24 - DE
JUNIO – VIERNES –
12 – SEMANA
DEL T. O. – C –
Solemnidad
Lectura de la profecía de
Ezequiel, 34,11-16
Esto
dice el Señor Dios:
«Yo mismo buscaré mi
rebaño y lo cuidaré.
Como cuida un pastor de
su grey dispersa, así cuidaré yo de mi rebaño y lo libraré, sacándolo de los
lugares por donde se había dispersado un día de oscuros nubarrones.
Sacaré a mis ovejas de
en medio de los pueblos, las reuniré de entre las naciones, las llevaré a su
tierra, las apacentaré en los montes de Israel, en los valles y en todos los
poblados del país.
Las apacentaré en pastos
escogidos, tendrán sus majadas en los montes más altos de Israel; se recostarán
en pródigas dehesas y pacerán pingües pastos en los montes de Israel.
Yo mismo apacentaré mis
ovejas y las haré reposar —oráculo del Señor Dios—.
Buscaré la oveja
perdida, recogeré a la descarriada; vendaré a las heridas; fortaleceré a la
enferma; pero a la que está fuerte y robusta la guardaré: la apacentaré con
justicia».
Palabra de
Dios.
Salmo responsorial Sal 22,
1b-3a. 3b-4. 5. 6 (R.: 1b)
R. El Señor es mi pastor,
nada me falta.
El Señor es mi pastor,
nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. R.
Me guía por el sendero
justo,
por el honor de su nombre.
Aunque caminé por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.
R.
Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R.
Tu bondad y tu
misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. R.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a
los Romanos 5, 5b- 11
Hermanos:
El amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado.
En efecto, cuando
nosotros estábamos aún sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los
impíos; ciertamente, apenas habrá quien muera por un justo; por una persona
buena tal vez se atrevería alguien a morir; pues bien: Dios nos demostró su
amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros. ¡Con
cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él
salvados del castigo!
Si, cuando éramos
enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta
más razón, estando ya reconciliados, seremos salvados por su vida!
Y no solo eso, sino que
también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos
obtenido ahora la reconciliación.
Palabra de
Dios.
Lectura del santo Evangelio
según san Lucas. 15,3-7
En aquel
tiempo, Jesús dijo a los fariseos y a los escribas esta parábola:
«Quién de vosotros que
tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el
desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra?
Y, cuando la encuentra,
se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los
amigos y a los vecinos, y les dice:
“¡Alegraos conmigo!, he
encontrado la oveja que se me había perdido”.
Os digo que así también
habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por
noventa y nueve justos que no necesitan convertirse».
Palabra del
Señor.
1. Hoy
celebramos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Desde tiempo inmemorial,
el hombre sitúa “físicamente” en el corazón lo mejor o lo peor del ser humano.
Cristo nos muestra el suyo, con las cicatrices de nuestro pecado, como símbolo
de su amor a los hombres, y es desde este corazón que vivifica y renueva la
historia pasada, presente y futura, desde donde contemplamos y podemos
comprender la alegría de Aquel que encuentra lo que había perdido.
«Alegraos conmigo, porque he hallado la
oveja que se me había perdido» (Lc 15,6). Cuando escuchamos estas palabras,
tendemos siempre a situarnos en el grupo de los noventa y nueve justos y
observamos “distantes” cómo Jesús ofrece la salvación a cantidad de conocidos
nuestros que son mucho peor que nosotros... ¡Pues no!, la alegría de Jesús
tiene un nombre y un rostro. El mío, el tuyo, el de aquél..., todos somos “la
oveja perdida” por nuestros pecados; así que..., ¡no echemos más leña al fuego
de nuestra soberbia, creyéndonos convertidos del todo!
2. En
el tiempo que vivimos, en que el concepto de pecado se relativiza o se niega,
en el que el sacramento de la penitencia es considerado por algunos como algo
duro, triste y obsoleto, el Señor en su parábola nos habla de alegría, y no lo
hace solo aquí, sino que es una corriente que atraviesa todo el Evangelio.
Zaqueo invita a Jesús a comer para celebrarlo, después de ser perdonado (cf. Lc
19,1-9); el padre del hijo pródigo perdona y da una fiesta por su vuelta (cf.
Lc 15,11-32), y el Buen Pastor se regocija por encontrar a quien se había apartado
de su camino.
Decía san Josemaría que un hombre «vale lo
que vale su corazón».
Meditemos desde el Evangelio de Lucas si el
precio —que va marcado en la etiqueta de nuestro corazón— concuerda con el
valor del rescate que el Sagrado Corazón de Jesús ha pagado por cada uno de
nosotros.
Sagrado Corazón de Jesús
La devoción al Corazón de Jesús ha existido desde los primeros tiempos de la Iglesia, desde que se meditaba en el costado y el Corazón abierto de Jesús, de donde salió sangre y agua. De ese Corazón nació la Iglesia y por ese Corazón se abrieron las puertas del Cielo.
La oración de
la Iglesia venera y honra al Corazón de Jesús, como invoca su Santísimo Nombre.
Adora al Verbo encarnado y a su Corazón que, por amor a los hombres, se dejó
traspasar por nuestros pecados.
Catecismo de la Iglesia Católica, 2669
Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: "El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2, 20). Nos ha amado a todos con un corazón humano. Por esta razón, el sagrado Corazón de Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf. Jn 19, 34), "es considerado como el principal indicador y símbolo...del amor con que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres (Pío XII, Enc."Haurietis aquas": DS 3924; cf. DS 3812).
Catecismo de la Iglesia Católica, 478
La difusión de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús se debe a santa
Margarita de Alacoque a quien Jesús se le apareció con estas palabras:
"Mira este corazón mío, que, a pesar de consumirse en amor abrasador por
los hombres, no recibe de los cristianos otra cosa que sacrilegio, desprecio,
indiferencia e ingratitud, aún en el mismo sacramento de mi amor. Pero lo que
traspasa mi Corazón más desgarradamente es que estos insultos los recibo de
personas consagradas especialmente a mi servicio."
He aquí las
promesas que hizo Jesús a Santa Margarita, y por medio de ella a todos los
devotos de su Sagrado Corazón:
1. Les
daré todas las gracias necesarias a su estado.
2. Pondré paz en sus familias.
3. Les consolaré en sus penas.
4. Seré su refugio seguro durante la vida, y, sobre todo, en la hora de la
muerte.
5. Derramaré
abundantes bendiciones sobre todas sus empresas.
6. Bendeciré
las casas en que la imagen de mi Corazón sea expuesta y venerada.
7. Los
pecadores hallarán en mi Corazón la fuente, el Océano infinito de la
misericordia.
8. Las almas tibias se volverán fervorosas.
9. Las
almas fervorosas se elevarán a gran perfección.
10. Daré a
los sacerdotes el talento de mover los corazones más empedernidos.
11. Las
personas que propaguen esta devoción tendrán su nombre escrito en mi Corazón, y
jamás será borrado de Él.
12. Les
prometo en el exceso de mi misericordia, que mi amor todopoderoso concederá a
todos aquellos que comulgaren por nueve primeros viernes consecutivos, la
gracia de la perseverancia final; no morirán sin mi gracia, ni sin la recepción
de los santos sacramentos. Mi Corazón será su seguro refugio en aquel momento
supremo.
Las condiciones para ganar esta gracia son
tres:
1. Recibir la Sagrada Comunión durante nueve primeros viernes de mes de forma
consecutiva y sin ninguna interrupción.
2. Tener la intención de honrar al Sagrado Corazón de Jesús y de alcanzar la
perseverancia final.
3. Ofrecer cada Sagrada Comunión como un acto de expiación por las ofensas
cometidas contra el Santísimo Sacramento.
Oración para después de cada una de las comuniones de los nueve primeros viernes.
Jesús mío dulcísimo, que en vuestra infinita y dulcísima misericordia
prometisteis la gracia de la perseverancia final a los que comulgaren en honra
de vuestro Sagrado Corazón nueve primeros viernes de mes seguidos: acordaos de
esta promesa y a mí, indigno siervo vuestro que acabo de recibiros sacramentado
con este fin e intención, concededme que muera detestando todos mis pecados,
creyendo en vos con fe viva, esperando en vuestra inefable misericordia y
amando la bondad de vuestro amantísimo y amabilísimo Corazón. Amén.
Jaculatoria: ¡Sagrado corazón de Jesús en vos confío!
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