5 - DE JUNIO
– DOMINGO
DE PENTECOSTES –
SOLEMNIDAD
SAN BONIFACIO, obispo
y mártir
Lectura del libro de los Hechos
de los Apóstoles (2,1-11):
AL cumplirse
el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se
produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y
llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas,
como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se
llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según
el Espíritu les concedía manifestarse.
Residían entonces en Jerusalén judíos
devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo.
Al oírse este ruido, acudió la multitud
y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua.
Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo:
«¿No son galileos todos esos que están
hablando?
Entonces, ¿cómo es que cada uno de
nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa?
Entre nosotros hay partos, medos,
elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia,
de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene;
hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos como prosélitos; también hay
cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en
nuestra propia lengua».
Palabra de
Dios
Salmo: 103,1ab.24ac.29bc-30.31.34
R/. Envía tu Espíritu, Señor,
y repuebla la faz de la tierra
Bendice, alma
mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Cuántas son tus obras, Señor;
la tierra está llena de tus criaturas. R/.
Les retiras el
aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu espíritu, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra. R/.
Gloria a Dios
para siempre,
goce el Señor con sus obras;
que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor. R/.
Lectura de la primera carta del
apóstol san Pablo a los Corintios (12,3b-7.12-13):
HERMANOS:
Nadie puede decir: «Jesús es Señor»,
sino por el Espíritu Santo.
Y hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de
ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un
mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la
manifestación del Espíritu para el bien común.
Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y
tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos,
son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido
bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos
bebido de un solo Espíritu.
Palabra de
Dios
Secuencia
Ven, Espíritu
divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce
huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el
fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la
tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas,
infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus
siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.
Lectura del santo evangelio
según san Juan (20,19-23):
AL anochecer
de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con
las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en
medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y
el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha
enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les
dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes
les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis,
les quedan retenidos».
Palabra del
Señor
DOMINGO DE PENTECOSTÉS
Cuenta el libro de los Hechos de los
Apóstoles que Pablo encontró cierta vez en Éfeso un grupo de cristianos
desconocidos. Algo debió de resultarle raro porque les preguntó: “¿Recibisteis
el Espíritu Santo cuando comenzasteis a creer?” La respuesta fue rotunda: “Ni
siquiera hemos oído que hay un Espíritu Santo”. Si Pablo nos hiciera hoy la
misma pregunta, muchos cristianos deberían responder: “Sé desde niño que existe
el Espíritu Santo. Pero no sé para qué sirve, no influye nada en mi vida. A mí
me basta con Dios y con Jesús”. Esta respuesta sería sincera, pero equivocada.
Las palabras que acaba de pronunciar las ha dicho impulsado por el Espíritu
Santo. Tiene más influjo en su vida de lo que él imagina. Y esto lo sabemos
gracias a las discusiones y peleas entre los cristianos de Corinto.
La importancia del Espíritu (1 Corintios
12,3b-7.12-13)
Los corintios eran especialistas en
crear conflictos. Una suerte para nosotros, porque gracias a sus discusiones
tenemos las dos cartas que Pablo les escribió. La disputa que originó la lectura
de hoy no queda clara, porque el texto, para no perder la costumbre, ha sido
mutilado. Quien se toma la pequeña molestia de leer el capítulo 12 de la 1ª
carta a los Corintios, advierte cuál es el problema: algunos se consideran
superiores a los demás y no valoran lo que hacen los otros. Como si un
arquitecto despreciase, y considerase inútiles, al delineante que elabora los
planos, al informático que trabaja en el ordenador, al capataz que dirige la
obra y, sobre todo, a los obreros que se juegan a veces la vida en lo alto del
andamio.
La sección suprimida en la lectura
(versículos 8-11) describe la situación en Corinto. Unos se precian de hablar
muy bien en las asambleas; otros, de saber todo lo importante; algunos destacan
por su fe; otros consiguen realizar curaciones, y hay quien incluso hace
milagros; los más conflictivos son los que presumen de hablar con Dios en
lenguas extrañas, que nadie entiende, y los que se consideran capaces de
interpretar lo que dicen.
Pablo comienza por la base. Hay algo que
los une a todos ellos: la fe en Jesús, confesarlo como Señor, aunque el César
romano reivindique para sí este título. Y eso lo hacen gracias al Espíritu
Santo.
Esta unidad no excluye diversidad de
dones espirituales, actividades y funciones. Pero en la diversidad deben ver la
acción del Espíritu, de Jesús y de Dios Padre. A continuación de esta fórmula
casi trinitaria, insiste en que es el Espíritu quien se manifiesta en esos
dones, actividades y funciones, que concede a cada uno con vistas al bien común.
Además, el Espíritu no solo entrega sus
dones, también une a los cristianos. Gracias al él, en la comunidad no hay
diferencias motivadas por el origen (judíos - griegos) ni por las clases
sociales (esclavos - libres). En la carta a los Gálatas dirá Pablo que también
elimina las diferencias basadas en el género (varones - mujeres). Hoy día somos
especialmente sensibles a la diferencia de género. No podemos imaginar lo que
suponía en el siglo I las diferencias entre un esclavo (por más cultura que tuviese)
y un ciudadano libre, ni entre un cristiano de origen judío (algunos se
consideraban lo mejor de lo mejor) y un cristiano de origen pagano, recién
bautizado (para algunos, un advenedizo). [Solo hay un tema en el que ha
fracasado el Espíritu: en unir a independentistas y nacionalistas].
En definitiva, todo lo que somos y
tenemos es fruto del Espíritu, porque es la forma en que Jesús resucitado sigue
presente entre nosotros.
¿Cómo comenzó la historia? Dos versiones
muy distintas.
Si a un cristiano con mediana formación
religiosa le preguntan cómo y cuándo vino por vez primera el Espíritu Santo, lo
más probable es que haga referencia al día de Pentecostés. Y si tiene cierta
cultura artística, recordará el cuadro de El Greco, aunque quizá no haya advertido
que, junto a la Virgen, está María Magdalena, representando al resto de la
comunidad cristiana (ciento veinte personas, según Lucas). Pero hay otra
versión muy distinta: la del evangelio de Juan.
La versión de Lucas (Hechos de los
apóstoles 2,1-11)
Lucas es un entusiasta del Espíritu
Santo. Ha estudiado la difusión del cristianismo desde Jerusalén hasta Roma,
pasando por Siria, la actual Turquía y Grecia. Conoce los sacrificios y
esfuerzos de los misioneros, que se han expuesto a bandidos, animales feroces,
viajes interminables, naufragios, enemistades de los judíos y de los paganos,
para propagar el evangelio.
- ¿De dónde han sacado fuerza y
luz?
- ¿Quién les ha enseñado a expresarse en
lenguas tan diversas?
Para Lucas, la respuesta es clara: todo
es don del Espíritu.
Por eso, cuando escribe el libro de los
Hechos, desea inculcar que su venida no es solo una experiencia personal y
privada, sino de toda la comunidad. Algo que se prepara con un largo período de
oración (¡cincuenta días!), y que acontecerá en un momento solemne, en la
segunda de las tres grandes fiestas judías: Pentecostés. Lo curioso es que esta
fiesta se celebra para dar gracias a Dios por la cosecha del trigo, inculcando
al mismo tiempo la obligación de compartir los frutos de la tierra con los más
débiles (esclavos, esclavas, levitas, emigrantes, huérfanos y
viudas).
En este caso, quien empieza a compartir
es Dios, que envía el mayor regalo posible: su Espíritu. Y lo envía no solo a
los apóstoles (los obispos) sino a toda la comunidad, «unas ciento veinte
personas».
El relato de Lucas contiene dos escenas
(dentro y fuera de la casa), relacionadas por el ruido de una especie de viento
impetuoso[1].
Dentro de la casa, el ruido va
acompañado de la aparición de unas lenguas de fuego que se sitúan sobre cada
uno de los presentes. Sigue la venida del Espíritu y el don de hablar en
distintas lenguas. ¿Qué dicen? Lo sabremos al final.
Fuera de la casa, el ruido (o la voz de
la comunidad) hace que se congregue una multitud de judíos de todas partes del
mundo. Aunque Lucas no lo dice expresamente, se supone que la comunidad ha
salido de la casa y todos los oyen hablar en su propia lengua. Desde un punto
de vista histórico, la escena es irreal. ¿Cómo puede saber un elamita que un
parto o un medo está escuchando cada uno su idioma? Pero la escena simboliza
una realidad histórica: el evangelio se ha extendido por regiones tan distintas
como Mesopotamia, Judea, Capadocia, Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto,
Libia y Cirene, y sus habitantes han escuchado su proclamación en su propia
lengua. Este “milagro” lo han repetido miles de misioneros a lo largo de
siglos, también con la ayuda del Espíritu. Porque él no viene solo a cohesionar
a la comunidad internamente, también la lanza hacia fuera para que
proclame «las maravillas de Dios».
La versión de Juan 20, 19-23
Muy distinta es la versión que ofrece el
cuarto evangelio. En este breve pasaje podemos distinguir cuatro momentos:
el saludo, la confirmación de que es Jesús quien se aparece, el envío y el don
del Espíritu.
El saludo es el habitual entre los judíos:
“La paz esté con vosotros”. Pero en este caso no se trata de pura fórmula,
porque los discípulos, muertos de miedo a los judíos, están muy necesitados de
paz.
Esa paz se la concede la presencia de
Jesús, algo que parece imposible, porque las puertas están cerradas. Al
mostrarles las manos y los pies, confirma que es realmente él. Los signos del
sufrimiento y la muerte, los pies y manos atravesados por los clavos, se
convierten en signo de salvación, y los discípulos se llenan de alegría.
Todo podría haber terminado aquí, con la
paz y la alegría que sustituyen al miedo. Sin embargo, en los relatos de
apariciones nunca falta un elemento esencial: la misión. Una misión que culmina
el plan de Dios: el Padre envió a Jesús, Jesús envía a los apóstoles. [Dada la
escasez actual de vocaciones sacerdotales y religiosas, no es mal momento para
recordar otro pasaje de Juan, donde Jesús dice: “Rogad al Señor de la mies
que envíe operarios a su mies”].
El final lo constituye una acción
sorprendente: Jesús sopla sobre los discípulos. No dice el evangelista si lo
hace sobre todos en conjunto o lo hace uno a uno. Ese detalle carece de
importancia. Lo importante es el simbolismo. En hebreo, la palabra ruaj puede
significar “viento” y “espíritu”. Jesús, al soplar (que recuerda al viento)
infunde el Espíritu Santo. Este don está estrechamente vinculado con la misión
que acaban de encomendarles. A lo largo de su actividad, los apóstoles entrarán
en contacto con numerosas personas; entre las que deseen hacerse cristianas
habrá que distinguir entre quiénes pueden aceptadas en la comunidad
(perdonándoles los pecados) y quiénes no, al menos temporalmente (reteniéndoles
los pecados).
Reflexión final
Los textos dejan clara la importancia
esencial del Espíritu en la vida de cada cristiano y de la Iglesia. El lenguaje
posterior de la teología, con el deseo de profundizar en el misterio, ha
contribuido a alejar al pueblo cristiano de esta experiencia fundamental. En
cambio, la preciosa Secuencia de la misa ayuda a rescatarla. Hoy es buen
momento para pensar en lo que hemos recibido del Espíritu y lo que podemos
pedirle que más necesitemos.
El don de lenguas
«Y empezaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía
expresarse». El primer problema consiste en saber si se trata de lenguas
habladas en otras partes del mundo, o de lenguas extrañas, misteriosas, que
nadie conoce. En este relato es claro que se trata de lenguas habladas en otros
sitios. Los judíos presentes dicen que «cada uno los oye hablar en su
lengua nativa». Pero esta interpretación no es válida para los casos
posteriores del centurión Cornelio y de los discípulos de Éfeso. Aunque algunos
autores se niegan a distinguir dos fenómenos, parece que nos encontramos ante
dos hechos distintos: hablar idiomas extranjeros y hablar «lenguas
extrañas» (lo que Pablo llamará «las lenguas de los ángeles»).
El primero es fácil de racionalizar. Los primeros misioneros cristianos
debieron enfrentarse al mismo problema que tantos otros misioneros a lo largo
de la historia: aprender lenguas desconocidas para transmitir el mensaje de
Jesús. Este hecho, siempre difícil, sobre todo cuando no existen gramáticas ni
escuelas de idiomas, es algo que parece impresionar a Lucas y que desea recoger
como un don especial del Espíritu, presentando como un milagro inicial lo que
sería fruto de mucho esfuerzo.
El segundo fenómeno es más complejo. Lo conocemos a través de la primera
carta de Pablo a los Corintios. En aquella comunidad, que era la más exótica de
las fundadas por él, algunos tenían este don, que consideraban superior a
cualquier otro. En la base de este fenómeno podría estar la conciencia de que
cualquier idioma es pobrísimo a la hora de hablar de Dios y de alabarlo. Faltan
las palabras. Y se recurre a sonidos extraños, incomprensibles para los demás,
que intentan expresar los sentimientos más hondos, en una línea de experiencia
mística. Por eso hace falta alguien que traduzca el contenido, como ocurría en
Corinto. (Creo que este fenómeno, curiosamente atestiguado en Grecia, podría
ponerse en relación con la tradición del oráculo de Delfos, donde la Pitia
habla un lenguaje ininteligible que es interpretado por el “profeta”).
Sin embargo, no es claro que esta interpretación tan teológica y profunda
sea la única posible. En ciertos grupos carismáticos actuales hay personas que
siguen «hablando en lenguas»; un observador imparcial me comunica que lo
interpretan como pura emisión de sonidos extraños, sin ningún contenido. Esto
se presta a convertirse en un auténtico galimatías, como indica Pablo a los
Corintios. No sirve de nada a los presentes, y si viene algún no creyente,
pensará que todos están locos.
SAN BONIFACIO, obispo
y mártir
Apóstol de Alemania
San Bonifacio, obispo
y mártir Memoria
Nació en Inglaterra hacia el 673; hizo su
profesión religiosa en el monasterio de Exeter. El año 719 marchó a Alemania a
predicar la fe cristiana, obteniendo notable éxito. Consagrado obispo de
Maguncia, fundó o instauró, con ayuda de varios compañeros, numerosas iglesias
en Baviera, Turingia y Franconia, congregó diversos concilios y promulgó leyes.
Fue asesinado por unos paganos durante
la evangelización de los frisones en el año 754, y su cuerpo fue sepultado en
la abadía de Fulda.
San Bonifacio nació hacia el año
680, en el territorio de Wessex (Inglaterra). Su verdadero nombre era Winfrido.
Ordenado sacerdote, en el año 716 con dos compañeros se encaminó a Turingia;
pero aún no era la hora de su apostolado. Regresó a su monasterio y en el año
718 viajó a Roma para solicitar del papa Gregorio II autorización de misionar
en el continente. El Sumo Pontífice lo escuchó complacido y, en el momento de
otorgarle la bendición, le dijo: "Soldado de Cristo, te llamarás
Bonifacio". Este nombre significa "bienhechor".
En 719 se dirigió a Frislandia. Allí
estuvo tres años; luego se marchó a Hesse, convirtiendo a gran número de
bárbaros. En Amoneburg, a orillas del río Olm, fundó el primer monasterio.
Regresó a Roma, donde el papa lo ordenó obispo.
Poco después, en el territorio de Hesse,
fundaba el convento de Fritzlar. En el año 725 volvió a dirigirse a Turingia y,
continuando su obra misionera, fundó el monasterio de Ordruf. Presidió un
concilio donde se encontraba Carlomán, hijo de Carlos Martel y tío de
Carlomagno, quien lo apoyó en su empresa. En el año 737, otra vez en Roma, el
papa lo elevó a la dignidad de arzobispo de Maguncia. Prosiguió su misión
evangelizadora y se unieron a él gran cantidad de colaboradores. También
llegaron desde Inglaterra mujeres para contribuir a la conversión del país
alemán, emparentado racialmente con el suyo. Entre éstas se destacaron santa
Tecla, santa Walburga y una prima de Bonifacio, santa Lioba. Este es el origen
de los conventos de mujeres. Prosiguió fundando monasterios y celebrando
sínodos, tanto en Alemania como en Francia, a consecuencia de lo cual ambas
quedaron íntimamente unidas a Roma.
El anciano predicador había llegado a los
ochenta años. Deseaba regresar a Frisia (la actual Holanda). Tenía noticias de
que los convertidos habían apostatado. Cincuenta y dos compañeros fueron con
él. Atravesaron muchos canales, hasta penetrar en el corazón del territorio. Al
desembarcar cerca de Dochum, miles de habitantes de Frisia fueron bautizados.
El día de pentecostés debían recibir el sacramento de la confirmación.
Bonifacio se encontraba leyendo, cuando
escuchó el rumor de gente que se acercaba. Salió de su tienda creyendo que
serían los recién convertidos, pero lo que vio fue una turba armada con
evidente determinación de matarlo. Los misioneros fueron atacados con lanzas y
espadas. "Dios salvará nuestras almas", grito Bonifacio. Uno de los
malhechores se arrojó sobre el anciano arzobispo, quien levantó maquinalmente
el libro del evangelio que llevaba en la mano, para protegerse. La espada
partió el libro y la cabeza del misionero. Era el 5 de junio del año 754.
El sepulcro de san Bonifacio se halla en
Fulda, en el monasterio que él fundó. Se lo representa con un hacha y una
encina derribada a sus pies, en recuerdo del árbol que los gentiles adoraban
como sagrado y que Bonifacio abatió en Hesse. Es el apóstol de Alemania y el
patriarca de los católicos de ese país.
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