a tu Reino en la tierra, haciéndonos tu pueblo santo.

Señor Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote, concédenos tu Espíritu de Amor y Vida que nos una a ti, Sacerdote y Víctima, para que el plan de salvación para todos los pueblos se establezca dentro de nosotros.

Señor, Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote, concédenos tu Espíritu de Sabiduría y unión, que a todos nos unifique en tu Cuerpo Místico, la Iglesia, para ser tus testigos en el mundo.

Señor, Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote, tu cruz remedie nuestros males, tu Resurrección nos renueve, tu Espíritu Santo nos santifique, tu Realeza nos glorifique y nos redima tu Sacerdocio, para que podamos unirnos contigo como tú lo estás con el Padre en el Espíritu Santo.

Señor, Jesús, reúnenos a todos en tu Persona –Víctima, Sacerdote, Rey – por el banquete salvador de la Eucaristía que tú y nosotros ofrecemos en el altar del Sacrificio, ahora y durante todos los días de nuestra peregrinación por este mundo. Cuando nos llames a tu Reino celestial, entonces podamos participar con todos los santos de tu gloria, amor y vida en unión con el Padre y el Espíritu Santo por toda la eternidad.

                                                                     Amén.

 

 

 

 

    Lectura de la carta a los Hebreos10,11-18

    Todo sacerdote ejerce su ministerio diariamente ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, porque de ningún modo pueden borrar los pecados.

    Pero Cristo, «después de haber ofrecido» por los pecados un único sacrificio, está sentado para siempre jamás a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies.

    Con una sola ofrenda ha perfeccionado definitivamente a los que van siendo santificados. Esto nos lo atestigua también el Espíritu Santo.

    En efecto, después de decir:

    «Así será la alianza que haré con ellos después de aquellos días», añade el Señor: «Pondré mis leyes en sus corazones y las escribiré en su mente, y no me acordaré ya de sus pecados ni de sus culpas».

    Ahora bien, donde hay perdón, no hay ya ofrenda por los pecados.

 

Palabra de Dios.

 

Salmo: Sal 109, 1bcde. 2.3

    R. Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.

 

Oráculo del Señor a mi Señor:

«Siéntate a mi derecha,

y haré de tus enemigos

estrado de tus pies». R.

Desde Sion extenderá el Señor

el poder de tu cetro:

somete en la batalla a tus enemigos. R.

 

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento

entre esplendores sagrados:

yo mismo te engendré, desde el seno,

antes de la aurora». R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas 22, 14-20

 

Llegada la hora, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo:

—«He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer, hasta que se cumpla en el reino de Dios».

Y, tomando una copa, pronunció la acción de gracias y dijo:

—«Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid, hasta que venga el reino de Dios».

Y, tomando pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo:

—«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía».

Después de cenar, hizo lo mismo con la copa, diciendo:

—«Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros».

 

Palabra del Señor

 

1. El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec (Salmo 109,4).

La Epístola a los Hebreos define con exactitud al sacerdote cuando dice que es un hombre escogido entre los hombres, y está constituido en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados (Hebreos 5,1). Por eso, el sacerdote, mediador entre Dios y los hombres, está íntimamente ligado al Sacrificio que ofrece, pues éste es el principal acto de culto en el que se expresa la adoración que la criatura tributa a su Creador.

En el Antiguo Testamento, los sacrificios eran ofrendas que se hacían a Dios en reconocimiento de su soberanía y en agradecimiento por los dones recibidos, mediante la destrucción total o parcial de la víctima sobre un altar. Eran símbolo e imagen del auténtico sacrificio que Jesucristo, llegada la plenitud de los tiempos, habría de ofrecer en el Calvario.

Allí, constituido Sumo Sacerdote para siempre, Jesús se ofreció a Sí mismo como Víctima gratísima a Dios, de valor infinito: quiso ser al mismo tiempo sacerdote, víctima y altar. En el Calvario, Jesús, Sumo Sacerdote, hizo la ofrenda de alabanza y acción de gracias más grata a Dios que puede concebirse. Fue tan perfecto este Sacrificio de Cristo que no puede pensarse otro mayor.

A la vez, fue una ofrenda de carácter expiatorio y propiciatorio por nuestros pecados. Una gota de la Sangre derramada por Cristo hubiera bastado para redimir todos los pecados de la humanidad de todos los tiempos. En la Cruz, la petición de Cristo por sus hermanos los hombres, fue escuchada con sumo agrado por el Padre, y ahora continúa en el Cielo siempre vivo para interceder por nosotros (Hebreos 7,25).

"Jesucristo en verdad es sacerdote, pero sacerdote para nosotros, no para sí, al ofrecer al Eterno Padre los deseos y sentimientos religiosos en nombre del género humano. Igualmente, Él es víctima, pero para nosotros, al ofrecerse a sí mismo en vez del hombre sujeto a la culpa. Pues bien, aquello del apóstol: tened en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo en el suyo, exige a todos los cristianos que reproduzcan en sí, en cuanto al hombre es posible, aquel sentimiento que tenía el divino Redentor cuando se ofrecía en sacrificio, es decir, que imiten su humildad y eleven a la Suma Majestad de Dios la adoración, el honor, la alabanza y la acción de gracias. Exige, además, que de alguna manera adopten la condición de víctima, abnegándose a sí mismos según los preceptos del Evangelio, entregándose voluntaria y gustosamente a la penitencia, detestando y confesando cada uno sus propios pecados (...)" (Pío XII. Mediator Dei). Éste es hoy nuestro propósito.

 

2. De la misión redentora de Cristo Sacerdote participa toda la Iglesia y todos los fieles laicos participan de este sacerdocio de Cristo, aunque de un modo esencialmente diferente, y no sólo de grado, que los presbíteros. Con alma verdaderamente sacerdotal, santifican el mundo a través de sus tareas seculares, realizadas con perfección humana, y buscan en todo la gloria de Dios: la madre de familia sacando adelante sus tareas del hogar, el empresario haciendo progresar la empresa y viviendo la justicia social... Todos, reparando por los pecados que cada día se cometen en el mundo, ofreciendo en la Santa Misa sus vidas y sus trabajos diarios.

Los sacerdotes -Obispos y presbíteros- han sido llamados expresamente por Dios, "no para estar separados ni del pueblo mismo ni de hombre alguno, sino para consagrarse totalmente a la obra para la que el Señor los llama. No podrían ser ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de una vida distinta de la terrena, ni podrían servir si permanecieran ajenos a la vida y condiciones de los mismos" (Concilio Vaticano II).

El sacerdote ha sido entresacado de entre los hombres para ser investido de una dignidad que causa asombro a los mismos ángeles, y nuevamente devuelto a los hombres para servirles especialmente en lo que mira a Dios, con una misión peculiar y única de salvación. El sacerdote hace en muchas circunstancias las veces de Cristo en la tierra: tiene los poderes de Cristo para perdonar los pecados, enseña el camino del Cielo..., y sobre todo presta su voz y sus manos a Cristo en el momento sublime de la Santa Misa: en el Sacrificio del Altar consagra in persona Christi, haciendo las veces de Cristo.

Hoy es un día para agradecer a Jesús un don tan grande. ¡Gracias, Señor, por las llamadas al sacerdocio que cada día diriges a los hombres! Y hacemos el propósito de tratarlos con más amor, viendo en ellos a Cristo que pasa, que nos trae los dones más preciados que un hombre puede desear. Nos trae la vida eterna.

  Hoy es un día en el que podemos pedir más especialmente para que los sacerdotes estén siempre abiertos a todos y desprendidos de sí mismos.

 

3.  El sacerdote es instrumento de unidad. El deseo del Señor es "que todos sean uno" (Juan 17,21). Él mismo señaló que todo reino dividido contra sí será desolado y que no hay ciudad ni hogar que subsista si se pierde la unidad. Los sacerdotes deben ser solícitos en conservar la unidad.

El Papa Juan Pablo II, dirigiéndose a todos los sacerdotes del mundo, les exhortaba con estas palabras: "Al celebrar la Eucaristía en tantos altares del mundo, agradecemos al eterno Sacerdote el don que nos ha dado en el sacramento del Sacerdocio. Y que en esta acción de gracias se puedan escuchar las palabras puestas por el evangelista en boca de María con ocasión de la visita a su prima Isabel: Ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre (Lc 1, 49). Demos también gracias a María por el inefable don del Sacerdocio por el cual podemos servir en la Iglesia a cada hombre. ¡Que el agradecimiento despierte también nuestro celo (...)

"Demos gracias incesantemente por esto; con toda nuestra vida; con todo aquello de que somos capaces. Juntos demos gracias a María, Madre de los sacerdotes.

 

Jesucristo, sumo y eterno sacerdote

 


Jesucristo ejerce su sacerdocio durante toda su vida terrena y, sobre todo, en su pasión, muerte y resurrección. El sacrificio perfecto es el que ofreció en la cruz en ofrenda total como respuesta amorosa al amor del Padre y por nuestra salvación, y es el mismo Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote de la Nueva Alianza, quien, por el ministerio de los sacerdotes, ofrece el sacrificio eucarístico, que es el mismo de la cruz.

El jueves posterior a la Solemnidad de Pentecostés en algunos países se celebra la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote. Esta festividad no aparece en el calendario de la Iglesia universal, pero se ha expandido por muchos países.

La celebración fue introducida en España en 1973 y tiene textos propios para la Santa Misa y el Oficio. En algunas diócesis este día es también la Jornada de Santificación de los Sacerdotes.

San Juan Pablo II, en el documento “Ecclesia de Eucharistia” señala que “el Hijo de Dios se ha hecho hombre, para reconducir todo lo creado, en un supremo acto de alabanza, a Aquél que lo hizo de la nada”.

“De este modo, Él, el sumo y eterno Sacerdote, entrando en el santuario eterno mediante la sangre de su Cruz, devuelve al Creador y Padre toda la creación redimida. Lo hace a través del ministerio sacerdotal de la Iglesia y para gloria de la Santísima Trinidad”.

 

Oración a Cristo, Sumo Sacerdote

Señor, Jesucristo, nuestro magnífico y supremo Sacerdote.

Por tu Muerte y Resurrección te hemos reconocido como el Cordero sacrificial, mediador entre el Padre y nosotros mismos.

     Nos llamas a participar en tu Muerte y Resurrección te hemos reconocido como el Cordero

sacrificial, mediador entre el Padre y nosotros mismos.

Nos llamas a participar en tu Muerte y Resurrección por los sacramentos del Bautismo y Confirmación, para unirnos en el ofrecimiento del

sacrificio de Ti mismo por la participación de tu Sacerdocio en la Eucaristía.  Así pertenecemos a tu Reino en la tierra, haciéndonos tu pueblo santo.

Señor Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote, concédenos tu Espíritu de Amor y Vida que nos una a ti, Sacerdote y Víctima, para que el plan de salvación para todos los pueblos se establezca dentro de nosotros.

Señor, Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote, concédenos tu Espíritu de Sabiduría y unión, que a todos nos unifique en tu Cuerpo Místico, la Iglesia, para ser tus testigos en el mundo.

Señor, Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote, tu cruz remedie nuestros males, tu Resurrección nos renueve, tu Espíritu Santo nos santifique, tu Realeza nos glorifique y nos redima tu Sacerdocio, para que podamos unirnos contigo como tú lo estás con el Padre en el Espíritu Santo.

Señor, Jesús, reúnenos a todos en tu Persona –Víctima, Sacerdote, Rey – por el banquete salvador de la Eucaristía que tú y nosotros ofrecemos en el altar del Sacrificio, ahora y durante todos los días de nuestra peregrinación por este mundo. Cuando nos llames a tu Reino celestial, entonces podamos participar con todos los santos de tu gloria, amor y vida en unión con el Padre y el Espíritu Santo por toda la eternidad.

                                                                     Amén.

 

 

 

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