22 - DE
JUNIO – MIERCOLES –
12 – SEMANA
DEL T. O. – C –
Santo
Tomás Moro
Lectura del
segundo libro de los Reyes22,8-13; 23,1-3
En aquellos días, el sumo sacerdote, Jilquías, dijo al secretario
Safán:
«He hallado en
el templo del Señor un libro de la ley».
Jilquías
entregó el libro a Safán, que lo leyó. El secretario Safán, presentándose al
rey, le informó:
«Tus
servidores han fundido el dinero depositado en el templo y lo han entregado a
los capataces encargados del templo del Señor».
El secretario
Safán añadió también:
«El sumo
sacerdote Jilquías me ha entregado un libro».
Y Safán lo
leyó ante el rey. Cuando el rey oyó las palabras del libro de la ley, rasgó sus
vestiduras. Y dirigiéndose al sacerdote Jilquías, a Ajicán, hijo de Safán, a
Acbor, hijo de Miqueas, al secretario Safán y a Asaías, ministro del rey, les
ordenó:
«Id a
consultar al Señor por mí, por el pueblo y por todo Judá, a propósito de las
palabras de este libro que ha sido encontrado, porque debe de ser grande la ira
del Señor encendida contra nosotros, ya que nuestros padres no obedecieron las
palabras de este libro haciendo lo que está escrito para nosotros».
El rey convocó
a todos los ancianos de Judá y de Jerusalén y se reunieron ante él. Subió el
rey al templo del Señor con todos los hombres de Judá y los habitantes de
Jerusalén; los sacerdotes, profetas y todo el pueblo, desde el menor al mayor,
y leyó a sus oídos todas las palabras del libro de la Alianza hallado en el
templo del Señor. Se situó el rey de pie junto a la columna y, en presencia del
Señor, estableció la alianza, con el compromiso de caminar tras el Señor y
guardar sus mandamientos, testimonios y preceptos, con todo el corazón y con
toda el alma, y poner en vigor las palabras de la alianza escritas en el libro.
Todo el pueblo
confirmó la alianza.
Palabra de Dios.
Salmo 118:
R/Muéstrame,
Señor, el camino de tus decretos.
Muéstrame, Señor, el camino de tus decretos,
y lo seguiré puntualmente.MR/
Enséñame a cumplir tu ley
y a guardarla de todo corazón. R/
Guíame por la senda de tus mandatos,
porque ella es mi gozo. R/
Inclina mi corazón a tus preceptos,
y no al interés. R/
Aparta mis ojos de las vanidades,
dame vida con tu palabra. R/
Mira cómo ansío tus mandatos:
dame vida con tu justicia. R/
Lectura del santo evangelio según san
Mateo (7,15-20):
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuidado con los falsos profetas; se
acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos
los conoceréis.
A ver, ¿acaso se cosechan uvas de las
zarzas o higos de los cardos?
Los árboles sanos dan frutos buenos; los
árboles dañados dan frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni
un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se
echa al fuego.
Es decir, que por sus frutos los
conoceréis.
Palabra del
Señor
1. En el cristianismo primitivo existía, sin duda alguna, el peligro, para los creyentes en Jesús, de verse asaltados por "profetas falsos". Es decir, ya entonces percibieron la amenaza que representan los hombres tramposos y embusteros, que se presentan con apariencia de salvadores, cuando en realidad son auténticos "salteadores" de caminos por los que transita gente inocente (cf. 1 Jn 2, 18-27; 4, 1-6; Tit 1, 12; Ap 2, 20; Did. 11, 3; Pastor de Hermas, m. 11, además de los montanistas y no pocos grupos gnósticos) (A. Piñero).
Teniendo en cuenta que lo que se
les reprocha a los "profetas falsos" no es el error, sino la maldad
(anomía) (Mt 7, 23).
2. El principio o criterio, que aquí establece Jesús, tiene esta característica: fundamenta la ética, no en principios filosóficos o en leyes religiosas, sino en las consecuencias del propio comportamiento.
El comportamiento humano, por supuesto. Pero el comportamiento humano que sigue el comportamiento que tuvo Jesús. Este criterio se parece mucho al llamado pragmatismo americano, que entiende la fe como "aquello en virtud de lo cual un hombre está dispuesto a obrar" (N. J. Green).
No nos damos cuenta, por lo general, de
la disociación y el desacuerdo que existe entre lo que pensamos y lo que hacemos.
Por eso es tan importante recordar el criterio ético de R. Rorty: el hombre
solidario es el que lucha por disminuir la violencia, el sufrimiento y "la
humillación que soportan algunos seres humanos a causa de otros seres
humanos".
3. Cada cual nos tenemos que preguntar por las consecuencias que se siguen de nuestras conductas. Por ejemplo, es muy aleccionador tener presente si cada cual, en el ambiente en el que se mueve, contagia bienestar,
alegría, paz, sosiego, ganas de vivir. O, por el contrario, lo que contagia
es un clima insoportable, malestar,
tensiones, violencia, atropellos...
En eso es donde está la respuesta al
problema de la ética. Mi bondad o mi maldad se perciben, ante todo, en la cara
que ponen los que conviven conmigo.
(Año 1535)
Este es uno de los dos
grandes mártires de la Iglesia de Inglaterra, cuando un rey impuro quiso acabar
con la Religión Católica y ellos se opusieron. El otro es San Juan Fisher (20
de junio). Tomás significa: "el gemelo". Y en verdad que fue un verdadero
gemelo en santidad y en cualidades con su compañero de martirio, San Juan
Fisher.
Nació
Tomás Moro en Cheapside, Inglaterra en 1478. A los 13 años se fue a trabajar de
mensajero en la casa del Arzobispo de Canterbury, y éste al darse cuenta de la
gran inteligencia del joven, lo envió a estudiar al colegio de la Universidad
de Oxford.
Su
padre que era juez, le enviaba únicamente el dinero indispensable para sus
gastos más necesarios, y esto le fue muy útil, pues como él mismo afirmaba
después: "Por no tener dinero para salir a divertirme, tenía que quedarme
en casa y en la biblioteca estudiando". Lo cual le fue de gran provecho
para su futuro.
A los
22 años ya es doctor en abogacía, y profesor brillante. Es un apasionado lector
que todos los ratos libres los dedica a la lectura de buenos libros. Uno de sus
compañeros de ese tiempo dio de él este testimonio: "Es un intelectual muy
brillante, y a sus grandes cualidades intelectuales añade una muy agradable
simpatía".
Le
llegaron dudas acerca de cuál era la vocación para la cual Dios lo tenía
destinado. Al principio se fue a vivir con los cartujos (esos monjes que nunca
hablan, ni comen carne, y rezan mucho de día y de noche) pero después de 4 años
se dio cuenta de que no había nacido para esa heroica vocación. También intentó
irse de franciscano, pero resultó que tampoco era ese su camino. Entonces se
dispuso a optar por la vocación del matrimonio. Se casó, tuvo cuatro hijos y
fue un excelente esposo y un cariñosísimo papá. Su vocación estaba un poco más
allá: su vocación era actuar en el gobierno y escribir libros.
Para
con sus hijos, para con los pobres y para cuantos deseaban tratar con él, Tomás
fue siempre un excelente y simpático amigo. Acostumbraba a ir personalmente a
visitar los barrios de los pobres para conocer sus necesidades y poder
ayudarles mejor. Con frecuencia invitaba a su mesa a gentes muy pobres, y casi
nunca invitaba a almorzar a los ricos. A su casa llegaban muchas visitas de
intelectuales que iban a charlar con él acerca de temas muy importantes para
esos momentos y a comentar los últimos libros que se iban publicando. Su esposa
se admiraba al verlo siempre de buen humor, pasara lo que pasara. Era difícil
encontrar otro de conversación más amena.
Tomás
Moro escribió bastantes libros. Muchos de ellos contra los protestantes, pero
el más famoso es el que se llama Utopía. Esta es una palabra que significa:
"Lo que no existe" (U=no. Topos: lugar. Lo que no tiene lugar). En
ese libro describe una nación que en realidad no existe pero que debería existir.
En su escrito ataca fuertemente las injusticias que cometen los ricos y los
altos del gobierno con los pobres y los desprotegidos y va describiendo cómo
debería ser una nación ideal. Esta obra lo hizo muy conocido en toda Europa.
El
joven abogado Tomás Moro fue aceptado como profesor de uno de los más
prestigiosos colegios de Londres. Luego fue elegido secretario del alcalde de
la capital. En 1529 fue nombrado Canciller o Ministro de Relaciones Exteriores.
Pero este altísimo cargo no cambió en nada su sencillez. Siguió asistiendo a
Misa cada día, confesándose con frecuencia y comulgando. Tratable y amable con
todos. Alguien llegó a afirmar: "Parece que lo hubieran elegido Canciller,
solamente para poder favorecer más a los pobres y desamparados". Otro añadía:
"El rey no pudo encontrar otro mejor consejero que este". Pero Tomás,
que conocía bien cómo era Enrique VIII, declaraba con su fino humor: "El
rey es de tal manera que, si le ofrecen una buena casa por mi cabeza, me la
mandará cortar de inmediato".
Ya
llevaba dos años como Canciller cuando sucedió en Inglaterra un hecho terrible
contra la religión católica. El impúdico rey Enrique VIII se divorció de su
legítima esposa y se fue a vivir con la concubina Ana Bolena. Y como el Sumo
Pontífice no aceptó este divorcio, el rey se declaró Jefe Supremo de la
religión de la nación, y declaró la persecución contra todo el que no aceptara
su divorcio o no lo aceptara a él como reemplazo del Papa en Roma. Muchos
católicos tendrían que morir por oponerse a todo esto.
Tomás
Moro no aceptó ninguno de los terribilísimos errores del malvado rey: ni el
divorcio ni el que tratara de reemplazar al Sumo Pontífice. Entonces fue
destituido de su alto puesto, le confiscaron sus bienes y el rey lo mandó
encerrar como prisionero de la espantosa Torre de Londres. Santo Tomás y San
Juan Fisher fueron los dos principales de todos los altos funcionarios de la
capital que se negaron a aceptar tan grandes infamias del monarca. Y ambos
fueron llevados a la torre fatídica. Allí estuvo Tomás encerrado durante 15
meses.
Verdaderamente
hermosas son las cartas que desde la cárcel escribió este gran sabio a su hija
Margarita que estaba muy desconsolada por la prisión de su padre. En ellas le
dice: "Con esta cárcel estoy pagando a Dios por los pecados que he
cometido en mi vida. Los sufrimientos de esta prisión seguramente me van a
disminuir las penas que me esperan en el purgatorio. Recuerda hija mía, que
nada podrá pasar si Dios no permite que me suceda. Y todo lo permite Dios para
bien de los que lo aman. Y lo que el buen Dios permite que nos suceda es lo
mejor, aunque no lo entendamos, ni nos parezca así".
El
día en que Margarita fue a visitar por última vez a su padre, vieron los dos
salir hacia el sitio del martirio a cuatro monjes cartujos que no habían
querido aceptar los errores de Enrique VIII. Tomás dijo a Margarita: "Mire
cómo van de contentos a ofrecer su vida por Jesucristo. Ojalá también a mí me
conceda Dios el valor suficiente para ofrecer mi vida por su santa
religión".
Tomás
fue llamado a un último consejo de guerra. Le pidieron que aceptara lo que el
rey le mandaba y él respondió: "Tengo que obedecer a lo que mi conciencia
me manda, y pensar en la salvación de mi alma. Eso es mucho más importante que
todo lo que el mundo pueda ofrecer. No acepto esos errores del rey". Se le
dictó entonces sentencia de muerte. Él se despidió de su hijo y de su hija y
volvió a ser encerrado en la Torre de Londres.
En
la madrugada del 6 de julio de 1535 le comunicaron que lo llevarían al sitio
del martirio, él se colocó su mejor vestido. De buen humor como siempre, dijo
al salir al corredor frío: "por favor, mi abrigo, porque doy mi vida, pero
un resfriado sí no me quiero conseguir". Al llegar al sitio donde lo iban
a matar rezó despacio el Salmo 51: "Misericordia Señor por tu
bondad". Luego prometió que rogaría por el rey y sus demás perseguidores,
y declaró públicamente que moría por ser fiel a la Santa Iglesia Católica,
Apostólica y Romana. Luego enseguida de un hachazo le cortaron la cabeza.
Tomás
Moro fue declarado santo por el Papa en 1935.
Un
sabio decía:
"Este
hombre, aunque no hubiera sido mártir, bien merecía que lo canonizaran, porque su
vida fue un admirable ejemplo de lo que debe ser el comportamiento de un
servidor público: un buen cristiano y un excelente ciudadano".
No hay comentarios:
Publicar un comentario