14 - DE
NOVIEMBRE – LUNES –
33 – SEMANA
DEL T. O. – C
San José Pignatelli
Comienzo del libro del Apocalipsis (1,1-4;2,1-5a):
Revelación de Jesucristo, que Dios le
encargó mostrar a sus siervos acerca de lo que tiene que suceder pronto. La dio
a conocer enviando su ángel a su siervo Juan, el cual fue testigo de la palabra
de Dios y del testimonio de Jesucristo de todo cuanto vio.
Bienaventurado el que lee, y los que escuchan las palabras de esta
profecía, y guardan lo que en ella está escrito, porque el tiempo está cerca.
Juan a las siete iglesias de Asia:
«Gracia y paz a vosotros de parte del que es, el que era y ha de venir; de
parte de los siete Espíritus que están ante su Trono».
Escuché al Señor que me decía:
Escribe al ángel de la Iglesia en Éfeso:
«Esto dice el que tiene las siete estrellas en su derecha, el que camina en
medio de los siete candelabros de oro. Conozco tus obras, tu fatiga, tu
perseverancia, que no puedes soportar a los malvados, y que has puesto a prueba
a los que se llaman apóstoles, pero no lo son, y has descubierto que son
mentirosos. Tienes perseverancia y has sufrido por mi nombre y no has
desfallecido. Pero tengo contra ti que has abandonado tu amor primero.
Acuérdate, pues, de dónde has caído, conviértete y haz las obras primeras».
Palabra de Dios
Salmo: 1,1-2.3.4.6
R/. Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida.
Dichoso el hombre
que no sigue
el consejo de los impíos,
ni entra por
la senda de los pecadores,
ni se sienta
en la reunión de los cínicos;
sino que su
gozo es la ley del Señor,
y medita su
ley día y noche. R/.
Será como un árbol,
plantado al
borde de la acequia:
da fruto en
su sazón
y no se
marchitan sus hojas;
y cuanto
emprende tiene buen fin. R/.
No así los impíos, no así;
serán paja
que arrebata el viento.
Porque el
Señor protege el camino de los justos,
pero el
camino de los impíos acaba mal. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (18,35-43):
Cuando se acercaba Jesús a Jericó, había
un ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente,
preguntaba qué era aquello; y le informaron:
«Pasa Jesús el Nazareno».
Entonces empezó a gritar:
«¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!».
Los que iban delante lo regañaban para que se callara, pero él gritaba más
fuerte:
«¡Hijo de David, ten compasión de mí!».
Jesús se paró y mandó que se lo trajeran.
Cuando estuvo
cerca, le preguntó:
«¿Qué quieres que haga por ti?».
Él dijo:
«Señor, que recobre la vista».
Jesús le dijo:
«Recobra la vista, tu fe te ha salvado».
Y enseguida recobró la vista y lo seguía, glorificando a Dios. Y todo el pueblo,
al ver esto, alabó a Dios.
Palabra del Señor
1. Jesús se acerca ya a
Jerusalén. Y antes de llegar, en Jericó, le devuelve la vista a un ciego. Esta
curación se relata también en los otros sinópticos (Mc 10, 46-52; Mt 9, 27-31 y
20, 29-34). Estamos ante un hecho que interesó vivamente a la Iglesia primitiva.
Sin duda porque indica que Jesús hizo todo su camino, hacia el conflicto y la
muerte, aliviando sufrimientos, dando luz y vida a quienes van por la vida sin
posibilidad de ver la realidad que les rodea.
2. Además el relato termina
diciendo que el mendigo que recobró la vista y "todo el pueblo", al
ver lo que Jesús había hecho, glorificaba ya/ababa a Dios.
Como es bien sabido, la glorificación y
la alabanza a Dios son dos experiencias y dos manifestaciones fundamentales de
la religiosidad en casi todas las tradiciones religiosas de la
humanidad. Pero lo notable, en este caso, es que la gloria y la
alabanza no se expresan en el culto sagrado del templo, sino cuando la gente ve
la alegría de quien se siente liberado de sus limitaciones y sufrimientos.
3. ¿No tendríamos que pensar
la religión de otra manera y practicarla de forma distinta?
Cada día que pasa, la gente es más
insensible al culto sagrado y a las ceremonias rituales de los templos. Y esto
ocurre de forma que, a medida que decrece el interés por lo sagrado, en esa
misma medida se acentúa y aumenta el interés por lo humano.
Pues bien, si algo nos dejó claro Jesús,
es que él vio que la gente (la de entonces y la de ahora) alaba a Dios en
experiencias que representan el desplazamiento de lo sagrado a lo humano.
San José Pignatelli
Nació en Zaragoza, el 27 de Diciembre del año 1737. Su padre D. Antonio, de
la familia de los duques de Monteleón, y su madre Doña María Francisca Moncayo
Fernández de Heredia y Blanes. Fue el séptimo de nueve hermanos. Pasa la niñez
en Nápoles y su hermana María Francisca es, a la vez que hermana, madre, puesto
que perdió la suya cuando tenía José cuatro años.
Se forma entre Zaragoza, Tarragona, Calatayud y Manresa, primero en el
colegio de los jesuitas y luego haciendo el noviciado, estudiando filosofía y
cursando humanidades. Reside en Zaragoza, ejerciendo el ministerio sacerdotal
entre enseñanza y visitas a pobres y encarcelados, todo el tiempo hasta que los
jesuitas son expulsados por decreto de Carlos III, en 1767.
Civitacecchia, Córcega, Génova, los veinticuatro años transcurridos en
Bolonia (1773-1797) dan testimonio del hombre que les pisó, sabiendo adoptar
actitudes de altura humana con los hombres, y de confianza sobrenatural con
Dios.
La Orden de San Ignacio ha sido abolida en 1773, sus miembros condenados al
destierro y sus bienes confiscados. El último General, Lorenzo Ricci, consume
su vida en la prisión del castillo de Sant’Angelo. Sólo quedan jesuitas con
reconocimiento en Prusia y Rusia. Allí tanto Federico como Catalina han
soportado las maniobras exteriores y no han publicado los edictos papales,
aunque la resistencia de Federico no se prolongará más allá del año 1776. Queda
como último reducto la Compañía de Rusia con un reconocimiento verbal primero
por parte del Papa Pío VI y oficial después con documento del Papa Pío VII.
José de Pignatelli comprende que la restauración legal de la Compañía de Jesús
ha de pasar por la adhesión a la Compañía de Rusia. Renueva su profesión
religiosa en su capilla privada de Bolonia.
No verá el día en que el Papa Pío VII restaure nuevamente la Compañía de
Jesús en toda la Iglesia, el día 7 de Agosto de 1814, pero preparará bien el
terreno para que esto sea posible en Roma, en Nápoles, en Sicilia. Formará a
nuevos candidatos, reorganizará a antiguos jesuitas españoles e italianos
dispersos y buscará nuevas vocaciones que forzosamente han de adherirse, como
él mismo, a la Compañía de Rusia. Esta labor la realizará mientras es consejero
del duque de Parma, don Fernando de Borbón nieto de Felipe V, y como provincial
de Italia por nombramiento del vicario general de Rusia Blanca.
En este esfuerzo colosal, muere en Roma el 15 de Noviembre de 1811, en el
alfoz del Coliseo.
Estuvo convencido el santo aragonés de que, si el restablecimiento de su
Orden era cosa de Dios, tenía que pasar por el camino de la tribulación, del
fracaso, de la humillación, de la cruz, de la vida interior que no se presupone
sin humildad, sin confianza.
Fuente: http://www.archimadrid.es/princi/princip/otros/santoral/santora
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